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“En mi partido, yo molesto”

La diputada Elisa Carrió es, acaso, la única mujer política cuya figura creció solamente gracias a su estatura ideológica y a su agilidad verbal en los debates, pero su nombre nunca fue asociado a ningún puesto ejecutivo. Dice que en su partido molesta, que molestan todas las mujeres, y le pasan facturas todo el tiempo. Defiende a Graciela Fernández Meijide, con quien admite diferencias, pero le reprocha no haberse embanderado con su género porque así lo aconsejaban los asesores de imagen. Lilita, como se la conoce en los pasillos, promete batalla.

Por Marta Dillon

El departamento está casi en penumbras a pesar de que el mediodía golpee en las persianas con su furia de primavera. Elisa Carrió se pinta los ojos frente a un espejito de mano y confiesa que se quitó el batón sólo porque tiene que posar para las fotos. Ofrece café, pero aclara que no lo hace ella misma, tampoco nadie que habite la cocina, el café viene del bar de la esquina de la mano de un mozo con delantal. Mientras hace equilibrio con el rimmel y el espejo en la misma mano, cierra con el pie una puerta que devela el revoltijo de las sábanas blancas de su cama. Es una mujer sin culpas, dice, aunque durante cuatro años haya visto a sus hijos sólo los fines de semana. “No me arreglo con los chicos, una nunca se arregla, se construye diferente”. Y los chicos, asegura, nunca le reclaman más que los abrazos en que se funden cuando están juntos. Pero sabe que no todos lo entienden, que el costo de la vida pública es alto en lo privado y que familiares y ex maridos no llegan a entender de qué se trata esa pasión que pone para ocupar el lugar que le toca. “Gané todo y perdí todo”, dice y bajo ese velo se descubre su última separación, la necesidad de emprender su nuevo mandato con los hijos más chicos viviendo con ella y un reclamo de justicia que no tiene que ver con lo privado sino que apunta a su propio partido en el que, está segura, circula una orden de aniquilación en su contra. No quiere puestos, no puestos ejecutivos que la hagan callar la boca. Porque ésa es su principal tarea, poner en palabras lo que se oculta detrás del escenario del poder. “No somos tantos los que pusimos el cuerpo en la lucha contra el sistema, contra la corrupción. Y gracias a eso llegaron algunas personas al poder, pero detrás de esas personas visibles, como en una puesta en escena permanente, siguen los mismos. Cambiarán las caras, ya no se llamarán Kohan. Pero en el escenario de la política argentina, en ese que no se muestra, siguen gobernando los mismos. Es durísimo, pero creo que vamos a ser defraudados en muchas cosas”. Es durísimo, es cierto, más viniendo de una mujer que puso su cuerpo para la campaña electoral de un candidato que prometió el cambio. Entonces, ¿qué queda?
–Siempre hay intersticios, comparto con Foucault la visión del poder en cuanto a que no es estadocéntrica sino una energía que circula. Una debe apropiarse del lugar en el que está y finalmente los que vivimos con convicciones, con utopías, no es que seamos generosos, sino que no podemos vivir de otra manera. Yo soy realista, no puedo vender que todo va a cambiar. Creo que la lucha va a ser más fácil porque ganó De la Rúa, pero no es más que una nueva oportunidad para seguir dando pelea. Lo importante es no callarse.
Y Elisa, Lilita como la conocen en el barrio y en los comités, no se calla. Es la única mujer política con representatividad popular que se reivindica como feminista. “Yo me planto en mi lugar de mujer, no quiero que me corran, me gusta estar en reuniones de mujeres. No me importa si me dejan sola en ese lugar porque a la vez recibo un apoyo colectivo entrañable, porque las mujeres no tienen quién les hable. Y creo que hay una necesidad imperiosa de expresarse desde ese lugar, para que finalmente se arme una red que sea representativa de la mitad”. Y este lugar que ella reivindica es el que también le cuestiona a quien fuera la candidata a gobernadora, Graciela Fernández Meijide.
–Lo que hicieron con Graciela es muy injusto, yo tengo muchas diferencias con ella. Pero la lectura que se hizo de la derrota es machista. En realidad le cobraron una factura. Porque la única persona con capacidad y condiciones para competir en la provincia era una mujer y se llamaba Graciela Fernández Meijide. Y la única persona con capacidad de competir en La Matanza, nos guste o nos guste, se llamaba Pinky. Fueron dos grandes elecciones y obviamente perdieron por otros motivos. Pero ahora se dice “ninguna mujer va a ser cabeza de lista ni candidata a puestos ejecutivos porque pierde”. ¿Y qué hombre hubiera ganado? Creo que ellas cometieron el error de no sostener su lugar. Una tiene que ser lo que es, no se puede renunciar porque lo indican los asesores de imagen, los círculos áulicos del poder no te pueden cambiar. A lo mejor ella no era distinta de como se mostró, pero dejó de ir a reuniones de mujeres, eso estaba desaconsejado.
–¿Quiere decir que hay una orden no escrita de no hablar desde el lugar de mujer para poder competir en política?
–Sí, es así de brutal y así de machista. Cuando llegás a cierto lugar, los asesores de imagen te dicen “no hables de temas de género, no hables de violencia porque vas a perder vos”. Yo obtuve hasta el 87 por ciento de los votos en mesas femeninas y masculinas en el centro de mi ciudad a pesar de que mando a los hombres a cambiar pañales. Porque, si hay dos millones de mujeres que salen a trabajar, tiene que haber la misma cantidad de hombres compartiendo lo doméstico. Yo no hago concesiones, nadie me puede decir a mí de qué tengo que hablar, nunca me olvido del tema de la violencia porque es fundamental, soy casi la única que constantemente presento y consigo aprobar proyectos que involucran directamente a las mujeres. Y eso no te hace perder votos.
–¿Cuando habla de violencia se refiere a la violencia doméstica?
–La violencia es un tema central de la agenda pública. Cuando se habla de seguridad, se olvida cuál es el valor a defender. Nadie quiere seguridad sino paz. Seguridad no es tener un policía dispuesto a disparar en la puerta de tu casa sino poder disfrutar de tu calle y de tu plaza sin miedo. Y para conseguirlo hay que luchar contra toda forma de violencia, esto quiere decir violencia familiar, violencia estructural y la violencia del hambre. Y por último la violencia de la palabra. La lucha por la paz en primer término exige la redistribución del ingreso, en segundo lugar ingreso ciudadano para la niñez, porque aunque más no sea hay que cortar con la injusticia para los hijos. No puede ser que el hijo de un desocupado herede la marginación sólo por haber nacido donde nació. Después hay que hablar de un programa nacional con recursos enormes para el tema de la violencia familiar y doméstica, porque es el primer lugar donde se educa. Cuando la lucha contra la violencia supone estas áreas, lo que se destina al revólver es mínimo. Sino, se están distribuyendo los ingresos en más violencia, en ejércitos paralelos como las policías totalmente incontroladas que generan más violencia y nos van a llevar a la aniquilación. Y ya tenemos 30 mil desaparecidos.
–¿Usted asocia la mano dura que hoy se promete con la dictadura?
–Es obvio que están relacionados. Si en este país puede jurar Bussi y Rico ser el jefe de la policía de la provincia de Buenos Aires, es porque este país no tiene memoria y así parece que no hubiera responsabilidad, que no hubiera historia. Y los países sin memoria vuelven a aniquilarse, porque el pasado vuelve de forma brutal, blanqueado, sin orígenes. Y no se soluciona sólo condenando a los militares. Porque esta sociedad parece que sólo puede construirse aniquilando al otro, pasó entre radicales y peronistas –pasó también en el origen de nuestra cultura cuando se aniquiló a los aborígenes–, hasta que el enemigo dejó de ser el otro partido y se transformó en el hijo de la clase media. Esta sociedad se morfó a sus hijos y para salvar a los genocidas, a los ejecutores de la antropofagia que dejaron 30 mil desaparecidos con un fuerte peso simbólico, se mandó a morir a los hijos de los pobres en Malvinas. Una generación menos pública, porque son hijos de los pobres del interior, chaqueños, formoseños, de Salta. Posiblemente ahora no haya ninguna utopía que prenda en nuestros hijos para convertirlos en chivos expiatorios, pero el aniquilamiento se va a repetir, contra los hijos de los cabecitas negras, los pobres.
–¿Por qué sigue siendo radical?
–Es posible ser radical desde las convicciones, pero creo en los cortes transversales. Yo soy una persona molesta dentro de mi partido, he sido objeto de las mezquindades más burdas. Pero estoy dispuesta a pasar factura, a pedir justicia. ¿A quién? A todos, me ha llegado el límite. Creo que merezco cierto reconocimiento al mérito que no llega por una cuestión de género, porque todavía muchos me ven como un souvenir. Pero, cuando uno lee la Argentina de los últimos cuatro años y se fija quién acusó a los jueces que están presos, quién luchó por la transparencia en el PAMI, quién negoció el Consejo de la Magistratura, ética pública, etc., etc, he sido yo. Es un problema de género. La orden no escrita de algunos es aniquilarme como lo hicieron con Martha Oyahnarte.
–¿Sólo por ser mujeres?
–No sólo por eso, pero pesa. Yo no me voy a ir de mi partido aunque el mecanismo sea expulsivo. Yo practico Lucas, 6, que dice ‘ama a tu enemigo’. Porque yo podría denunciarlos en un programa central, pero no voy a hacer ese daño, no voy a devolver con lo mismo. Porque se trata de crecer; en Argentina se aniquilan los liderazgos y finalmente todos los candidatos son ambiguos.
¿Callar esos nombres no es de lo que usted misma reniega?
–Es que de lo que hablo es de un sinceramiento de toda la clase política. Yo no me callo lo fundamental. Obviamente igual va a haber cambios porque se cambia en relación con algo, y ese algo, la década menemista, fue algo banal, corrupto, impune, aunque algunos renuncien a sus convicciones, cambio va a haber.
–¿Quiere decir que no se puede estar en el poder sin renunciar a las propias convicciones?
–Yo no creo que sea incompatible. No creo en los gerentes de la política que dicen primero hay que construir poder y después desarrollaremos políticas de convicciones. Eso es una falacia, después no hay convicciones sino políticas de permanencia en el poder. Yo creo que cada vez más gente de distintos partidos tiene que unirse y buscar una legitimación hacia afuera para que alguna vez, en este país, haya una opción verdadera.
–La Alianza, como está, ¿tiene futuro?
–No creo que nada quede como está. Creo que se van a construir nuevas alianzas. De la Rúa asumió compromisos que tiene que cumplir y espero que se resuelvan de la mejor manera, pero, si los que pusimos el cuerpo contra la corrupción vemos que ésta sigue, nos van a tener enfrente. Y si la Alianza no quiere mayor representatividad para las mujeres, les vamos a patear las puertas desde afuera.

El futuro aún no es mujer
Se dice generosa y su cuerpo subraya como ninguna otra cosa esa definición. Le gusta disfrutar de la vida, de la comida, del amor de sus hijos. Cuenta ocho hijos, aunque sólo tres lo son por haber nacido de ella, el mayor que tiene 25 y es director de cine y los dos menores, Victoria e Ignacio, de 8 y 5, los otros cinco son de su ex marido. Es descendiente de una familia de pioneros; su bisabuelo fundó el Territorio Nacional del Chaco y toda su familia fundó escuelas, cámaras de comercio, casas de asistencia. Los rasgos de su identidad están marcados por la historia del famoso Mate Cosido queriendo secuestrar a su abuelo, por la fundación del Chaco –una provincia pobre–, por ser mujer y también tener un cuerpo que no se ajusta a las revistas de moda y que ella reivindica como la prueba de que sabe gozar y no tiene culpas. “Cuando hablo con las mujeres de violencia no lo hago desde la distancia, sino porque me pasa lo mismo, a mí también me dijeron que soy gorda, que no sirvo, que soy fea. Eso es violencia. Las mujeres estamos peor que marginadas, nos quieren hacer creer que no existimos”. Pero nadie dudaría de la existencia de Lilita Carrió, con esa áura que la rodea de romper todo para construir de nuevo. No es optimista con respecto de qué tipo de representación van a tener las mujeres en el nuevo gobierno, dice que Fernando de la Rúa no es machista, pero que cree que todos somos iguales y eso “no es más que mantener la desigualdad”. Pero sabe que la historia está cambiando, que la Ley de Cupos sirvió aunque hubo que frenar “la apropiación machista que quería poner a sus amantes y esposas en el lugar de la mujer”.
–Lo más impresionante de este país, y por eso yo me río tanto de los hombres que están convencidos de que el poder pasa por ellos, es que la política profunda, la que construye sentido, la simbólica, la hicieron las mujeres. Eva Duarte la primera. Y después la recuperación de la democracia, las madres que desde el dolor construyeron ciudadanía. Expulsadas del ámbito de lo privado por el dolor de la ausencia de sus hijos, pelean por ellos, pero también por todos, por derechos genéricos como la justicia y la democracia para todos. Mientras las Madres hacían esto, muchos de los políticos argentinos se sentaban a comer con los represores frente a un Congreso vacío. En Catamarca pasó lo mismo. Laura Ginsberg es lo mismo, las mujeres agropecuarias en lucha, las Madres del dolor que luchan contra la impunidad, Gabriela Arias Uriburu también porque busca reivindicaciones no sólo para su caso. Aunque son madres, ellas reconocen que no se termina su responsabilidad en ese vínculo. Y entonces se vuelven insoportables, porque se corren de la madre de postal, doloridas para reclamar la plena ciudadanía. Zulema Yoma también es un ejemplo. Hay que tener coraje para hacer lo que hizo cuando expuso su vida privada, cuando denunció su aborto. Exhibió su dolor profundo a la luz de la vida pública, eso es un riesgo muy fuerte.
Parece una metáfora de lo que les sucede a todas las mujeres, el sacrificio de su vida íntima para poder instalarse en el ámbito de lo público.
–No sé si te exigen el sacrificio de lo íntimo, pero sí sé que te lo facturan, tanto en lo público como en lo privado. Y eso sólo se puede cambiar desde la conciencia de género. Compartir las cargas de lo doméstico tiene que ver con eso y exige políticas públicas muy fuertes. Las mujeres somos reproductoras de cultura y yo les digo que cada vez que mandan a sus hijos a jugar a la pelota y a sus hijas a ayudar en la cocina están construyendo un mundo de injusticias para ambos. Cuando nosotras, mujeres preparadas, empezamos a trabajar con el tema de violencia, muchas nos dimos cuenta de que también éramos víctimas aunque no nos hayan trompeado. Es necesario un develamiento, una toma de conciencia. Y a nivel de los liderazgos tiene mucha importancia, porque se da ejemplo. No podemos creernos todo lo que nos dicen, hay que recuperar la dignidad de la palabra.
–Cuando habla en plural, ¿habla de las mujeres de la Alianza, se puede hacer un perfil de estas mujeres?
–Creo que sí se puede, hay muchas mujeres muy austeras y con convicción y espero que los peluqueros no vuelvan a estereotipar a las mujeres del poder. Porque en general somos muy setentistas, en el vestir y en esa desesperación por la utopía y la explicación permanente de la sobrevivencia. Y bueno, en la resignación escéptica también, cuando se te quiebra todo, antes de empezar a desesperarte de nuevo por la utopía.Siempre circulamos entre esos polos. Espero que alguna vez podamos cambiar este país en serio.
–Entonces no va a ser ahora.
–Creo que una política de igualdad entre los géneros le daría a Fernando de la Rúa una fuente de legitimación inagotable. Yo no les pido a los hombres que sean feministas, sino que sean inteligentes, porque eso es lo que se perdió, la capacidad de ver el mundo. Nosotras ya rompimos los diques y esa grieta no se puede reparar poniendo una amante en el lugar del cupo. Lo que sí pueden hacer es trabajar para integrar en su discurso lo que aportan las mujeres después de siglos de haber estado relegadas a lo privado con la riqueza infinita que eso tiene. Para que esa fuerza no se los trague, tienen que pensar en integrar la dualidad, porque si no los vamos a pasar por encima. Hay que construir un mundo de mujeres y hombres inteligentes, y lo que tenemos es una gran mediocridad.

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