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Historia
de una
mujer feliz

Alessandra Ferri es una de las bailarinas clásicas más respetadas del mundo. Primera bailarina del American Ballet Theatre, está en Buenos Aires para bailar junto a Julio Bocca, de quien dice que es una de las personas más importantes de su vida artística. En su vida privada, en cambio, hay otros dos excluyentes: su marido, el fotógrafo Fabrizio Ferri –con quien protagonizó una tumultuosa historia de amor– y su pequeña hija Matilde.

Por Moira Soto

Aunque desde luego una (la heroína fantasmal y romántica) no existiría sin la otra (Alessandra Ferri, la incomparable bailarina), es de no creer que la chica llena de vida que avanza por el hall del hotel Claridge (su domicilio habitual en Buenos Aires), de falda larga, suéter oscuro, pelo suelto y sonrisa amplia, sea la misma que la noche anterior se transfiguró en el espectro enamorado y doliente del segundo acto de Giselle, en el Luna Park. Allí también fue una exquisita Julieta descendiendo del balcón para corresponder el amor de Romeo. Y al cierre del espectáculo, despojada del volátil tutú largo, se vistió de rojo para cimbrearse al ritmo del Mambo, de Pérez Prado. En todos los casos teniendo como partenaire a Julio Bocca, con quien forma una couple ideal según los expertos.
A los 36, Alessandra Ferri parece disfrutar de un estado de gracia plena en su vida personal y en su desempeño artístico. La confiada alegría con que habla de su presente, lo agradecida que se manifiesta a su buena estrella, trasmiten la sensación de que las fuertes tensiones y el escándalo mediático que acompañaron el comienzo de su romance con Fabrizio Ferri, han sido francamente superados.
Como se recordará porque tuvo mucha difusión, hace tres años, Alessandra -.casada por entonces con el psicoanalista Maurilio Orbacchi– conoció al famoso fotógrafo del mismo apellido que ella, a través de Isabella Rossellini (ex de él). Fabrizio le propuso enseguida hacer un libro de fotos en el agreste paisaje siciliano y Alessandra aceptó para disgusto del marido. Comenzaron las sesiones en las que Fabrizio atrapó a la bailarina desnuda en pleno vuelo con cielo nublado de fondo, estirándose sobre las rocas o contrayendo su cuerpo menudo y fibroso en posición fetal. La pasión se encendió incontrolable y Alessandra, aunque apenada por el dolor que le causaba, le contó toda la verdad a Maurilio y se instaló con Fabrizio. Entonces, el esposo paternal, protector, se transformó en furioso vengador: junto con un grupo de amigos destruyó los grandes cristales del estudio del fotógrafo, al que acuso de secuestrar a Alessandra y alimentó con declaraciones indiscretas la prensa sensacionalista. Ella, entretanto, prosiguió cumpliendo sus compromisos: en octubre del ‘96 interpretó la Tatiana de Oneguin en el Colón y se encontró furtivamente con Fabrizio que vino a verla. En enero del ‘97, después de incurrir en distracciones -.algo inusual en ella– al bailar La bella durmiente en La Scala de Milán, anunció su embarazo de tres meses.
Favorita de todos los públicos balletómanos, venerada por la crítica que se desvive por encontrar adjetivos a su altura, Alessandra Ferri -.formada en la Royal School Dance de Londres, preferida del coreógrafo Kenneth MacMillan, considerada la Bailarina del Año en varias oportunidades, primera bailarina del American Ballet Theatre, estrella invitada de las grandes compañías internacionales– se presenta hasta la próxima visita enel Colón. Interpretará el mismo programa que en el Luna, reemplazando el segundo acto de Giselle por Other Dances, coreografía de Jerome Robbins. Y entre los espectadores estará su bienamado Fabrizio, que llegó el miércoles pasado a Buenos Aires.
“Tengo apenas dos o tres ciudades en el mundo donde me siento en casa”, afirma la bailarina. “Por supuesto, Milán, el lugar donde nací, mi lugar; luego, Nueva York, el sitio donde viví muchos años muy ricos para mí, y al que vuelvo todos los años; y Buenos Aires, ciertamente. Hay una característica de los argentinos, aunque yo menciono a Buenos Aires porque es la única ciudad del país que conozco, que me recuerda muchísimo a los italianos. Me siento muy a gusto acá, no noto diferencias culturales ni de otro tipo. Y esta ciudad es verdaderamente maravillosa. Además, no sé por qué, puede ser el destino mío, pero cada vez que me ha sucedido algo muy importante de la vida afectiva, privada, estaba en Buenos Aires. Me siento muy encariñada con esta ciudad, es muy especial para mí... Ahora mismo estoy viviendo cosas muy lindas”.
Seguramente sabrás que el afecto es recíproco. Además de apreciar tu arte, se nota en el público una ola de afecto apasionado y fiel hacia vos, que se mantiene aunque no vengas todos los años.
–Yo también los quiero mucho. La gente acá es muy auténtica, tiene sentimientos y los demuestra. Escucha su corazón y lo expresa.

La maternidad
me liberó

Desde que nació tu hija Matilde, hace dos años, ¿no te separaste nunca de ella?
–No, viajo siempre con mi hija. Está en una edad maravillosa y no me quiero perder nada de su evolución, de su crecimiento. También tengo que decir que Matilde es la hija de dos gitanos, porque yo viajo mucho y Fabrizio también. Ella no conoce otra cosa que viajar, porque ésa es nuestra vida. Creo que para un niño lo más importante es la cercanía de sus padres, de las personas que lo crían. Me parece que es mejor estar con la mamá viajando que quedarse en casa.
–¿Cómo es Matilde?
–Es una niña muy tranquila y feliz. Se divierte mucho en el avión, juega y disfruta todo el tiempo porque para ella esto es lo más natural desde la cuna. Por supuesto, viajando y actuando, necesito ayuda: tengo una nana que viaja conmigo, indispensable para mí. Si no, no podría trabajar en la forma que lo hago. Es la misma nana de siempre; Matilde la quiere y está habituada a ella. En este hotel, al que vengo siempre, tiene su camita: es la cosa en que primero se fija cuando llegamos a cualquier ciudad. Después, se adapta muy rápidamente y lo pasa muy bien.
–¿Disfrutás especialmente de los placeres de la maternidad?
–Sí, pero en general disfruto mucho como persona, como mujer, de las cosas buenas de la vida. Muchas veces me hacen preguntas separando la mujer de la bailarina. Y yo soy una mujer que baila, bailar forma parte de mí, me expreso a través de la danza, y al mismo tiempo tengo una vida personal, afectiva. El ser madre es una experiencia total, que no se puede explicar. Cuando nació esta niña, comprendí que mi vida ya nunca más estaría vacía porque tenía un sentido. Estaba plena. No sé cocinar ni soy nada casalingha (ama de casa), no tengo ese talento. Pero me gusta mucho ser madre y por mi niña estoy dispuesta a hacer lo que ella necesite.
También es verdad que, cuando nació Matilde, habías alcanzado una madurez profesional y afectiva. Quizás no tenías la ansiedad por hacer carrera de una veinteañera...
–Eso, seguramente. Creo que la maternidad es mejor después de los treinta, cuando una está más tranquila y afirmada, sabe mejor lo quequiere y comprende un poco más el valor de ciertas cosas. Pero debo decir que la maternidad a mí me dio una libertad increíble: la libertad de saber que yo bailo todos los días porque así lo deseo, es mi elección. No es que tenga que bailar para que reconozcan mi arte ni porque busque el éxito. Bailo porque me gusta hacerlo, pero sería libre de no hacerlo más porque en estos momentos gozo de una felicidad increíble, con mi amor Fabrizio, con Matilde... Este es un privilegio que me ha concedido la vida, un regalo extraordinario.

Una musa trabajadora
La carrera de bailarina tiene fama de ser muy sacrificada por la enorme dedicación que exige. ¿Cómo vivís ese esfuerzo que parece tan duro y sistemático?
–Sí, por cierto que he trabajado duro. Y se dice con frecuencia: la vida de la bailarina es mucho sacrificio, ejercicios todos los días... Yo creo que en la vida hay que llamar sacrificio a otras cosas. Para mí, hacer todos los días algo que amo, que me da placer, algo que deseaba desde que era una niña, es realmente una suerte. Sí, puede ser cansador, muy cansador. Pero, ¿cuánta gente hay en el mundo que abre los ojos cada mañana y dice: qué lindo, voy a hacer algo que me entusiasma y satisface? La mayoría de la gente trabaja en lo que puede para sobrevivir, para cobrar un sueldo y comer, mecánicamente, sin poner el corazón en lo que hace. Yo me siento muy afortunada de hacer mi trabajo con pasión.
En tu caso personal, hay que decir que se trató de desarrollar un talento excepcional, algo que obviamente les toca a pocas personas.
–Sí, había condiciones en mí, pero yo fui muy consciente desde temprano de que el talento sin trabajo, sin entrenamiento, puede quedar en la nada. Veo a otros bailarines talentosos técnicamente o con mucha imaginación, pero que no pulen esas cualidades. Esto me lo enseñó Baryshnikov cuando yo tenía veinte años y bailaba con él. Mikhail tenía 35, 36 años y yo lo observaba y veía cómo todos los días trabajaba seriamente, con mucho rigor y concentración. Lo miraba y me decía: oh, my God, si Baryshnikov es así, con todo lo que ha alcanzado, siendo el mejor del mundo, qué queda para los demás... Hay que reconocerlo: el mejor talento exige el mejor trabajo, nada es regalado. Pero es una gran felicidad saber que se puede hacer rendir el talento que se ha recibido.

Mujeres que bailan
En el reciente Festival Internacional de Teatro de Buenos Aires, se destacaron netamente, por número y rendimiento, las coreógrafas y bailarinas. ¿Te parece que la danza es un arte donde las mujeres pueden expresarse más cabalmente?
–Puede ser que la danza sea una forma de expresión natural para la mujer. Quizás porque la danza representa el alma de las personas, y el alma siempre ha sido identificada con lo femenino. Entonces, es probable que la mujer esté más en su elemento danzando. Igualmente, hay grandes coreógrafos varones. Pero siempre son más las bailarinas.
¿En esa mayoría de mujeres no pesa el prejuicio que todavía asocia la danza con algo afeminado?
–No es sólo el prejuicio, que existe. El hombre debe esforzarse más para mostrar el espíritu, ciertas emociones. En general, el hombre cuando se manifiesta a través del cuerpo, es de manera competitiva, en eldeporte, para demostrar que es el mejor. La mujer, en cambio, tiende a expresar sus sentimientos con el cuerpo. Sin embargo, conozco a algunos hombres que tienen esta disposición a mostrar sus emociones, que pueden ser tan buenos como las mujeres al abandonarse a los sentimientos.


–¿Julio Bocca es uno de esos bailarines capaces de comunicar emociones?
–Julio Bocca es una de las personas que más ha significado para mí en mi vida artística. La otra es Kenneth MacMillan, el coreógrafo a través del cual me descubrí como bailarina y actriz. Con Julio encontré el coraje de mostrarme con el alma al desnudo, por eso estoy tan ligada a él. Hace mucho que nos conocemos, crecimos juntos. Nuestra relación es más profunda que una amistad convencional. Es un sentimiento muy fuerte que aparece cuando bailamos y estamos desnudos del alma, sin barreras...
¿Estás muy apegada a determinados personajes que venís haciendo a través de los años?
–Hay cinco o seis personajes a los que les soy fiel: Julieta, Manon, Carmen, Giselle... Se trata de personajes literarios, arquetípicos, que están fuera del tiempo y expresan la complejidad humana, por eso siento que tengo un poco de cada uno de ellos. A veces tengo que llegar a determinados personajes: cuando Agnes De Mille me llamó para interpretar a Lizzy Borden en Fall River Legend. En el American Ballet Theater, me sorprendí. Le dije que no tenía nada de ella, una asesina que mató a su padre y a su madrastra con un hacha, una mujer muy frustrada. Puedo probar, pero no creo que salga bien... Cuando empecé a ensayar, me pregunté: ¿por qué esta mujer enloqueció, hizo algo tan horrible? En realidad, estaba tan vulnerable, tan frágil que perdió momentáneamente la razón... Claro, yo espero no llegar nunca a ese punto, pero comprendí por qué estaba tan herida por la vida. Y al darme cuenta de una parte de sus motivos, el personaje salió, y ahora es uno de los que más me gusta hacer. Es un personaje que me lleva al borde del abismo.

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