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Tener quien
le escriba

Paz Alicia Garcíadiego es la mujer que, con sus guiones, le cambió a Arturo Ripstein la manera de hacer cine –él lo
confesó– hasta el punto de que se vio obligado a vivir con ella para dejar de tener que mandarle constantemente recados telefónicos y métricos fax. Hoy la pareja está en Buenos Aires acompañando el estreno de El coronel no tiene quien le escriba, basada en la novela de Gabriel García Márquez y ella se explaya sobre lo que define como la energía extra de la menopausia.

Por Moira Soto

El director tiene quien le escriba desde hace catorce años: es conocida la anécdota, muy repetida por Arturo Ripstein, acerca de lo que sucedió después del primer guión que le escribió en 1984 Paz Alicia Garcíadiego (“nunca había tenido un guión tan sorprendente en mis manos, ella es la razón por la que mi cine adquiere otra mirada”): después de esa adaptación de El gallo de oro, de Juan Rulfo, “le pedí que se viniera a vivir conmigo, para ya no tener que mandarnos recados telefónicos o páginas de fax...”
Esta mujer vivaz y dicharachera a la que el gran director mexicano define como “uno de los elementos capitales del cine de mi madurez”, de visita en Buenos Aires para acompañar el estreno de El coronel no tiene quien le escriba, se queja antes de comenzar la entrevista porque alguien –vaya una a saber quién– ha dispuesto que no se puede estar en determinado sector del hotel, menos ruidoso que el bar. Garcíadiego reconoce que en los últimos tiempos se siente más inclinada a defender sus derechos de ciudadana donde quiera que sea: “La menopausia es una época de energía extra”, dice la escritora de no solamente de guiones cinematográficos sino también televisivos, radiales y de historietas. “Ya los chicos se han ido y tú no tienes de qué ocuparte, aparte de tu trabajo y algún marido. Entonces, están buena parte de tu vida y de tus furias disponibles. Además, he descubierto que lo único que me queda con el fin de las ideologías, es espíritu cívico y moral, y hago uso cabal. Hablo, opino, protesto, por ejemplo, sobre por qué se está levantando determinado edificio o se han invadido parques...” Paz aclara que ese plus de energía ni sueña con aplicarlo a la dirección de films: “Sería muy farsante si quisiera hacerlo. No es mi oficio, no sé fotografiar ni poner la luz. Mira, me tienta más hacer las canciones de las películas. En Así es la vida, que Rip filmó en video digital, yo me hice las letras del coro de Medea”.
La vida las hizo así
–Dentro de la galería de personajes femeninos tan fuertes que has creado en complicidad con tu director de cabecera –amantes malditas; madres abusivas, arrasadoras–, ¿dónde ubicamos a la esposa del coronel, compañera solidaria hasta que la muerte los separe?
–Aunque no lo creas, la mujer del coronel es hasta cierto punto el mismo personaje que la madre de Lucha Reyes, la Reina de la noche, o que la madre de Principio y fin. Representan esa especie de austeridad, de realismo muy terrenal de llamar a las cosas por su nombre, con recodos de fantasía.
Pero la asmática mujer del coronel tiene un fondo de dulzura, de indulgencia que las otras parecen haber perdido para siempre...
–Tuvo más suerte. Uno es como la suerte le depara que sea. Esta tuvo mejor fortuna, apenas está digiriendo la muerte de un hijo, pero tiene con quién hacerlo. Acá hay una pareja que ha llegado a un estado de saber que pase lo que pase van a seguir siempre juntos, en lo bueno y en lo malo. Un estado que yo nunca he sentido plenamente y que ahora empiezo a avizorar, sin mucha certeza. Esa sensación de: terminaremos juntos nuestras vidas ¿no? Vamos, que aquí parto de una situación en la que no se valía inventar demasiado, pero sin embargo la inventé a ella. En García Márquez, era una mujer regañona dentro de una trama que me cayó del cielo. Una trama perfectita pero difícil de llevar al cine. El coronel... es una falsa novela buena para adaptar. Una buena novela, claro, pero engañosamente dúctil para trasladar al cine. Tenía el problema de un tiempo dilatado donde básicamente lo que queda es la espera. Y luego estaba el tema del gallo que se le enfermaba al escritor dieciséis veces...

El personaje
que más me jalaba

¿Cómo te cayó la idea de adaptar El coronel..., un proyecto de Ripstein bastante anterior a que ustedes formaran equipo?
–Había leído la novela de adolescente. Y como todos los lectores, solamente recordaba a un hombre que espera una carta. Le pregunté a mucha gente de qué se trataba, y nadie se acordaba del gallo, mucho menos del hijo. Pero sí del hombre que espera en vano la pensión. Entonces, cuando Rip me dice que vamos a adaptarla, no se trataba de un proyecto que yo hubiera madurado internamente. No lo rechazaba, por supuesto, porque la novela me había encantado, pero era como paquete sorpresa y me aterraba un poco la idea: es una obra demasiado conocida como para que una se sienta libre al trasladarla al cine. La leí dos veces y descubrí al hijo antes que a la mujer.
Dice el lugar común, mentiroso por cierto, que los hijos unen a la pareja. En tu guión, ¿al viejo matrimonio lo liga la muerte de ese hijo único?
–Lo que hice fue ahondar en una pareja que pierde a un hijo, pero con la condición previa de que el coronel es por definición un hombre que espera una carta durante treinta años. No hace otra cosa durante ese tiempo, es un hombre pasivo. Entonces, la que hace es ella. Resulta que el cine es implacable: lo que en la novela es una línea –”ella mientras tanto fue por las verduras”– en la película la cámara sigue al personaje. Y ella me empezó a crecer hasta el punto de que es la historia de la mujer del coronel al que no le escribe nadie. Vamos, que el personaje de ella era el que a mí más me jalaba. Y cuando acepté esto que me sucedía, ella me salió evidentemente más dulce que otras mujeres anteriores. Pero, como te decía antes, tuvo más suerte que ellas. Esta conservó un hombre con el que se quieren a pesar de una larga vida en común, a lo mejor por el cansancio... Probablemente, si la madre de Principio y fin hubiese tenido al marido para compartir la responsabilidad de los hijos y menos apreturas, habría sido más blanda.

Pero la vida es injusta y despareja.
¿No hay gente naturalmente de mala entraña, independientemente de las circunstancias de la vida?
–Mira, yo rescato a la madre de Principio y fin y a la de La mujer del puerto. Son mujeres obligadas a decirse las cosas por su nombre, lo mismo que la de La reina de la noche: ella aspiraba a que su hija se convirtiera en cantante de ópera y no lo pudo lograr. Había soñado para su hija una vida en el mejor de los casos más limpia, más apacible.
–¿No es eso el “infierno de la ambición materna”, como dice la escritora austríaca Elfride Jelinek refiriéndose a su madre, que la obligó a estudiar piano para que fuera concertista?
–Y sí, para la hija puede serlo. Yo veo que deseo para mis hijas cosas que no me deseo a mí misma... Las madres siempre queremos para las hijas un hombre feo, fuerte y formal, que no las haga sufrir. Una lo que de verdad no soporta, en general, es que el hijo sufra. Entonces, prefiere para él una vida estable, protegido, que no les pase nunca nada malo. Y la madre de La reina... mata a su hija para evitarle el dolor... Y la mujer del coronel, aunque le ha ido un poco mejor, básicamente tiene la misma entraña. Creo que es la misma mujer correosa, mujer a la que hace mucho que no le dicen que es linda, que la quieren. Una mujer que al final de su vida puede darse el triste lujo de tenerle celos a un gallo. Porque le tiene celos de hembra, como yo creo que hemos sentido muchas de nosotras de la atención desviada de un hombre.
¿Celos del fútbol, de los intereses que nos excluyen?
–Hombre, mi mamá es una auténtica viuda del fútbol. A ella el fútbol le partió la vida en pedacitos. Odiaba a muerte ese deporte, a cada uno de los jugadores, a cada uno de los cronistas... Les tenía celos, muchísimos celos.

Marisa
desglamourizada

¿Desde el vamos tu protagonista iba a ser Marisa Paredes?
–Yo siempre la pensé para Marisa. Nos hicimos amigas cuando vino a hacer Profundo carmesí, compartimos problemas de maternidad, nos emborrachamos largo. Me quedé con ganas de volver a trabajar con ella. Le dije: te voy a escribir otro papel, aunque te advierto que va a ser de vieja, en El coronel...
Ya en Profundo carmesí la habías despojado de su glamour habitual cuando la dirige Almodóvar.
–Ella siempre sale de guapa y de joven, siempre de glamorosa, justo lo que a mí no me sale. Pero no calculé que el papel iba a ser tan grande, la verdad. Para mí, las escenas ganadoras de la película son de ella: no lo hice de este modo por Marisa, por supuesto. Pero qué bueno que fue Marisa la que las interpretó.
¿Te apropiaste de la novela hasta el punto de trasladar la historia a Veracruz, al mundo de los olores y sabores de tu infancia, según lo escribiste?
–Sí, mi familia es veracruzana, del trópico de México. Y yo me dije: si García Márquez tuvo abuela, yo también. Y mi abuela era igual de cuentista que la de él. Ella me contó vida entera y milagros hasta de los padres de mis tatarabuelos. Situé el relato en Veracruz y escribí el guión de corrido.

Una Medea
ligeramente hembrista

¿Cómo es la versión de Medea que acaba de dirigir Ripstein y cuyo guión, para no variar, te pertenece?
–Se llama Así es la vida y me quedó ligeramente hembrista. En dos ocasiones dice la nana de la protagonista: “Te soy franca, el mejor macho: capado o muerto”. Y en un momento, la nana aborta y lo cuenta así: “Le pregunté a la partera qué era, me dijo un macho y le respondí: mejor, uno menos”. Rip me comentó cuando lo leyó: “Te pasaste, verdaderamente”. Entonces, trabajé el personaje del marido al que le di un largo monólogo de explicación del abandono.
Según tu experiencia, ¿es recomendable formar equipo de trabajo con el marido?
–Nosotros nos conocimos trabajando, y hasta el momento hemos logrado escindir las actividades: hay momentos en que somos sólo compañeros de trabajo. En otros, nos podemos gritar, insultar, tirar los platos a la cabeza. Pero cuando estamos trabajando somos bien profesionales. Además, tenemos puntos de vista muy similares, nos gustan las mismas cosas. Y no se nos juega el ego. Yo tengo muy claro que la película es del director y no pretendo modificar esa circunstancia. Es más: sé perfectamente y le agradezco el que me dé muchísimo más margen que el que tiene el 95 por ciento de los guionistas. Que no van al set, que no opinan. Yo tengo ese margen y sé que Rip me respeta muchísimo profesionalmente. Lo horrible, lo espantoso es que cuando nos viene la angustia por algún proyecto que se cae, nos sucede a los dos al mismo tiempo. Nos azuzamos las neurosis hasta que reaccionamos. Porque arrastramos la cobija juntos. Podemos disentir y discutir muchos, pero a partir de sus razones y las mías.

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