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Estar en línea

Las líneas telefónicas de encuentros convocan a hombres y mujeres de todas las edades, pero prenden más pasada la frontera de los 30. Gente que prueba este tipo de contacto, en el que está claro de antemano que quien está del otro lado de la línea padece el mismo mal que el que escucha: soledad.

Por Marta Dillon

Ahora mismo, sea la hora que sea, hay gente que lo está haciendo. Gente que, refugiada detrás del teléfono, digita una y otra vez los mismos números para operar un sistema que le devuelve voces, voces desconocidas que andan a la pesca de alguien más. Y puede ser que en esa búsqueda, habiendo llamado dos personas al mismo número telefónico, el encuentro se produzca y lo que parecía la revisión de un catálogo de gente que como si estuviera en oferta se ofrece con pelos y señales, se convierta en una charla íntima entre dos que hasta un instante antes eran desconocidos. Y la intimidad crece sin más. Porque aunque se mientan, se digan los dos que son bellos e inteligentes, sensibles y con buenas intenciones, detrás de esos anzuelos, hay una verdad incontrastable: llamaron a una línea de encuentros y ese solo dato habla de un estar a la deriva, tirando manotazos de ahogado hasta que llegue ese o esa que tire una soga para no dejarse llevar por la corriente de la soledad.
“Soñé que estaba sola, que nadie me cuidaba, soñé que el mar se secaba y que no había estrellas ni sol, pero me desperté tranquila cuando me di cuenta de que estabas ahí, esperándome”. Después de mucho ensayar Mariela dio con el mensaje que quería para su presentación, “un mensaje optimista y soñador, como yo”, dice. Asegura que tiene “buena presencia”, menos de 30 y muy buena onda. Porque la buena onda, dicen los que saben, es lo único que tiene rating. Y así lo repiten las grabaciones que guían a los que por primera vez discan esos números que funcionan como una caja de Pandora, abierta para el placer y el desencanto. Porque, por supuesto, no todo lo que reluce es oro y no es la edad lo único que se enmascara. Aunque ya habrá tiempo para sincerarse. Lo primero es convocar, atraer hacia la casilla de mensajes a esas almas en pena que buscan su par. O a esos cuerpos aburridos que navegan por la línea siguiendo los vientos de las aventuras sexuales. Para todos hay candidatos. Pero antes de lanzarse en busca de esos avisos que clasificados o no prometen las delicias de este sistema de encuentros, es necesario realizar una advertencia: crea adicción. Y a pesar de que no se trata de las famosas 0-600, la cuenta del teléfono puede deparar sorpresas después de que alguna tarde de lluvia, o una madrugada de insomnio, se haya decidido recorrer esa galería de personajes que propone escuchar las presentaciones de la gente “de la línea”, como se llaman a sí mismos los experimentados.
Ana siente que pertenece a la línea. Desde abril de este año llama día por medio para revisar sus mensajes o para hablar con quien desee hacerlo con ella. Desde entonces ha tenido por lo menos 30 encuentros con hombres acordes a su búsqueda, es decir entre 40 y 50. “Al principio tenía muchos prejuicios, el primer mensaje que dejé decía exactamente eso, que nunca me había imaginado que una mujer como yo estuviera haciendo eso. Y me contestaron”. Una mujer como Ana quiere decir una intelectual con pasado militante, casa propia en Belgrano y diez años de separada sin pareja estable desde entonces. Con 46, una hija y un trabajo sedentario que realiza en su casa los años se le fueron pasando y las posibilidades de encuentros, de esos mágicos como los que uno sueña para que florezca el amor, se fueron debilitando hasta convertirse en raquíticos pasajes sinsalida. Por eso cuando un amigo, tímido y retraído, llegó de visita con una hermosa mujer por compañera a quien había conocido en la línea, se le prendió la lucecita de la curiosidad. Y llamó. Siguió el procedimiento habitual, grabar la presentación, acotar su búsqueda para no perderse en el mar de ofertas –hombres que buscan mujeres, mujeres que buscan hombres, hombres que buscan hombres, mujeres que buscan mujeres, parejas que buscan terceros u otras parejas, casados que buscan amantes, etc., etc., si es posible imaginar algún etc. más– y esperar que su presentación sea aceptada antes de lanzarla a rodar entre otras miles que esperan ser escuchadas y recibir respuesta.
“Escuchamos cada presentación porque no todas pueden circular. No es que haya palabras prohibidas o búsquedas prohibidas. Pero lo que no queremos es mensajes ofensivos. No nos gusta que se trate de potras a las mujeres ni que haya ningún tipo de discriminación, ni religiosa, ni ideológica ni de identidad sexual”, cuenta Marcelo Iribarren, responsable de Bayres Planet, una de las cinco propuestas que hay en el mercado de líneas de encuentros. Marcelo, que empezó en el negocio con dos socios más que se dedicaban antes al montaje de sistemas informáticos, pasa horas escuchando las propuestas de la gente y ya fantasea con reunirlos a todos en una gran fiesta de máscaras. “Tiene que ser así porque el gancho de esto es en gran parte el anonimato”, dice y duda de que sus buenas intenciones lleguen a buen término. En definitiva, la gente llama a la línea para hacer lo que no se anima en cualquier fiesta, como si el teléfono fuera suficiente para mediar entre ellos y su miedo. Como dice Mariela, de jóvenes 30, profesional aunque no confiese en qué área, “ni en la calle, ni en un bar, ni siquiera en un boliche me da para hablar con desconocidos. Los que están en la línea están por algo y eso ya los hace más amigables”.
Rescate emotivo
“Mujer con temor a la oscuridad busca hombre luminoso”, fue el mensaje que contestó quien se hizo llamar “Lumilagro”. “El tesoro no es del que lo entierra sino del que lo encuentra. Apurate, me estoy asfixiando”, grabó Raúl “el despechado”, con la esperanza de encontrar consuelo en algún abrazo. “Este es un mensaje para toda la humanidad. Estoy harta de pasar los domingos encerrada comiendo con el inalámbrico. Busco a alguien que me acompañe a andar en bicicleta”. “Queridos amigos, me retiro de la línea, gracias por los maravillosos momentos que me hicieron pasar, pero por fin el hombre que amo se separó de su mujer”. “Anabella, volvé que te juro que ya me separé”. Recorrer las presentaciones depara estas y otras sorpresas. Algunos son mensajes desesperados. Otros tiran al mar de la línea botellas con mensajes cifrados para que alguien la recoja. Otros lanzan su dardo a quienes saben que están siempre dando vueltas en ese espacio virtual que se puebla con más de 3 mil llamados diarios. El mensaje, el tono de voz con que se lo graba, una risita o un jadeo, pueden ser la clave para dar con lo que uno o una está buscando. Pero primero hay que saber qué es lo que se quiere y son muchos los que dicen que ésa es la parte más difícil.
“Conocer gente a través de la línea es lo contrario a la seducción tal como la conocíamos hasta ahora. No hay gestos, ni miradas, sólo la escucha, escucharte a vos misma para saber qué querés y a los demás para ver si detrás del artificio de una voz en el teléfono hay alguien por lo menos inteligente, que es lo que yo busco”, dice Ana, que con el tiempo fue dejando de lado algunos prejuicios y terminó enamorada de un hombre casado, “uno que habría elegido si lo hubiera conocido en otro lugar”. Pero lo conoció allí, en donde los casados y casadas son franca mayoría, según dicen los habitués y organizadores como Iribarren que los sitúan en la franja de edad que va desde los 35 hasta los 50.
Ximena es quien pidió compañía para los domingos. Tiene 38, es separada sin hijos. El teléfono siempre fue una compañía para ella, vive “colgada del cable” aunque su aparato sea, justamente, inalámbrico. Dice que nadie contestó a su pedido, pero por un error de apreciación. Como se trataba deuna búsqueda poco convencional, la situaron en el catálogo de “varios”, junto con sadomasoquistas, swingers, gente que sólo quiere sexo telefónico u organizadores de orgías. Entre ellos, su invitación era la más rara de todas y más de uno le dejó mensajes pidiendo que aclare de qué se trata lo de “andar en bicicleta”, como si estuviera hablando de alguna nueva disciplina del deporte sexual. Así fue que decidió volver al catálogo de mujeres que buscan hombres y bajar la apuesta. Ahora pide un clásico entre clásicos: “gente con buena onda y ganas de pasarlo bien”.
“Soy un poco pirata y ésta es mi piratería de fin de siglo”, dice Ana quien jamás confesaría a sus amigos lo que hace a solas con el teléfono. Estar sola, necesitar a alguien, se parece bastante a confesar una derrota, una más para Ana que siente que ha sido derrotada mil veces. “Siempre estuve en el margen, por mi profesión, por mi militancia y ahora este espacio clandestino me consuela. No me quedo más sola porque, sea la hora que sea, siempre hay alguien en la línea con quien se puede hablar. Y de última nos pasan las mismas cosas”.
El club de
los jadeadores
Con el tiempo las largas instrucciones que enseñan a operar la línea de encuentros se automatizan. Quien entra en la línea maneja los diez dígitos como los niños a sus comandos de videojuegos. Y sabe que, una vez que se conectó, su presentación puede ser escuchada por cualquier otro que esté conectado en el mismo momento. Entonces puede llegar al tubo ese bolero que Luis Miguel terminó de popularizar “No sé tu”... para anunciar que alguien nos quiere hablar. Y así todo es posible. Antes de atender el requerimiento de quien desea comunicarse directamente se puede escuchar su mensaje o su presentación y con otra tecla quedar frente a frente. O línea a línea. “Algunas madrugadas me engancho con los jadeadores, son una banda y es mejor que ver una porno”, dice Mariela, aunque eso no es lo que quiere, es sólo para casos de emergencia. Sin embargo los jadeadores son una banda bien nutrida y suelen llevarse el chasco de creer que entran en una hot line con chicas bien preparadas para subirles la temperatura. De hecho la mayoría de las presentaciones, por lo menos la primera de ellas, se caracterizan por voces que parecen ronronear en el oído delatando el primer tic de lo que se conoce por seducción. Para la gente “de la línea”, los jadeadores son una raza, como los casados, un poco molesta porque secan de inmediato cualquier esperanza de fines serios o al menos de encuentros serios. Pero, a juzgar por lo que dice Mariela, son un mal necesario. Y como la mayoría son hombres corre por su cuenta el gasto extra. Las mujeres que buscan hombres son las únicas invitadas en este sistema de encuentros, el resto de la fauna debe comprar unas tarjetas que se venden en quioscos y locutorios para poder acceder a este río revuelto en el que algunos pescadores terminan pescados como en el caso de ese señor que desde hace días clama por Anabella.
Aunque tanto del lado de la organización como del consumo de la línea no se han registrado experiencias demasiado traumáticas para quienes se enrolaron en estos vínculos, todos van preparados al primer encuentro cara a cara. La mayoría lleva su celular y a media hora de la cita éste suena. En caso de emergencia –que la persona que está enfrente no se parezca en nada a las fantasías–, ese llamado será el salvador y al cortar el des interesado/a huirá cual Flash Gordon. Pequeñas triquiñuelas que los habitués van perfeccionando de la misma manera que perfeccionan su mensaje de presentación como quien prueba distintas redes que, arrojadas mil veces al mar, traen cada tanto ese alimento que calma el hambre de la soledad.

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