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las hay

Miedo al abandono, a la falta de amor o de trabajo, a la enfermedad. Son los motivos más frecuentes que llevan a la gente a sentarse delante de una bruja, blanca o negra, para encomendarle que desate los nudos del propio bienestar. Si la energía que emana de cada cual puede encausarse para generar lo bueno, queda a criterio personal. Lo cierto es que ellas, las brujas, en estos días tienen trabajo.

Por Marta Dillon

 

Alta magia Vudú. Tenga a quien quiera a sus pies. Haga desaparecer a sus enemigos”. La señora Luisa no ahorra promesas a la hora de publicar ese aviso en los clasificados, pero consigue lo que quiere. Ese aviso se destaca entre la centena que se publican todos los días, tal vez porque no habla de amarres ni destrabes, no augura uniones para siempre ni ofrece felicidad o dinero. Luisa apuesta a más y su voz en el teléfono parece correr por los cables como la panza de una serpiente sobre tierra musgosa. Susurra y sostiene el misterio, no puede adelantar nada, las cosas importantes se hablan personalmente y pasa a dar una complicada explicación llena de referencias y líneas de colectivos para llegar a su encuentro. ¿A dónde irán los enemigos cuando desaparecen? Pregunta difícil si las hay, más teniendo en cuenta nuestro pasado reciente. Luisa sonríe y mueve la cabeza como esos perritos que se mecen en las guanteras de algunos taxis. Ha memorizado el nombre de la entrevistada y lo repite para que quede claro que sabe con quién está tratando. “Ahora vamos a tener que subir tres pisos por la escalera”, anuncia con afán didáctico desde la puerta de un destartalado edificio. “Es un pequeño esfuerzo, nada más”, dice y resopla desde el segundo escalón, no se sabe si para darse aliento a ella misma o a la consultante. Una mezcla de olor a humedad y gamexane penetra en el ánimo como una mala noticia, dos cadáveres de cucaracha estiran sus patitas al cielorraso. El miedo se mezcla como un tercer aroma. ¿Y si es verdad? ¿Y si Luisa es una bruja mala que descubre a la cronista enmascarada? Siempre es un riesgo actuar de doble agente.
Cuando abre la puerta, se levantan por la corriente las pesadas cortinas violetas y opacas. El ambiente está en penumbras, todo es violeta, todo menos ese bulto que de pronto se yergue desde el único sofá de la sala: la cabeza rapada, un vaho a cerveza rancia y a tabaco y una frase que Luisa intenta tapar metiendo a la cronista rápidamente en su consultorio. “Bruja de mierda, nunca me dejás dormir en paz”, dice la voz en el pasillo y ella explica: “Es mi hijo que trabaja de noche, pero no nos va a molestar”.
Ya en el consultorio –un ambiente diminuto en el que apenas entra la mesa con su tapete de toalla y dos sillas de plástico–, Luisa acomoda su túnica brasilera, seca de su piel blanquísima la transpiración con algo que parece un repasador y anota el nombre completo de la consultante. “Qué año terrible, Marta, pobrecita, cómo has sufrido”. Bueno, no era para tanto. “Y sí, una no quiere decir lo que sufre, pero veo que no has tenido trabajo”. Sí, trabajo tuve. “Claro, me imagino. Tuviste trabajo, pero no lo pudiste cobrar todavía”. No, no era ése el problema. Luisa no se da por vencida, pide la fecha de nacimiento, de ser posible la hora exacta. Ahora puede ver más claro: “Es tu marido, anda con otra”. Lamentablemente soy soltera. “Será tu novio, entonces”. No, Luisa, no me trajo hasta acá un problema de amor, sólo quiero que no me reduzcan el sueldo. Aclarado el entuerto, Luisa es toda sonrisas, ella sabía que algo andaba mal, y recién entonces pone manos a la obra. Saca las cartas del tarot, pide que corte con la mano izquierda y las desparrama sobre el tapete. Toca dos veces la imagen de Jesús y dice que sí, que efectivamente mi jefe planea reducir mis haberes, pero que es posible evitarlo, si no el 2000 será peor que 1999, porque después de la reducción viene el despido o el cierre de la empresa. Sólo necesita algunos datos. Y algunas cosas. Cuenta que está haciendo ese mismo trabajo para otras chicas con muy buenos resultados y se entusiasma, la cabeza se mueve como si el taxi fuera por un camino de ripio. Necesita algo personal de mi jefe, algo muy personal y hace una sugerencia: “Cuando cuelgue su saco, podés ir con un cepillito y recoger en una cajita lo que se suelta sobre los hombros”. ¿Caspa? ¿Pelos? ¿Y si mi jefe es pelado? Luisa sabe que no es así porque lo vio en las cartas y nada se consigue sin sacrificio. Es el precio para “dominarlo”, el precio simbólico, porque el contante y sonante es de módicos 300 pesos. Sincontar los 15 que cobra la consulta y que pueden dejar a la consultante con la espina de la duda clavada en el pecho. Porque ella sabe que él –no importa quién sea– anda con otra, y tarde o temprano hay que abrir los ojos a la realidad. Mejor que sea temprano, así ella puede actuar. Dice que hace trabajos con muñecos, muy fuertes, para dominar la voluntad. No importa si su interlocutora es soltera y sin compromiso, tal vez se trate de alguien que simplemente le gusta y con quien nunca pasará nada porque “la otra” sí hace trabajos sobre él, y el pobrecito, pronto, tendrá problemas sexuales con cualquiera que no sea “la otra”, hasta es posible que le cambie el color de la piel. Claro, los trabajos de amor son caros. Pero nunca tanto si se trata de pelear “por lo que uno quiere”. ¿Qué son 400 pesos si a cambio nos ofrecen amor eterno? O al menos que él cumpla nuestra voluntad y no la suya, que ya es algo.
El miedo, ésa es la clave sobre la que trabajan la mayoría de las brujas que se ofrecen en los clasificados. La mayoría mujeres como la tradición lo indica, las 500 mil que murieron en la hoguera entre los siglos XI y XVIII han dejado sus vástagas y tal historia de martirio no hace más que reafirmar que los poderes ocultos existen y que son ellas las que mejor los manejan, aunque se oculte detrás de esta premisa toda una civilización construida sobre el sometimiento de las mujeres y de su sexualidad, que al fin y al cabo, era lo que terminaba de delatar a una bruja. Aunque brujas y brujos hubo siempre, Jeffrey Russell en su Historia de la brujería, cree que lo que se conoció con ese nombre dentro de la cultura occidental tiene su origen en una antigua religión popular en Europa central que rendía culto a la fertilidad y que comenzó a ser perseguida oficialmente a partir del siglo IV, cuando se desarrolló el código Teodosiano en el que se condenaban explícitamente el culto idolátrico y la magia. El arquetipo de la bruja, que atravesó los siglos aun después de que terminara la matanza indiscriminada de mujeres, representa a la mujer malvada, la que goza –en los aquelarres se suponía que se entregaban a feroces orgías en las que participaba el mismo demonio–, la que reniega de su marido abandonándolo por las noches para dedicarse a sus oscuras actividades. Y aunque los cuentos para niños hayan popularizado la imagen de la bruja fea y de nariz ganchuda, en las representaciones de las fiestas paganas sólo se descubren mujeres hermosas, montadas sobre palos –¿falos?– de escoba y entregadas a sus goces. Aunque renegaran de ellas, creer en las brujas y su magia fue un mandato expreso de la Iglesia Católica que se obsesionó en perserguirlas hasta verlas arder en la hoguera. En 1486 dos monjes dominicos publicaron el Malleus Maleficarum –martillo de las brujas–, algo parecido a un manual para inquisidores que vincula la hechicería campesina con una conspiración diabólica para aplastar a la Iglesia. Y por supuesto pone especial énfasis en los trastornos sexuales que pueden sufrir las víctimas de brujería: “Cuando un miembro en modo alguno se agita y jamás puede ejecutar el acto del coito, es señal de frigidez de la naturaleza. Pero cuando se agita y pese a ello no puede ponerse erecto, es señal de brujería”. Cualquier parecido con las fatídicas predicciones de Luisa no de ningún modo una casualidad.

Gualicho al paso

Sería inútil decir otra vez que el pensamiento mágico florece en la época de la derrota de los grandes relatos, porque no arroja ninguna luz sobre el sostenido auge de las brujas –y brujos que también los hay y suelen ser más pintorescos todavía que ellas, ataviados como sus ancestros indígenas o cubiertos de túnicas blancas– que viene llamando la atención de los medios de comunicación desde hace diez años por lo menos. Tal vez este interés tenga algún anclaje en la era menemista que no tuvo a un López Rega entre sus colaboradores, pero, al decir de la periodista Viviana Gorbato, llegó a tener un “gabinete del más allá” que integraron entre otras Aschira, Lilly Süllos y la fiel Ilda Evelia, su bruja particular, la única que en los 60 le prometió que sería presidente. DeMenem para abajo, son pocos los políticos que puedan decir de esa agua no he bebido.
Lo cierto es que las brujas abundan y es más probable que sea la creatividad para capear la crisis lo que las multiplica como hongos después de una tormenta. Y recorrer sus consultorios puede deparar experiencias increíbles. “Venga, siéntese, no se sienta avergonzada, acá todas están por lo mismo”. La recepcionista hace un lugar para que siente la cronista en una sala de espera abarrotada. Las mujeres que están allí evitan mirarse. Una teje. Otra llora. Otra más le pide a su hija que cambie esa cara de velorio que ahora todo se va a resolver. Susana, la vidente, no da turnos y enclavada en pleno Once se dedica a cobrar diez pesos la consulta a cualquiera que descubra su reducto. En este consultorio no hay hombres, y cuando aparecen los hacen esperar afuera. Todo lo que se debate en ese consultorio son las relaciones entre ellos y ellas y es mejor mantenerlos separados por lo menos hasta que termine la consulta, aunque no se trate de una agencia matrimonial ni haya tampoco ningún vínculo deseado entre los presentes. Susana es expeditiva. Tira cartas españolas y rápidamente sentencia: “Qué mal que está este hombre, está muy mal”, y bosteza y bosteza hasta las lágrimas, señal de que está captando las malas ondas que le llegan al posible hombre de los sueños de esta cronista, supuesto carpintero al que ella ve entrar y salir de su taller, “hay pastito en la puerta ¿no?, trabaja en su casa, pero nunca se queda quieto, se ve que es muy mujeriego, se ve que por eso le hicieron el trabajo, aunque también te lo hicieron a vos, porque él te quiere y las demás te envidian”. Susana pide el nombre de las amantes, o por lo menos de las mujeres que él conoce, seguro que alguna lo es. Si el espanto permite seguir hablando a la consultante que a esta altura empieza a pensar cuánto habrá de verdad en tan terribles predicciones, Susana la tranquilizará con sus poderes y con una fórmula sencilla, pero eficaz que se usa desde los tiempos de la colonia en el norte del país. Claro que para conocerla hay que desembolsar diez pesos más. Entonces Susana cuenta su secreto: “Cuando tengas la próxima menstruación, usá paños de tela y ponelos a secar al sol, con el polvito que quede de la sangre seca lo ponés en caramelos o en el café y será tuyo para siempre”. Esta cronista todavía no se animó a intentarlo.

Bruja blanca

Todas las brujas –o videntes o tarotistas o como se las quiera llamar– manifiestan en su cuerpo lo que perciben en el ambiente. Selva, una estudiante de derecho que en un momento de desesperación llamó a una señora que le habían recomendado, puede dar fe de esas manifestaciones. “Ni bien entró en mi casa, la mujer empezó a eructar. Con tanta violencia que lo único que se me ocurrió fue ofrecerle una lechita, un poco de bicarbonato. Pero ella decía que estaba liberando toda la carga que había en la casa”. De todas maneras la impresión de Selva fue tal que no quiso seguir adelante con la “limpia”, temió que en cualquier momento se reeditara alguna de las míticas escenas de El exorcista.
Pero, aunque sea un lugar común, es cierto que las hay. Y si no creer o reventar. Mabel es una de esas mujeres que siente que ha sido tocada con el don de la percepción aunque durante más de la mitad de su vida lo haya negado por puro prejuicio. “Yo pensaba que todo el mundo se daba cuenta de lo mismo que yo cuando veía a alguien. Es como que podía descubrir las intenciones, los sentimientos de los otros. Mi mamá me enseñó a tirar las cartas españolas cuando tenía 12, pero nunca las usé, salvo con alguna amiga, no me gustaba que me asociaran con la brujería. Para mí no las necesito porque me doy cuenta sola de lo que va a pasar o de cómo se van dando las cosas. Recién cuando tuve una crisis de identidad muy profunda, a los 35 años, me di cuenta de que tenía que ser coherente con lo que soy y empecé a trabajar con el tarot”. Mabel lee las cartas, pero dice que su trabajo es sobre todo con la energía. “Todo es una cuestión de equilibrio,de armonía energética y de desapegarse un poco de las cosas concretas para que pueda aflorar el verdadero ser, el ser espiritual. Lo que yo intento es que la gente se dé cuenta de que todas las soluciones están en sus manos, yo puedo ayudar o puedo guiar según lo que veo, pero se trata de que la persona afirme su autoestima y se dé cuenta de que los problemas no son cosas que le pasan sino que se generan. Todos armamos nuestro propio destino y también podemos modificarlo”. Sin embargo Mabel cree en los “trabajos”, esos armados oscuros que apelan a la magia para torcer los caminos de alguien más. Sabe que hay gente que los hace y que pueden ir desde los famosos muñecos que se pinchan con alfileres hasta hacer un nudo en una soga y ponerlo bajo la cama para generar impotencia. “Los trabajos existen y se pueden desarmar, pero todo depende de cómo esté la persona, permanentemente estamos intercambiando energías y los celos, la envidia, el ansia de poder nos debilitan o nos quitan la energía positiva. Sobre todo si la persona padece miedos, el miedo es un gran debilitador. Para mí –dice Mabel– no existe el demonio; los hombres y las mujeres tenemos el libre albedrío; la energía es una, pero hay quien la utiliza bien y quien la utiliza para mal. Pero el mal sólo triunfa cuando no tenemos fe, cuando tenemos miedo”.


on line
Cualquier persona con acceso a Internet puede hoy convertirse en bruja con sólo seguir los siete pasos que se indican en la home page de Wicca, una religión pagana que se extendió en Estados Unidos –sobre todo en California y Nueva Inglaterra– y que considera que “nuestros días sagrados son los ciclos de la naturaleza; la tierra es nuestro templo, las plantas y las criaturas, nuestros compañeros y maestros. Adoramos a un dios que es hombre y mujer y aceptamos el carácter sagrado de toda la creación”. Los seguidores de esta religión moderna, basada en los ritos de las comunidades indígenas de esa zona, festejan el sabbat igual que las temidas brujas de la Edad Media y no temen poner símbolos como el de la mítica escoba voladora aunque su estética esté más ligada a la mitología celta que a las brujas de Walt Disney. Créase o no, la fundadora de esta secta –y gran parte de sus seguidoras– vive en ¡Salem!, ese lugar en el que 19 personas fueron ejecutadas acusadas de brujería merced a la crisis histérica de un grupo de adolescentes despechadas. Aquel juicio de Salem que terminó con la horca se hizo célebre y se asoció con el anticomunismo desplegado en Estados Unidos en la década del 50, instalando esa frase que no necesita ser explicada cuando se la utiliza en ámbitos políticos: la caza de brujas. La ¿casualidad? terminaría allí de no ser porque el año pasado, en el mismo Salem, volvieron las amenazas sobre las modernas brujas de Wicca cuando, durante la campaña electoral, el gobernador saliente, Paul Cellucci, intentó ridiculizar a su adversario con un spot en el que lo acusaba de proteger a las magas. Fue entonces cuando la “Liga de brujas para la conciencia pública”, un grupo que nuclea a las brujas feministas comenzó una campaña para limpiar su buena imagen. “Las brujas somos gente de verdad, médicas, maestras, abogadas, madres. Y algo muy importante, somos votantes”, dijo entonces una de sus líderes, Cheril Masson, aunque no evitó hacer amenazas que comprometan al más allá ya que las Wicca creen profundamente en la ley de tres, que dice que todo lo malo o lo bueno que uno produce con su magia vuelve al mago multiplicado por tres.
El caso de Salem no fue el único en que estas mujeres fueron perseguidas. A principios de este año, una alumna de Baltimore fue sancionada por “hechizar a una compañera”, aunque la única prueba de esto fue ¡la crisis histérica de la supuesta víctima! Lo que hace suponer que ese martillo que en 1400 golpeaba sobre la magia aún proyecta su sombra sobre las cabezas de esas mujeres dedicadas a los ritos paganos. ¿Será en venganza que las brujas locales someten a tan descabellados tormentos a quienes las consultan?