Principal RADAR NO Turismo Libros Futuro CASH Stira
 

cornisas del corazón

María Volonté canta en el Tortoni un repertorio ecléctico que la acerca y la aleja del tango, la música que sin embargo sigue siendo su eje, el género al que ella considera “el gran pretexto” para contar, cantando, momentos culminantes de grandes pasiones. Volonté eligió un estilo de carrera artística de perfil poco mediático y mucho boca a boca.

Por moira soto

La sala Alfonsina Storni del Café Tortoni es su segunda patria, una extensión de su hogar, el lugar al que quiere volver todos los jueves a las 21, desde hace cuatro años, y donde la esperan devotos seguidores que se han ido multiplicando, casi secretamente, con el correr del tiempo. Allí, María Volonté canta el tango con voz grave y profunda o ligera y juguetona según las circunstancias de las diversas letras de tangos y milongas, pero también canta el bolero, la zamba, “La vie en rose” o “Compuesta y sin novio”. Y en cada verso pone su corazón apasionado de una sola pieza y su depurada calidad profesional. Un estilo que la define adonde vaya, incluidas sus incursiones fuera del país: en junio de este año, por ejemplo, estuvo en una sala de la Opera de Munich interpretando María de Buenos Aires, de Piazzolla-Ferrer, bajo la dirección musical de Gerardo Gandini.
En la entrevista con Las/l2, María Volonté defiende a muerte su eclecticismo (en el CD conviven “El Choclo” y “La flor de la canela”, “Nostalgias” y “C’est si bon”, sus propios temas como la chacarera “Sauce grande” o la canción “Parte del juego”), y muestra la hilacha de cinéfila de estos tiempos cuando declara que los tangos “como criaturas abandonadas” de Malena le sugieren imágenes de David Cronenberg.
—¿Por qué eligió grabar en vivo Cornisas del corazón, sin las garantías de un estudio?
–Lo hicimos así porque es muy difícil de capturar, en una grabación de estudio, ese placer tan especial de hacer música en vivo, sintiendo que el disfrute de público y músicos es mutuo. Para mí no tiene comparación: hay algo del instante que pasa y es irrepetible en esas situaciones de comunión con la gente. Eso es genial, eso es la vida, ¿no?
Aunque las letras de algunos temas cuya música compuso son de Jorge Taboada, es evidente que reflejan sus puntos de vista e intereses. Por ejemplo, el que remite al avance a todo trapo de las lolitas...
–Es que es todo un tema esa compulsión que se ejerce sobre las mujeres para que nieguen el paso del tiempo. A mí cada tanto últimamente me da como un ataque cuando miro a las de mi edad o más grandes sufriendo esa tensión continua. Me dan ganas de decir: entreguémonos a la paulatina destrucción de todo aquello que lleva tanto esfuerzo conservar. Se intenta detener una imagen y finalmente eso que se quiere capturar es inasible, entonces lo que se logra a menudo es un efecto grotesco. Eso que se quiere atrapar con tanta desesperación suele ser algo que ya se perdió, que perteneció a otra etapa. Yo siento que cualquier intento de reproducirmomentos hacia atrás termina siendo un fracaso, aunque reconozco que la presión es terrible y es difícil sustraerse... ¿No será mejor que todo siga su curso, naufrague y se transforme en otra cosa más interesante que las caras en serie marcadas por la ansiedad de representar menos edad de la que se tiene? Yo me quedo con Jeanne Moreau, Indra Devi, Susan Sarandon.
Lolitas a tomar
la sopa

Lo que Taboada y usted proponen abiertamente es “Basta de jardín de infantes”, reivindiquemos a las mujeres adultas.
–Sí, en un tren simple, cómico, directo, casi de vodevil. Seguramente se podrán hacer millones de cosas más profundas conceptualmente o más sofisticadas musicalmente, pero me pareció muy contundente plantearlo así, al grano y con humor. Por otra parte, creo que los medios, en su glorificación de las lolitas, no reflejan la verdad de la situación: por supuesto, la cosa lolitesca funciona a nivel del inconsciente masculino, seguro; si no Nabokov no le habría dedicado una novela genial al tema. Pero finalmente las mujeres de más de treinta, con cierta madurez y hondura, son las que despiertan -.y son capaces de sostener– las pasiones más fuertes. Porque, honestamente ¿cuántos tipos hay saliendo en serio con lolitas y manteniendo con ellas relaciones interesantes, intensas, con algún futuro? Me gustó mucho la idea de mezclar el tango con cosas de la vida actual, y lo mismo me pasó con Cornisas del corazón.
—De todos modos, ¿los grandes clásicos del tango, de los que no se priva en el CD, mantienen vigencia poética y emocional?
–Pero claro, y remiten no sólo a los argentinos: son universales como esas grandes canciones sin fronteras, como “Las hojas muertas”, algún fado portugués... Pasarán más de mil años, muchos más y seguirán siendo temas perfectos en letra y música. Es cierto que resulta difícil conectar a la gente muy joven con esas vivencias, con ciertos códigos del tango clásico. Incluso, acaso cierta comprensión cabal de algunos tangos atravesados de dolor, teñidos de escepticismo, cargados de sabiduría, tenga que ver con haber conocido ciertos infiernos en tu vida. Cosas que difícilmente te puedan emocionar a fondo si no has vivido, amado, sufrido, abandonado, perdido... Por suerte, puedo decirte que en el Tortoni he visto a chicos de acá y de afuera con la sensibilidad abierta y entrenada como para pescar muchas cosas del tango.
–Aunque su repertorio es muy amplio y hasta canta en idiomas, ¿el tango sigue siendo el eje?
–El tango es como un hilo sobre el cual voy engarzando otras músicas que amo. El tango es el gran pretexto, pero para mí significa mucho traer al escenario y al disco a Amalia Rodrigues o a Miguel de Molina o a Chabuca Granda. Y encuentro mucha gente, quizá no tanta como desearía, capaz de compartir estos gustos míos.

La promo bien
entendida

—¿Se ha replegado de la TV abierta y los medios masivos por propia decisión o simplemente no le dan espacio?
–No busco promoción a cualquier costo ni estoy en la farándula, es verdad. En general, las invitaciones más interesantes parten de algunos canales de cable. En los de aire hay poco espacio para hacer las cosas bien. Hace año y medio estuve en el programa de Mirtha Legrand y reconozco que tuve la suerte de poder decir lo mío, siempre dentro de los límites y las características del programa. Pudimos cuidar el sonido, estuvo bien filmada la actuación, íbamos con la idea de hacer una canción y fueron dos... Pero lo habitual son pequeños huecos de medio minuto donde tenés que condensar reportaje, música, letra... Situaciones que van en contra de las condiciones mínimas que requiere una expresión artística. Y siencendés la radio, ¿cuántas oportunidades tenés de escuchar a la Negra Sosa o a Liliana Herrero, por nombrarte a dos grandes? Por eso valoro tanto lo del Tortoni, el apoyo y la libertad totales que tengo allí, algo que la gente aprecia y recomienda. Así nos sostenemos sin la tele, salvo aquel programa de Mirtha o algún toque en el cable.

La calle de
la liberación

—¿Desde chica supo que lo suyo era cantar arriba del escenario?
–Yo recibí un doble mensaje que por un lado me dio alas, y por otro me las recortó y me hizo perder bastante tiempo. Papá tenía ya tres hijas cuando se casó con mamá, y me llevaba 50 años, que en ese entonces era una gran diferencia. El, por un lado, me pasó todo el entusiasmo por distintas expresiones artísticas: la máscara, el disfraz, el teatro de sombras, la pintura (papá era muy buen dibujante), la guitarra, el canto... Pero además de ser un artista, papá era un señor de su época con los prejuicios correspondientes. Escuché la famosa frase: “pero si son todas putas, m’hija, cómo te vas a meter en ese ambiente”. Viví la contradicción de hacer feliz toda esa actividad pero con la íntima convicción de que no podía volverme una profesional.
–¿Su casamiento levantó esas barreras?
–Ahí se produjo el gran cambio porque Timo (Zorraquín), aunque tenía bastante de lo de papá, ya era otra generación, en otra historia. Mucho más lanzado, había hecho cine, vivía del periodismo. Apenas detecto esta inclinación mía, me dijo: Es absolutamente imposible que te niegues a desarrollar esto. De entrada sentí una especie de pánico: de pronto me tenía que hacer cargo, sin excusas. Y empezamos a desarrollar movidas en el under, a cantar en las plazas. Se abrió una compuerta y algo de lo que estaba sembrado empezó a florecer.
–Después de la liberación, ¿lo primero fue el tango?
–El tango estaba desde siempre, porque a pesar de que mi generación lo miraba con cierta recelo, el tango era lo que sonaba en las casas junto a otras canciones populares. Pero en los ‘60 cayó un velo vergonzante sobre él. Aunque lo tenían tan adentro como al “Arroz con leche”, se lo miraba como a lo antiguo, lo reaccionario, lo aburrido. Para mí, el tango era como levantarme a la mañana y tomar mate. Al comienzo nos dimos el gusto de hacer lo que se nos cantó: rock, música latinoamericana... Pero sucedía que en cualquier situación musical en que encaraba el tango se prendía una luz distinta, una emoción que no se podía negar pasaba por mi cuerpo, por la gente que escuchaba. Fue toda una recuperación, sin renegar de la experimentación: a mí me encanta haber hecho rock and roll sobre el escenario porque me enriqueció en relación a otras músicas. Cuando me largo como solista a mediados de los ‘80, el tango apareció como una verdad clara y firme, pero al mismo tiempo supe que no había motivos para renunciar a géneros como el folklore. Si yo empecé de chica cantando con fervor la “Zamba para no morir”, si ahí agarré por primera vez la viola...
–Su marido, aparte de abrirle la puerta para ir a cantar, había tomado como una misión impulsar su carrera...
–Sí, fue una suerte extraordinaria para mí. Pero debo ser justa y decir que esa actitud de despertar talentos la tuvo con mucha otra gente. Seguramente, yo fui la más privilegiada por ser su mujer. A mí me sirvió tanto todo lo que él hizo por mí que cuando me quedé sola y pude haber perdido el rumbo completamente, siempre me alumbró la idea de seguir por un camino que sabía verdadero.
—¿Los tangueros aceptan bien su eclecticismo?
–En general, sí. Mirá, hay una mujer que a mí me encanta cómo canta y que, aunque la conozco poco, me cae muy bien: Liliana Herrero. Ella también se permite un cierto eclecticismo. Me emociona mucho escucharla.En el otro extremo, me conmueve Nelly Omar. Por supuesto, hay otras cantantes buenas, lo que pasa con Nelly es que aporta un plus: al escucharla en vivo, es maravillosa esa cosa tan límpida, esa elegancia natural, del campo, sin rebuscamientos. Es como agüita fresca del arroyo que baja por la montaña. Liliana, en otro estilo, me trasmite algo profundo y genuino, porque ella es así, con un gran sentido del swing. Cuando la vi la primera vez se lo dije: vos tenés algo que distinguía a esa enorme cantante que se llamó Elis Regina. Me gusta que Liliana haya sacado un disco donde hace un par de tangos. Yo, por mi parte, ya voy por la cuarta versión de “La flor de la canela”, mientras que con mi pianista Horacio Larumbe andamos experimentando con tangos, valses y milongas para piano y voz. Como digo en el CD, no sé hasta dónde llegaremos, pero el viaje es fascinante
.