Roxana vive en la zona del Abasto. Vive allí desde mucho antes de que el Shopping le prestara al barrio esa cara tan cosmopolita que el maquillaje menemista impuso a los centros comerciales. Entre esas calles empedradas jugaron sus nenas con los chicos de los conventillos y las casas tomadas que se esconden detrás de las fachadas antiguas. Hace unos pocos días nos encontramos. Me dijo que estaba preocupada porque no sabía cómo dar una mano a las decenas de chicos que pasan por su casa a tomar la leche y dejan sobre la mesa historias que si se escribieran no parecerían reales. Muchos de esos chiquitos viven con vih y menos de la mitad recibe atención médica. Cómo pensar en el médico si apenas pueden cubrir las necesidades básicas. Algunas mamás trabajan afuera, otras están presas, los papás simplemente no están. Roxana cuenta que le cuesta mucho comunicarse con las familias, hacer algo por los chicos en peligro porque desconfían de la mano que se les tiende, temen que en la otra esté escondido el puñal. Entonces prefieren replegarse, no escuchar, vivir la vida como se presenta, todos son sobrevivientes de alguna cosa, ellos van a sobrevivir al sida y a las persecuciones y los desalojos. Pero por supuesto algunos chicos no resisten. La desnutrición los condena desde la infancia a una vida pobre, las marcas del hambre no se borran con el tiempo. Ella también notó algunas costumbres nuevas en el barrio. La cocaína ya no se aspira como antes, ni siquiera se la meten por las venas. Ahora se usa la lata, algo parecido al crack pero que se obtiene de reducir la merca quemándola con algo de alcohol y vaya a saber qué otro procedimiento. Se fuma en latas de gaseosa y pega más rápido -y más hondo- que si se la esnifa. La lata te deja paulatinamente tarada y es sumamente adictiva. En eso también se parece al crack. Roxana dice que hace poco había logrado un acercamiento con un nene, había hablado con la mamá para que pida ayuda en una fundación para niños con vih. Pero una tarde de bajón la madre dio marcha atrás y la paranoia la llevó a desconfiar de todo. No quería perder a su hijo y temió que detrás de la ayuda viniera el desfalco. A eso están acostumbradas. Roxana vive en la zona del Abasto, acá nomás, detrás del shopping ese que promete alegrías alucinantes para unos pocos chicos. MARTA DILLON |