Los dos son irresistibles. Uno es delicado y cruel, todo un compendio de tics, en especial ese que le lleva el meñique a la boca cada vez que se entusiasma con una idea propia. De pelada brillosa, cicatriz excluyente y cierta tendencia a vestirse de negro, El Dr. Evil -Llámeme Doctor, no cursé seis años en la Universidad Malvada de Medicina por nada- es algo así como una cruza entre el tío Lucas y cualquier villano de las películas de un tal Bond. El mejor retrato -en suma- de la maldad más inofensiva.
El otro es precisamente algo así como la encarnación kistch del espíritu del bueno de James, con todo el elegante nonsense de aquel Flint de James Coburn y la ridiculez del Superagente 86, guiños que el actual 007 de Pierce Brosnan perdió en su camino a Hollywood. Si Bond tiene a su Pussy Galores, por ejemplo, el Agente internacional del misterio Austin Powers combate contra Alotta Fagina. Y ridiculiza y honra al mismo tiempo lo mejor del espíritu de los sesenta, particularmente lo que se ha perdido irremediablemente: tanto la comprometida ingenuidad de Richard Lester y sus films de Los Beatles como la revolución química y sexual que alguna vez supo filmar y explotar Russ Meyer.
Lo dicho: los dos son irresistibles. Y son la misma persona. Mike Myers, un humorista canadiense habituado a las personificaciones más ridículas y con un inquieto espíritu hacia el ridículo. De encarnar a Wayne de El mundo según Wayne, Myers pasó a ser el Austin Powers (y el Dr. Evil) del Austin Powers, casi un agente secreto, el film que con casi dos años de retraso finalmente se estrena el jueves próximo en la alicaída cartelera cinematográfica estival porteña. Tarde pero seguro, como el propio Austin, criatura de los sesenta que debe aprender a sobrevivir en los noventa.
Groovy, Baby.
Una constante en las incontables notas que han salido sobre Myers luego del suceso de su Austin Powers -una de las películas mimadas en los premios MTV del año pasado- es el detalle de que el humorista canadiense no es en realidad canadiense. Hijo de padres británicos, Myers en realidad nació en Liverpool (¡es verdad!), un detalle que explica su obsesión con la cultura británica. Cuando era chico pensaba que mi papá era John Lennon, comentó alguna vez. Es que nadie hablaba como él en Canadá. Tenía demasiado acento.
La obsesión británica de Myers se puede rastrear en su film So I married an axe murderer -que aquí sólo se dio en cable-, en el que descuella su personificación del padre escocés del novio (10 minutos de locura 10 durante la boda). También en sus personajes para Saturday Night Live, el mítico programa de la televisión norteamericana que lo tuvo dentro de su staff entre 1989 y 1994. Además de los ya clásicos personajes de Waynes World, Myers supo encarnar una impagable Reina de Inglaterra, así como un extraño personaje de dentadura terrible que vendía una extraña pasta dentífrica británica (Está hecha totalmente de azúcar, aseguraba). Los británicos son conocidos por sus dientes horribles, recuerda Myers. Los de mi generación no tanto, pero la generación de la Segunda Guerra fue la peor. Es triste pero es verdad: ganaron la guerra pero perdieron los dientes.
La idea que llevó a Myers hasta Austin Powers comenzó, entonces, por esos dientes. Y después descubrí esa forma extraña de hablar que tiene Austin, llena de palabras inventadas, frases en inglés y una soberbia despreocupada, cuenta. Comencé a hablarle así a mi mujer. Hey baby, you wanna swing?, le decía. Y ella se reía. Luego sólo dijo que le parecía gracioso. Y después terminó diciendo que era hora de que lo escribiera. El paso siguiente después de escribir el guión fue enviarlo a ciertas productoras, lo que coincidió con la decisión de salir de circulación por un tiempo. Myers renunció a todo: cobró lo que le correspondía del éxito de la segunda parte de El mundo según Wayne, renunció a SNL y se tomó un año sabático. Pero Austin Powers no se le quitaba de su cabeza. Cuandollegó la luz verde para hacer el film, Myers/Powers ya había armado una banda con la ex Bangles Susanne Hoffs y el guitarrista Matthew Sweet para tocar canciones a-lo-Monkees en el Viper Room de Los Angeles (se llaman Ming Tea y aparecen en la banda de sonido de la película, junto a Edwyn Collins, The Mike Flowers Pop, Burt Bacharach con The Posies y Quincy Jones, con aquella neo-bossa nova que fue la música del corto de Nike sobre el partido de fútbol sin fin con Ronaldo, Crespo, Vieri y cía.). Dijo Myers: Suele ser así: todos los humoristas quieren ser estrellas de rock, y todas las estrellas de rock quieren ser humoristas.
Uno de los mejores momentos de Austin Powers es su comienzo, en el que todo el amor y la pasión y el sentido del ridículo que Myers siente por los sesenta entran en acción cuando su detective dobla una esquina cualquiera del Swinging London y detrás suyo vienen multitudes de chicas locas por él. Austin combate al Dr. Evil entre muy groovies homenajes a Lester, Beatles, Bond y Meyer, pero el vencido Dr. se escapa y criogeniza con su gato Mr. Bigglesworth, en búsqueda de una mejor época. Austin hace lo mismo, dispuesto a luchar con Evil donde y cuando quiera. Treinta años más tarde, los dos despiertan. Pero el mundo ha cambiado demasiado... para ambos. La guerra fría ha terminado, dice el flemático Basil Exposition, encargado de descongelar al agente especial. Muy bien, camaradas, contesta Austin, un tanto confundido. Me alegro que esos cerdos capitalistas hayan tenido lo que se merecían.
Pletórica en bromas ridículas y tontas como cualquier película de Myers, Austin Powers es uno de esos films en los que descuellan las escenas antes que el todo, en los que se prefiere la parodia y fiesta antes que la narración. Algo que, lejos de censurarse, más bien se celebra. Es que sólo así es posible disfrutar de ridículos gags como el de la asesoría familiar, en el que Carrie Fisher encarna a una psicóloga que quiere mediar en el conflicto entre el Dr. Evil y su hijo Scott, que usa una remera de Kurt Cobain y quiere ser veterinario. ¿Un veterinario malvado?, pregunta su padre. Los homenajes y las citas parecen no detenerse nunca, desde los descostillantes pelos en el pecho de Powers (Un homenaje a ese animal llamado Sean Connery, dijo Myers. Me gustaría hacer notar que él y Sasquatch nunca han estado juntos en la misma foto), hasta todos y cada uno de los actores secundarios: Michael York, Robert Wagner y siguen las firmas. Ah, claro, y también está el asunto de la chica sexy de turno: la hermosa Elizabeth Hurley. Una belleza un tanto gélida, es cierto (y si no pregúntenle a Hugh Grant), pero que aquí sabe llevar sus formas muy pero muy bien.
Eso sí: la escena que mejor resume el espíritu lúdico y desquiciado de Austin Powers tal vez sea la que reúne a todos los malvados alrededor de una mesa. El Dr. Evil explica su plan y todos se ríen a carcajadas (malvadas). En cualquier película se corta la escena y ésta sigue, pero no aquí. La cámara queda plantada allí hasta que los actores ya no pueden reírse, hasta que aparecen las miradas sorprendidas, hasta que ya no saben qué hacer. Tal es la marca de fábrica del humor Myers.
Pero esto no termina aquí. Mientras los distribuidores locales se tomaban su tiempo para decidir si estrenaban o no aquí la última locura de Myers, en los Estados Unidos no se quedaron quietos. Dado el carácter de culto que adquirió su nuevo personaje, pusieron manos a la obra para realizar una segunda parte. Que ya está lista: con la bella Heather Graham (la Roller girl de Boogie Nights) en el papel de Elizabeth Hurley, este verano boreal Austin Powers volverá a la pantalla grande con el film The spy who shagged me.
El avance, que ya se está exhibiendo en los cines norteamericanos (y se puede disfrutar en Internet) es prometedor. Con imágenes del Dr. Evil, una voz en off dice: Si usted sólo va a ver una película este verano... veaLa Guerra de las Galaxias. Pero si va a ver dos, acuérdese de Austin Powers.
Será cuestión de esperar que no pasen otros dos años para verla. Pero, como se suele decir en estos casos, eso ya es otra historia.