1.- El tema comienza con unos ruidos extraños. Y sigue así: apenas alguna que otra percusión aquí o allá, el sonido de una radio incapaz de sintonizar estación alguna, y el susurro interminable de una voz tan extraña como el clima creado a su alrededor. ¿Qué está construyendo ahí dentro?, es la pregunta que no deja de escucharse una y otra vez, lo más cercano a un estribillo en un tema que es más bien apenas un monólogo obsesivo muy bien adornado. Que sigue y sigue: Está suscripto a esas revistas, no tiene amigos pero siempre recibe correo, apuesto que ha pasado algún tiempo en la cárcel. Y... ¿qué es esa canción que no deja de silbar? ¿Qué demonios está construyendo ahí adentro? Está ocultando algo del resto de nosotros. Tenemos derecho a saberlo, es el remate elegido por Tom Waits para el final de Whats he building?, el tema más raro de Mule Variations, su nuevo disco. Una canción que parte al medio el álbum y donde, además de encarnar al típico paranoico protofascista de la pesadilla del sueño norteamericano, bien puede estar dándole voz a sus intrigados fans, ansiosos por una desaparición de la escena musical que ya lleva más de un lustro.
Luego de terminar su contrato discográfico con Island en 1993 con la entrega de la banda de sonido de The Black Rider -una obra de teatro para el director Robert Wilson, basada en un texto de William Burroughs, y estrenada en Hamburgo en 1989-, el bueno de Tom hizo mutis por el foro. Su último álbum de estudio había sido el primal y excesivo Bone Machine (1992), que le dio su único Grammy (álbum alternativo). Con el correr de los años, la mención de su nombre acrecentaba cada más la sospecha por el silencio: ¿Qué demonios estaría construyendo Tom Waits ahí adentro de su retiro? Pues bien, la oportunidad llegará antes de fin de siglo: hacia fines de abril, el decimosexto disco de la extensa discografía de Waits verá la luz en todo el mundo, incluyendo la Argentina (ya que el sello responsable de su edición, Epitaph, tiene distribución local vía DBN). Su nombre es Mule Variations, sus canciones son dieciséis, y su corte de difusión -que lleva por título Hold on- es una balada como las mejores de su larga carrera. Que no está sola en un disco cargado de emotividad.
Como si esto fuera poco, lo más interesante es que el management de Waits ha anunciado que su artista saldrá de gira para promover su disco. Con lo que desde Buenos Aires ya han comenzado las gestiones para que, de ser posible, su primer tour en doce años tenga antes de fin de año su escala porteña.
Un cúmulo de buenas noticias que llegan directamente desde la otrora inexpugnable guarida del hombre que siempre está ocultando algo.
2.- La noticia del nuevo contrato discográfico de Tom Waits se confirmó recién a fines del año pasado. Fue entonces cuando se dio a conocer una gacetilla de prensa que confirmaba el vínculo legal entre el crooner y Epitaph, el sello independiente especializado en hardcore, propiedad de Bill Gurewitz, ex baterista de Bad Religion.
Todo el mundo ama a un outsider y, los que no lo hacen o son malas personas o nunca han sido uno de ellos, fue concluyente Gurewitz en su primera declaración oficial. Tom es el santo patrón del heroico perdedor norteamericano y eso es lo que yo amo en él. Y no exagero cuando digo que todos los que están vinculados a Epitaph son sus fans.
Antes de la noticia, lo único que se sabía de Tom Waits eran sus esporádicas apariciones aquí y allá en algún que otro disco homenaje o banda de sonido. De hecho, sus últimos dos temas inéditos antes de este regreso aparecieron en el disco del film Mientras estés conmigo (Dead man walking). Sus apariciones en vivo en la última década fueron aún másescasas: desde la gira Big Time de 1987, Waits sólo se subió a un escenario para dar conciertos benéficos. Aún se recuerda en Los Angeles ese día de hace un par de años atrás en el que Tom decidió tocar para conseguir dinero para la fianza de un amigo encarcelado por un asunto vinculado a las drogas. Las entradas se agotaron en cuarenta y cinco minutos.
El largo silencio de Waits tiene aún más importancia cuando se toma en cuenta que se dedicó a él al mismo tiempo que consiguió, para decirlo en sus propias palabras, alambrar los dominios de su laringe. Algo que logró al ganar un histórico juicio contra un comercial de papas fritas que imitaba descaradamente su particular vocalización. Ganó dos millones de dólares por los daños infringidos a su reputación, y eso a pesar de que ninguno de los jurados conocía su música. La primera vez que entré en el tribunal pensé que se trataba de un caso criminal y que él era el acusado, confesó uno de los jurados al diario L.A. Times. De hecho, cuando terminó el primer día del juicio y Waits se fue a su casa, pensé que se estaba escapando.
3.- Vamos a los bifes, entonces. El nuevo disco de Tom Waits -al que el No accedió en forma exclusiva- comienza tal como debe comenzar: con su sagrada laringe aullando acompañada por una rítmica cacofonía musical, un clásico Waits. El tema lleva por nombre Big in Japan (Soy importante en Japón, aúlla) y es la mejor prueba de que Tom está en forma. Lowside of the road, el track 2, es un sugerente mid tempo marca Waits -blusero, vaudevillesco y pantanoso- con otro santo estribillo que murmura: Estoy en el lado más bajo del camino. Después llega Hold On, el corte de difusión -una balada pegadiza y melancólica-, que completa el abanico estilístico de Mule Variations: una balada acá, un rhythmnblues allá, un mid tempo, otra balada...
Después del hit, el disco continúa con otro mid tempo llamado Get behind the mule, al que le sigue una balada hermosa, sufrida y fosforescente, interpretada con poco más que una guitarra: House where nobody lives. Cold Water, track 6, es un descuajeringado rock lento con algo stone, clásico instantáneo, en el que el bueno de Tom canta sobre autos, policías y linyeras. Le siguen Pony (otra balada acústica) y el monólogo de Whats he building, que desemboca en un par de temas dignos de Rain Dogs: Black Market Baby (Ella es mi nena de mercado negro) y Eyeball Kid, dos gemas que parecen interpretadas con una caja de música embrujada.
Para el final queda lo mejor: Picture in a frame, una hermosa balada al piano (Te amo nena y siempre lo haré/ desde que puse tu foto en un marco); Chocolate Jesus es un típico vals sucio marca Waits (No quiero ir a la iglesia en domingo/ no quiero ponerme de rodillas para rezar/ tengo mi propia forma de hacerlo ) y Georgia Lee, otro clásico instantáneo(Y Dios no estaba mirando/y Dios no estaba escuchando/y Dios no estaba ahí/para Georgia Lee. Cuando el CD player delata el track 14 lo que suena es el jugoso rhythmnblues podrido de Filipino Box Spring Hog, para terminar con el piano sentimental de Take it with me (En una tierra hay una ciudad/ y en esa ciudad hay una casa/ y en esa casa hay una mujer/ y en esa mujer hay un corazón que ama/ me lo voy a llevar conmigo cuando me vaya), y una joya gospel llamada Come up to the house, punto final de un álbum que recuerda a Big Time: un muestrario de los mejores rostros musicales de Tom Waits, sólo que en un disco de estudio.
Mis canciones nuevas son realmente sucias y simples, ha dicho Waits con respecto al inminente Mule Variations, para agregar que sus flamantes baladas fueron inspiradas por una reciente obsesión por el cantante country Leadbelly. Y poco más ha dicho hasta ahora. Seguramente Tom hablará hasta por los codos para fines de abril, cuando el disco salga a la calle. Para matar el tiempo hasta entonces, sin embargo, los fans más acérrimos tienen una opción: el disco de un tal Chuck E. Weiss, Extremely Cool, producido por el propio Waits. Entramos a grabarlo justo antes que su disco, le dijo Weiss al No desde su hogar californiano (El disco de Tom es inquietantemente espiritual, agregó Chuck). En él, Waits canta una balada bellísima, llamada It rains on me, algo así como Llueve sobre mí. El mejor estribillo para el triunfador santo patrón de los perdedores.