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Carta desde Bariloche El motivo de esta carta se debe a informarles que está sucediendo y qué cosas se han organizado para salvar lo que queda de los bosques. Las zonas que se han quemado resultan de una tristeza enorme. Utilizo este adjetivo justamente porque tristeza es el nombre de un brazo del lago Nahuel Huapi que por razones meteorológicas (un rayo) se prendió fuego hace ya algunas décadas (estuvo ardiendo un mes seguido). En esa ladera de bosque quemado quedaron desde hace tanto tiempo los esqueletos grises de los árboles erguidos. Cuando los turistas que navegan por esa zona dirigiéndose a Puerto Blest (lugar de ensueño) pasan frente al brazo Tristeza, sus caras se transforman como se transforma el verde boscoso al interrumpirse con las cenizas de aquel incendio. Nada volvió a crecer en él. Ni siquiera es visitado por aves ... Así, ahora, las zonas devastadas por los incendios de febrero son de una tristeza poco comprendida por ser humano ya que observar quemado este centenario bosque no es algo que puede asimilarse, no tanto por ser poco frecuente, sino por lo conmovedor. Tampoco acá volverá a crecer algo vegetal. Como sospechando una nueva catástrofe los retoños que pudieron haberse salvado también perecerán tarde o temprano. Al caminar por ahí, un olor de madera quemada transformada en carbón, se hace insoportable. Recordar ese aroma a alerce o lenga humedecidos por el rocío mañanero, será historia. Algunas organizaciones no gubernamentales (ONGs) se han formado acá en Bariloche para compensar la desidia y la mala intención, las raíces de este desastre. Estas ONGs han presentado dos pedidos de investigación: una en el fuero provincial y otro en el federal. También se están preocupando por continuar con el trabajo de concientización y pedido de apoyo por parte de la población tanto de nuestro país como del exterior. También hay otras que están trabajando sobre la prevención. Pero en general todos bien sabemos que ahora es el tiempo de realizar acciones concretas para cuidar lo que queda. Todos por acá queremos terminar de ser considerados estúpidos. Yo siento que no tengo derecho a descuidar lo que veo, porque no es mío ni de nadie en particular, es de todos los que compartimos el planeta. Los que estamos acá lo tenemos en resguardo, como tendrán los demás bosques otras personas en el resto del mundo. Espero de ellos, lo que ellos esperan de mí. Un afectuoso saludo. Juan Varela Blanco ([email protected]) El increíble regreso de Vanilla Ice, ¡metálico! Mi pasado me condena Nació en 1968 en Florida. Fue el protagonista de una película exclusivamente a su servicio (Cool As Ice). Estuvo incluido entre las cincuenta personas más hermosas del mundo en 1991. El año anterior, su disco To The Extreme llegó a vender 18 millones de copias en todo el mundo. Fue pareja de Madonna por seis meses y llegó a posar desnudo para su libro Sex. Vino a Buenos Aires para tocar en un teatro y por no vender más de quince entradas, terminó apareciendo en un programa de televisión. Pero en 1993 ya nadie se acordaba de él: pasó por todos los estados imaginables de un ex star -depresión, abuso de drogas- y en julio de 1994 sufrió una sobredosis. Todos mis amigos me estaban tirando baldes de agua y yo no paraba de vomitar, además de tener convulsiones. Cuando me desperté al día siguiente y me di cuenta de que estaba vivo. No lo podía creer, contó. Después, se convirtió al cristianismo, se casó y tuvo una hija. En 1996 grabó un tema para el disco debut de Bloodhound Gang, una banda que se quedó en promesa y con ellos volvió a subirse a un escenario. Ya decidido a emprender el regreso, el ex rapper recurrió al nuevo gurú de la música pesada: Ross Robinson. Con sólo 31 años Robinson fue el productor estrella de los mejores exponentes de la nueva sangre metálica y responsable en la consola de los mejores trabajos de Korn, Sepultura y Limp Bizkit. Su particular estilo de golpear (literalmente, eso es lo que hace) a los músicos en el momento de grabar fue fundamental para lograr que Hard To Swallow, se convirtiera en uno de los discos duros más interesantes del año pasado. Apoyadas en un sonido demoledor (mérito de Robinson) Vanilla relata historias trágicas, crudas y en su mayoría experiencias propias. Desde su tormentosa relación con las drogas en su etapa posestrellato, hasta secretos de abuso en su familia. Lo más gracioso de todo: si se olvida de quién se trata, Hard To Swallow tiene momentos muy interesantes de metal-futura. Una vez más, la realidad supera a la ficción. ¿Se imaginan a Jazzy Mel producido por Andrés Giménez y Marcelo Corvalán? MIGUEL MORA Un estreno para ver Cuiden los dedos, chicos Un día el director Guy Ritchie se cansó de dirigir videoclips y comerciales de televisión. Y tuvo una gran idea: filmar su primer largometraje, la historia de cuatro chicos en problemas, rodeados de muchos más chicos en problemas, un bolso con medio millón de libras y dos mosquetes de colección que buscan dueño. La película se estrena hoy en los cines, se llama Juegos, trampas y dos armas humeantes (Lock, stock & two smoking barrels) y recaudó 22 millones de dólares ya en el Reino Unido, una cifra que la sitúa en el lugar de blockbuster según los números que maneja la industria británica. Lo que no sabía Ritchie era que iba a sufrir uno de esos raros casos de la vida-imita-al-arte sólo tres días antes de empezar a filmar. El guión indica que el cuarteto protagonista está urgido de reunir 500.000 libras -que uno de ellos perdió en un juego de cartas-, a riesgo de que un grupo de mafiosos empiece a cortarles los dedos. Setenta y dos horas antes de rodar la primera escena, los inversores decidieron de repente que el proyecto del director no los convencía tanto como habían pensado, y se retiraron: éste se encontró con que necesitaba reunir la plata pronto. Especialmente porque el reparto de la película incluía a algunos ex convictos (contratados en nombre del realismo) que parecían más que dispuestos a apoderarse de los dedos del propio Ritchie en caso de que los sueldos no aparecieran. ¿Juegos, trampas y dos armas humeantes? Una pandilla de cuatro jóvenes londinenses vestidos de negro y con una necesidad imperiosa por encontrar el dinero que uno de ellos perdió en la mesa de cartas escucha a sus vecinos -otro grupo de perdedores- planear un robo de drogas y efectivo a un tercer cuarteto. Su contacto para distribuir la mercadería son un conjunto de afro-londinenses (¡subtitulados incluso para los angloparlantes!). Pero el plan resulta tan desafortunado como un mal día en Bosnia. Y se complica porque el planteo inicial de cuatro chicos metidos en asuntos turbios se multiplica varias veces, se le suman dos ladrones de pocas luces y una historia que gira sobre sí misma tantas veces que no vale la pena aguar la sorpresa. Hay momentos memorables, como la resurrección de una chica que nunca estuvo muerta o la carga sincronizada de armas al ritmo de Zorba el griego; toda la película está salpicada de sorpresas (como la presencia de Sting, interpretando a un ceñudo cantinero), violencia y humor negro. Los protagonistas -Tom Flemyng, Dexter Fletcher, Nick Moran y Jason Statham- conforman un escuadrón de marginales que salen airosos en este intento de traducir Tarantino al cockney. Aunque, a diferencia de los personajes de Perros de la calle, éstos son buenos muchachos a la inglesa, que no esquivan el té de las cinco al llegar a casa, aun cuando el living esté lleno de cadáveres.CECILIA BEMBIBRE |