Principal RADAR No Turismo Libros Futuro CASH Stira
Todo por 1.99

Clara de noche

fueIser






Volver

La verdadera historia de la desaparición de Miguel Bru

Los amigos del pibe platense desaparecido el 17 de agosto de 1993 cuentan cómo fueron aquellos días y también cómo viven estos días, los del juicio que, cabe esperar, haga justicia y permita meter en la cárcel a los culpables. Es que el caso Bru, también, puede convertirse en un antecedente histórico para terminar con los abusos policiales en contra de jóvenes.

Mariana Enriquez

Miguel Bru vivía con sus amigos Quique, el Mono y el Chino en una casa tomada de la calle 69, entre 1 y 115, en La Plata. “El único defecto que tenía”, dice su amigo Jorge, integrante de la Comisión de Amigos, Compañeros y Familiares de Miguel, “era que era bostero a morir”. Igual, como Miguel siempre andaba sin plata, Jorge le prestaba plata todos los domingos de 1992 para que pudiera ir a la Bombonera y ver a Boca salir campeón. Cosa que, como hincha de River, Jorge juzga insólita. “Miguel me decía que yo era bostero de alma”, se acuerda.

Además, Miguel cantaba en una banda punk, Chempes 69. Le habían puesto ese nombre porque uno de los integrantes, que había estado exiliado en Suecia con su familia (es hijo de desaparecidos), se acordaba que a Kempes los suecos lo llamaban Chempes, que quiere decir “luchador”. Y el 69 venía del nombre de la calle. “Quería cantar como Sid Vicious”, cuenta Antonia, otra amiga de Miguel, también de la comisión. “Era un desastre, la verdad...”, se sincera. Pero, también recuerdan los pibes, a pesar de que era fanático de Sumo y los Sex Pistols, la banda que hubiera elegido, si le obligaban a quedarse con una, eran los Rolling Stones. “A él le decían ‘el stone’”, cuenta Jorge.

-¿Cómo se enteraron que Miguel había desaparecido?

Jorge: -A mí me lo contaron en el campeonato de fútbol de Periodismo.

Antonia: -Miguel desapareció el 17 de agosto del ‘93. Yo volví de Posadas el 23, y ahí me lo contó Jorge, un día antes de mi cumpleaños.

Miguel les había avisado a sus amigos de la casa de 69 que se iba a cuidar la casa de otros dos amigos, Lorena y Santiago. La casa quedaba en Bavio, cerca del balneario Punta Blanca. Les pidió a los chicos que, cuando llegara desde Mar del Plata su novia, Carolina Villanueva, la mandaran para allá, que la iba a estar esperando. Pero cuando Carolina fue para allá encontró la casa abierta, un fueguito encendido, y nada más. Miguel había desaparecido. Y nunca lo volvieron a ver. Al otro día volvieron al lugar, pero llegaron hasta el río. Ahí encontraron la bicicleta de Miguel, y unas ropas. Después se descubrió que esas ropas no eran suyas.

Antonia: -No se por qué, pero inconscientemente, nosotros pensábamos en el suicidio, o que se había ahogado. No era raro que Miguel hubiera ido al río. Siempre se metía, con sus perros.

Mendi: -Pero no estaba deprimido ni nada, eso era raro.

Antonia: -Y además no le gustaba quedarse solo, era re sociable, no iba a andar solo por ahí. Aparte la estaba esperando a Carolina, y todo el mundo lo sabía.

El 25 de agosto, los amigos de Miguel fueron otra vez al río. Antonia, que estaba ahí, cuenta que no sabe qué buscaban. Miraban los árboles, revisaban, vieron una “M” tallada en un tronco y pensaron que era una señal de que Miguel había estado ahí...

Antonia: Era re siniestro, porque se comentaba que ése era un lugar de tortura de la cana. Y en ese momento llegó la policía. Nos empezaron a preguntar los nombres, y se llevaron detenidos al Chino y a Santiago.

Jorge: Incluso rastrillaron la pileta de la casa de Santiago. Creo que estaban pensando en acusar a alguien de homicidio.

Hasta ese momento, ninguno había pensado seriamente que la policía podía estar involucrada en la desaparición de Miguel. Había signos, sin embargo. Miguel desapareció el 17 de agosto de 1993. Pero el martes 13 de abril de ese mismo año, a la noche, un operativo policial encabezado por los hoy ex oficiales Walter Abrigo y Justo “El Negro” López allanó ilegalmente la casa de la calle 69. Revolvieron todo, y entraron al grito de “¡Dónde está la merca!”. Un par de días después de ese hecho, Miguel denunció ese allanamiento ilegal. Un mes después sufrieron otro allanamiento, esta vez acusados de haber robado un kiosko. Ninguno de los chicos tenía abierta una causa penal, o antecedentes de alguna clase.

................

El 29 de abril de 1999, seis años después de la desaparición de Miguel, se inició el juicio oral y público a los policías López y Abrigo, acusados de tortura seguida de muerte, delito para el que rige una pena de reclusión perpetua, de acuerdo a la Cámara de Apelaciones y Garantías en lo Penal de la ciudad de La Plata. El lunes pasado declararon el Mono (Jorge Barrera), el Chino (Carlos Vázquez, baterista de Chempes) y Quique (Enrique Núñez). Los tres relataron esos allanamientos. “Cuando me negué a que entren a casa, el Negro López me tiró contra la pared y me puso una pistola en la cabeza”, contó el Mono. Después los amenazaron con quemar los instrumentos si no paraban los ensayos (el supuesto motivo del allanamiento era una denuncia por ruidos molestos). Después de los allanamientos, y de la denuncia de Miguel, los policías merodeaban la casa, contaron. Abrigo tenía un Chevy azul, y pasaba por la puerta. Se paraba en la esquina, y cuando ellos estaban en la puerta los miraba, sin decir nada. Los miraba y se reía. “La verdad es que yo no entiendo por qué lo hicieron”, dice Antonia. “Es todo tan confuso.”

Mendi: -Tenía problemas por la banda, porque le contestaba a los canas... Otra hipótesis es que la casa usurpada donde vivían tiene un dueño con una incapacidad. Esas casas después van al fisco, y se le entregan, creo, a personal policial. Parece que la casa le iba a ser entregada a un cana.

Antonia: -O querían engancharlos en algo y no pudieron.

Jorge: -Pudo haber sido también un mal dato. A lo mejor les dijeron a los canas que en la casa había merca.

Pablo Tulián: -Pero lo que los calentó realmente fue la denuncia de Miguel. El ofuscamiento era anterior, pero cuando él denunció los allanamientos se volvieron locos.

La causa empezó a avanzar en 1994, cuando apareció el testimonio de una prostituta, Celia Giménez, que paraba cerca de la casa de Miguel. Y ahí también empezó la red de encubrimiento, que involucró, entre otros, al juez que llevaba la causa, Vara, que fue destituido por complicidad con la policía. Celia le contó a Rosa Schönfeld, la mamá de Miguel, todo lo que sabía: su hermano, Luis Suazo, había estado detenido en la comisaría 9-a cuando mataron a Miguel. Según declaró en el juicio “mi hermano me dijo que a Miguel le habían dado bolsa (submarino seco) y se les había quedado. El nombró a López. También me dijo que los vio meter el cuerpo en un auto, y que llevaban bidones. ‘Nunca lo van a encontrar porque lo quemaron’, me dijo”. Luis Suazo murió poco después de que Celia declarara en 1994, en un supuesto enfrentamiento. La sospecha (certeza, casi) es que la policía intentó deshacerse de un testigo directo. Celia terminó su declaración en el juicio mirando a López y diciéndole: “Hacete cargo de lo que hiciste”.

....................

En el juicio, los testimonios de los presos son aterradores. Y lo son porque el miedo de los detenidos es concreto. Alberto Mauro Martínez, que declaró el lunes pasado a la mañana, pidió la condición de “testigo protegido” y dijo: “Primero nos quemaron la casa, después nos fabricaron causas. ¿Sabe lo que me pueden hacer en el penal de Olmos por un paquete de pastillas?”. A Martínez le causó gracia y no pudo evitar reírse cuando le preguntaron si eran comunes las torturas en la novena. El estaba detenido la noche que mataron a Miguel. Vio cómo lo entraron, y cómo lo llevaban a la sala donde se torturaba, “la sala de radio, le decíamos así porque ponían la radio fuerte para tapar los gritos”. Martínez vio a Miguel tirado, desmayado, en un pasillo de la comisaría. “Lo tiraron ahí. Con otro preso lo pusimos en una cama de una celda del fondo, y lo mojamosun poco, qué se yo. Estaba inconsciente. Después nos encerraron, se lo llevaron y no lo volvimos a ver.”

....................

Hay 160 testigos en el juicio. Ya se hicieron 15 rastrillajes en busca del cuerpo. Los chicos de la comisión cuentan que, en estos días, llegó un anónimo donde se señala un lugar a 400 metros de donde se está buscando hoy. En el operativo de búsqueda trabaja Néstor Bru, papá de Miguel, que también es policía. Es el cocinero: hace la comida para los que rastrillan en la franja costera del barrio Los Talas, en Berisso. Antonia cuenta que “nosotros, los amigos y los chicos de la comisión, también salimos a buscar el cuerpo por nuestra cuenta, con palas. Yo la metía y me decía ‘si lo encuentro me muero’. Es todo tan loco”. Los amigos creen que Rosa, la mamá de Miguel, sería capaz de elegir que a los policías les dieran menos años con tal de que le dijeran dónde está el cuerpo de su hijo, para poder enterrarlo. “Afectivamente es re grosso este juicio”, dice Antonia, “porque escucharlos... ¿Sabés cómo le tienen que pegar a un chabón para matarlo? A un chico que era nuestro amigo. A mí me cuesta muchísimo decir que Miguel está muerto”.

Pablo: -Yo jamás hablo en pasado de Miguel.

Jorge: -Cuando se inició lo del juicio me di cuenta que no me sentía satisfecho. Esto ya se encarnó en nosotros. Y no se apacigua con que estos tipos queden adentro.

La fiscalía pidió cadena perpetua para Abrigo y López (jefe de servicio de calle de la Novena). También están imputados el comisario Juan Domingo Ojeda y Ramón Ceresseto. Ya se demostró que el libro de guardia de la comisaría del 17 de agosto de 1993 fue manipulado: se borró el nombre de Miguel y escribieron otro encima. Eso lo hizo Ceresseto. El juicio se acaba de convertir en el más importante de la historia penal bonaerenese. Se le agregó otra jornada más (en principio eran diez) y se volverá a hacer una reconstrucción de cómo fue torturado Miguel en la comisaría, en base al relato de los presos. El resto, hacer justicia, quedará por cuenta del juez.