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Jueves 9 de Diciembre de 1999
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La red
Aunque se trate, apenas todavía, del 5 por ciento de la población argentina, los que tienen acceso a Internet forman parte de una cierta y virtual comunidad global que les permite leer diarios y revistas de todo el mundo en el momento, comprar libros y cds, escribirse con un lituano y una coreana del norte, grabarse música antes imposible de conseguir, mandar imágenes y pequeños videos a los amigos, intercambiar chistes y ridículas cadenas de “solidaridad”, etc., etc. También, claro, han incorporado un vocabulario incomprensible para los iniciados, además de diversos grados de obsesión. Chat, e-mails, mailing lists, servidores, real player, icq y demás forman parte de la jerga. La obsesión puede ocasionar apocalipsis económicos: entre las cuentas de teléfono y los gastos en tarjeta de crédito que abultan los bolsillos de las tiendas virtuales, el usuario tiene que ser cuidadoso. Porque casi todo está ahí: el libro que tanto costó conseguir, el disco que en las disquerías del centro cuesta 30 $, o los objetos raros y tentadores en remates. Al menos el 35 por ciento de las personas que tienen Internet alguna vez compraron algo, además. La tarifa mensual para tener acceso a la red oscila entre los 20 y 30 pesos –ahora existen ofertas de conexión por menos de 10–, y a eso se le suma el costo de las llamadas, otros 30 o 40 pesos. O sea: todavía es un gasto-lujo para pocos. Internet, claro, tiene sus desventajas, además de las económicas: todo, o casi todo lo más interesante está en inglés, lo que dificulta la navegación para una buena cantidad de gente. Otra desventaja es, para el standard primer mundo en la cuestión, que Internet en Argentina es lenta, además de estimular paranoias varias (virus y robos de tarjetas de crédito). Aun así, causa adicción. Se parece bastante a una droga: mientras se está frente a la pantalla, el usuario no come, le arden los ojos, y quiere cada vez más. Siempre hay más.


El enemigo
interior

Walter Bulacio (ver Los Redo’) no fue el primero, pero se convirtió en el símbolo de los jóvenes asesinados y golpeados por la policía, el enemigo más evidente de esta década después de años y años de monopolio militar. Estos fueron los años en los que se popularizaron los términos “gatillo fácil” y “maldita policía”, y los años en los que en los shows la gente cantó con pasión eso de “matar un rati para vengar a Walter/ que en toda la Argentina comience el Carnaval”. En un breve repaso, está comprobado que la policía está implicada o es responsable de los crímenes de Javier Rojas Pérez (23), asesinado en Wilde en 1995, cuando a un agente se le “escapó” un tiro mientras pedía los documentos, de Alejandro Mirabete (17), en 1996, de Maximiliano Albanese (17), fusilado en La Plata en 1990, de Miguel Bru (23) torturado y asesinado en la comisaría 9» de La Plata en 1993 (su cuerpo sigue sin aparecer), de Sebastián Bordón (17), asesinado en una comisaría de Mendoza y luego arrojado a un precipicio. La lista sigue y es muy larga. Por lo general los policías que son condenados (cuando lo son) reciben la sentencia de apremios ilegales (excarcelable) u homicidio simple (que no contempla la tortura). Y todo eso cuando reciben alguna pena: en muchos casos los crímenes deben ser incluidos dentro de la situación “gatillo fácil”, que lamentablemente es un eufemismo para accidentes de trabajo. Así estamos.

La calle está dura
La desocupación generalizada del país incluye, claro, a los jóvenes. A principios de la década, el nivel estaba en un 7 por ciento de la población activa, y hoy, en 1999, subió a un poco más del 14 por ciento. El doble, exactamente. El pico fue en 1995, con el efecto tequila y la crisis financiera, cuando llegó a un 20 por ciento. Hoy, de cada 100 personas, 20 están desocupados, y los mismos índices rigen para la subocupación.
Entre los jóvenes, el nivel de desocupación es de un 20 por ciento. Si se le suma el nivel de subocupación, el resultado es que 1 de cada dos jóvenes tienen muchas dificultades para integrarse al mercado laboral. Por supuesto hay un corte social: los sectores altos tienen un 6 por ciento de desocupación, pero entre los sectores bajos, el 25 por ciento de los jóvenes está desocupado. Otro dato más fuerte es que, en todo el país, hay 400.000 pibes que no estudian ni trabajan, es decir que están también fuera del sistema productivo. He aquí el sector de más riesgo: delincuencia y demás problemas que acarrea la más completa marginalidad, desprotegidos y “eliminados” de cualquier interés, completamente no future. Esto es hardcore.
En las clases medias, el fenómeno de la subocupación (el subocupado es el que trabaja menos de 35 horas semanales, querría trabajar más, y su trabajo es precario) ocasionó el crecimiento de una ocupación que es fácil de ver en la calle: los repartos. Es decir, los deliverys. También empleo en sector servicios. Mozos, conserjes. No hay quien no tenga una amiga mesera. O un amigo que reparta pizza y comida a domicilio.

Dos potencias
El equipo del No había realizado, trabajando para ello a destajo, una encuesta sobre los mejores de la historia del rock en la Argentina, que publicó en julio de 1992. Los rubros dieron como lógicos ganadores a Luis Alberto Spinetta y Charly García, que quedaron chochos con la novedad, e incluso escribieron sendos textos de agradecimiento. Entonces, el No se propuso pisar sobre caliente: reunirlos para una nota, un imposible desde el distanciamiento que en 1984 dio por concluido su proyecto de disco en conjunto. Lo que parecía dificilísimo fue, en rigor, superfácil. Las cosas ocurrieron así.
1 Llamado telefónico a Spinetta que, de entrada, cosa rara en él, dijo que sí, que encantado.
2 Llamado telefónico a Charly (cinco minutos después) que atiende, piensa un segundo y dice lo mismo.
3 Llamado a Spinetta, qué, enterado de la novedad, propone que el primer encuentro sea en el bar de abajo del departamento de Charly.
4 Llamado a Charly que dice “Ok, mañana a las 5 (de la tarde)”.
La nota fue al día siguiente de aquellos llamados, el martes 21 de julio. Luego del encuentro en el bar, en el auto del fotógrafo Fernando Dvoskin –un 133 modelo pasado– todos a Plaza Francia, un lugar simbólico (la prensa “descubrió” allí en 1967 a los primeros hippies argentinos). Los transeúntes no salían de su asombro. Un chico le gritó “Chau, Nito” a Spinetta, y Spinetta lo saludó. Unos cordobeses que salían del Cementerio de la Recoleta se retrataron con los dos.
Sobre el gigantesco ombú frente a La Biela, tres pibes que estaban trepados a las ramas más altas hablan ahora a los gritos sobre los dos flacos que posan, abajo, vestidos de camperas (la sensación térmica era de 2 grados). Uno dice: “O la pepa que me tomé me hizo mal, o esos dos son Charly y Spinetta”. Charly le responde: “Bajá, man, que te vas a caer”. El man contesta: “Cuando se me pase esto, loco”.
En la nota, que hasta hoy nadie logró repetir, Spinetta dijo que “hasta a Lennon y McCartney” les hubiese gustado componer “Viernes 3 AM” y Charly, que el mejor tema de la historia local del rock es “Los libros de la buena memoria”. Los dos coincidieron en que el ganador de la encuesta histórica debió haber sido Litto Nebbia.
CARLOS POLIMENI (que hizo la nota)

Flashes
por FITO PAEZ
Me acuerdo de él avanzando por calle Rivadavia, a la altura de Caballito, arriba del menemóvil: un festejo increíble.
Me acuerdo de las promesas electorales y a la semana todo se fue a la mierda. Me acuerdo del indulto.
Me acuerdo de la silbatina después del atentado a la embajada de Israel.
Me acuerdo de él en Anillaco. Me acuerdo de lo del hijo y su frase “esto no fue un asesinato”. Muchas barbaridades. El pacto de Olivos. Diabólico. Y el entorno, la comparsa, también diabólica.
No me queda un buen recuerdo. Un buen gusto, un buen sabor.



Los que quedan
por ERICA GARCIA
Ahora, analizando lo que pasó, veo que quedó un país devastado pero con una extraña alegría. Yo diría que la habilidad de Menem, si es que se la puede llamar de esta forma, fue la de haberle quitado el nombre a las cosas, los límites, la contención. Quiero decir, Menem hizo que parezca divertido morirse de hambre o tener una carpa docente montada como si fuera un espectáculo diario. Le encantó tomar la humillación como parte de la diversión.
Por otro lado creo que, ahora que no va a ser más presidente, vamos a ver al Menem absolutamente verdadero, porque el hecho de no tener presiones le va a permitir mostrarse en las fiestas sin ningún tipo de problemas. Estoy segura de que va a aparecer todos los días en las revistas como un personaje súper divertido, sarcástico y trágico. Ya no va a ser el papel de político ni de actor.
Si tuviera que sintetizar a Menem con una frase, diría que es un personaje siniestro. Por otra parte, hay que tener cuidado con los que quedan de su entorno. El se va, pero los que estuvieron a su alrededor se quedan. A esos hay que vigilarlos bien. Al nuevo gobierno le pido por favor que, además, cuide a los jóvenes, que no son el mañana sino el hoy.

Cambalache, de verdad
por Ciro Pertusi
Lo que más me queda es algo que vi, tanto en la elite del gobierno como en buena parte de la sociedad argentina: la frivolidad. Hubo un auge de la frivolidad, todo se volvió medio o del todo fashion. Empezaron a confundirse algunas cosas: en la misma fiesta podías encontrar artistas, detenidos por asesinatos, diputados. Por supuesto que no hubo una preocupación social entre las personas. Cada cual trató de estar al día: tener su Movicom, estar flacos, bronceados, musculosos, las top models y eso. Y todos juntos bailando en las tapas de revistas. Un montón de gente común alucinó con eso, se la comió, se les pegó el vicio, quisieron esa gran vida. Eso lo siento, lo vivo, y veo que a la gente le pega. Algunos se arrepienten de eso, otros se mueren por tenerlo. Eso me afecta cuando voy en un tren y veo a un chabón que viene de laburar para comprarle los útiles al nene, y después ves a la mogólica de la Nannis frivoleando, o a la pelotudita de la propaganda del teléfono celular diciendo “¡Qué loca que estoy!”. Por un lado te muestran la carne, y por otro te dicen cómo hay que vivir. Que toda esa gente haga lo que quiera de su vida. No soy un reprimido ni un cortamambo, pero que controlen la publicidad: hay gente que sufre del hígado.

Andate a dormir vos

¿Cuántos votos habrá perdido Eduardo Duhalde por una medida tan impopular como el límite horario para las discotecas? El 3 de junio de 1996, el (hasta mañana) gobernador quiso cambiar los hábitos de la sociedad por decreto, con una norma que limitaba la actividad nocturna hasta las tres de la mañana en la provincia de Buenos Aires. El argumento era remanido: así habría “menos droga y delitos”. Al principio, la policía hizo cumplir la veda y hubo doscientas disco que debieron cerrar porque no iba nadie. Los jóvenes del Gran Buenos Aires, que podían, preferían viajar un poco más, pero quedarse bailando hasta la salida del sol en algún local de la Capital. Los de la provincia profunda se jodieron más: ya de por sí en sus ciudades pasaba poco, imagínense con esto... En más de un sentido, a Duhalde le salió todo al revés: se ganó una desaprobación militante (Kapanga le dedicó “El mono relojero”, que dice “Andate a dormir vos, yo quiero estar de la cabeza”) y, encima, el nivel de delitos durante la noche –el día, la tarde, a toda hora– se acrecentó. Al poco tiempo, la “medida” ya había perdido todo el sentido (aunque todavía está vigente legalmente). El gobernador electo, Carlos Ruckauf, prometió darle el tiro de gracia a esa norma ridícula. Ojalá que, teniendo en cuenta el personaje en cuestión –el mismo que prometió “meter bala a los delincuentes”–, sea sólo eso.

Costumbre
argentina

Hay himnos para la práctica: “Fasolita”, de Los Piojos, “El blues de Bolivia”, de La Renga. Una nueva institución juvenil: cerveza y porro. Por lo general en una esquina del barrio, pero también en plazas, parte del ritual antes de los recitales (ocioso es decir que sobre todo en shows de Los Piojos, La Renga, y, claro, Los Redondos) o en la cancha. Pero tampoco es exclusivo del palo. Quizá sea una de las pocas prácticas universalmente compartidas por todas, o casi, las tribus urbanas. Se trata sencillamente de una forma de estar juntos, y una postal urbana repetida infinitas veces: cualquier umbral cercano a un boliche, o cualquier umbral en general, puede ser el escenario. Pero también puede ser escuchando un disco a la tarde, en casa. O a la noche, un viernes o un sábado, antes de salir. Una nueva cultura. La cerveza es intercambiable con el vino, pero ciertamente el tetrabrik es mucho menos popular: tomar cerveza es mucho más casual, y más amplio. Lo demás... es ilegal y te puede costar un garrón, así que mejor no hablar. Pero seguro que pocos pueden decir que nunca lo hicieron.

Vamos, vamos los pibes
Si bien el fútbol argentino siempre recurrió a las divisiones inferiores para conformar sus equipos, durante la última década se echó mano a los más jóvenes tanto para tapar los baches de las permanentes ventas al exterior –Batistuta, Balbo, Sensini, Verón, Almeyda, Crespo, Ortega, El Piojo y tantos más– como para inyectar algo de frescura en campeonatos que corrían el riesgo de aburrir mortalmente. Y las inferiores (como un trapo de piso del que siempre se puede escurrir más agua) respondieron: los campeonatos mundiales Sub-20 obtenidos en Qatar (1995) y Malasia (97), con José Pekerman como entrenador (sin olvidar al Vélez que derrotó al Milan), fueron los logros más importantes a nivel internacional de la década. Esos seleccionados mostraron que es posible jugar bien y ganar (y portarse bien y ganar), además de haber funcionado como vidriera para cracks como Juan Román Riquelme, Pablo Aimar, Juan Pablo Sorín, Leonardo Biaggini, Walter Samuel y Esteban Cambiasso. Para continuar la sangría, varios de ellos fueron transferidos al exterior cuando apenas habían alternado en primera. Pero todavía se puede gozar de las pisadas y gambetas de unos cuantos (con el sobresaliente pibito Javier Saviola, indiscutido en River a los 17 años). El canto de guerra, hoy, en las populares debería ser, más que nunca: “¡No te vayas pibe, quiero verte otra vez!”

Ilusión y desilusión
por LEON GIECO
Mi historia con el menemismo parte de una enorme sensación de soledad frente a lo que empezó a ocurrir. Siempre hablé del surrealismo de nuestra realidad y de que Fellini podría haber sido aquí un simple fotógrafo. Para mí el “efecto Menem” comenzó con el indulto y siguió con la sensación de que todo el mundo estaba chocho con este personaje campechano y gracioso, enormemente vital y manipulador. Empecé a sentir la sensación de haberme quedado solo con mis sueños y mi guitarra. Todo estaba mutando: gente del palo miraba con simpatía a personajes cirujeados en revistas y programas de tele, un peso=un dólar tapó con un manto de olvido todo lo que estaba asquerosamente mal, era un estado hipnótico en el que no pude caer. Después pasaron tantas cosas... Tanta muerte, tanta injusticia, que la fascinación fue cayendo y la realidad volvió a cobrar fuerza, por qué no decirlo también, en manos del periodismo “respirador de micrófono” de los noticieros de la tele.
Ilusión y desilusión.
Estas palabras resumen para mí lo que le pasó a la gente. Para mí, la desilusión fue constante. En estos diez años, me refugié en lo que sentí que me identificaba: los derechos humanos, Madres, Abuelas, curas como Farinello, la solidaridad de los que menos tienen. Y de los que, humildemente, a veces creo sentir que les puedo aportar mi voz y mis canciones. No fueron pocos los momentos de duda y desesperación.
Pero nada es para siempre. Y aquí estamos, con la esperanza renovada y alertas. Muy alertas. Sintiendo que tal vez caigamos y nos levantemos demasiadas veces. Hasta que, como escribió Carlos Fuentes (creo): “De la tierra arrasada asomen los brotes de un nuevo destino para todos”.

... ahora sólo nos
queda el maquillaje

por ADRIAN DARGELOS
 
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