De
cómo Los Piojos son la mejor consecuencia de la cultura stone argentina
Goles
son canciones
Una banda de amigos de la secundaria que creció
a fuerza de sensibilidad para mirar, para entender, para describir,
para tocar hasta convertirse en síntoma clave de la época.
En la esquina de un barrio cualquiera en donde Jagger, el Che, Luca y
Maradona significan algo parecido y despiertan la misma admiración,
ellos le pusieron música a los días en la vida.
Así coronan una campaña de diez años, con más
victorias y goles a favor que otra cosa.
ESTEBAN PINTOS
Producción: Pablo Plotkin
Que
los chicos quieren rock está claro desde antes que Los Ratones
Paranoicos titularan así un disco, tal vez el más afortunado
de todos los que hayan grabado. El tema es cómo se da lo que se
pide. La variante Los Piojos reúne ciertas condiciones básicas
para satisfacer la demanda y un plus de inspiración y actitud que
los sitúa por encima del promedio general de la oleada. La idea
de que este rock dominante, futbolero y barrial aguantista en exceso,
también, generó nuevos términos en la relación
público-artista suena certera: el de arriba del escenario es como
el de abajo (en algunos casos, apenas puede parecerlo, pero con eso le
basta). Entonces la distancia que históricamente sirvió
para potenciar el mito del rock and roll, aquí y allá, se
borró, al menos en la Argentina menemista de los últimos
diez años. El aluvión, entonces que no es zoológico,
vale remarcarlo, cubrió todos los terrenos posibles e incluso
fue incorporado a un circuito de difusión no convencional en algunos
casos, u directamente aborrecido, en otros.
Los Piojos son de un barrio (Spinetta y Cerati también, todos los
son, ojo), les gusta el fútbol (a veces, medio en broma medio en
serio, dicen que antes que una banda de rock, somos un equipo de
fútbol) y son, viven, andan por ahí, como cualquiera
de los miles de pibes que van a verlos. Por ejemplo, los que van a ir
a la cancha de Atlanta mañana. El quinteto formado en el colegio
Rivadavia para tocar versiones más entusiastas que otra cosa de
los Rolling Stones cumple los requisitos exigidos vaya a saber por
quién y para qué para ser considerado de verdad.
¿Con eso basta? No. Si no hubiera habido en el medio un puñado
de canciones certeras para entender de qué va la cuestión,
y un directo lo suficientemente impactante como para sumar presencias
en una larga marcha que recorrió la ciudad desde San Telmo profundo
(Arpegios) hasta Núñez (Obras) y de ahí hacia Floresta
y Villa Crespo (All Boys, Atlanta), todo lo demás no tendría
sentido. En sus canciones, la mayoría de ellas historias dotadas
de una poesía simple pero profunda a la vez, Andrés Ciro
abre la puerta a una imaginería urbana que reúne amores,
reviente, resacas, personajes, pensamientos volátiles y pequeñas
utopías personales. Gente que espera el tren para ir a trabajar
y gente que ve pasar el tren mientras se cuelga pensando en nada. Chicos
de risa fácil y pequeños héroes anónimos,
noches largas y felices, mañanas cortas y tristes. Y lo ha hecho
a caballo de una identidad musical que se hace atractiva en la variedad.
Es rock and roll, claro, pero también es murga, candombe y cadencia
tanguera. Al fin y al cabo, la música del Río de la Plata
de los últimos treinta años. Alguien tenía que hacerlo.
Una vez, en un hotel en Puerto Madryn, Pity y yo entramos a una
habitación en la que había dos somiers. Pity me dice ¿quiénes
más vienen a la habitación?. Pensó que íbamos
a tener que dormir dos en cada uno y en realidad, no, había uno
para cada uno. Llamá a la recepción y pedí
un champagne, dijo él. Estábamos acostumbrados a compartir
las camas, cuenta Oscar Sofio, tradicional sonidista de la banda,
y la pequeña anécdota reafirma la sensación inicial.
Los Piojos han vivido estos años, vertiginosos seguramente que
tu canción se haga popular de verdad a la vez que pelee un puesto
de ranking con Enrique Iglesias, debe ser fuerte, en ambos casos y por
varias razones, desde una serena perspectiva no exenta de desconfianza,
legado tal vez de cierta ortodoxa ideología ricotera. Sufrieron
por la exposición de sus canciones más famosas (El
farolito y Verano del 92) y no pudieron creer que ambas
formaran parte de compilados del tipo enganchados brasileños.
Aún hoy pesa una suerte de condena tácita sobre las dos,
el tiempo lo borrará todo. Se negaron a participar del programa
de Juan Alberto Mateyko, El muñeco y así resignaron una
buena paga por un ratito de playback. Siempre han preferido un bajo perfil
de exposición en la farándula del rock y hasta se han molestado
por haber sido los artistas del mes, una vez en MTV. De hecho,las
puertas abiertas tras el impacto masivo de Tercer arco ya están
cerradas y no hay retorno. Ese debe ser un pequeño triunfo para
ellos de estos últimos dos años. Que la gente siga estando
ahí, que los ojos indeseables se hayan posado en otro lugar y que
la tan temida exposición ya no sea tal. ¿Para qué?,
si así estamos bien podría resumirse.
En la época en que me ofrecieron si quería ayudar,
era solamente vender las entradas con numeritos en Arpegios. Por más
que para la gente de afuera sean Los Piojos, para mí
son los mismos de siempre. Es un grupo de amigos. Ahora alquilamos los
micros con camas para ir al interior, pero me acuerdo una vez que fuimos
con micro de línea a Córdoba, y se inundó todo el
micro: flotaban los bolsos, las guitarras, cuenta Maru, amiga y
testigo de la evolución de la banda. La vida pública de
Los Piojos ha transcurrido en estos diez años por esa vereda. Han
tocado por Bulacio, por las Madres y se han prendido en cuanto recital
solidario hubiera que dar (incluso, compartieron, sin saberlo, un pequeño
escenario montado sobre la avenida Belgrano, en la puerta de Página/12).
Una canción nueva, todavía no grabada, San Jauretche,
cierra el círculo de una definida postura ideológica, nunca
partidaria. Andrés Ciro solía abrir los conciertos de hace
un par de años con el Himno nacional con su armónica y las
banderas celestes y blancas adornan la liturgia de cada show: un sentido
nacional y popular bien entendido, sin desbordes ni desviaciones peligrosas.
Suerte de nacionalismo maradoniano que se marcó a fuego en la década,
iniciada con aquella puteada de Diego ante las cámaras del planeta,
el día de la final del mundial 90. Hijos directos de una cultura
representada en aquel gesto, los que van a sus shows y los que dan los
shows, creen en lo mismo. Tal vez, los miles que se movilizan por la ciudad
y alrededores cada vez que Los Piojos tocan, con banderas dispuestas y
ánimo entonado para escuchar Tan solo una vez más,
representan el sector juvenil postergado pero no resignado de estos tiempos.
El tajante yo acá, vos allá de esta década
hizo que se cerraran las filas en torno a pequeños símbolos
de resistencia y esperanza a la vez, lejos ya de los grandes ideales de
los setenta. En los noventa, más que nunca, una enunciación
del tipo una bandera que diga Che Guevara, un par de rocanroles
y...(lo que sigue en el cantito) dice más que varios slogans.
El tiempo de discurrir sobre las implicancias de tal postura, brutalmente
honesta, no ha llegado todavía.
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