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NUEVOS Y VIEJOS MODELOS
PATERNO- FILIALES EN LA SOCIEDAD CONTEMPORANEA
El padre, el hijo y su muro de cristal
El padre tradicional se define en la
autoridad: Una mirada basta para que mi hijo se ubique.
El padre transicional tiene rasgos de lo que se llamó función
materna: cuidado, contención. |
El próximo
domingo, Día del Padre, los papás y sus hijos adolescentes darán el sí o el no a
sentimientos que en nuestra cultura, según la autora de esta nota, tienen un
destino de inhibición y postergación: el amor, el cuidado, la ternura.
Masculinidad: En la cultura patriarcal, la
construcción de la masculinidad se da por el desarrollo de la hostilidad, la rivalidad,
la dominación. |
Por Mabel Burin *
En el análisis de la relación entre el padre y su hijo adolescente, el eje se plantea
alrededor del conflicto edípico, como modo paradigmático de procesar el destino
pulsional de los varones en nuestra cultura occidental. Las condiciones de construcción
de la masculinidad se darían a partir del desarrollo de un tipo de deseos, los hostiles,
en tanto que los deseos amorosos tendrían como destino predominante la represión. Los
afectos hostiles, de rivalidad, egoísmo, y la capacidad de imponerse al otro y dominarlo,
constituirían los modos de subjetivación dominantes de los sujetos varones, en tanto que
lo amoroso, los cuidados y la dedicación tierna hacia el otro tendrían un destino de
inhibición y postergación.
En el modelo edípico de enfrentamiento de conflictos se produce una polarización
genérica: los varones que no los hayan resuelto con este modelo paradigmático serán
sospechosos de inmadurez psicosexual ser niños o bien de homosexualidad
ser femeninos.
El problema que se nos plantea ahora se centra en las dificultades del procesamiento del
deseo amoroso, el cual incluye vínculos identificatorios que propician movimientos
subjetivos de acercamiento y de unión. Primero, el adolescente ha de hacer costosos
movimientos desidentificatorios de su madre, especialmente a partir de la pubertad, época
evolutiva en que se produce una verdadera avalancha pulsional que le exige un trabajo a su
aparato psíquico: dar nuevos sentidos a sus identificaciones con las personas del mismo y
del otro sexo, para volver a posicionarse en su género con cierto apremio, ya que a
partir de entonces la cultura patriarcal le exige una clara definición respecto de su
orientación sexual y de su posición en tanto varón en la sociedad.
Se trata de una cultura patriarcal que tiene claras definiciones sobre la llamada
identidad de género, y que a partir de la resolución del conflicto edípico
en la temprana infancia requiere del niño una ubicación en su género; la adolescencia
es la última oportunidad que ofrece la cultura patriarcal a sus miembros para resolver
las fantasías de bisexualidad que hasta entonces habían acompañado su desarrollo
sexual.
Pero, en la cultura patriarcal actual, el movimiento desidentificatorio de su madre no lo
llevaría al refuerzo del vínculo identificatorio amoroso con su padre, pues persiste el
posicionamiento genérico de los hombres asociado a la lucha, rivalizando entre sí por la
conquista de ciertos bienes considerados valiosos: la madre en la temprana infancia, el
dinero y el trabajo en la juventud y la adultez. De modo que el eje del conflicto entre el
padre y su hijo adolescente se centra en el lazo hostil, mientras que el lazo amoroso
entre ambos pasa a constituir una amenaza para la definición de la masculinidad.
Parte del vínculo hostil se define como de dominador-dominado, manteniendo los
parámetros de las relaciones de dominación intragénero. Padre e hijo persistirán en la
lucha, la confrontación y la rivalidad, más que en vínculos de cooperación, de
intimidad y que fortalezcan la unión entre ambos.
Este posicionamiento en el género masculino se realizará mediante recursos variados:
mientras los padres pueden volverse niños y tratar de confrontar y rivalizar con sus
hijos por ese único lugar ante una mujer la madre en las familias nucleares
clásicas, los adolescentes pueden tratar de sustraerse a la pelea, abandonar el
campo de lucha y orientarse hacia otros adolescentes, sus pares, en busca de nuevos
vínculos identificatorios que los nominen como sujetos varones. Se ahonda así la brecha
generacional, mediante el recurso del emborronamiento de las diferencias, por parte de los
padres (vos y yo somos iguales, somos lo mismo, ambos somos niños en busca de
nuestra identidad), o bien mediante los tradicionales recursos del autoritarismo
paterno y la imposición de una ley, la ley del Padre, un mandato terminante de
renunciamiento a esa mujer, la madre, pero que se hace extensivo a otros mandatos sociales
ysubjetivos que tratará de imponer al hijo mediante el principio de autoridad.
Esta última resolución es más bien propia de aquellos padres tradicionales que se
afirman sobre el concepto de la así llamada autoridad paterna, figura vigente en nuestros
ordenamientos culturales a partir de la modernidad en Occidente, con la creación de la
familia nuclear. La contrapartida de esa figura parental es la del hijo adolescente que se
rebela, configurando una crisis de adolescencia plena de dudas, tensiones y conflictos con
la figura de su padre. Pero, en la nueva condición posmoderna, lo que se observa es el
emborronamiento de las diferencias.
La cultura posmoderna propone a la adolescencia como modelo social, y a partir de esto se
adolescentiza la sociedad misma. La adolescencia ha dejado de ser una etapa
del ciclo vital para convertirse en un modo de ser que amenaza con envolver la totalidad
del cuerpo social. Para la cultura posmoderna, la adolescencia tiende a prolongarse y no
necesariamente es vivida como etapa crítica; parece un modelo donde instalarse para
siempre. Define una estética donde es hermoso lo muy joven y hay que hacerlo perdurar
mientras se pueda y como se pueda. El adulto deja de existir como modelo físico, y se
pasaría casi sin solución de continuidad de la adolescencia a la vejez. Ser y parecer
viejo parecería algo vergonzante, una muestra de fracaso personal. Y la posición de los
padres ante el adolescente ya no sería la de enseñar, transmitir experiencia, sino, por
el contrario, aprender una especie de sabiduría que los adolescentes tendrían, y sobre
todo, el secreto de la eterna juventud.
En la actual condición posmoderna, la crisis entre el padre y su hijo adolescente tendrá
un aspecto más difuso, opaco y borroso: los padres desertan de su rol tradicional,
confundidos y perplejos, en tanto que los hijos no se rebelan ni se oponen; simplemente se
separan, se alejan con indiferencia de la generación anterior. Una vez más, un muro de
cristal separa a padres e hijos adolescentes, pero a diferencia del muro que separa a
madres de hijas, constituido básicamente por las vicisitudes del deseo hostil entre
ambas, en este caso el muro de cristal se constituye por las vicisitudes del deseo amoroso
entre padres e hijos adolescentes.
Pero en esto es necesario examinar las posiciones subjetivas de los hombres en cuanto a su
función paterna. Los padres tradicionales se definen alrededor de la noción de autoridad
paterna frente al hijo; es el padre que impone la ley, ese que afirma que una mirada
o palabra bastan para que mi hijo se ubique. Los padres innovadores padecen más
bien la condición de perplejidad y de emborronamiento de los límites generacionales. El
grupo mayoritario estaría constituido por los padres transicionales, que participan
simultáneamente de algunos rasgos tradicionales, de otros innovadores y de otros que los
acercan a lo que clásicamente se definió como propio de las funciones maternas:
cuidados, contención emocional, nutrición. Este grupo de padres, hombres buscando alguna
posición comprometida con sus deseos y haciendo de ellos una creación cotidiana, parece
ser el más promisorio para los nuevos desafíos entre los géneros y las generaciones.
En nuestra situación latinoamericana coexisten los padres que describí como premodernos
(el estilo padre-patrón) con los padres de la modernidad (el clásico padre de la
resolución edípica) y los de la posmodernidad (el padre que percibe la tensión entre
los modelos anteriores, cuya perplejidad lo llevaría por un lado a querer borrarse y por
otro a la búsqueda de nuevos, diversos posicionamientos en su género). Entre estos
últimos se está produciendo una pulverización de los clásicos estereotipos de género,
que polarizaban nítidamente la diferencia sexual. De modo que se trata de cómo pasar de
una lógica de la diferencia a una lógica de la diversidad, de un paradigma de la
simplicidad a un paradigma que considere la complejidad. Se trata de salir al encuentro de
lo diverso.
* Directora del área de género y subjetividad de la Universidad Hebrea Argentina Bar
Ilán.
A PARTIR DE VULNERABLES, CONSULTAS
Y FANTASIAS
¿Así es la terapia grupal?
Por Fabio Lacolla *
A partir de la aparición del programa de televisión
Vulnerables, muchos pacientes se preguntan si un tratamiento grupal es como el
de la novela. Se imaginan formando parte de ese grupo y no les gusta. Dicen que allí se
odian entre todos y que se tiran a matar. Que los personajes devienen en caricaturas y que
lo de ellos, al lado de esas caricaturas, carecería de importancia.
¿Se imagina, doctor, si llegara a plantear que a mí una de las cosas que más me
angustia es que mi oficina no tenga ventanas? Hasta me daría un poco de vergüenza contar
que los chicos dejan todo tirado. El gordo se me cagaría de risa, el drogón confirmaría
su pérdida de tiempo y la jardinera diría algo sobre mi parte femenina. La pintora se
encogería de hombros, el fotógrafo seguiría pensando en él y la del rouge me
entendería perfectamente aunque yo no le crea. En la telenovela, cuando alguien cuenta
algo importante, la sensación es que a los demás les importa un pito.
Sorpresivamente el imaginario mediático talla su efecto en la fantasía de lo que es una
terapia de grupo. A todas las expectativas que generalmente tienen los pacientes habría
que agregarles este atravesamiento virtual. Los pacientes imaginan como hacer encajar sus
problemas cotidianos en las problemáticas que plantean los personajes, y les tira de
sisa. La ilusión grupal no tocó aun la puerta del doctor Segura, por lo tanto el proceso
grupal está detenido.
Cuando un niño interroga a un mago cómo hizo determinado truco, el mago le pregunta:
¿Sabés guardar un secreto? El niño le responde: ¡Sí!. Y el
mago retruca: Yo también.
Secretos grupales, secretos individuales, secretos familiares, secretos a viva voz y
secretos de ultratumba. Segura titubea desparramado en el secreto que lo tensa. Por lo
tanto, también se tensa el grupo. Una tensa calma.
Es cierto, muchos que nunca antes se hubiesen planteado la posibilidad de formar parte de
un grupo terapéutico, a partir de Vulnerables fantasean con la idea y
preguntan. Pero preguntan con miedo, no quieren ser maltratados. La ficción no siempre
permite ser discriminada de la realidad. Cuando una película hace llorar queda la duda si
fue la película u otra cosa. Los grupos son impredecibles, coordinarlos es andar en la
cornisa del lenguaje y en el vaivén de los cuerpos.
Me gusta la idea de que el psicodrama pudiera visitar el consultorio del doctor Segura.
Sería indicado para más de un personaje. Imagínese al fotógrafo haciendo una
inversión de roles con su madre, a quien, aunque todavía no apareció en escena, todos
nosotros podríamos imaginar. En fin, Vulnerables vulnera las bambalinas de
algunos iconos psi, mostrando ciertos secretos ficcionados de la polifonía
del habla.
* Miembro de la Sociedad Argentina de Psicodrama (SAP).
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Vientos.Terapia de los vientos, con sikus, quena y pincullo,
el 22 y el 29 de 14 a 16, en Centro Cultural Recoleta con Alberto Kuselman. Gratuito.
Noches. Ciclo poético musical Las 2001 noches el 22 a las 22
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de Historia del Psicoaná-lisis; hoy a las 20 en Vicente López 2220. Gratuito.
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26 de 9.30 a 16.30 con I. Vegh, C. Brück, A. Hilzerman, P. Cancina, E. Galende, B.
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