El padre de la bestia
Los prejuiciosos de siempre se equivocarán si piensan
que Dioses y monstruos es apenas un subproducto que imita al Ed Wood de Tim Burton. Basada en la vida de otro di-rector de cine (infinitamente mejor que Wood), la película de Bill Condon que, según la prensa española, debió
ob-tener el premio en San Sebastián desplazando a
El viento se llevó lo que de Agresti, parece el vehículo
perfecto para que Ian McKellen gane el Oscar al mejor actor 1999 y cuenta la terrible vida privada del gran James Whale, el director que no sólo filmó Frankenstein y La novia de Frankenstein, sino también la primera versión
de El hombre de la máscara de hierro.
Hay gente que, en lugar de amenizar veladas contando chistes o chismes políticos, recurre a la memoria cinéfila para divertir a sus amistades: recordando diálogos famosos de films muy populares y trivias por el estilo. Nunca falta la adivinanza de slogans publicitarios de películas: desde el obvio Houston, tenemos un problema (de Apolo XIII, por supuesto) a perlitas de filmes de terror, como Tengan miedo, tengan mucho miedo (de La mosca, de David Cronenberg) o En el espacio nadie puede oírte gritar (del Alien de Ridley Scott). En esas veladas, no transcurre demasiado tiempo hasta que algún bufón cinéfilo pronuncia el invencible Its alive!. Este ¡Está vivo!, que grita triunfal el científico interpretado por Colin Clive en el Frankenstein de la Universal, probablemente sea una de las frases más recordadas del cine de terror de cualquier época. En todas las antologías del cine de terror, los compaginadores siempre seleccionan al desquiciado científico loco que encarna Clive en su momento de gloria, cuando comprueba que funciona su teoría de usar una tormenta eléctrica para darle vida a un ser construido con trozos de diferentes cadáveres robados del cementerio del pueblo.
En la alucinante secuela La novia de Frankenstein la frase se repite puntualmente, cuando la prometida del monstruo llega al mundo en una noche tormentosa, siempre gracias a la inventiva del científico loco Colin Clive. Pero hay otro diálogo allí que sintetiza a la perfección la idea central de estas dos películas de James Whale. La frase la dice el Monstruo (es decir, el hipermaquillado Boris Karloff) segundos después de conocer a la criatura que debía ser su amada: Me odia, igual que los demás.
NADIE ME QUIERE El monstruo del film de Whale era un marginal, un paria que sólo quería un poco de amor y que ni siquiera lograba encontrarlo en la chica dark creada para acabar con su soledad. Obviamente, ésta no es la situación clásica de un film de terror, y lo que sucede es que su director, James Whale, nunca fue un director común y corriente. Sus films de terror tienen la doble cualidad de ser arquetipos del género y, a su vez, superar todos los lugares comunes que uno espera encontrar en un clásico. Quizás esto se deba a que Whale no era en realidad un director especializado en cine de terror, sino un cineasta refinado que logró sacar el máximo provecho de historias tan poderosas como el Frankenstein de Mary Shelley o El hombre invisible de H. G. Wells. Durante algunos años Whale fue un director estrella, capaz de elegir proyectos y actores, de negarse a los designios de los productores y, lo que aún era más extraño en aquella época, no disimular demasiado su estilo de vida gay.
Los fans del género siempre veneraron sus films, pero para el público masivo la figura de este director ha comenzado a conocerse mejor a partir de la aparición de una producción independiente que trata de arrojar algo de luz en las oscuras experiencias de este director británico que terminó sus días en el fondo de la piscina de su mansión hollywoodense. El año pasado, el realizador Bill Condon, decidió filmar Gods and Monsters (Dioses y monstruos), una película sobre la vida del creador de Frankenstein que, según la prensa española, debió haberse llevado el premio mayor de la última edición de San Sebastián, en lugar de El viento se llevó lo que, de Alejandro Agresti. Más allá de la polémica, Sir Ian McKellen recibió un premio especial y críticas laudatorias, que elogiaban su caracterización de Whale como uno de los grandes trabajos actorales de los últimos años.
NADA DE ANGORA Los prejuiciosos de siempre se equivocarán si piensan que Dioses y monstruos es apenas un subproducto que imita al Ed Wood de Tim Burton. Por supuesto, es una biografía de un director famoso por sus filmes de terror, e incluso lo homosexualidad de Whale podría compararseal travestismo de Wood. Pero después de eso no hay nada en común: Wood era un marginal de la industria, y Whale era un realizador estrella, importado desde Inglaterra especialmente, para hacerse cargo de algunos de los proyectos más ambiciosos de comienzos de los años 30. La película de Condon (que, con un poco de suerte, se verá en la Argentina en la primera mitad de este año, es de esperar que en cines, con menos suerte en video), se ocupa especialmente de la relación entre el director gay y un joven heterosexual -interpretado por Brendan Fraser, George de la Selva- pero, pro razones de duración, no incluye detalles de su historia que rescatan distintas biografías publicadas sobre Whale.
Como tantos aristócratas hollywoodenses, el futuro director estrella de la Universal Pictures venía de una modesta familia inglesa. Durante la Primera Guerra Mundial, Whale llegó a segundo teniente del ejército británico, pero fue capturado por los alemanes en 1917. Whale había trabajado como caricaturista de un diario, y su interés en el arte siguió en el campo de prisioneros: organizó y dirigió representaciones teatrales para entretener a sus camaradas de infortunio, interpretando todos los papeles femeninos. Después de la guerra, Whale inició una carrera en el teatro que culminó con un gran éxito: la puesta de la obra Journeys End. Este drama ambientado en la Guerra del 14 le valió su debut como cineasta, en la que se convirtió en la primera coproducción entre el cine inglés y Ho- llywood. Protagonizada por Colin Clive, el futuro Henry Frankenstein, Journeys End (estrenada en la Argentina como Fin de jornada) también sirvió a Whale para conseguir un trabajo como director no acreditado de la megaproducción bélica de Howard Hughes Angeles del infierno (Hells Angels, 1930).
NACE UNA ESTRELLA Por esas raras ironías del show business, James Whale es hoy recordado casi exclusivamente por sus films fantásticos, pero en su momento fue encasillado como director de dramas bélicos: su primer trabajo para la Universal fue la primera versión de Amor a prueba (Waterloo Bridge, 1931), con Mae Clarke y un papelito para Bette Davis. Al hijo del dueño de la Universal, Carl Laemmle Junior, no le había gustado el primer guión de Frankenstein que encargó (a Robert Florey) y le encomendó el proyecto a James Whale. El mayor trabajo fue reemplazar a Bela Lugosi (quien, luego de hacer una prueba de cámara con el complicado maquillaje realizado por Jack Pierce, rechazó el rol del monstruo). Un asistente de producción veinteañero llamado David Lewis, que Whale conoció al llegar a Hollywood y que se convirtió en su pareja, fue quien sugirió el nombre de Boris Karloff, quien había aparecido en El código criminal de Howard Hawks. ¿Boris quién?, preguntó Whale. Pero en cuanto el director conoció a Karloff, supo que era la persona perfecta para personificar al monstruo de Frankenstein. El biógrafo más obsesivo de Whale, James Curtis, cree que Frankenstein (1931) fue en un principio sólo lo mejor que había para elegir de una lista de guiones poco interesantes. Pero, a medida que se fue metiendo en el proyecto, Whale dotó al film de su excéntrica personalidad. Su idea fue obviar los detalles realistas y darle énfasis a la escena de la creación del monstruo: Para que el público pudiera creer en la existencia de tal criatura, la escena de la creación del monstruo tenía que ser muy convincente. También le dio un carácter muy especial al monstruo: debía surgir como un ser mudo, aterrador y digno de lástima, diferente a cualquier otro personaje sobrenatural creado por el cine hasta entonces.
LA PIEDRA DEL ESCANDALO Muchos análisis del film tienden a demostrar las características homosexuales del monstruo, y de hecho es fácil ver en las hordas de aldeanos con antorchas que persiguen a Karloff como un cualquier grupo violento de homofóbicos. De hecho, en el momento de su estreno, Frankenstein provocó un fenómeno similar al de El exorcista. El públiconunca había visto algo tan terrorífico, y las funciones de preestreno atemorizaron completamente a Carl Laemmle Jr., que estuvo a punto de obligar a Whale a cortar muchas escenas de la película. Finalmente la aceptó tal cual era y no se equivocó: a un costo de 262 mil dólares, Frankenstein recaudó cinco millones, sólo durante su estreno inicial. Cuando algunas protestas y censuras (como la del estado de Kansas) exigieron y lograron 32 cortes en distintas partes del film, sólo agregaron más publicidad al gran éxito del año. El único corte que no se vio (luego se incorporó al film) es el plano del monstruo arrojando a una niña a un lago. Carl Laemmle Jr. se apresuraría a reunir otra vez a Karloff con Whale. El realizador tuvo total libertad creativa para adaptar a la pantalla el thriller gótico Benighted, de J.B. Priestley, un libro que le permitió desplegar su macabro sentido del humor en la magnífica El caserón de las sombras (The Old Dark House, 1932), protagonizada por Melvyn Douglas, Charles Laughton y Raymond Massey junto a Karloff, en una de sus más horripilantes caracterizaciones.
EL TERROR ME ABURRE Whale había conocido a H. G. Wells en Inglaterra y quería filmar su famosa novela sobre el científico que inventa la fórmula de la invisibilidad. Una vez que logró que el experto en efectos ópticos John Fulton le asegurara que podía volver invisible a un actor de un modo convincente, logró carta blanca para filmar El hombre invisible (1933). El director le había asegurado al estudio que la gente se volvería loca al ver cómo las cosas se movían solas en el aire. Y tuvo razón: la película fue otro de los grandes éxitos de la Universal. Claude Rains, que se pasaba vendado o directamente invisible la mayor parte del film, se volvió famoso gracias al papel, pese a sus pocos minutos en pantalla.
Desde hacía años, la Universal había intentado convencer a Whale para que dirigiera una secuela de Frankenstein, con el título tentativo El retorno de Frankenstein, pero Whale decía estar cansado del cine de terror. Finalmente encontró la forma de volver a interesarse en el tema, a partir de un prólogo en el que Mary Shelley sigue relatándole su historia a Lord Byron y a Percy Shelley. Para Whale este prólogo era una manera de obtener total libertad visual y argumental en relación con el film anterior, mucho más clásico y directo. La novia de Frankenstein (1935) tenía muchos más elementos bizarros, toques de humor negro y una estética aún más expresionista que la de su predecesor. Muchos expertos en literatura romántica se regodean con films como Gothic de Ken Russell y Remando al viento de Gonzalo Suárez, sin darse cuenta de que la legendaria reunión entre Shelley, su marido y Byron ya había sido filmada por Whale en la década del 30. Para muchos, La novia de Frankenstein es la mejor película de terror de todos los tiempos. Sin duda, la increíble actuación de Karloff, mucho más protagónico que en el primer film, el terrible rechazo por parte de su prometida y la inspirada elaboración formal de Whale hacen de este film una obra absolutamente única e insuperable.
OCASO SIN GLORIA Luego de dirigir uno de los grandes films musicales de aquellos tiempos, Showboat (1936, con Irene Dunne y Paul Robeson), Whale se encontró en graves problemas con la Universal al involucrarse en el drama antibélico De regreso (The Road Back, 1937), la fallida secuela de Sin novedad en el frente (de Lewis Milestone, 1930). El film molestaba especialmente al gobierno alemán, que protestó formalmente ante la Universal amenazando con un boicot comercial. Aunque hoy pueda parecer increíble, la Universal terminó cediendo ante las presiones nazis: le hicieron 21 cortes al film y le agregaron gratuitos momentos cómicos con comediantes de segunda. A pesar de dirigir posteriormente algunas películas muy atendibles, como la comedia El gran Garrick (1937, con Brian Aherne, Olivia de Havilland y Lionel Atwill) y El hombre de la máscara dehierro (1939), Whale terminó abandonando el cine. Deprimido, se dedicó a la pintura. Hay dos versiones sobre el fin de su carrera cinematográfica: una sostiene que el director estaba harto de los productores necios y renunció al negocio; la otra afirma que Whale fue discriminado por su condición de homosexual y sus fiestas gay. En su libro Hollywood Babilonia II, el especialista en escándalos Kenneth Anger asegura que, fuera de los sets, la principal diversión de Whale era perseguir jovencitos y desnudarlos, lo que pondría en más de un embarazoso trance a varios boyscouts de la zona. Este tipo de conducta, pasada por alto mientras las películas de Whale rendían en la taquilla, habrían pesado en su contra cuando sus films se volvieron menos exitosos.
MORIR DE NOCHE Este aspecto de la vida de Whale es el que más interesa al film de Bill Condon: en este sentido, muchos espectadores podrán encontrar más puntos de contacto entre Dioses y monstruos y aquella maravilla de Billy Wilder titulada El ocaso de una vida (Sunset Boulevard, 1950) que con la ya citada Ed Wood. Condon (todo un veterano del cine de terror clase B de los años 80) encontró la manera de explorar los misterios del Hollywood gay y homenajear a un gran director con un presupuesto inferior a los cuatro millones de dólares. Desde San Sebastián al Golden Globe, cada festival o competencia donde ha participado la película parece preanunciar una segura nominación al Oscar para Ian McKellen. Además de Brendan Fraser como el anónimo jardinero que inquieta a Whale, el resto del elenco incluye a Lynn Redgrave, Lolita Davidovich, Kevin OConnor, Martin Ferrero, interpretando a figuras ficticias y reales que incluyen a Elsa Lanchester (la actriz que interpretaba a la novia de Frankenstein), Karloff y el director George Cukor, un personaje clave dentro del círculo gay del Hollywood clásico.
A los fans del cine fantástico quizá les interesen más los pormenores de los rodajes de Whale que sus decadentes experiencias amorosas. Pero no se puede negar que la personalidad del director da para generar situaciones dramáticas, emotivas, hilarantes y patéticas. Casi todas las biografías afirman que, hacia la década del 50, el ex cineasta era un hedonista que cambió a su pareja de toda la vida por un muchacho francés al que contrató como chofer y secretario. Aunque odiaba la natación, hizo construir una pileta olímpica para ver nadar a jóvenes bribones que se aprovechaban de su fortuna. En el borde de su piscina, el director leía a sus invitados un diario íntimo pornográfico sobre sus fantasías sexuales. Solo, enfermo y viejo, decidió suicidarse arrojándose a esa misma pileta que tanto placer le había deparado. Su carta de despedida decía lacónicamente: A los que quiero: no sientan pena por mí. Mis nervios están destrozados y el último año he sufrido día y noche, excepto cuando tomo pastillas para poder dormir ... Tuve una vida maravillosa pero ya acabó. El futuro es sólo vejez y sufrimiento. Adiós a todos y gracias por todo su amor. Debo estar en paz y ésta es la única forma.
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