La balada de T y C
Publicada originalmente en el Jornal do Brasil, esta entrevista de Clarice Lispector a Tom Jobim de 1971 fue rescatada vía Internet por los fans de la autora brasile-ña. Radar reproduce este diálogo de dos grandes artistas que decían sufrir en carne propia el hecho de produ-cir para una elite, la vida en la sociedad industrial y se preguntaban si debían o no creer en la reencarnación.
Tom Jobim fue mi padrino en el I Festival de Escritores, no recuerdo en qué año, en la presentación de mi novela La manzana en la oscuridad. En nuestro hotel él bromeaba todo el tiempo. Tomaba el libro en la mano y preguntaba: ¿Quién compra? ¿Quién quiere comprar? No sé, pero el hecho es que se vendieron todos los ejemplares. Un día, mucho después, Tom vino a visitarme. Hacía años que no nos veíamos. Era el mismo Tom: bonito, simpático, con ese aire de pureza que tiene, y los cabellos medio caídos en la cabeza. La conversación se fue volviendo cada vez más seria. Reproduciré literalmente nuestros diálogos ya que tomé notas, pero él no se incomodó.
Tom, ¿cómo encaras el problema de la madurez?
-Hay un verso de Drummond de Andrade que dice: La madurez, esta horrible prenda.... No sé, Clarice, nos volvemos más capaces, pero también más exigentes.
No está mal esa definición: exigimos más y mejor.
-Es que, con la madurez, pasamos a tener conciencia de una serie de cosas que antes no teníamos. Incluso los instintos, lo más espontáneo, son filtrados. La policía del espacio está presente, esa policía que es la verdadera policía de la gente. He notado que la música va cambiando con los medios de divulgación, con esa aspiración de entrar en el Teatro Municipal. Quiero hacerte esta pregunta respecto de la lectura de libros, pues hoy en día se ve mucha televisión, pero todo lo erudito y serio queda en los cajones. Que no haya malentendidos: considero muy seria la música popular. ¿Pero será que hoy en día las personas están leyendo como yo leía cuando garoto, con el hábito de irse a la cama con un libro antes de dormir? Yo siento una especie de falta de tiempo de la humanidad. ¿Tú qué piensas?
Sufro de sólo pensar que alguien lea mis libros según el método de dar vueltas las páginas rápidamente. Porque los escribí con amor, atención, dolor y trabajo. Y querría recibir por lo menos una atención completa. Como la tuya, Tom. Pero, por otro lado, lo cómico es que ya no tengo más paciencia para leer ficción.
-¡Pero ahí te estás contradiciendo, Clarice!
No. Felizmente, mis libros no están superpoblados de hechos, sino de la repercusión de los hechos en el individuo. Hay quien dice que la música y la literatura van a desaparecer. ¿Sabes quién? Henry Miller. No sé si lo anticipó para ahora o para dentro de quinientos años. Yo pienso que nunca van a morir.
-La muerte no existe, Clarice. Tuve una experiencia que me reveló eso. A partir de esa experiencia, que no voy a contar, temo a la muerte veinticuatro horas por día. La muerte del yo, Clarice, te juro, yo la vi.
¿Y crees en la reencarnación?
-No sé. Dicen los hindúes que sólo entiende la reencarnación quien tiene conciencia de las varias vidas que vivió. Evidentemente, no es mi punto de vista: si existe reencarnación sólo puede ser por un despojamiento.
¿Cuáles fueron las grandes emociones de tu vida como compositor y de tu vida personal?
-Como compositor, ninguna. En mi vida personal, el descubrimiento del yo y del no-yo.
La sociedad industrial organiza y despersonaliza la vida. ¿No te preguntas si no les cabe a los artistas el papel de preservar no sólo la alegría del mundo sino también la conciencia del mundo?
-Soy enemigo del arte de consumo. Y eso que yo amo el consumo. Pero desde el momento en que la estandarización elimina la alegría de vivir, estoy contra la industrialización. Estoy a favor del maquinismo que facilita la vida humana, pero no de la máquina que domina la especie humana. Para mí está claro que los artistas deben preservar la alegría del mundo. Paradójicamente, el arte dice la tristeza del mundo. Pero no es culpa del arte, porque tiene como función reflejar el mundo. Reflejar yser honesto. ¡Viva Oscar Niemeyer y viva Vila-Lobos! ¡Viva Clarice Lispector y viva Antônio Carlos Jobim!
Por las cosas que dices, ¿debo suponer que nuestras mejores cosas están destinadas a las elites?
-Evidentemente, para expresarnos tenemos que recurrir al lenguaje de las elites. Y estas elites no existen en el Brasil... Es el gran drama de Carlos Drummond de Andrade y de Vila-Lobos.
¿Cuál es el tipo de música brasileña que tiene éxito en el exterior?
-Todos. Europa y los Estados Unidos están completamente necesitados de nuevos temas, de fuerza, de virilidad. Brasil, a pesar de todo, es un país de alma extremadamente libre. Eso conduce a la creación, eso potencia los grandes estados del alma.
¿No seremos parte de una generación que se sabe fracasada?
-No estoy del todo de acuerdo. ¿Por qué lo dices?
Es que siento que hemos llegado al umbral de ciertas puertas que estaban abiertas y, por miedo o por algo que no sé, no las atravesamos. Cada persona tiene una puerta con su nombre grabado, Tom, y es sólo a través de esa puerta que esa persona puede entrar y encontrarse. Voy a confesarte algo: siento que, si hubiese tenido coraje, ya habría atravesado mi puerta, y sin el menor temor de que me llamasen loca. Porque existe un nuevo lenguaje, tanto en lo musical como en la escritura, y nosotros dos seríamos sus legítimos representantes. Lo digo sin vanidad: simplemente creo que ambos tenemos una vocación por cumplir. Ya sé que estoy mezclando todo pero no es mi culpa, Tom, y tampoco tuya. Es que nuestra conversación se puso medio psicodélica. Siempre he creído que toda persona muy conocida es en el fondo un gran desconocido. ¿Cuál es tu fase oculta?
-La música. El ambiente era competitivo y yo hubiera matado a mi colega y a mi hermano para sobrevivir. El espectáculo del mundo siempre me sonó falso. El piano en el cuarto oscuro me ofrecía una posibilidad de armonía infinita. Ésta es mi fase oculta. Mi timidez me llevó, inadvertidamente o contra mi voluntad, a la escalinata del Carnegie Hall. Siempre hui del éxito, Clarice, como el diablo huye de la cruz. El piano me ofrecía, de vuelta de la playa, un mundo insospechado, de amplia libertad. Las notas estaban todas disponibles y yo sentía que se me abrían caminos, que todo era lícito y que podía ir a cualquier lugar...
¿Cómo sientes que va a nacer una canción?
-Los dolores de parto son terribles. Pegar la cabeza contra la pared, sentir angustia, son los síntomas de una nueva música naciendo. Me gusta más una música cuando más difícil se me presenta. Cualquier resquicio de savoir-faire me da miedo.
Gauguin, que no es mi predilecto, dice una cosa que no se debe olvidar, por más dolor que nos traiga. Cuando sientas que tu mano derecha es hábil, pinta con la izquierda; cuando la izquierda se vuelva virtuosa, pinta con los pies. ¿Responde eso a tu terror al savoir-faire?
-Para mí, la habilidad es muy útil pero, en última instancia, el virtuosismo es inútil. Sólo la creación me satisface. Verdad o mentira, prefiero una forma tosca que diga algo, a una forma virtuosa que no diga nada.
Traducción: Daniel Link
|