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Vale decir


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Si hay algo peor que el cine norteamericano clase B, eso es el cine francés clase B queriendo parecerse al cine norteamericano clase B. Jean Paul Belmondo y Alain Delon son viejos cultores de esta variante, pero se supe-ran a sí mismos -de ser esto posible- en Los profesiona-les: tiros, líos, cosa golda, Vanessa Paradis y chistes sin gracia. Mejor quedarse en casa viendo un viejo episodio de Dos tipos audaces.

Por HERNAN FERREIROS

Como idea no suena nada mal: Alain Delon y Jean Paul Belmondo juntos nuevamente, casi treinta años después del estreno de Borsalino, la película de Jacques Deray que protagonizaron en la cima de su carrera. El problema es que -parafraseando la célebre respuesta de un novelista a un pintor que decía tener una gran idea para una novela- las películas no se hacen con buenas ideas, sino con imágenes. Y todas las imágenes y también diálogos, personajes y situaciones centrales de Los profesionales (nota casi al margen: ¿no hubo ya demasiados profesionales en títulos de cine y televisión? El original es 1 chance sur 2, “una posibilidad sobre dos” que, de acuerdo, es bastante malo y justifica el cambio) parecen tomados de lo peor del peor género del cine americano: la comedia de acción y aventura. Patrice Leconte -director de El marido de la peluquera y Tango: la maté porque era mía entre otras- no reniega de semejante filiación: “Quise hacer un film de puro entretenimiento, una película popular, con humor y acción en el más puro sentido. Pero, además, el film involucra una historia seria, de un profundo amor y respeto por los valores familiares”. Tal declaración de principios podía haber sido realizada por nuestro Enrique Carreras en cualquier momento de su dilatada trayectoria. La película de Leconte, esto hay que decirlo, no se separa mucho de los intentos de nuestro más prolífico realizador por hacer un cine masivo haciendo suyos, versionando al modo nacional, géneros norteamericanos.

Está claro que el realizador apostó todo al carisma de sus estrellas. El único atractivo de la película consiste entonces en ver juntas a dos leyendas vivientes (en el caso de Delon, este adjetivo puede ser discutido) al final de sus carreras. Tanto Delon como Belmondo arañan los 65 años de edad de modo más que digno, y los 40 años de carrera de modo un poco más penoso. Una trayectoria tan larga inevitablemente hace que carguen con una persona cinematográfica que excede al personaje de cada película y que emana de lo peor de sus filmografías y lo más célebre de sus vidas privadas. A menos que un realizador se encargue de hacer lo que se llama un casting agaisnt type (otorgar un papel a un actor que no tiene el tipo para encarnarlo), estos dos veteranos parecen estar condenados a ser ex policías/mercenarios/delincuentes que vuelven a la acción luego de unos años de retiro y, siempre, con una notoria inclinación por la violencia gratuita, las mujeres menores y las armas de fuego. Y resultar imbatibles haciendo lo que saben hacer todo matizado por ese llamémoslo sentido del humor tan francés a la hora de la aventura. Belmondo selló este destino luego de El profesional, El marginal y El solitario -son tres películas diferentes- y Delon, luego de su serie de películas (algunas dirigidas por él mismo) dedicadas a la policía.

Pero las personas cinematográficas de Belmondo y Delon no son exactamente iguales: Delon es mucho más atractivo (y peor actor), en consecuencia debe ser gélido e inmutable. Belmondo, de mayor versatilidad (fue al conservatorio), pudo agregar una mayor dosis de gracia y variedad a sus encarnaciones. Curiosamente sus carreras empezaron al mismo tiempo, en 1958, en el film Sois belle et tais toi. Luego Belmondo pasó a protagonizar algunas de las películas fundamentales de la nouvelle vague como Sin aliento, Al final de la escapada o Pierrot Le Fou convirtiéndose en una figura clave del nuevo cine francés. Delon hizo algunos films menores en Francia hasta que tuvo un éxito en 1960 con el rol de Tom Ripley en A pleno sol, la adaptación de René Clement de una novela de Patricia Highsmith. Ese mismo año comenzó a filmar en Italia, primero a las órdenes de un extático y palpitante Luchino Visconti quien no pudo sino darle el protagónico de Rocco y sus hermanos y luego en películas olvidables, hasta que volvió a ser rescatado por Luchino en El Gatopardo. De vuelta en Francia, el genial Jean Pierre Melville vio en la rigidez de Delon un vehículo para sus personajes ascéticos y contemplativos.El samurai (1967) fue la mejor película de ambos. Desde ese momento, el actor comenzó a encarnar variaciones cada vez más grotescas de este personaje. Sólo Joseph Losey (en Mr. Klein) o Volker Schlondorff (en su necesariamente fallida adaptación de Proust donde Delon juega un impecable y amanerado Charlus, actuación que en su momento fue considerada un tour de force en el legajo deloniano) pudieron cambiarlo un poco, apenas. La vida privada de Delon contribuyó a elevar su mito. Gracias a la aparición de su nombre ligado a diversos casos policiales (incluido uno de corrupción política con asesinatos, sexo, drogas y otros aditamentos casi novelescos), su personaje de ficción se nutrió de un aura de tensa peligrosidad que emanaba de los titulares (y también de su biografía: fue expulsado de 15 colegios, fue paracaidista en Indochina, etc.) y que, probablemente, lo hiciera aún más irresistible para nuestras novias: no sólo en las películas era hermoso y cruel.

Al superar el medio siglo de edad, los dos actores intentaron alejarse voluntariamente del rol que habían acaparado durante los últimos quince años: las máximas estrellas del cine industrial (es decir, según la fórmula acción-sexo-humor) francés. Delon encaró proyectos más alejados del mainstream (la irónica Nouvelle Vague de Godard, por ejemplo) y Belmondo sólo aceptó papeles dramáticos, como el de la bizarra Los miserables De Claude Lelouch. Su aparición en esta película, entonces, retrotrae sus carreras diez años al pasado. El guión del director Leconte está evidentemente basado en todos los clichés que los actores fueron acumulando sobre sí mismos a lo largo de su estrellato. Todos los chistes son in jokes o guiños para seguidores: que Brassac (Belmondo) tiene que ser chistoso porque es feo, que Vignal (Delon) tiene una nariz femenina, que a Brassac le gustan los coches de carrera, que Vignal es demasiado mujeriego, etc. La trama, sólo una excusa, introduce a Alice (Vanessa Paradis, muchísimo más fea que en sus fotos), una chica que jamás conoció a su padre. En el momento de morir, su madre le confiesa que sólo estuvo enamorada dos veces en su vida, sólo que al mismo tiempo. Durante ese romance doble quedó embarazada, pero nunca supo cuál de sus dos amantes era el responsable. Los posibles padres, desde luego, son Belmondo, un ex mercenario dedicado a la venta de autos, y Delon, un ex ladrón dedicado a la gastronomía. La chica se las arregla para encontrar a los dos hombres y les cuenta su historia pero es rechazada. De modo tan forzado que sería largo de explicar, al poco tiempo la chica es secuestrada por la mafia rusa, excusa perfecta para el modo en que los dos “padres” deben unirse para lanzarse al rescate. Aunque parece difícil de creer -y de conseguir-, todas estas secuencias son aún peor de lo que suenan. La película termina con una media docena de torpes explosiones y demoliciones más dignas de un Stallone con presupuesto clase B que de un director como Leconte, quien solía tener cierto gusto y algo de personalidad. Por supuesto, los dos astros no pueden sino estar correctos en su papel y, por supuesto otra vez, acometen una parodia del personaje que construyeron durante buena parte de su vida. El problema es que, en las últimas películas de Belmondo & Delon, este personaje estaba tan gastado que ya era encarado, acaso involuntariamente, desde la parodia. Cosa que convierte a Los profesionales en un film completamente innecesario.

Lo mejor de Borsalino era que juntaba a Belmondo y Delon sin explicitarlo todo el tiempo. El atractivo discutible de que Belmondo y Delon vuelvan a reunirse para estar juntos todo el tiempo es lo único que esta película tiene para mostrar. Y lo hace hasta el hartazgo. El verdadero misterio -cómo es posible que una mujer se haya enamorado de estos dos tipos al mismo tiempo- nunca es explicado.
Tal vez sea mejor así.