El departamento es pequeño, el balcón es amplio, y allá abajo se asoma todo Madrid. Y, lo que es aún mejor, desde ese séptimo piso de una calle que se llama como sólo pueden llamarse las calles en la capital española --Conde Duque--, se alcanza a ver el lugar preferido de Ray Loriga y Christina Rosenvinge: el Vips de Princesa.
Suerte de minimarkets de estación de servicio pero sin estación de servicio, los Vips son una de las señas de identidad de Madrid. Pero el de la calle Princesa --al lado de los cines de arte, que en esta ciudad son los que exhiben películas subtituladas-- tiene algo de mítico, inmortalizado por una canción de Moris. Aquí estoy ahora, esperando nadie, esperando nada, canta el padre de Antonio Birabent en su tema Nocturno de Princesa, una de las materias obligatorias en el curso de rock en castellano que, según Joaquín Sabina, este prócer del rock argentino dio en España durante su exilio hace dos décadas.
Ray Loriga conoce el tema, pero en la versión de Antonio, que ya suena en las radios madrileñas, y que está incluido en su último disco, a punto de ser editado en el país en el que supo triunfar su padre. Lo que más se alcanza a ver desde el balcón de Ray es, precisamente, la escultura de duro aluminio de la que habla la canción. Sigue allí, más de veinte años después. Tan inmortal como el lugar, que también se caracteriza por el mendigo que desde hace años pide mil pelas a los gritos sentado en la puerta, y el guardia, de presencia tan prepotente como el de cualquier otro Vips. Y como el de Caídos del cielo, la novela que Loriga publicó tres años atrás, cuya trama precisamente se dispara con el asesinato de un guardia en un Vips. Hace poco me pasó algo parecido, dice Ray. Yo entré al lugar con una revista importada bajo el brazo, y cuando salía el guardia me detuvo. Como no tenía el ticket correspondiente, pensó que quería irme sin pagar y el muy cabrón me trató como a un ladrón. Como al protagonista de mi novela, cuenta. Claro que las cosas no terminaron igual: en la novela el guardia termina con un balazo en la cabeza; en la vida real, Loriga se quejó ante el encargado por el maltrato, y recibió las disculpas correspondientes. Al día siguiente ese guardia ya no trabajaba más allí.
LA BALADA DE RAY Y CHRISTINA Ray Loriga es un novelista generacional de pelo largo, anillo de calavera y botella de cerveza en mano, tal como sale retratado en la portada de Héroes, su segunda novela, y la primera en cruzar el charco y ser editada en Argentina. Antes de publicar novelas y ser todo lo famoso que le permite ser el hecho de salir en la tapa de sus libros --y tener una generación a la que dar voz y con la que escuchar el mismo rock--, Loriga tuvo camiseta under y formó parte del equipo que supo rodear al fotógrafo freak Alberto García Alix en el trance de editar la revista El Canto de la Tripulación, una suerte de mega Cerdos y Peces de la movida madrileña. Entonces, claro, no se hacía llamar Ray sino que no le quedaba otra que ser llamado Jorge, su nombre de pila.
Del under a la fama, tal el camino de Ray. Para Christina, en cambio, el camino fue inverso. Christina fue desde el comienzo la cara femenina del exitosísimo dúo pop Alex y Christina. No duró mucho, pero sí lo suficiente como para vender miles de discos y luego conseguir un contrato para sus melodías pegadizas al frente de Christina y Los Subterráneos. Con temas como Pálido -con un video grabado en un subte que se vio en MTV Latino- llegó a ganarse su fama, pero su postura rocker le fue quitando el apoyo de su público y su compañía grabadora. Un disco producido por Steve Jordan y Niko Bolas, y otro con producción de Lee Ranaldo y firmado como Christina Rosenvinge (ya sin Los Subterráneos, un detalle que parece haber asustado a la filial argentina de su discográfica, que ni se preocupó en editar el disco acá), terminó enterrando su figura exitosa sin ni siquiera conseguir a cambio un pasaporte under. Durante la construcción de sus respectivas figuras públicas, el flaco y pelilargo Ray y la ídem Christina construyeron su pareja. Una pareja exitosa a su manera, con cosas que decir pero poca exposición pública de a dos; él con novelas que editar y ella con discos que grabar. Ray y Christina, los anti Kurt y Courtney de Madrid.
EL AMOR DESPUES DEL AMOR No es para tanto, también hay gente que nos quiere, advierte Christina cuando se les pregunta sobre la conflictiva relación de la pareja con la escena madrileña. Embarazada de varios meses, y por eso atrapada en su departamento haciendo ejercicios pre-parto, Christina trata de minimizar la cuestión. Ray, en cambio, se ríe del asunto. Pero también lo mira de frente.
Cierto centro santo de la modernidad madrileña no nos quiere, es cierto, confirma el novelista, que con el pelo corto luce aún más joven que en sus comienzos. Pero se trata básicamente de gente que se ha dedicado en los últimos años a editar fanzines alabando el cine del franquismo. Gente que para mí ha confundido modernidad con estupidez, que llega al fin de siglo corriendo para atrás.
Claro que después está el asunto del amor. El, digamos, efecto Fito-Y-Cecilia, esas parejas que, sin traicionar, parecen haber traicionado los principios de ciertos principistas. Hace poco hablábamos de esto con una pareja amiga que está en la misma situación, dice Ray, haciendo mención a la que forman el cineasta independiente español Daniel Calpasoro y la cantante y actriz (estrella de Los Amantes del Círculo Polar, la última maravilla de Julio Medem) Najwa Nimri. Son una pareja tremendamente talentosa, muy potente, pero que sin saber por qué provocan una serie de iras y resentimientos. No sé, debe ser que cuando la gente ve una pareja que es una unidad de destino, simplemente desconfía.
Cosas del sentido común. Se sabe: así como una canción no puede salvar el mundo pero seguramente puede encender la chispa necesaria para hacerlo estallar, las canciones --o las películas, o los libros-- curan las heridas del desamor pero no le aseguran el amor a nadie. Si quieres tener éxito no te cases, agregan Ray y Christina casi a coro y entre risas.
QUE SE PUEDE HACER (SALVO HACER PELICULAS) Cuando se le pregunta por sus obsesiones, Ray Loriga suele hacer una rápida lista que incluye al rock, el cine y la literatura. Y el fútbol, suele agregar rápidamente. Es por eso que, cuando llegó el momento de considerar llevar a la pantalla grande una novela como Caídos del Cielo (Almodóvar intentó comprar los derechos cinematográficos con la idea de producirla) decidió que no sería mala idea hacerlo él mismo. Pedro sólo quería producirla pero aún no tenía pensado quién iba a dirigirla, y yo no quería venderle el guión hasta no saber quién iba a hacerlo, así que decidí cortar por lo sano. Conseguí productor por las mías, y me dije: ésta es mi oportunidad.
Así fue como, durante los últimos dos años, Loriga pasó de ser escritor a director de cine, y para las reediciones su novela pasó a llamarse La pistola de mi hermano, como su film, que fue destrozado por la crítica española pero al que no le fue mal en los festivales internacionales (Es más, ya conseguí productor para cuando quiera reincidir, precisa Loriga). Es una road movie estática, apunta Christina. Al estilo Strangers than Paradise, de Jarmusch, exagera. Ya quisiera yo que se pareciera a ese film, que es uno de mis preferidos, modera Loriga. El gran problema con el que se enfrentó Ray cuando decidió filmar su historia de chico-que-huye-asesinando-y-rapta-y-se-enamora-de-chica-incomprendida fue Natural Born Killers. Me pareció que Stone había llevado al extremo la locura de los mass media y el montaje vertiginoso, así que yo quise hacer todo lo contrario. La mía es una película aburrida en el buen sentido del término, que para mí lo tiene. Antes de largarse a dirigir, sin embargo, Loriga tuvo unas lecciones cinematográficas de lujo como asistente de Pedro Almodóvar, que lo convocó para que lo ayudase a terminar el guión de Carne Trémula. Me llamó para que fuera algo así como su sparring de guión, aunque ahora que lo pienso sparring es un término un tanto despectivo, bromea. Aunque no hay que olvidar que a Mike Tyson alguna vez lo noqueó un sparring. Durante los dos meses del verano madrileño en el que trabajaron codo a codo, el guión original de Carne Trémula perdió varias subtramas y se fue ajustando a la idea del thiller, con un tono más seco.
Ahora, cuando se trata de precisiones, Loriga no se atreve a darlas. Porque no las hay, dice. Habrá alguna que otra escena que sea mía, pero mi trabajo fue ayudar en la estructura, ajustar alguna cosita aquí y allá. Como buen sparring: esquivar los golpes y tirar apenas algún que otro guante para evitar que el otro se relaje demasiado. Aunque puedo confesar algo: todas las líneas sobre fútbol corrieron por cuenta mía. Es sabido que a Pedro le importa un rábano el asunto.
LA JUVENTUD SONICA Si a Ray Loriga sus detractores madrileños no dejan de recordarle el fracaso de su ópera prima, Christina Rosenvinge la tiene mucho peor: los indies españoles nunca le perdonarán que Lee Ranaldo --guitarrista de Sonic Youth, próceres indies indiscutidos-- haya elegido producirle un disco precisamente a ella. Lo ven como una traición, una calculadísima estrategia de marketing, y la verdad que se equivocan de cabo a rabo, dice Loriga. Lo que simplemente sucedió fue que nos conocimos en un festival en Holanda, en el que Christina tocaba y yo leía, y Ranaldo leía y también tocaba. Entre nosotros se dio una unión natural. También estaban por ahí Linton Kwesi Johnson y Henry Rollins. Pero nosotros nos llevamos muy bien con Lee, y cuando Christina le preguntó qué le parecía la idea de que le produjera su próximo disco, él respondió que sí. Eso fue todo.
No fue tan fácil, sin embargo. Antes de que Lee Ranaldo produjese Cerrado, el primer disco de la carrera solista de Christina sin Los Subterráneos, debió convencer a la discográfica. Eso no fue muy difícil, porque Lee es una persona muy simple, explica Rosenvinge, confirmando la idea que muchos de sus fans porteños se hicieron de él cuando pasó por Buenos Aires sin ínfulas de estrella, firmando autógrafos, hablando con la gente y llenando Cemento para una performance en solitario. A pesar de tener un Sonic Youth al mando, Cerrado es un disco aún más despojado que los anteriores de la carrera de Christina. Lo que la gente no sabe es que cuando está solo en su cuarto, Lee escucha a Townes Van Zandt y toca canciones de Leonard Cohen. No es un fanático de la distorsión sino un fanático de la música, cuenta Loriga.
Disco maldito, que no dejó conformes ni a los fans de Ranaldo ni a los de Christina ni a la discográfica, Cerrado tiene su propio mundo. Fue toda una experiencia realizarlo: apareció la oportunidad de grabar con Ranaldo y no la quise desaprovechar. Tal vez me excedí en mi lucha contra la discográfica: quería experimentar, incluso llegué a grabar todo el disco en inglés, a poner las guitarras bien adelante en la mezcla, cosas que luego corregimos. Pero no me arrepiento, era algo que había que probar. Si quieres ver que tus dedos encajan en el enchufe, hay que intentar meterlos para ver qué pasa. Lo que pasó es que, después de Cerrado, Christina decidió grabar por su lado Flores raras, un desenchufado que acaba de salir en España y que le sirve para terminar su contrato con Warner. En él compilo mis mejores canciones de los últimos tres discos. Los de Warner están muy felices con él. Y yo también.
VOLVIENDO A CASA Cuando se le pregunta a Loriga cuánto duró el rodaje de La pistola de mi hermano con la intención de calcular por cuánto tiempo fue director de cine en vez de escritor, rápidamente responde que el rodaje duró seis semanas pero que él fue director por dos años. El trabajo me duró desde que comencé a trabajar en el guión hasta que terminé de montar la banda sonora, precisa. Y puedo asegurar que ser director de cine es el peor trabajo del mundo, el más agotador. Me dejó muerto, y tal vez por eso para mí fue una alegría tan grande volver a la literatura. Escribir un libro fue como someterme a una reparadora sesión de masajes.
La sesión terminó, y Loriga ya tiene libro nuevo a punto de editarse, Tokio ya no nos quiere, la cuarta novela de su cosecha. Creo que es la novela más gruesa que he escrito nunca y eso habla a las claras de las ganas de escribir que tenía. Todo lo contrario de cuando escribes un guión, en el que debes recortar todo el tiempo y lograr una economía absoluta. Este libro, en cambio, es dos o tres veces más largo que cualquier otra de mis novelas. Novela adulta y según Ray más personal que generacional, Tokio ya no nos quiere cuenta la historia de un tipo que viaja por el mundo vendiendo una droga del siglo XXI que te ayuda a eliminar de la memoria las cosas que no quieres recordar.
Es una novela contra la memoria, la define Loriga, y uno no puede menos que recordar que en sus novelas anteriores los protagonistas se la pasan atrapados en sus recuerdos. Para mí, la memoria es la madre de la culpa, y la culpa es la madre de la infelicidad absoluta. Además, la libertad absoluta está en la inocencia, y en la posibilidad de cambio constante, y eso se hace sin memoria. Es la memoria lo que te impide ser otro, dice un escritor que siempre ha sido más o menos el mismo. Y que hoy se dedica a cuidar a su esposa embarazada a siete pisos de altura sobre Madrid. Cerca de un lugar donde es posible esperarlo todo sin esperar nada. Nocturno. Y con su propia princesa.