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Vale decir


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El fuego inolvidable

Hoy a las once de la noche vuelve Jesús Quintero con su programa El perro verde, por el flamante canal Azul. En la primera emisión se verán algunas de las cien entrevistas que Quintero realizó en más de treinta cárceles del mundo y recopiló en una serie y un libro llamados Cuerda de presos. Como muestra de la potencia de esos diálogos, Radar reproduce un fragmento de la entrevista con Ramón Lijo Ageitos, un marinero vasco que quemó vivos a su ex amante y a un amigo y ya cumplió dieciséis de los cincuenta y cuatro años a los que está condenado, que saldrá hoy al aire.


Por Jesús Quintero

Uno puede comprender que se mate por amor, por celos, por odio, por locura, en defensa propia o de los seres queridos. Aunque no lo disculpe, uno puede entenderlo. En la prisión de alta seguridad de Soto del Real, aquella tarde de 1995 me aguardaba Ramón Lijo Ageitos, un marinero vasco que en 1982, en el donostiarra barrio de La Paz, quemó vivos a la mujer con la que había convivido y a un amigo de ambos. No se trataba de un crimen pasional, sino de una fría y desproporcionada venganza. Durante los días anteriores al suceso, el joven marinero le había reclamado a Maite, su ex amante, la documentación que se había dejado en su casa y que, según ésta, había quemado. Ramón Lijo decidió hacer con ella y con su amigo Gregorio, implicado en el extraño triángulo, lo que éstos decían que habían hecho con sus documentos: los roció de gasolina y les prendió fuego.

¿Usted se siente un asesino?
-No, no me tengo por asesino, porque no tengo ese instinto. Es más, me gusta respetar, respetar la vida y la forma de ser de cada persona.

Sin embargo en aquella ocasión mató fríamente.
-Sí, maté, maté...

¿Los quemó vivos?
-Sí, los quemé vivos... Los até, los desaté, los volví a atar, los volví a desatar. Hacía lo que quería. Los tenía intimidados porque cogí un cuchillo, me lo até a la muñeca con una cuerda y entonces no podían hacer nada.

¿Qué hicieron ellos cuando lo vieron entrar aquella noche en el piso?
-Yo los había amenazado: “Mirad que os voy a joder, que os voy a joder”. Pero ellos se lo tomaron en broma, y nunca pensaron que llegaría a esos extremos.

¿Y cómo reaccionaron cuando los ató en la cama y los roció de gasolina?
-Ella sudaba y él suplicaba. Ella no tenía palabras y él me lo pedía por su mujer y sus hijos. Y yo le decía que no, que si me la habían hecho que me la iban a pagar. Ella no dijo nada. El sí porque, al derramar la gasolina, parece que le entró en los ojos y le empezó a picar. Entonces empezó a chillar y yo cogí y fui al servicio por una toalla y le solté una mano para que se limpiara los ojos. Porque, claro, vi que estaba sufriendo con la gasolina en los ojos y me dio un poco de pena cómo chillaba. Tenía miedo de que se quedara ciego.

¿Qué sentía usted en esos momentos?
-Yo me sentía seguro de la situación. Sentía que estaban acobardados y como veía que me obedecían, yo estaba subido, sentía “aquí mando yo”.

Y cuando le suplicaban, ¿usted no se conmovía?
-No, no me conmovía porque ese tío era muy falso. Incluso hubo gente que me dijo: “Has hecho muy bien, te has cargado a un cabrón”. En la cárcel de Martutene estuve con uno que me dijo: “Yo soy miembro de la familia de él, y olé tus cojones”. Sí, olé tus cojones, pero ahora el que las paga soy yo.

¿Los mató fríamente?
-Sí, mirándolo bien fue fríamente, a sangre fría.

¿Por qué cree que ella le quemó los documentos?
-Yo tenía pensado irme a Francia, a la vendimia. La chica quería que yo me quedara pero yo no quería, entonces me vació la cartera, cogió los documentos, el pasaporte, el carnet de identidad, la cartilla de la mili, todo. Ella sabía que yo no podía ir a la policía a hacer unos nuevos. Y un día me dijo: “No te los voy a dar porque te los he quemado”. Entonces le dije: “Si me has quemado los documentos, soy capaz de quemarte yo a ti”. “Que sí, que te los he quemado.” Y bueno, pues pasó.

¿Usted estaba enamorado de ella?
-No, le tenía aprecio.

¿Cuánto tiempo vivieron juntos?
-¿La Maite y yo?... Cuatro meses, cinco meses me parece.

-¿Y después apareció el amigo?
-El amigo ya convivía con nosotros. Yo con la chica, él también conmigo, éramos como una cuadrilla.

¿Estaban los tres...?
-Sí, compaginados.

Pero, ¿no sentía celos de verlos a los dos juntos?
-No, porque yo mismo le presenté a la Maite para convivir con ella. Yo ya no quería vivir con ella. Lo teníamos planeado.

¿Qué edad tenía entonces?
-Veintiocho años. Ahora tengo cuarenta y dos.

Después de trece años y tres meses, ¿es usted el mismo?
-No, esto cambia... Es que he visto mucho. Lo que se ve ahí no se ve en la calle. Esto es otro mundo: violencia, droga...

¿No tiene en la cabeza la imagen de esa noche?
-Sí, me acuerdo, me acuerdo perfectamente, y no creo que se me borre.

¿Y se arrepiente?
-Sí, me arrepentí al poco tiempo, al enterarme de que habían muerto, porque no era mi intención. Si no, habría buscado otros métodos para matarlos.

¿Los vio arder?
-No, yo vi el fogonazo.

¿Tiró la cerilla y salió corriendo?
-Sí, tiré la cerilla y, al pegar el fogonazo, lo único que sentí fue chillar. Tomé mis medidas de precaución. Ya tenía un ascensor llamado. Entonces, nada más salir por la puerta me monté en el ascensor, bajé y me fui.

¿Qué hizo después?
-Me fui al monte, porque la casa está allí mismo, y me quedé como media hora escondido. Cuando vi que empezaron a desaparecer las ambulancias y la policía, cogí y me largué.

¿Y cuándo lo encontraron?
-A los cuatro días o por ahí, porque yo mismo fui a la comisaría.

Fue a la policía, ¿a qué?
-Confesé cuando me enteré de que habían muerto.

Ellos no murieron en el acto...
-No. A la chica tuvieron que llevarla en helicóptero al Centro de Quemados de Zaragoza. El murió a las ocho o diez horas en el hospital. Antes de morir, ella le dio mi nombre a la policía.