Miquel Navarro hizo su aparición en la década del setenta. Hoy tiene una trayectoria desarrollada en espacios públicos y, bajo la influencia del constructivismo ruso, en la instalación de ciudades que bien pueden parecer maquetas completas. Sin embargo, como se ve en la muestra del Museo Nacional de Bellas Artes, se trata de brillantes ejercicios en los que se ocupa de reproducir, de manera enloquecida y trastrocada, desde barrios, calles, rascacielos y monumentos hasta los cementerios y las ruinas de una ciudad vieja que asoma bajo la nueva. Por Fabián Lebenglik Para mí construir ciudades es un pretexto para reunir simultáneamente el orden y el caos. Hay un entramado urbano muy relacionado que advertí de niño. Yo nací en Mislata, muy cerca de Valencia, donde vivo y trabajo. Y esa mezcla de ciudad que combina lo urbano con lo rural está muy presente en mis ciudades, dice Miquel Navarro, entrevistado por Radar, de paso por Buenos Aires para montar la exposición que se presenta en el Museo de Bellas Artes. La muestra está curada por Manuel Blanco, catedrático de Composición Arquitectónica de la Universidad Politécnica de Madrid, y fue organizada por el Consorcio de Museos de la Generalitat Valenciana (según Navarro, Valencia pasó a ser para mí la gran máquina hecha por el hombre. Y desde entonces me atraen tanto el paisaje urbano como el humano).
¿Por dónde se empieza a mirar una ciudad?
¿Ese mecanismo también es aplicable a la construcción de sus propias ciudades?
Hay una evidencia de obsesión por el ordenamiento y la disposición en su obra.
Y con el constructivismo ruso. Si bien las ciudades de Navarro en un primer vistazo pueden parecer maquetas, se trata de un engaño de la mirada. Mis ciudades no son maquetas porque no son la proyección de realidades objetivas hechas a escala, explica el escultor. Sin embargo, hay una relación íntima con la arquitectura: en las ciudades de Navarro sí se distingue una estructura urbana, la configuración de barrios, arquitecturas diferenciadas, calles y avenidas, canales y acequias, monumentos, casas, rascacielos, cementerios, edificios públicos, evocaciones de iglesias, etc. Se fusiona escultura y arquitectura al punto que sus pinturas y dibujos forman una clara unidad con las esculturas porque están pensados en relación con ellas y completan su sentido cuando se las integra visualmente a la microarquitectura de las ciudades. Las ciudades de Navarro exigen no tanto la mirada del turista, que posa sus ojos donde está previamente establecido y acordado por las sucesivas mareas de turistas a lo largo del tiempo, sino más bien la del viajero, que usa la mirada para buscar y descubrir, porque no ratifica sino que cambia el punto de vista. Pero a su vez las ciudades instaladas recuerdan a otras tan reales como emblemáticas: la propia Valencia, Nueva York, Chicago, Caracas o alguna ciudad centroeuropea, entre otros modelos reconocibles. Ciudad Roja, por ejemplo, es una multitud de piezas de dimensiones variables hechas en fundición de hierro. Bajo la luna consiste en una larga serie de objetos de dimensiones variables, en zinc y plomo. Estas dos ciudades que Navarro presenta en Buenos Aires (junto con una serie de esculturas, objetos, pinturas y dibujos) toman diferentes configuraciones, disposiciones y montajes según el lugar de exhibición que les toca en suerte. Cada instalación urbana tiene, al mismo tiempo, un notable rigor combinado con una estructura dinámica y flexible. Son sistemas urbanos adaptables, con funcionamiento propio. CIUDAD ROJA (FUNDICIN DE HIERRO, MEDIDAS VARIABLES), 1994-1995. Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona Salvo algún experimento aislado, las ciudades reales no se hacen de una sola vez. El eje diacrónico, que atraviesa la historia y establece una genealogía, resulta tan determinante como el eje sincrónico, que supone un corte en un momento dado, en el orden de la simultaneidad: los dos ejes son inherentes tanto a las ciudades reales como a las de Navarro. Ambas miradas se superponen en las instalaciones urbanas del artista. Sus ciudades también incluyen una zona histórica, un barrio antiguo, una ciudad vieja -incluso ruinas- complementarios de otra ciudad, nueva. Hay todo un trabajo alrededor de la arqueología ciudadana. En este sentido, en otra zona de la exposición se exhiben piezas pequeñas, antropomórficas y objetos, que están montados dentro de nichos al uso de las exposiciones arqueológicas. En sus ciudades de ficción, Navarro fabrica su propio yacimiento de objetos e historias. El artista establece una gramática urbana con su propia morfología (en la fabricación minuciosa de las series de objetos que funcionarán como casitas, graneros, edificios, siempre sutiles, a veces diferenciados, a veces idénticos) y su propia sintaxis (la ciudad se emparienta con la lengua en más de un sentido). Cada elemento del alfabeto urbano adquiere un significado en tanto se relaciona con otros en determinados contextos. Las verticales, diagonales y horizontales van pautando esa sintaxis ciudadana, de modo que las variaciones no modifican lo fundamental del sistema aunque introducen matices. Así, el concepto de tensión es estructural y específico, porque habilita la coexistencia con el territorio preexistente (el suelo del museo), y establece contrastes y complementaciones entre densidad y vacío, horizontalidad y verticalidad, un color y otro, un material y otro, distribución en cuadrícula y distribución desordenada, luz y sombra, barrios nuevos y viejos y así siguiendo. En el lenguaje urbano, la contigüidad, la vecindad, la yuxtaposición y la diferenciación son algunas de las relaciones espaciales que van dando sentido. Si algo tienen de maqueta cada una de las ciudades de Navarro tal vez sea porque aparentemente lucen como tales, pero bien miradas son maquetas enloquecidas, hipertrofiadas, con escalas trastrocadas y desarrollos metastásicos. Todo el sistema de escalas está absolutamente distorsionadoen sus obras. De modo que esa distorsión produce abismos lógicos para el que mira. Y estas confusiones introducen además distorsiones en la apreciación del espacio y de las distancias internas. La falsa vista aérea que proyecta todo visitante sobre estas ciudades ayuda a conformar ese espacio nuevo y extraño. Una de las claves constructivas de las ciudades/instalaciones es la disposición de los componentes en el espacio. En este juego arquitectónico entran en combinación las diferentes estructuras de las salas del Pabellón del Museo Nacional Bellas Artes: tabiques, paredes, todo pasa a integrarse a la ciudad que se levanta a su alrededor y a sus pies. Navarro utiliza el espacio en función de su plan de urbanización efímera. Si bien las tramas ciudadanas de Navarro tienen incorporadas la noción de tiempo, el propio transcurso del tiempo real afecta el sentido de cada ciudad. A través de las sucesivas exposiciones, van adquiriendo autonomía junto con un proceso de desarrollo implícito que las hace variar el montaje. Todos, mentalmente, hacemos de nuestras ciudades un territorio marcado de hitos, rituales y emblemas. Del mismo modo las ciudades de Navarro constituyen un puro ritual, un espacio territorial sembrado de marcas y señales tanto individuales como sociales. A medida que la mirada se afina y entra en la lógica rigurosa del artista se advierte que los componentes de las ciudades a veces evocan modelos edilicios, o celebran y homenajean una tradición arquitectónica o escultórica, o alguna obra específica -como podría ser la Columna sinfín de Brancusi-, y a veces recuerdan insectos o utensilios en escala enloquecida (asombrosamente pequeña o grande, según el caso), o se advierten formas extrañas, tiernas o amenazantes, de reminiscencias orgánicas. Las de Navarro son notoriamente ciudades mentales, sutiles recortes de mundo, efectos de la imaginación y la poesía, contaminadas de su propia experiencia ciudadana, cruzadas de obsesiones paradójicamente antagónicas y complementarias, como el caos y el orden.
En el Museo Nacional de Bellas Artes, |