Cuando el 15 de junio de 1944 la armada norteamericana estampó su sello de Aprobado en el proyecto TK 356 (que no era un misil supersónico sino una oda a la remera por sus cualidades para filtrar el sol y proteger de los insectos, titulada Estudio de ropa y equipamiento para el trópico) seguramente ignoraba que habían creado una de las armas más eficaces para dominar el mundo a través de la indumentaria. Porque con su superficie de puro algodón, de lo más inofensiva si se la compara con la daga de los estiletos o la transparencia de los encajes, las t-shirts -bautizadas así en honor a la forma de letra T que adoptan al ser dobladas- son permeables a consignas políticas, idolatrías musicales, ilusiones de pertenencia, y desvelos por causas ecologistas.
Quizás por eso, en The White T, un estudio sobre esta prenda escrito por la norteamericana Alice Harris, el creador de la sastrería moderna, Giorgio Armani, las define como las letras alfa y omega del lenguaje de la moda, por su capacidad de ser destrozadas, minimizadas, pintadas y cargadas de morbo.
Segunda piel Derivada de la ropa interior masculina, las primeras apariciones de la camiseta blanca se limitaron a las zonas de alta mar. La prehistoria de la remera incluye modelos primitivos largos hasta la cadera para ser usadas debajo de un jumper, donde cruzaban la entrepierna masculina con formato de pañal chiripá. Investigadores del Greenwich Maritime Museum atribuyen ese paso de las musculosas a los modelos con mangas al puritanismo victoriano: a los integrantes de la Royal Army se les impuso coserles tela a cada una de sus remeras para que cuando la reina Victoria los visitara no tuviera que enfrentarse a la visión de los pelos axilares.
La firma Kenosha Kloed Krotch patentó un predecesor de la camiseta llamado traje unión, de uso habitual entre los hombres de principio de siglo. Por entonces fue un éxito de ventas gracias a los catálogos de Sears Roebuck & Company distribuidos entre los granjeros de Estados Unidos, quienes en un gesto de supina elegancia las usaban debajo del overol.
Como prenda iconoclasta de los trabajadores devino en vestuario obligado de Charlie Chaplin en Tiempos modernos así como de los protagonistas en éxodo de Viñas de Ira de John Ford. Atentos a las necesidades del sector proletario, los fabricantes agregaron un bolsillo para lápices o tabaco de mascar, un recurso de estilo que en los 80 permitió a The Gap, entonces una ignota firma de Chicago, tranformarse en una multinacional de la moda con la ayuda del modelito Gap Pocket T, disponible en doce colores.
Verde dólar En los 50 Walt Disney y Roy Rogers acuñaron el concepto de remera como souvenir, valiéndose de la invención del Plastisol (una tinta más durable que la de uso corriente hasta el momento) para explotar más aún a su familia de animales. En los 60 la cervecera Budweiser estampó la silueta de una botella. Y desde entonces, las empresas emprendieron una carrera sin pausa para promocionar sus productos sobre el mismo fondo de siempre: una remera blanca.
Con los años, fueron apareciendo otras ventajas: cualquiera puede jugar a ser modisto avant-garde cortando las mangas y haciendo agujeros a una democrática Hering al estilo de los modelos de Commes des Garçons o Vivienne Westwood que adornan las vitrinas del Victoria and Albert Museum; o sentirse artista por un día imprimiendo fotos favoritas gracias a la tecnología de las fotocopias láser. Homero Simpson pidiendo más cerveza, grafismos japoneses, poses sexuales, batiks industriales con iconos de surfistas, Bruce Lee y los Stones son algunos de los fetiches que adornan el recorrido de una avenida local durante una tarde de verano. Ya en 1840, desde las páginas de su célebre publicación Sanitary Woolen System, el predicador de la ropa interior de lana Dr. Gustave Jaeger había propuesto la camiseta blanca como artilugio para proteger a las mujeres durante los deportes. Pero las remeras deportivas por excelencia, las Lacoste, tardaron un siglo en aparecer. Inventadas en un blanco inmaculado por la estrella del tenis francés René Lacoste (alias El Cocodrilo, por su furia en los sets), la marca recién amplió la paleta de colores en los 70.
Por esa misma época, la incipiente religión del fitness encontró en su superficie el mejor escenario para exhibir bíceps de acero y musculatura intercostal. Y pocos años después, entrados los 80, Guess eligió lanzar a la todavía desconocida Claudia Schiffer saliendo del agua en camiseta, mientras que The Gap sexualizó el modelo al incluir como imagen institucional a Naomi Campbell con las manos entre sus piernas de acuerdo a los criterios estéticos del perverso Steven Meisel.
En la era de los básicos, el clacisismo de los popes Fruit of the Loom, Jockey y Hanes tuvo como contrincantes recreaciones de Banana Republic, Donna Karan, Agnès B y del asceta Calvin Klein. Hasta Sofia Coppola (hija del director Francis Ford) patentó una marca llamada Milk, favorita de los vanguardistas neoyorquinos, para la que diseña en forma simultánea a una pasantía en Chanel y la filmación de su primera película como directora. Hoy, todos, colección más, colección menos, mantienen una competencia desaforada en busca de la mejor remera blanca.
Código de barras De todas, la favorita de los piratas de la moda es la remera blanca con el logo de Chanel que Karl Lagerlfed decidió estampar en el plan por resucitar a la firma de alta costura. Como cada intento por resucitar una marca parece haber incluido casi obligatoriamente una reformulación de la remera blanca, las resurreciones se acumularon: algunas cifras del consumo de este equivalente al vestidito negro pero en versión fin de semana indican que en 1951 se vendieron 180 millones de remeras, una cantidad que a mediados de los 90 ascendió a 6 mil millones. Un crescendo ininterrumpido desde el crack que, en 1934, mostró a la vez el poder de Hollywood y la inmensidad del mercado: en una escena de la comedia romántica Sucedió una noche Clark Gable reveló, al quitarse la camisa, que no llevaba ni musculosa ni camiseta blanca, lo que provocó además del desenfreno de Claudette Colbert una caída vertiginosa en las ventas. Claro que esas pérdidas serían compensadas por el mismo Hollywood gracias al furor desatado por James Dean en Rebelde sin causa, luciendo la más blanca de las remeras que lució el technicolor. (Otro gran momento de la saga de la camiseta es la escena de La reina africana en la que Humphrey Bogart ofrenda su musculosa embarrada a la capitana Katharine Hepburn como si fuera el mejor diamante de Tiffanys.)
Pintala de negro Después llegaría Easy Rider para que Peter Fonda y Dennis Hopper la consagraran como acessorio de motociclistas, tras las huellas de Montgomery Clift, Marlon Brando y Paul Newman. Pero ya había aparecido el rock para pintarlas. A tono con el verano del amor californiano, Grace Slick, la cantante de Jefferson Airplane, impuso la pasión por remeras de batik, mientras que Janis Joplin les cosió broderie y trozos de telas para manteles asesorada por su vestuarista de cabecera, Linda Gravenites. Y si una remera puede ser relativamente barata, es difícil calcular cuánto pagarían por las remeras de Sid Vicious que, exhibidas el año pasado en el Rock and Roll Hall of Fame Museum de Cleveland junto al vestuario de los Beatles y las plataformas glam de David Bowie, conservaban todavía las manchas de sudor del creador del pogo. Muchas de ellas fueron ideadas por la estilista del punk Vivienne Westwood, quien estampó una foto de Elizabeth, la consigna Dios salve a la reina y clavó gilletes en los labios de la soberana. Ya en los 80, la camiseta blanca teñida completamente de negro y con estampados de bandas diversas (modalidad nacida en California durante los 60 y fundante del género Recuerdos de conciertos) también se había convertido en un negocio monstruoso de 500 millones de dólares controlado por las discográficas.
La camiseta política Si en Sin aliento Jean Seberg se pasea por las calles de París con el logo del New York Herald Tribune en su pecho e inaugura los slogans como símbolo de status (similares a las carteras-revista de Vogue), Katherine Hamnet es la precursora en lanzar una colección de remeras blancas con slogans políticos. En 1985, mientras la opinión pública discutía la decisión británica de hospedar cohetes nucleares americanos, la Primera Ministra Margaret Tatcher dio un cocktail para los creadores de moda de su país. Hamnet aprovechó la ocasión para estrenar su modelo antidesarme que proclamaba: El 58 por ciento no quiere los Pershing. A lo que la Dama de Hierro respondió: No tenemos Pershing sino Cruise. Hamnet no se dio por vencida y lanzó otro modelo que rogaba: Paren la lluvia ácida. Desde entonces, la historia política de las remeras ya mereció una muestra del Fashion Institute of Technology de Nueva York, por donde desfilaron desde los modelos que abogaban por el desarme hasta los que arengaban de manera casi desbocada por el bombardeo a Bagdad durante la Guerra del Golfo. Pero en los últimos años las remeras con slogans políticos ya no reditúan como antes, por lo que los especialistas se dedican a buscar variantes que hasta hace poco parecían irrisorias. Y las encuentran.
El futuro es blanco En la era de las fibras tecnológicas con extravagancias químicas agregadas en laboratorios, el último grito son las remeras con un dispositivo que funciona como papel secante y responde al nombre de cool. Su superficie está compuesta de dos capas, una de polyester en el exterior y otra interna de algodón, con la cualidad de restarle temperatura al cuerpo, de enfriarlo. Como si una camiseta refrigerante fuera poco, en una obra considerada cumbre por los estudiantes de moda unidos por el proyecto Medias Lab: Things that Think realizada en la Universidad de Cambridge, se presentó una colección de remeras a rayas plateadas y microchips con canciones. Nike y Levis estuvieron presentes y es probable que en el 2000 -el año que viene- las nuevas remeras blancas incluyan melodías junto a la foto de los cantantes favoritos.