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Vale decir


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SE VA A ACABAR

Por JUAN IGNACIO BOIDO

Hace treinta años, cuando no muchos imaginaban que el mundo estaba ya por las últimas páginas de la Biblia, algunos gritaban “No hay futuro”. Ahora, dicen, el futuro ya llegó. De nuevo. Porque no es la primera vez: desde que la Atlántida se hundió, dicen, en el 9600 a.C., el fin del mundo ya llegó por lo menos quince veces.

Y ahora –en el 4698 del calendario chino, el 5761 del hebreo, el 1421 del islámico, el 1993 de los cristianos más acérrimos y el 1999 del resto del planeta– el fin del mundo llegó de nuevo. Y para todos. Los hindúes creen que la humanidad está viviendo los últimos días de “la yuga Kali”, un ciclo calculado en 6480 años durante el que transcurre la última y más degenerada de las etapas recurrentes mediante las que los hombres descienden de la luz a la oscuridad. En el universo griego, ésta es la época del crepúsculo de la Edad de Hierro, después de la que, si el mundo sale vivo, se entrará a una nueva Edad de Oro. El calendario maya, que se remonta millones de años en el pasado, está llegando a su último día: el 22 de diciembre del 2012. Además, los planetas que signaron estos dos mil años de violencia bajo la Era de Piscis, rompen filas y se alinean bajo Acuario, garantizando dos mil años de sabiduría y luz. Nunca un apocalipsis tuvo tantos adeptos como éste.

I Existen quienes creen que el milenio es algo más que el mero transcurso de mil años. Por eso se llaman milenaristas. Quienes –lejos de inspirarse en los delirios místico-colectivos del 1000 y del 2000– esperan el día en que ya nada se aguante más y ocurra la Segunda Venida de Cristo anunciada en el libro del Apocalipsis de la Biblia: el día en que verán a Dios enjaular a Satanás y reinar en la Tierra durante mil años: el Milenio.

Desde siempre, cualquier excusa para anunciar el apocalipsis desata una de las fantasías más viscerales y milenarias de la humanidad: tener primera fila el día que todo se acabe.

Ésa ha sido la constante de las grandes civilizaciones: creer en un declive progresivo de la humanidad y, a la vez, después de enhebrar las grandes tragedias de la historia con una dudosa lógica numérica, ubicarse hacia el final de esa debacle. A su vez, esa creencia en un declive moral por lo general está acompañada de la fe culposa en un Paraíso original del que el hombre fue expulsado y al que quiere volver a cualquier precio. Por eso, incluso después de todas las veces que el Señor dejó clavados a sus fieles, el fin del mundo –de este mundo– inoculó una certeza al menos discutible en el torrente de la vida cotidiana: la posibilidad real de que en el futuro haya algo mejor que en el pasado. Así, el apocalipsis es la oportunidad perfecta de ir a la vez para adelante y volver al paraíso. Para siempre. Con Papá.

II Si bien la ciudad mejor preparada para la llegada de Dios a la Tierra es Seúl –todas las noches el cielo coreano se ilumina con cruces de neón dispuestas para marcar la pista de aterrizaje del Cristo Rey–, antes de perecer, el mundo está dispuesto a dar batalla. Una tal Sociedad Milenio organiza fiestas que detonarán de este a oeste, de Nueva Zelanda a Hawaii, mientras el mundo termina de dar la última vuelta del siglo y, si nada pasa, empieza a dar la primera del 2000.

Por módicos 75 mil dólares, se pueden hacer reservas en uno de los 96 asientos del Concorde que, despegando desde Hong Kong, sobrevolará el mundo a contrapelo, manteniendo las doce de la noche durante casi veinticuatro horas. En el desierto de Mojave (California), con cinco escenarios, 500 parrillas y 6500 personas de seguridad, la fiesta va a durar tres días y tres noches. En Nueva Zelanda –uno de los primeros países en atravesar el fin del mundo– los días en la mitad de la nada van a ser diez, antes de saber si las PC del mundo enloquecieron.

De eso precisamente, y vía internet –si se busca con la paciencia suficiente como para que ellos lo encuentren a uno– se está ocupando desde hace tres años una sociedad post-apocalíptica dispuesta a no tolerar que Bill Gates aparezca en los últimos días del milenio blandiendo un diskette de mil dólares con el que exorcizar el demonio informático del doble cero. Si Gates hace eso, ya se toman reservas para incendiar, el 31 de diciembre a las doce de la noche, las oficinas de Microsoft.

III La fiesta en la pirámide de Keops puede llegar a ser la más interesante: desde que Occidente la redescubrió gracias a la barbarie de las tropas napoleónicas, los piramidólogos (entre ellos el fundador de los Adventistas) decodificaron un hallazgo notable: la distancia desde la entrada de la pirámide hasta el final del recorrido contra una pared de piedra, medida en pulgadas, coincide año por año con los 6 mil años de historia de la humanidad, desde la creación en el 4004 a.C., pasando por la caída de diversos imperios, el nacimiento de Cristo y las guerras mundiales, hasta llegar, en la última pulgada, al último día del mundo: el 17 de setiembre del 2001. Otros expertos, no conformes con eso, aplicaron aritmética básica entre el número de tragedias representadas en la pirámide y la distancia recorrida hasta los primeros años de la década del ’60, arrojando como resultado el tiempo que la Bestia pasará en la Tierra antes de la Segunda Venida. Cifra que al parecer coincide con el tiempo que pasó entre el lanzamiento del single “I want to Hold Your Hand” y Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Band Club de Los Beatles. La bestia de cuatro cabezas que alguna vez se jactó de ser más famosa que Jesucristo.

IV A los apocalípticos contemporáneos les gusta recordar con cierta compasión la horda de desesperados que, el último día del 999, corrieron a las iglesias, perdonaron a los pecadores y delincuentes, y se montaron a la ola de suicidios en masa. Pero ese caos imaginario –nacido del romanticismo del siglo XVI– era imposible por un motivo poco divino y muy humano: nadie conocía el calendario cristiano: nadie sabía que era el año 999.

En el 666, menos. Así que hubo que esperar hasta el 1666, cuando se creyó que la combinación del número de la bestia y el 1, cifra de la divinidad, anunciaba la batalla final. Pero tampoco. Ahora llegó 1999. Que es igual al 1666 pero con el 666 dado vuelta.

V Sin lugar a dudas, el número más famoso del mundo es el 666. Ya se lo endilgaron a Nerón, Jorge III, Napoleón, Hitler, Stalin, Henry Kissinger y Saddam. Incluso Ronald Reagan –para algunos el principal sospechoso durante la segunda mitad del siglo– cambió el número de su mansión en Bel Air: un 668 para disimular el 666 original. Pero lo cierto es que nunca un siglo tuvo tantos candidatos.

La leyenda cuenta que a fines del siglo pasado el papa León XIII tuvo una visión: Satanás pidiendo audiencia con Dios y desafiándolo a que él, con algo de tiempo, podría tentar a la humanidad. Con la aparición de la Virgen de Fátima frente a tres chicas a principio de siglo, el rumor se confirmó: Dios le había concedido a Satanás el siglo XX, dijo la Virgen, para tentar al mundo. El segundo secreto afirmaba que el bien triunfaría después de que Rusia volviera a convertirse al cristianismo. El tercer secreto sólo lo conocen la única de las tres chicas que sobrevive y el Papa, al que se lo contó. Y, junto a la fórmula de la Coca Cola, es el secreto mejor guardado del mundo.

Pero, para decepción de millones, un científico canadiense descubrió, usando un programa ya aplicado a otras cuestiones bíblicas, una constante en las apariciones de la Virgen: la mayoría de quienes la ven son chicas en la pubertad, que perdieron a la madre o la figura materna durante los dos meses anteriores al encuentro cercano, y que reciben secretos y advertencias apocalípticas. Como pasó en Fátima. Pero que no se sepa si la Virgen, después de hacer referencia a la caída del Muro, dijo algo sobre si se van a caer o no los sistemas, no impidió que incluso Isaac Newton –descubridor de que al final todo se cae– calculara años antes, en uno de sus libros menos divulgados, el fin del mundo para el año 2000.

VI Desde su génesis, el apocalipsis se convirtió casi en un género literario que circulaba de manera clandestina entre los religiosos perseguidos. El libro de Daniel, en el que los muertos resucitan y se levantan de las tumbas, funcionó como arenga y llamado a las armas del movimiento judío sometido por la invasión de los seléucidas griegos alrededor del 170 a.C.

Con la publicación en 1555 de Centurias, de Nostradamus, el apocalipsis salió de la clandestinidad editorial, al punto de convertirse, junto a la psicología de autoayuda, en el género más vendedor del mundo. El vidente francés, aunque escribió profecías hasta el año 3797, tuvo visiones espeluznantes para “el año 1999 y siete meses”. Pero Nostradamus es, como de costumbre, elíptico hasta lo incomprensible: “del cielo vendrá el Rey del Terror, y reinará felizmente”. Para algunos, eso habla de un ataque nuclear norteamericano contra Irak, Irán, Líbano, Corea del Norte o cualquier otra encarnación del mal postcomunista. Otros creen que se trata de un futuro con forma de asteroide viajando hacia la Tierra para hacerla polvo. Y los últimos creen que es una invasión sanguinaria de extraterrestres (los mismos que por estos días son públicamente acusados en los talk shows del mundo de abducir personas y penetrarlas por el ano). Mientras sus profecías se venden por millones, no se consigue por ningún lado el Tratado de cosmética con la fórmula de juventud eterna que el mismo Nostradamus publicó años antes de volverse famoso. Pero alcanza con abrir la Biblia para que, como en los horóscopos, siempre aparezca una frase más o menos profética con la que sobrellevar el día. Es más: usando el mismo programa con el que se desencriptaron hace pocos años los mentados códigos secretos de la Biblia, se pueden encontrar los nombres de trece presidentes, reyes y primeros ministros asesinados en este siglo, encriptados en las páginas de Moby Dick. La ballena que, como a Dios, todos persiguen. Pero que por lo menos aparece.

VII No fue el terror a un Armagedón nuclear el que engendró esa máxima de rebosante existencialismo: “A coger que se acaba el mundo”, sino una secta del siglo XV: los adamitas –desprendimiento blasfemo de los taboristas de Bohemia–, que se consideraban los santos de la Segunda Venida, y por lo tanto incapaces de cometer pecados. Incluso si tenían sexo. Y para demostrarlo, tomaron una isla donde bailaban desnudos alrededor del fuego y ardían en orgías maratónicas a la espera del Señor.

Desde entonces, la pequeña muerte se convirtió en el mejor entrenamiento para los que esperan con ansiedad el fin de todo (mientras los más pacientes, esos que esperan de Dios el primer movimiento, se entregan al lento y aburrido apocalipsis personal del celibato). Después de todo, para los primeros, la cosa no es tan difícil: primero se peca, después se arrepiente. Rael, un ex periodista de automovilismo devenido en “El último profeta de la Tierra”, predica a los 35 mil seguidores que habitualmente asisten a sus seminarios de 5 días en Austria cómo fue elegido el Mesías por una raza no identificada de extraterrestres y por qué durante la semana que alterna ayuno y banquetes se incluyen sesiones de sexo desenfrenado: “Muchos piensan que organizamos orgías. Pero lo que sucede es que no sabemos cuándo se va a acabar esto y a mí particularmente me gusta tocar culos. Eso sí: acá nadie les va a tocar el culo sin su autorización”. David Koresh –el guitarrista de rock que convenció a los lugareños de Waco de que era el hijo de Dios–, cuando le preguntaron por qué él era el único de la secta que podía tener sexo, contestó: “¿Qué mujer no querría dormir con Jesús?”

VIII En los últimos treinta años, desde la época en la que no había futuro hasta el apocalipsis de ahora, el abuso de chicos creció en proporciones imposibles de calcular, las violaciones aumentan todos los años, y se vuelven cada vez más corrientes los casos de chicos que matan a otros chicos. Los delitos violentos –en general seguidos de muerte– aumentaron un 500% y los suicidios de los adolescentes se triplicaron. Y este año, según las cifras de enero, nada de eso va a cambiar. No hasta el 2000.
Cuando quizás, en el mejor de los casos, pase algo.

Porque el Apocalipsis, como el cometa Halley, siempre vuelve, pero ésta puede ser la única vez que lo veamos.

Y los de Waco se lo van a perder.