Por MARTIN PEREZ El chico asegura tener un auténtico mapa a las estrellas. ¿Querés verlo?, le pregunta a un asombrado Harry Wyckoff, que abandonó la seguridad de su oficina para acercarse a este extraño vendedor callejero de mapas con la ubicación de las casas de las estrellas de Hollywood. El niño levanta su remera y exhibe su torso, tatuado con varias estrellas. Soy tu verdadero hijo, le dice. Y agrega, antes de sufrir un colapso: Vi a Farrah Fawcett y a Ryan ONeill en el show de Arsenio Hall. Son los verdaderos puercos del mundo. Harry toma al niño entre sus brazos y le mete la mano en la boca para que no se ahogue con su propia lengua en medio de las convulsiones. De pronto, tiene metido el brazo hasta el codo en su garganta. Alcanza las profundidades y atrapa a su niño interior, le cantan al oído unas etéreas trillizas que se parecen mucho a Sinead OConnor. Lucha, Harry, no son reales. Son una visión impuesta por los padres para tenerte bajo control, le dice un personaje de traje y anteojos negros. Harry, que aparentemente nunca dejó su oficina, y sólo está mirando las calles de Los Angeles desde su ventana, se desmaya de manera aparatosa. ¡Que alguien llame a una ambulancia!, grita su secretaria. Y así termina un clásico capítulo de dos páginas del comic Wild Palms. No es extraño que lo primero que lamenta Bruce Wagner su autor y guionista, cuando le preguntan sobre la serie de televisión inspirada en la historieta, es haberse visto obligado a ser episódico. La disciplina narrativa fue mucho más estricta que en el comic, en el que no necesitaba ser tan lineal. La historieta es una forma mucho más libre. Tan libre que para cuando su publicación episódica estaba llegando a su fin, el editor de Details el mensuario norteamericano que la hospedó durante dos años y medio aseguraba con orgullo que el último lector que aseguraba comprenderla había cancelado su subscripción un par de números atrás. Psicodélica y psicótica, ambiciosa y solipsista, Wild Palms es, a pesar de las apariencias, un producto atípico de los noventa: actitud posmoderna en una historieta que, por episódica, vuelve a los comienzos del género. Y con una intención confesa por parte de su autor: Wild Palms es una especie de extrema versión pop de los pensamientos de Carlos Castaneda, declaró recientemente, en la ocasión de la reposición de la miniserie por el Sci-Fi Channel. Una definición que, además, va un poquito más lejos que las sugeridas relaciones de su obra con la de un tal David Lynch. Se sabe: siempre hay algo antes que cualquier posmodernidad. LA IMPORTANCIA
DE LOS DETALLES Aunque el que lo diga sea el editor de la revista que contrató sus servicios, los elogios son justos. Wagner y Allen capturaron muy bien el espíritu de comienzos de los noventa en Los Angeles. Wagner era conocido en Hollywood como el guionista de una cruel película llamada Escenas de la lucha de sexos en Beverly Hills, que supo dirigir Paul Bartel, el tirabombas y director prealternativo que filmó Comiéndose a Raúl. Allen, por su parte, era un ilustrador de origen inglés, instalado en Nueva York desde comienzos de los setenta, y que había dibujado para todas las revistas locales, desde Time hasta Sports Illustrated, además de inventar una serie de sellos postales para el correo norteamericano. Juntos crearon una obra de culto que orbitó lejos de los comics mainstream norteamericanos incluso del mainstream alternativo, y a la que el especialista español Jordi Costa califica como la mejor novela que ha dado el mundo del comic en los últimos años, después de la alucinatoria e insuperable Like a Velvet Glove Cast in Iron de Daniel Clowes. Wild Palms es la historia de un abogado de Hollywood, de su hijo convertido en un Macaulay Culkin masónico, y un final a toda orquesta con una vida artificialmente eterna y feliz. LA úNICA
REALIDAD En ese chat, Bruce Wagner también confesaba la influencia de Castaneda en el comic, algo que no es extraño considerando que Wagner escribió para Details la mejor de las últimas entrevistas al escritor-místico mexicano. Hay un momento en la historia en que su amante le dice a Harry que hay más de una realidad. Claro que lo dice en un sentido un tanto ligero: ella quisiera que la realidad se vendiera en los minimercados de las estaciones de servicio. Pero Castaneda efectivamente decía que hay realidades a nuestro alrededor, y que es algo arrogante instalarnos únicamente en esta realidad. Pero más allá de todo tipo de pretensiones, Wild Palms funciona en el papel como un maravilloso tour por ridículas paranoias televisadas de fin de siglo, que incluye referencias a esta era de la celebridad: en cada capítulo siempre hay más de una estrella (o bien haciendo de sí misma o prestándole su cara a alguno de los protagonistas). Debo reconocer que todo dejó de tener sentido desde el primer capítulo, le confesó Bruce Wagner a Details. La idea de hacer algo superlineal rápidamente perdió interés. Siempre hubo una superestructura: era como entrar en un aparato surrealista de un millón de dólares, un lugar en el que cada cuarto está vacío, y uno va rebotando de ambiente en ambiente, llevándose los muebles de uno a otro. Eso sí, siempre hubo un mapa tradicional, que estaba en los personajes. Uno siempre sabía quién era Harry Wycoff, quién era el senador, quién era su esposa. Y todo se mantenía unido con la lógica de los sueños.
Se puede entender, entonces, la desilusión de Wagner con la linealidad televisiva. Al pasar a la imagen y al televisor, la paranoia de Wild Palms su desconfianza ante la realidad virtual y ante las conspiraciones corporativas y mediáticas se transforma en intrascendente: eso sólo tiene sentido fragmentariamente. O, al menos, así es como funciona en el comic. En la pantalla, Wild Palms es simplemente el hijo vencido de una familia que comienza con Twin Peaks y termina en la paranoia mayor de X Files, donde importa más la visión total de las obsesiones que los detalles particulares de cada caso que comienza y termina y del que siempre hay otro después. De hecho, esa linealidad que menciona Wagner atrapó incluso a los directores de cada capítulo entre los que figuran Kathryn Bigelow y Phil Joanou, que se perdieron en la estética de la miniserie. Después de Wild Palms, un proyecto de apenas un lustro de antigüedad y ya terriblemente antiguo, sus autores siguieron sus caminos. En el caso de Julian Allen, fugaz dibujante de historieta, la noticia es la de su fallecimiento, en septiembre del año pasado. En el caso de Wagner, hubo novelas, miniseries y hasta películas. Pero su mejor momento sigue estando antes de su relación con Oliver Stone y Ryuichi Sakamoto (compositor de la banda de sonido), cuando Julian Allen ilustraba sus delirios mensuales en las páginas de Details. En los que Audrey Hepburn y Lorne Greene aparecen libremente en los delirios de un abogado llamado Wyckoff, cuyas realidades tienen más vitalidad que cualquiera de las posibles y cuya paranoia ni siquiera es tomada en serio por una trama que se festeja a sí misma, y a todas las derrotas de ciertas batallas que ya ninguna generación tiene ganas de declarar. |