La historia de la basura poteña
Algo huele a podrido
en Buenos Aires
Desde la primera fundación de Buenos Aires, la basura no para de acumularse. Ya se probó tirarla en zanjas, recolectarla, quemarla y hundirla en el Riachuelo, pero la basura no se va. Angel Prignano, presidente de la Junta de Estudios Históricos de San José de Flores, publicó Crónica de la basura porteña. Del fogón indígena al cinturón ecológico, un libro que además de repasar la historia de los residuos vernáculos sirve como crónica del increíble proceso por el cual la gente se desprende de la basura y el Estado la recoge, y se la devuelve.
Por Daniel Link
La literatura argentina (en fin, toda nuestra cultura) comienza con El matadero de Esteban Echeverría. En ese espacio emblemático, la oposición individuo-masa coagula de un modo que aparecerá en los textos canónicos que fundan la Patria. Además de esa oposición, hay en El matadero una descripción exasperada y obsesiva de las vísceras, los residuos, los desperdicios. Las inmundicias del Matadero inauguran una literatura y un tópico: una patología. ¡Sombra terrible de Facundo, voy a evocarte para que, sacudiendo el ensangrentado polvo que cubre tus cenizas, te levantes a explicarnos la vida secreta y las convulsiones internas que desgarran las entrañas de un noble pueblo!, dice el otro comienzo de la literatura argentina, el Facundo, que abunda en sangre, polvo y cenizas, residuos, restos del cuerpo, desperdicios, sombra.
La basura representa, desde el comienzo, el costado patológicamente violento de la cultura argentina. En Dar la cara de David Viñas, Pelusa y Beto intentan su primera relación sexual en un incinerador. El escenario de Operación masacre de Rodolfo Walsh (y los fusilamientos que ese libro investiga) son los basurales de José León Suárez. La dictadura militar -como todo régimen genocida- debió decidir, además de cómo matar, qué hacer con los restos de la matanza, con los cadáveres: tirarlos al río, embolsados, o emparedarlos en las autopistas que comenzaban a atravesar Buenos Aires en la década del setenta.
Basura colonial
Al fundar la Ciudad de la Trinidad y Puerto de Santa María de los Buenos Aires el 11 de junio de 1580, Juan de Garay ubicó la Plaza Mayor en la mitad oeste de la actual Plaza de Mayo, es decir entre Rivadavia, Bolívar, Hipólito Yrigoyen y Defensa, y reservó la manzana contigua hasta Balcarce para levantar el fuerte. Construido con tierra apisonada sobre la base de una planta más o menos cuadrangular de 150 varas de lado, (el fuerte) estaba rodeado por un foso inundable y contaba con una muralla perimetral, cuatro bastiones, ocho piezas de artillería y un puente levadizo. Aquel foso inundable -raramente colmado por las aguas- muy pronto comenzaría a transformarse en depósito de cuanta basura generaba la incipiente aldea, pues la soldadesca y los primeros colonos no encontraron mayor comodidad que echar allí sus desperdicios. De este modo, tuvo el triste privilegio de constituirse en el primer vaciadero de basura de Buenos Aires. La historia del tratamiento de los desperdicios durante el período colonial es fascinante y monótona. Cada uno de los bandos del Cabildo -dentro del cual, claro, había posiciones políticas diferentes en lo que se refiere a la recolección y destino de residuos- apuntaban a que fueran los particulares quienes se encargaran de mantener la ciudad más o menos limpia. Por supuesto, los vecinos se negaban a hacerlo (o directamente no contaban con los medios). En 1638 se nombra a Juan de Castro, portero del Cabildo desde hacía dos años, como almotacén para que se hiciera cargo del cuidado y limpieza de las calles. Había nacido el primer barrendero de Buenos Aires.
Teoría de la basura
La cultura actual es un gigantesco dispositivo montado para que la gente compre basura. No porque haya un cierto gusto trash por cierta literatura y cierta música, no. La gente paga por, literalmente, cosas que irán a parar al tacho de la basura: el packaging de los combos en las hamburgueserías, las bolsas de papel o plástico en las tiendas de ropa, y (de manera indirecta) los mailings que mandan las compañías de servicios. El sentido de la cultura es garantizar la circulación de basura que, acumulada, pone al borde del colapso las sociedades modernas. De modo que en la historia de la basura (en su monstruosa multiplicación, en su hedionda acumulación y en los dispositivos imaginados por las sociedades para su tratamiento y eliminación) puede leerse la historia del Estado y sus relaciones con la sociedad civil. Por supuesto, la proporción es directa: a mayor Estado, mejores (o por lo menos muchos más) dispositivos montados alrededor de la basura. En su corta historia (1776-1810), el virreinato del Río de la Plata intentó sistematizar -sin éxito- la recolección de residuos en la ciudad de contrabandistas y matarifes que era Buenos Aires por ese entonces. Las primeras noticias que se tienen sobre la adquisición de carros para dedicarlos a la limpieza pública aparecen en 1800, cuando se mandó construir una docena de ellos que también se ocuparían del acarreo de piedras para la pavimentación. En 1803 se habilita el primer corralón y se proclama el primer Reglamento de limpieza, que manda a los vecinos -naturalmente, sin éxito alguno- que entreguen los residuos envueltos en cueros o tipas, durante la recolección semanal a cargo del Cabildo, que barran -los que vivían en casas o cuartos con frente a calzadas empedradas- las calles los martes y sábados y que se abstengan -los artesanos y panaderos- de abandonar sus residuos en la vía pública ya que debían conducirlos por sus propios medios al Bajo de la Residencia (en los alrededores de las actuales Paseo Colón y Humberto I). Además del tránsito de cerdos y otros animales inmundos por la vía pública, se prohibía la lamentable costumbre de abandonar caballos y otros animales muertos en las calles y demás parajes inmediatos de la ciudad.
Simcity Uno de los más populares juegos de computación de los años ochenta desafiaba a los jugadores a construir (y gobernar) ciudades que, a medida que crecían, empezaban a mostrar los efectos de la civilización y la cultura (la contaminación de los suelos y las aguas, la acumulación de basura). En una versión muy liberal, claro, el juego explicaba las consecuencias de los procesos de urbanización. Muy rápidamente, los revolucionarios de mayo crearon -cómo podía ser de otro modo- una política estatal de higiene y sanidad. El 9 de enero de 1812 Miguel de Irigoyen fue nombrado Intendente de Policía, con encargo de la dirección y arreglo de todos los ramos que corresponden al aseo, policía y buen orden de la Capital, sus arrabales, sus prisiones y demás lugares públicos. En 1826, el recién electo presidente Bernardino Rivadavia se vio obligado a modificar la frecuencia de extracción de las basuras. La nueva disposición dictó que a las cinco de la tarde de todos los días se mandara un carro a cada cuartel con el objeto de recoger las basuras y evitar la formación de muladares. A partir de ese momento, el problema de la basura pasó a ser un problema definitivamente estatal.
Alumbrado,
barrido y limpieza
En 1872 se establece el impuesto a la limpieza, herramienta esencial para explicar el mejoramiento de los sistemas sanitarios de Buenos Aires. En enero de 1880, Eduardo Wilde, que presidía la Comisión de Aguas Corrientes, se queja de la contaminación de la incipiente red de agua potable. En 1993 se puso en marcha un sistema experimental de recolección para separar vidrio y papel del resto de la basura domiciliaria: el reciclado que, todavía hoy, es imposible aplicar en Buenos Aires (los vecinos siguen entendiendo que es el Estado el que debe hacerse cargo de la separación de la basura).
Quién quema
Los fieles seguidores del cacique pampa Cipriano Catriel, asesinado por sus hermanos Juan José y Ceferino en 1874, se encontraron desprotegidos y sin destino luego de aquel crimen, por lo que solicitaron al gobierno que les asignaran las tierras prometidas para instalarse con sus familias. Como solución provisoria, se permitió el asentamiento de algunas tribus en una parcela situada al sur de los Mataderos (hoy Parque de los Patricios), lugar donde anteriormente se habían instalado otros indígenas merced a los buenos oficios del coronel Nicolás Levalle. El Administrador de Limpieza Mariano Beascoechea se ocupará de ellos cuando, en 1878, propone contratar para el servicio de la quema de basuras un número de indígenas, los que con el tiempo podrían llenar las diferentes funciones anexas a este establecimiento, dando desde ya una ocupación lucrativa a esos infelices.
1 la recolección a principios de siglo 2 el clásico ciruja (década del veinte) 3 una máquina barredora-regadora-recolectora incorporada al servicio en 1936. Al tope de la pagina: El musolino, nombre con que se conocía a los barrenderos a principio del siglo, casi todos calabreses (como el famoso bandolero musolino).
Aguas argentinas Otro de los problemas crónicos de Buenos Aires es la contaminación del Riachuelo que, desde el comienzo, sirvió como desagote de los residuos industriales y cloacales de factorías, curtiembres y particulares imprudentes. El 3 de abril de 1882 se dictó una ordenanza (otra más) que prohibía arrojar residuos de cualquier naturaleza a sus aguas, aunque se toleraban ciertas excepciones, con la debida autorización de la Municipalidad. Hoy el Riachuelo es un agua centenariamente muerta y los diferentes proyectos para su recuperación -entre los cuales Deslimites, presentado el año pasado por el Instituto Goethe, es el más ambicioso, el más civilizado y el más barato- han conseguido suscitar la unánime indiferencia de los políticos del área.
Nace el ciruja En lo que hoy constituye los barrios de Barracas, Parque de los Patricios y Nueva Pompeya, la Municipalidad porteña habilitó en la década de 1870 un amplio predio para volcar las basuras generadas por la población porteña. El método de incineración a cielo abierto impuesto en 1872 dejó de rendir resultados rápidamente porque los crecientes volúmenes de basura fueron superando su capacidad de destrucción. La acumulación de desperdicios, a través de los años, se extenderá por gran parte del legendario Bañado de Flores (actualmente el Bajo Flores). Una vez depositadas las basuras en aquel terreno, se procedía a desparramarlas a fin de recoger los materiales que aún poseían valor comercial. Luego se las amontonaba en parvas de incineración donde un fuego lento y poco duradero cremaba una parte del papel, la paja y otras sustancias inflamables, aunque las llamas producidas por esos elementos nunca alcanzaban a quemar totalmente los residuos orgánicos. Por consiguiente, estos últimos entraban en franca fermentación y activaban el desprendimiento del humo y las partículas que contaminaban la atmósfera de los alrededores. El volumen de inmundicias acumulado allí por más de treinta años podía estimarse, al finalizar el siglo, en varios millones de metros cúbicos. No bien comenzaron los envíos de basuras a la Quema, aparecieron los que se dedicaron a recuperar todo lo que escapaba al ojo del concesionario. Con el tiempo se fue conformando el ya legendario Pueblo de las Ranas, que también sirvió de refugio de delincuentes y cobijó a vagos, vivillos y prostitutas. Hacia el 1900, alrededor de seiscientas personas (entre hombres, mujeres y niños) tenían este medio de ganarse la vida y proveerse de vestimenta y alimentos, esto último en franca competencia con mil quinientos cerdos, otros tantos perros y millares de ratas y ratones que allí también esperaban encontrar lo suyo. Junto con los residuos domiciliarios, los hurgadores de la basura solían encontrar restos humanos provenientes de las disecciones y autopsias que se realizaban en los distintos nosocomios de Buenos Aires.
Hornos incineradores En 1903 se pone en funcionamiento el primer horno Baker destinado a la incineración de desperdicios, la solución aceptada a lo largo del siglo, en desmedro de otros tratamientos que hubieran permitido un mejor aprovechamiento de la basura (usinas generadoras de energía, plantas químicas para la preparación de fertilizantes, etc.). Pese a la eficacia de los hornos construidos, el vertiginoso aumento de la población determinó que en la década del veinte hubiera en Buenos Aires ocho vaciaderos de basura, donde los desperdicios se quemaban -imperfectamente- a cielo abierto. La Municipalidad ordenó construir nuevas usinas incineradoras que, hacia 1930, sólo conseguían procesar el 80 por ciento de la basura recolectada en Buenos Aires. El resto seguía depositándose en los vaciaderos habilitados a tal efecto. En 1947, un estudio demostró que la basura enterrada en antiguos vaciaderos, sobre los que se habían construido barrios enteros, seguía estando allí en estado de fermentación frenada. El 30 de diciembre de 1976, el brigadier Cacciatore sancionó y promulgó una ordenanza que prohibía la instalación o puesta en marcha de incineradores de todo tipo.
Cirujeo y hermenéutica En los vaciaderos, por ejemplo, de Echeverría y Figueroa Alcorta o de Dorrego y las vías, la basura sigue estando. Hoy, en el autodenominado Cinturón Ecológico, la basura sigue estando. Una de las primeras grandes obras de la dictadura militar fue, precisamente, el Cinturón Ecológico, creado en asociación con la provincia de Buenos Aires el 7 de enero de 1977. Allí está la basura, allí está el Estado, allí están las empresas. No hay cirujas porque se trata de una operación económica gigantesca que, por supuesto, contempla el reciclado de todos los elementos útiles. Es una lástima, claro, porque de ese modo podría, alguien, interpretar esos desperdicios que constituyen nuestra cultura.
El trencito cenicero encargado de sacar las cenizas y escorias de la usina de nueva pompeya.
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