Con una Pentax de bolsillo comprada en un rapto de amor a primera vista en un free-shop, el diseñador de Radar partió de vacaciones a Cuba de la mano de sus padres. Durante cinco días Ros recorrió las calles de La Habana familiarizándose con su compra, y éste es el resultado del romance.
Algunos argentinos cometen todo tipo de obviedades al viajar. Este espécimen, hallado en la puerta de la mismísima Bodeguita del Medio, portaba: un habano entre los dientes, un típico mojito (ron, yerbabuena, limón, hielo y un toque de soda) en una mano, una filmadora en la otra, camiseta de
Rosario Central, infaltables bermudas y zapatillas de jogging de 210 dólares.
Letras de Scrable, por si el ministerio cambia de rubro.
Frente a la ex embajada de
Estados Unidos (hoy Oficina de Asuntos Comerciales), este cartel de por lo menos veinte metros de largo dice buen día a los funcionarios yanquis que trabajan ahí.
Las jineteras van casi siempre enfundadas en calzas, sin importarles el efecto sobre el
potencial consumidor.
El interior del edificio, de impecable arquitectura art déco, estaba en pleno refaccionamiento. La marquesina, afortunadamente, seguía siendo la misma.
Paseando con los Fragmentos de un
discurso amoroso bajo el
brazo, entré sin darme cuenta en una plaza mínima, techada, y me encontré este cartel.
Fragmentos
del parque automotor habanero.
Plegaria
por la eterna y perfecta conservación del lobby y la alberca del Hotel Riviera, tal como era en los tiempos de los gánsters.
Repítase: Riviera,
Riviera, que así seas hasta el fin de las eras.
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