Ellos son tres. Tres niños naciendo al mundo en Sarajevo, una calurosa noche de verano de 1993. Nike, Amir y Leyla, compartiendo una de las pocas camas del hospital Kosevo, mientras afuera suenan las bombas y los morteros. Nike, llamado así por la marca de las zapatillas del combatiente muerto que lo tenía en sus brazos cuando lo encontraron, es el mayor de los tres. Treinta años después, aquellos tres niños sólo existen en la prodigiosa memoria de Nike, que se esmera por recordarlo todo. Tengo dieciocho días y sé que soy huérfano, dice Nike. También ellos son huérfanos, pero no lo saben. Yo soy el mayor y juro por las estrellas que brillan por encima del techo desaparecido del hospital que los protegeré por siempre. Lo juro, recuerda Nike Hatzfeld, memorioso profesional y personalidad mundial en un mundo que no deja de olvidar. Por eso la incredulidad de la reportera.
-¿Dice que recuerda cuando tenía dieciocho días?
-Sí.
-¿Y cree poder ahondar en esos sucesos? ¿Cree poder llegar a recordar el día uno?
-Voy progresando.
El verdadero objetivo de Hatzfeld, el protagonista del último álbum de historietas del yugoslavo Enki Bilal, es reunirse con aquellos hermanos de cama en Sarajevo. En el camino de encontrarse con ellos -perdidos en un mundo que se autodestruye con soberbia eficacia- Nike irá recordando. Al tiempo que encuentra y pierde la pista de Amir y Leyla, entonces compañeros de llanto y ahora astronauta (ella) y asesino a sueldo (él). Los tres están unidos, sin embargo, por los mismos recuerdos y un mismo futuro que se va haciendo cada vez más improbable.
Me gusta componer universos que son sombríos, duros y violentos, ha dicho Bilal de sí mismo, en una descripción que encaja perfectamente con el flamante El sueño del monstruo. Pero me gusta tratar ese universo con una especie de sinceridad obsesiva que permita al lector ingresar en él.
Bienvenidos, entonces, al universo de un tal Enki Bilal. Que, al igual que con su Nike Hatzfeld, no importa si es serbio, croata o musulmán.
DE BELGRADO A PARIS No entiendo por qué muchos críticos me han colgado el cartelito de mero discípulo de Moebius. Yo me pregunto si esa gente posee un mínimo de idoneidad, o discernimiento o cultura artística, se quejaba Enki Bilal hacia mediados de los años ochenta, al tiempo que sabía claramente de lo que hablaban. Y, por lo tanto, se permitía ironizar al respecto: Supongo que si esa gente trabajase en el ambiente cinematográfico no hubiera dudado ni un instante en definir al Woody Allen de Interiores como un epígono de Bergman, o de etiquetar al Ridley Scott de Los duelistas como una mala copia del Kubrick de Barry Lydon. Por suerte en el cine los críticos han superado, en gran parte, la etapa de la etiqueta y de la malignidad a cualquier precio.
Nacido en Belgrado en 1951, de madre checa y padre yugoslavo, Enki Bilal llegó a París a los diez años de edad y apenas una década más tarde ganó un concurso y comenzó a trabajar para la revista Pilote, que dirigía el mítico René Goscinny (guionista de Asterix). Creo que mi gusto por la historieta se debe tanto a mis ganas de dibujar como al placer extremo que me da manejar el idioma francés, que necesité aprender al llegar a París. Desde entonces cuidé especialmente la sintaxis, y la historieta es el único medio de expresión que permite esta unión entre dibujo y escritura de manera casi ideal.
De todos modos, quien acceda aún hoy en día a una copia de Exterminador 17, el primer álbum de Enki Bilal, no dudaría en compararlo con Moebius (de quien, rápidamente, se iría despegando estilísticamente). Más allá de su prolongada experiencia en Pilote, Bilal fue, detrás de Moebius y Philippe Druillet, una de las grandes firmas asociadas a Metal Hurlant, la revista de ciencia ficción que dio el puntapié inicial para el fenómeno de la historieta para adultos europea. Sin embargo, fue en Pilote donde Bilal publicó los trabajos con guión de Pierre Christin en los que, junto a su Trilogía Nikopol, descansa toda su fama: las historias fantásticas y políticas, cínicas y resignadas de sus Leyendas de hoy.
FANTASIAS POLITICAS Según explica Pablo de Santis en su libro La historieta en la edad de la razón, luego de alejarse del estilo de Moebius, Bilal construyó una fuerte personalidad gráfica, basada en la detallada plasmación de cuerpos y ciudades, el desgaste que se advierte en los paisajes del futuro y un uso sutil del color que subraya la melancolía de sus historias. Características todas que justamente se pueden ver nacer, crecer y asentarse como un rasgo de autor en el transcurso de su trabajo con Pierre Christin.
Guionista avezado, responsable de series más convencionales dentro del mundo de la historieta francesa (como Valerian, el agente espacio temporal, publicada por Dargaud, la misma editorial de Asterix y Lucky Luke), Christin parece haber reservado lo mejor de su cinismo político para escribir las historias que dibujaba el yugoslavo. El mundo que presentan Bilal y Christin en su casi media docena de Leyendas de hoy (publicadas entre 1975 y 1983) es uno en que los mitos guardan formas contemporáneas y la ciencia ficción se cruza con las más engañosas ficciones políticas. Un mundo imposible pero meticulosamente documentado. Un mundo, al fin y al cabo, que se construye con los restos del choque de otros mundos.
En El navío de piedra (1976, publicada en Argentina en la revista El Péndulo allá por 1981), por ejemplo, los mundos que se cruzan son los de las autoridades decididas a modernizar un viejo pueblito de pescadores y el de sus habitantes, que finalmente y ayudados por todos sus antepasados encuentran la forma de escapar a la tiranía del progreso. En Partida de caza (1983), la ciencia ficción se instala en el relato de todas y cada una de las crisis del comunismo que gobernaron los países del Pacto de Varsovia, relatadas a partir de los recuerdos de un líder atrapado en el ocaso de su carrera. Pero tal vez el mejor ejemplo de la serie sea Las falanges del orden negro (1979), en el que dos grupos antagónicos de achacosos sobrevivientes de la Guerra Civil Española recorren Europa en un ataque de nostalgia armada disfrazada de ideales recuperados.
Semejante aprendizaje político y ficcional, trabajando de igual a igual junto a un guionista como Christin, prepararían a Bilal para sus logros como autor integral, que llegarían con la Trilogía Nikopol, prólogo ineludible a El sueño del monstruo.
EL LUJO DE LA HISTORIETA Elogiada mundialmente y puntapié inicial para el despegue de Bilal como autor solitario, La feria de los inmortales (1980) es uno de los álbumes ineludibles cuando se habla de la historietas para adultos europeas. Serializada en la Argentina por la revista Humor para coincidir con la histórica entrega del poder por parte del gobierno militar a la recuperada democracia, el comic era presentado entonces como un hermoso y terrible alegato contra ese flagelo llamado fascismo. Trabajada en clave de ciencia ficción política, y haciendo centro en la necesidad de la memoria como escape al eterno retorno de cada tragedia histórica, las claves de La feria... están en el protagonismo de unos dioses inmortales similares a los egipcios, regresados a la Tierra en una pirámide/nave espacial con la intención de tomar el poder mundial. Así, Bilal sentó las bases para toda su obra en solitario. Que en el caso de la Trilogía Nikopol fue continuada con La mujer trampa (1986) y Frío ecuador (1992).
Yo creo enormemente en la memoria, declaró Bilal durante la inauguración de la muestra integral de su obra que se lleva a cabo en Milán desde diciembre del año pasado. Es todo el bagaje que uno transporta consigo en tanto ser humano. Yo tengo una memoria muy selectiva, que utilizo de manera muy abstracta y pongo al servicio de mi trabajo como autor. Semejante declaración, unida al hecho de que -así como cuando necesitó un modelo para su personaje Nikopol eligió al actor autríaco Bruno Ganz- se haya elegido él mismo como modelo para su Hatzfeld, termina de construir un panorama decididamente autobiográfico a la hora de leer El sueño del monstruo. Yo no suelo hacer ciencia ficción, ha dicho Bilal con respecto de su obra en solitario. Yo diría que lo mío es una reflexión sobre nuestro mundo presentada de manera potencial ante un entorno futuro. ¿De qué otra manera describir, entonces, a un álbum que desarrolla el complot terrorista contra la memoria colectiva pergeñado por un fundamentalismo a ultranza?
Contemporánea y autobiográfica, la ciencia ficción de El sueño... es también el regreso de Bilal a la historieta luego de una última experiencia como director de cine con su film Tyko Moon (1997), un paso mucho más decidido luego del iniciático Bunker Palace Hotel (1989). Dos películas de las que apenas si se ha sentido hablar por estos lares. Me he sentido fascinado por el cine desde mi niñez en Belgrado, ha confesado Bilal. Pero jamás dejaría de lado la historieta. Porque la noción de soledad creativa que encarna la historieta es un lujo que ni siquiera es posible alcanzar con el cine. Un lujo en virtud del cual Bilal da forma a sus recuerdos con trazos de excepcional belleza, conformando un álbum poético y retórico. En el que Bilal es Hatzfeld, la Sarajevo del futuro está tan vacía y reconstruida como la de fin de milenio, y el pasado puede recordarse día a día.
Tengo diez días, recuerda Nike. Una enfermera deja un paquete en la gran cama blanca, entre Amir y yo. Ese paquete de apenas unas horas se llama Leyla. Por primera vez, henos aquí reunidos los tres. Nuestras cabezas apoyadas las unas contra las otras y nuestros cuerpos tensos como los rayos de una estrella. Me pongo a escuchar los ruidos de nuestras vidas. Con mis diez días, soy el primogénito, el huérfano feliz que ama a Leyla, que ama a Amir, y que ama el ruido del cielo en cólera.