Está sobradamente probado que cuando usted le exige al espectador un esfuerzo de atención fuera de lo común, ese hombre lo deja a usted plantado. La televisión es un medio masivo, y las preferencias de la masa son las que marcan la pauta. El acertado ejercicio de futurología pertenece a Goar Mestre, el pope cubano de la televisión argentina, en el libro TV Guía Negra, de Sylvina Walger y Carlos Ulanovsky editado hace veinticinco años. La historia de la televisión parece ser, entonces, el intento incesante por satisfacer dos conceptos teóricos tan vagos como períodos de atención aceptables y preferencias de la masa. Y esto parece ser así desde el principio, cuando desafortunadamente el 22 de marzo de 1935 la cara de Adolf Hitler se convirtió en la primera imagen televisada de la historia.
En la Argentina, Jaime Yankelevich logró convencer a Perón de las virtudes de importar la televisión gracias a Evita, quien exclamó luego de escuchar un largo rato sobre los nuevos equipos que traerían de los Estados Unidos: Sí, sí, todo muy lindo pero yo lo que quiero es que televisen el acto. En sólo diecinueve días se instaló una antena de 42kw sobre el tanque del Ministerio de Obras y Servicios Públicos y fueron acondicionados los estudios de Ayacucho y Posadas, al costo sideral de 15 millones de pesos. El acto del Día de la Lealtad se convirtió en la primera transmisión oficial argentina y la cara de Evita, en la primera imagen. El 4 de noviembre se inauguró LS82TV Radio Belgrano-Canal 7, que emitía en el horario de 14.30 a 19.30. Esas imágenes se perdieron para siempre porque el videotape aún no se había inventado. Pero la competencia apareció enseguida: el 9 de junio de 1960 comenzaba Canal 9, el 1-o de octubre lo hacía Canal 13, el 11 lo haría el 21 de julio de 1961 y, Canal 2, el 25 de junio de 1966.
En su libro Historia de la televisión argentina contada por sus protagonistas, Luis Buero recopila (en forma por demás desprolija, debería aclararse) anécdotas de los más destacados directores, autores, actores y técnicos desde el principio de las transmisiones hasta 1996. Entonces desde aquí, algunos de los momentos más argentinos de la televisión.
EL SHOW DEL CLIO Julio Bringuer Ayala fue el locutor encargado de relatar el acto del 17 de octubre, y luego se convirtió en el conductor de la mítica Justa del saber. Como casi todo el plantel de Canal 7, provenía de Radio Belgrano, propiedad de Jaime Yanquelevich que, comenta Ayala, tenía tanta desesperación por conseguir publicidad que le dijo a Daniel Luro, el jefe del informativo de Radio Belgrano, que le inventara un aviso para el día siguiente, 18 de octubre. Entonces, segundos antes de comenzar el primer noticiero de la historia, Luro dijo: Me duele mucho la cabeza, antes de empezar el noticiero me voy a tomar un Geniol. Se lo tomó y afirmó: Ahora sí que me siento bien. Ese fue el primer aviso de la TV y al rato apareció Uvasal. Casi todos los programas de los primeros años estaban auspiciados por alguna empresa, ya que las agencias de publicidad sostenían con auspiciantes los exorbitantes costos de la programación. Maurice Jouvet explica que, en el principio, lo más divertido era observar la cara de un actor cuando se olvidaba la letra. Como cuando Fernando Siro tuvo que decir un largo parlamento y se le hizo una laguna, por lo que le espetó a un tercer actor: Cuéntele usted, por favor.
Claro que las cosas a veces no fueron tan graciosas: El animador Osvaldo Domecq tenía que presentar la primera emisión del promocionadísimo Casino Philips, uno de los primeros programas de variedades. Pero se puso tan nervioso que arrancó con un ¡Aquí comienza...Casino Philco!, que era su principal competidora. El tipo nunca más volvió a aparecer en televisión.
EL ENEMIGO NUMERO UNO El rubro utilería-escenografía de la televisión argentina es motivo de más de un memorable e involuntario gag: puertas de calle sin cerradura o que se abren aun estando con llave, paredes quetiemblan, sospechosas cocinas de plástico, revólveres símil Bronco, dudosas ambientaciones de época y así hasta el infinito. Pero, aunque el público no lo crea, las cosas han mejorado mucho desde los comienzos. En caso de duda, remitirse a la insalubre tarea de Pancho Guerrero, director de Departamento Quinto Piso: Un matrimonio joven estaba separándose. Durante el diálogo final, en un living con balcón a la calle, él le dice de manera muy dramática: Mirá, querida, cuando yo salga por esa puerta, no volveré a entrar jamás. Cuando el actor intentó salir, notó que la puerta estaba clavada. El, en su desesperación, vuelve a la mujer y le repite, ceremonioso: Mirá que cuando yo salga por esa puerta no volveré jamás, pensalo por favor, tratando de darle tiempo a los utileros para que solucionaran el problema. Pero al querer salir por segunda vez, la puerta seguía clavada. Finalmente, como íbamos en vivo y no podíamos cortar, dijo Bueno, no nos vemos más y se tiró por el balcón.
La televisión en vivo perfeccionaba ese estilo tan escolar y argentino de recordar las cosas que es copiarse usando machetes. Recuerda Nelly Beltrán: Con Osvaldo Pacheco siempre jugábamos a escribir la letra en algún lugar del decorado o de la utilería. Un día habíamos anotado los bocadillos en un par de columnas de la escenografía, pero mientras nos retocaban el maquillaje, al director le pareció que estaban sucias y las mandó a pintar de nuevo. Al regresar, salimos al aire, en vivo, y se nos caían las lágrimas porque tuvimos que inventar una escena de diez minutos. Algo así pasó cuando anoté parte del libreto en el fondo de un plato. Cuando sirvieron caldo caliente, las oraciones empezaron a disolverse, y yo le gritaba bajito que se apurara con el parlamento porque se me escapaba, literalmente, la letra.
UN MOMENTO DE MEDITACION La tradición de cerrar el día con un sacerdote católico comenzó casi inmediatamente, iniciando una tediosa costumbre que llegó hasta la genial parodia de Peperino Pómoro en Cha cha cha. Sin embargo, lo gracioso en los comienzos no tenía segundas intenciones, como explica Jorge Palaz, director de Historia de jóvenes, Crecer con papá y Buscavidas: En el viejo Canal 7, el director Chocho Domínguez tenía a su cargo el cierre de transmisión con las palabras de un sacerdote al que habíamos bautizado el Padre Click, precisamente porque cuando decía Buenas noches, hijos apagábamos todo. Pero esa noche Chocho se quedó dormido y cuando el Padre Click dio las buenas noches la cámara no se apagaba. Pasó un rato y el cura se empezó a poner nervioso, así que hizo un rato de tiempo con la bendición, después hizo señas de que cortaran y seguía sin pasar nada, así que se mandó a mudar. Y la cámara siguió transmitiendo la escenografía vacía hasta que el director finalmente se despertó.
EL DIRECTOR SIEMPRE TIENE LA RAZON Los primeros realizadores integrales de la televisión tenían uno de los trabajos más difíciles, ya que ir en vivo no permitía cometer ningún error en las transmisiones. Lo que, por supuesto, los convertía por lo general en personas bastante alteradas, como recuerda Samuel Yankelevich, hijo de Jaime: Enrique Susini dirigía desde el piso y un día, revisando todo antes de la salida al aire, miró la pantalla y empezó a gritar como loco: ¿Quién es el animal que está delante de la cámara? ¡Que salga inmediatamente o lo despido!. Los camarógrafos se miraron y contestaron tímidamente: Es usted, señor director. Mario Santa Cruz, el productor de Sin marido, Una voz en el teléfono y El hombre que volvió de la muerte confiesa que En División Homicidios, teníamos asesoramiento permanente de la Policía Federal. Un día, en plena grabación, el director Martín Clutet comenzó a interrogar a un desconocido que observaba seriamente las escenas. Clutet le preguntaba detalles de la marcación del cadáver en el piso, huellas y otros aspectos que debían integrar un diálogo para hacerlo real. El tipo contestaba todo hasta que frente a una pregunta muy sencilla le dijo que no tenía idea. Extrañado,Clutet se preguntó cómo era posible que no lo supiera. El tipo era un extra.
SOMOS EL MAÑANA DEL MUNDO Silvio Soldán cuenta el principio de un mito: Feliz Domingo comenzó como un programa para adultos, con la conducción de Orlando Marconi y la producción de Gerardo Sofovich. Al cabo de un tiempo Gerardo se va y me llaman a mí para ocuparme de la parte más cultural del programa, porque a Orlando no le gustaban las preguntas y respuestas. Un día, la tranquilidad del estudio se ve conmovida por la entrada de una veintena de pibes haciendo una batahola impresionante. En ese momento entregábamos un auto usado como premio mayor, con un método parecido al actual: había una bandeja con llaves para los finalistas, que elegían una y el que abría la puerta se llevaba el coche. Al domingo siguiente vinieron dos colegios e hicieron más lío que los anteriores. Entonces Orlando decidió hablar con los chicos para preguntarles por qué habían venido. Y ellos respondieron Queremos sacarnos el auto, así hacemos una rifa, lo sorteamos y con eso nos vamos a Bariloche. Nos dimos cuenta que ellos le daban mucha energía al programa, así que dejamos a los vejestorios de lado y así empezó Feliz Domingo para la juventud.
LA MUERTE EN DIRECTO Un ejemplo del todopoderoso dominio que la televisión tiene sobre el destino de sus criaturas corre por cuenta de Sergio Vainman, ahora divorciado de Jorge Maestro, con quien formó una mítica pareja de guionistas: Hace muchos años nos hicimos cargo de una novela que, por error de producción o del autor anterior, tenía un exceso de personajes y no cerraban los números. Como el programa debía seguir, se nos pidió que, a partir de cierto capítulo en que vencían los contratos de los actores, redujéramos la cantidad de personajes. Inventamos un viaje y subimos a los dieciséis personajes a un avión que caía en medio del Atlántico. No iba a haber sobrevivientes. Pero mientras estábamos chequeando la grabación, vimos que uno de los actores eliminados nos interesaba. Así que creamos una escala previa y pusimos que se había bajado junto a la novia. El actor era Osvaldo Laport.
Rómulo Berruti, por su parte, relata un engorroso incidente que ocurrió cuando se disponía a comenzar su columna de tres minutos en el noticiero de ATC: De pronto un asistente se tiró al piso, mostrándome un cartel que decía: Murió Sandrini. Yo pedí disculpas al público por interrumpir mi comentario, anuncié el lamentable suceso y comencé a hacer la necrológica. De pronto el asistente volvió a tirarse al piso con otro cartelón en donde se leía No murió. No tuve más remedio que parar de nuevo y aclarar que Sandrini no había muerto, mostrando los cables de agencias para demostrar que el error no era mío. Me despedí de don Luis deseándole lo mejor.
NACE UNA ESTRELLA Ulises Barrera comenzó a trabajar como periodista en la televisión en 1954, conduciendo un programa que se llamaba Reportajes Sensacionales: Un día estaba hablando con Mario Faig, el gerente artístico de Canal 7, y de pronto entra un flaquito muy nervioso, cara de pillo, con cabellera poblada y le dice con voz impostada: Señor jefe, vengo a mostrarle cartones. Yo no soy un cartón, pero nuestra vida son los cartones. El jefe le responde: Bueno, hablá, pero te vas enseguida que estoy sosteniendo una conversación. Entonces el tipo le muestra los cartones, Mario Faig le hace una corrección, y cuando se está yendo, vuelve sobre sus pasos y le pregunta: Si usted me autoriza, señor, me voy al New House a hacerme la croquignole y vengo, si usted me lo permite, por supuesto. Así conocí a Alberto Olmedo.