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A propósito del Oscar honorífico a Elia Kazan

Ni olvido ni perdón

Muchos profesionales del cine consideran que la delación es un delito que no prescribe. Y se oponen al Oscar honorífico que recibirá Elia Kazan, casi cincuenta años después de que delatara a ocho compañeros del Partido Comunista en plena caza de brujas macartista. “Kazan no cometió un crimen, sino un pecado”, sostienen, mientras la abogada del nonagenario director afirma que Kazan no aprovechará la noche de los Oscars para pedir perdón.

Por Juan Cavestany, desde Nueva York

La herida causada por la caza de brujas en Hollywood sigue abierta. El mero anuncio de que Elia Kazan recibiría un Oscar por su trayectoria en el Dorothy Chandler Pavilion de Los Angeles ya había creado desasosiego entre los veteranos del cine (en 1952, el director de Nido de ratas y Un tranvía llamado deseo delató a ocho compañeros de su célula comunista y a siete izquierdistas más, y nunca se arrepintió públicamente del hecho, aunque cargó desde entonces con el estigma del traidor). Pero el asunto pasó a mayores el pasado fin de semana, durante una cena del Sindicato de Guionistas en Beverly Hills, cuando se solicitaron donaciones para poner un anuncio en el Variety y otro en el Hollywood Reporter que mostrará “desaprobación ante el acto inconsciente e insensible de la Academia”. En él se pedirá a los asistentes: “No se pongan de pie para aplaudir a Kazan. Que todo el mundo sepa que hay gente en Hollywood que no apoya las listas negras y que no respalda a los informantes”. El hecho de que se haya organizado una serie de protestas públicas contra Kazan indica hasta qué punto el fantasma de la caza de brujas está presente en Hollywood, cuando todavía flota en el aire el tufo de la persecución emprendida contra Clinton por el fiscal Starr, que intentó cazar al presidente a través del testimonio de sus amigos y colaboradores.

Un tranvía llamado delación

Ninguno de los firmantes de esta convocatoria (agrupados bajo el nombre de Comité contra el Silencio) fue delatado directamente por Kazan. Cuando declaró ante el Comité de Actividades Antinorteamericanas, el cineasta nacido en Turquía en 1909 venía de dirigir a Marlon Brando en Un tranvía llamado deseo en Broadway (ambos colaboraron también en la versión cinematográfica), y luego haría (también con Brando) Nido de ratas, película que sostenía que había que delatar a los corruptos para proteger la democracia. Kazan delató personalmente a ocho amigos suyos, acusándolos de pertenecer o manifestar simpatía por el Partido Comunista norteamericano. Entre los quince acusados figuraban Dashiell Hammett (el extraordinario autor de El halcón maltés) y su mujer, la también escritora Lillian Hellman (quien luego escribió un libro sobre la caza de brujas titulado Tiempo de canallas) y el dramaturgo Clifford Odets (autor de Esperando al zurdo).

Nadie dijo que fuera fácil A diferencia de otros actores y cineastas que se vieron obligados a declarar ante McCarthy para conservar su empleo en Hollywood, Kazan escribió en sus memorias, publicadas en 1988, que nunca se arrepintió de su decisión y que no dudaría en volver a hacerlo. A los 89 años, Kazan vive en la Costa Este de Estados Unidos alejado de la luz pública y no va a hacer ninguna declaración sobre la actual polémica, según manifestó en estos días su abogada, Floria Lasky. “Elia nunca dijo que fuera una decisión fácil. Y, además, algunos de sus más duros opositores nunca han pedido perdón por apoyar el estalinismo”. Por su parte, Bob Ramey, presidente de la Academia que concede los Oscars, aseguró que Kazan le había dicho que pensaba comprar un traje especialmente para recibir el premio. No mostró la misma liviandad Daniel Petrie, presidente del Sindicato de Guionistas de Hollywood, pero tampoco atacó al veterano cineasta: “Estoy seguro de que el 99 por ciento de nuestros miembros se opondría a lo que Kazan hizo en aquel tiempo. Pero la decisión de la Academia de premiar a Kazan no se basa en su postura política, sino en el reconocimiento a una obra singular. Espero que la mayoría de los guionistas de hoy puedan ver el acto en esa dimensión”.

Otro defensor de Kazan ha sido Karl Malden, uno de los protagonistas de Nido de ratas. De hecho, fue quien propuso formalmente a la Academia que le dieran el Oscar honorífico a Kazan, argumentando que la política no tenía por qué condicionar un reconocimiento artístico. Incluso Lauren Bacall (quien, junto a su entonces marido Humphrey Bogart, fueron de los pocos notables de Hollywood que se opusieron a la persecución ideológicade figuras tales como Bertolt Brecht, Lee J. Cobb, John Garfield, Joseph Losey, Burgess Meredith, Zero Mostel, Ayn Rand, Martin Ritt, Edward G. Robinson y Dalton Trumbo) dice que el cineasta merece el Oscar porque “ha hecho películas increíbles e imperecederas, y el recono-cimiento es por su trabajo”.

El día D

El principal organizador de la protesta contra Kazan es el guionista Bernard Gordon, quien estuvo en la lista negra de McCarthy (debió emigrar a Europa para seguir trabajando) y a quien todavía no se le han restituido a su nombre algunos de los guiones que firmó con seudónimo en esos años. Además de convocar a dos de los sobrevivientes de aquella inquisición, los guionistas Abraham Polonsky y Bobby Lees, que han dicho que asistirán a la protesta, Gordon ha pedido la participación de representantes de otros sectores, como el de la ciencia, para recordar que la garra del macartismo no se limitó sólo al mundo del cine. “Kazan colaboró voluntariamente con el Comité, nombrando a amigos y colaboradores a quienes destruyó la vida. No me parece mal que criticara al comunismo si no le gustaba, pero sí que intentara justificar lo que hizo con un anuncio en la prensa al día siguiente de testificar. Si él se hubiera negado a declarar, muchos otros se habrían puesto de su lado y la lista no habría continuado. Pero él desequilibró la balanza para el lado de McCarthy, en vez de seguir el ejemplo de Arthur Miller y los demás que se negaron a colaborar”, dice Gordon. Y anuncia que millares de personas se sumarán a la protesta, aunque muchos integrantes de la industria tienen miedo de enfrentarse a la Academia. “De hecho, hay mucha gente conocida que nos apoya pero bajo cuerda: nos han dado donaciones o muestras de respaldo, a condición de que no usemos su nombre”. A pesar del volumen creciente de la protesta, no parece probable que Kazan vaya a aprovechar la concesión de este Oscar para pedir perdón en público por primera vez, como en su momento hizo Sterling Hayden, quien había delatado al Comité a varios amigos por recomendación de su psiquiatra (que luego resultó estar a sueldo del FBI) y posteriormente dedicó varios años de su vida a denunciar el engaño e insultar a McCarthy en una biografía y en una serie de conferencias para los grupos de defensa de libertades civiles.

La clarividencia de la rata

Según recuerda el español Angel Fernández Santos, el fatídico día de la delación Elia Kazan se convirtió en un leproso moral, con el que ninguno de sus colegas de la izquierda neoyorquina quiso volver a rozar siquiera. “Olvidaron incluso su nombre. De la noche a la mañana, el niño prodigio y mimado de Broadway y Hollywood pasó a ser La Rata, y así siguen llamándolo casi medio siglo después”. Durante algún tiempo se creyó que Kazan había recibido medio millón de dólares por la delación. Fernández Santos no piensa lo mismo: “Kazan no fue un corrupto ni un cobarde. Es probable que sintiera miedo, pero fue también víctima de algo más perturbador: la clarividencia. Esa que lo llevó a deducir, en 1934, cuando sólo un puñado de locos discípulos de Trotski se atrevían a hacerlo, que el stanilismo era una forma solapada e integral de totalitarismo fascista. Y la misma que lo llevó, luego de delatar a sus amigos, a hacer Viva Zapata, una película en la que atacaba al comunismo pero, atención, desde la izquierda. Para seguir después con una andanada de películas de intensidad emocional cercana a lo insostenible (Nido de ratas, Al este del Paraíso, Esplendor en la hierba, entre otras), hechas con la corrosión instalada en el alma, tal vez el más puro y radical celuloide de izquierda hecho nunca en Estados Unidos. La ironía mayor es que unas cuantas secuencias del cine de esta rata delatora tengan más energía subversiva que la obra completa del incorruptible Arthur Miller y de todos los demás no delatores”.