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Vale decir



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El discreto encanto de la burguesía

Luego de asombrar a más de uno con su inclasificable versión del cine de cámara en Metropolitan y Barcelona, el niño rico amante de las conversaciones estimulantes decidió atacar los estertores de la música disco en los 70 desde una perspectiva un tanto diferente de la de Boogie Nights. En Los últimos días del disco (que se proyectará en el Festival de Cine Independiente el 9 y el 11 de abril y se estrenará comercialmente el 15 de abril), Stillman recrea a su modo las noches blancas de Studio 54, pero no se priva de hacer hablar a sus personajes tanto como en sus dos películas anteriores. Eso sí: también los hace bailar.

Nadie salió a gritar Eureka ni anunció el fin del cine tal como se concebía hasta entonces cuando se estrenó la primera película de Whit Stillman, más o menos por el mismo momento en que hacía lo propio Sexo, mentiras y video, que sí generó ese tipo de comentarios. Cuando apareció Metropolitan, en cambio, apadrinada por nadie y parecida a nada, todo el mundo pensó que era un error: una película irremisiblemente arcaica en medio de un cine cada vez más “visualmente” moderno. Nadie sabía quién era Whit Stillman y cómo había conseguido engañar a unos cuantos señores con plata para que financiaran una película sobre un grupo de debutantes y niños ricos sin tristeza, hablando de Ginger Rogers y Fred Astaire o de Orgullo y prejuicio de Jane Austen en medio de la temporada navideña de Nueva York. Pero había que tener cuidado con él: en sus películas no pasaba nada en el sentido cinematográfico. Ni crisis existenciales, ni efectos especiales, ni encuadres pirotécnicos, ni estrellas, ni sexo salvaje, ni episodios de sobredosis en una suite del Waldorf Astoria cuando papá está en viaje de negocios. Sin embargo, este egresado de Harvard que debió esperar hasta los 37 años y vender su casa para filmar su primera película (al costo de 300 mil dólares) logró, gracias a la recaudación de ocho millones de dólares de su debut cinematográfico (y una nominación al Oscar como Mejor Guión), un acuerdo con la productora Castle Rock que continúa hasta el día de hoy, en donde Stillman retiene los papeles de director, productor y guionista de todas sus películas. Ahora llega a la Argentina para ser jurado de la Competencia Oficial del Festival de Cine Independiente de Buenos Aires y acompañar el estreno de su última película, Los últimos días del disco.


“Antes del movimiento disco, Nueva York era una especie de basurero social. Y de pronto apareció este lugar tan intimidante en donde todo el dilema se reducía a la pregunta: ¿nos dejarán entrar? La idea generalizada era que duraría para siempre. Pero los dueños terminaron en la cárcel y ningún lugar pudo reemplazar a Studio 54. Lo que demuestra que estas cosas son más frágiles de lo que la gente cree”.

EL OBJETO DEL AFECTO
La intromisión del joven socialista Tom Townsend en las cerradas filas de un grupo de niños ricos de Manhattan y su amor por la más austeniana de sus miembros le bastó a Stillman para crear una de las películas más autosuficientes, encantadoras y menos cinematográficas de la década. Pero lo más interesante de Metropolitan era el modo en que rechazaba de plano todo tipo de preciosismo visual: “Si bien hay muchos cineastas que me gustan, mi enfoque hacia los guiones es el de un escritor. Mi trabajo está influido por todos esos autores que aparecen mencionados en mis películas: Jane Austen, Scott Fitzgerald, Salinger, Tolstoi y los cómicos, como Evelyn Waugh y Oscar Wilde”, decía Stillman. Y corría el riesgo de transformarse en un movimiento de un solo hombre. La intención de sumarlo a las filas del cine independiente (por parte de la crítica) era insostenible: además de su declarada pertenencia a cierta (sinónimo de alta, por supuesto) clase social, Stillman elegía ese ambiente como único mundo posible para sus películas. Pero el grado de contradicción que parece mostrar la premisa “director de películas de bajo presupuesto de familia acaudalada” se disuelve cuando se descubre que lo único que le importa a Stillman de la alta sociedad es su amor por las conversaciones estimulantes, una tendencia a que esas mismas conversaciones giren alrededor de temas infrecuentes o decididamente extravagantes y su inclinación por agruparse en círculos (un sentido de pertenencia que, para el director, está por encima de cualquier tipo de amistad más o menos íntima). Metropolitan, la más evidentemente clasista de todas sus películas, es algo así como el lado moral y WASP (un término acuñado por su padrino, créase o no) del Larry Clark de Kids. Lo que les sucede es muy poco, comparado con lo mucho que se discuten esas mismas cosas. Pero si hay algo que es evidente en todas las películas de Whit Stillman es el tema de la percepción: el modo en que los protagonistas perciben a los otros integrantes del círculo y cómo cambian las cosas cuando llega alguien de afuera. El invasor (Tom Townsend en Metropolitan, el primo americano en Barcelona o el fiscal bajo tratamiento psiquiátrico de Los últimos días del disco) es el que les hace enfrentar a los demás la realidad del asunto. Y, para todos ellos, la sinceridad absoluta es una de las virtudes más peligrosas. Dice Stillman: “Mis películas tratan sobre laformación de la propia identidad a través del amor adolescente. Y la esencia del amor joven es la conversación. La gente habla muchísimo con sus primeras parejas. Es una forma de descubrir quién es el otro, pero también quién es uno mismo. Creo que mis películas son esencialmente eso: el modo en que uno construye un espejo para mirarse en el otro”. Las películas de Stillman, entonces, cuentan la historia de cómo el protagonista cambia de opinión sobre el objeto de su afecto, para bien y para mal. Lo suyo es contar historias de amor. Pero historias tan sencillas y a la vez tan complicadas que fácilmente podrían ser objeto de sorna por parte de sus propios personajes.

LAS HORMIGAS ASESINAS
Luego de su nominación al Oscar por el guión de Metropolitan, Stillman decidió filmar Barcelona, un film ligeramente político ambientado en la España de fines de la década del ‘70, en donde una pareja de primos (uno publicitario, el otro militar) intenta encontrar a la mujer perfecta y desautorizar el antiamericanismo imperante en Europa mediante ilustrativas metáforas como ésta: “Te voy a proponer una analogía. Fijate, por ejemplo, en estas hormigas. Desde el punto de vista de los Estados Unidos, un pequeño grupo de violentas hormigas rojas ha tomado el poder y está oprimiendo a la mayoría de hormigas negras. La política norteamericana es ayudar a estas hormigas negras con la esperanza de restaurar la democracia e impedir que las hormigas rojas asistan a sus camaradas en hormigueros vecinos”. Semejante descripción desata el desagrado del español que la escucha: “¡El Tercer Mundo es solamente un grupo de hormigas para ustedes! Estamos hablando de gente que muere, no de hormigas”, le dice. “No, no, estaba reduciendo todo a escala de hormiga, incluyendo a los Estados Unidos. Una Casa Blanca hormiga, una CIA hormiga, un Congreso hormiga, un Pentágono hormiga...”. El español interrumpe para agregar sus propios items a la lista: “Pistas clandestinas de aterrizaje hormiga, ilegalmente construidas en suelo extranjero...”. Es que las cuestiones políticas para Whit Stillman parecen tener algún valor sólo en el momento en que sirven para plantear su tema favorito: lo cambiante de las opiniones sobre los demás. A pesar de ser hijo de uno de los más encumbrados funcionarios de los gobiernos de Kennedy, Stillman no parece haber heredado las inclinaciones políticas de su progenitor: “Desde muy chico acompañaba a mi padre a las campañas del partido. Lo que no me gustaba de la política es toda esa gente a la que uno debe odiar: a los republicanos, a la gente que jugaba al golf, a cualquiera que tuviera casa en un country, a cualquiera que fuera burgués. Porque, al mismo tiempo, mis padres me enviaron a colegios en donde conocí a mucha de esa gente, y descubrí que esos tipos que parecían idiotas eran en realidad graciosos y agradables. Quizás sus creencias políticas eran retrógradas y no pensaban en nada seriamente, pero en términos personales, no eran tan mala gente y me hice muy amigo de algunos de ellos”.

ULTIMOS DIAS DE LA VICTIMA
Entre el semifracaso de Barcelona y el rodaje de Los últimos días del disco, Stillman casi dirige a Emma Thompson en Sensatez y sentimientos, casi adapta la novela de Arthur Golden Memorias de una geisha (que ahora se apresta a filmar Steven Spielberg) y casi escribe un guión sobre la Revolución Norteamericana. Lo único que sí hizo fue dirigir a su delfín Chris Eigeman (protagonista de sus tres películas) en un capítulo de la multipremiada serie de TV Homicidio (que aquí se emite en cable por USA Network), serie que no había visto nunca en su vida, pero que declaró que le servía para practicar un poco. Continuando con el ritmo de una película cada cuatro años, Stillman anunció el estreno de Los últimos días del disco casi al mismo tiempo que el de la defenestrada 54. “Mi primera salida con mi actual mujer fue a Studio 54. Antes del movimiento disco, Nueva York era una especie de basurero social, según mi punto de vista. Y de pronto apareció este lugar tan intimidante en donde todo el dilema se reducía a la pregunta: ¿nos dejarán entrar? Laidea generalizada era que duraría para siempre. Fue sorprendente cuán rápido desapareció. Todos sabíamos que en algún punto iba a cerrar, pero que aparecerían una docena de lugares igualmente buenos. Pero los dueños terminaron en la cárcel y los otros lugares no resultaron tan buenos. Estas cosas son más frágiles de lo que la gente cree”. Toda esa época a punto de llegar a su fin es contada a través de dos egresadas universitarias que llegan a Nueva York, Alice (Chloe Sevigny, la chica de Kids) y Charlotte (Kate Beckinsale) que trabajan en una editorial mientras pasan las noches en la discoteca (aunque en ningún momento se hace referencia a su nombre, el lugar tiene más de una similitud con Studio 54). En su intento por convertirse en habitués “reconocidas” de la disco, las dos protagonistas conocen a uno de los managers del lugar (Chris Eigeman), caído en desgracia por su poco atento trato hacia sus ex novias (incluyendo a Jennifer Beals, la chica Flashdance, en un cameo) y a una persona especialmente non grata para el sancta sanctorum (Mackenzie Astin). Los últimos días del disco está ubicada cronológicamente entre Metropolitan y Barcelona, entre el auge del disco y la irrupción del sida (en ese momento, “epidemia de herpes”).

EL INESPERADO EFECTO DISNEY
Los cameos de los protagonistas de las dos películas anteriores de Stillman (Audrey Roget y Fred Boynton) le sirven para demostrar que todo este mundo ficcional concurre al antro de perdición. Y que siguen pensando de manera más o menos inmutable: como cuando analizan en forma desopilante la influencia de La dama y el vagabundo en las desastrosas elecciones matrimoniales de las mujeres (“Cuando Perdita se quedó con el Vagabundo nos programó a todas a elegir siempre el hombre atrevido, que no es otra cosa que el hombre equivocado”) o que el movimiento ecologista fue creado por aquellos que, de niños, fueron sometidos a la proyección indiscriminada de Bambi en los 50 (según Stillman: “Existe una verdad gigantesca en los arquetipos de Disney. Y la primera película que vi en mi vida fue Bambi”). Cuando irrumpe en la película el ya mencionado ayudante del fiscal del distrito (Matt Keeslar), Stillman muestra su decisión estilística: cerrar (en forma más que honorable) su trilogía fílmica juvenil con un acorde que anticipa su nueva mirada del mundo. Aparentemente se encuentra evaluando diferentes proyectos (un guión de George Plimpton sobre el París en la década del 50; una historia de la música jamaiquina y una película de aventuras ambientada en el siglo XVIII) y ya ha jurado que su próxima película no tendrá los personajes habituales de su cine. Lo único que resta esperar es que siga hablando en sus películas sobre ese tema tan anacrónico como la naturaleza del amor. Y cómo es que la gente todavía sigue enamorándose, bastante a su pesar y, por eso, sin remedio.

Los últimos días del disco se proyectará en el Festival de Cine Independiente el viernes 9 de abril a las 21.30 en el Savoy 1 (Cabildo 2829) y el domingo 11 a las 14, 16.30, 19 y 21.30 en el Lorange (Corrientes 2372).