Principal RADAR NO Turismo Libros Futuro CASH Sátira
Volver 




Vale decir



Volver

Una madre desesperada por la absurda muerte de su hijo busca su pasado para poder enfrentar su presente. La acompañan una joven santa, una madura diva teatral, un travesti orgulloso de su autenticidad y un milagro final. Todo sobre mi madre -película número trece en la filmografía de Pedro Almodóvar y retorno de Cecilia Roth a las huestes del director manchego luego de trece años- es, además de todo esto, su obra más personal y perfecta. Radar estuvo en su première en Barcelona y llora y ríe y cuenta todo lo que hay que saber sobre la película a la que toda España le anticipa una catarata de premios internacionales.

Por RODRIGO FRESAN, desde Barcelona

Hay algo terrible y exquisito en la resignación de que toda película de Pedro Almodóvar sea -casi siempre- mejor que la anterior. Uno se ha acostumbrado a ello con esa mezcla de terror y cariño con que se puede ver crecer -paso a paso, lenta e indefectiblemente- a un niño. Para lo que uno nunca está preparado es para esos brutales, inesperados y arrítmicos estirones. Crecer de golpe, le dicen, y Almodóvar confiesa que nunca escribió una película tan rápido. “Se ve que ya estaba ahí”, sonríe. Todo sobre mi madre no es sólo una gran película, la mejor de Almodóvar, sino también una de las grandes películas en la historia del cine. Una de esas obras de arte que, sin renunciar a su sangre y a su nacionalidad, alcanza a los pocos minutos -a veces pasa, como en Shakespeare- las alturas de lo universal. Porque ahí hay una inmensa y pequeña, divertida y dolorosa historia privada. Pero también están las constantes de costumbre y las obsesiones de siempre: el teatro adentro del cine, el sida, el trasplante de órganos, el vaudeville como mutación del drama (o viceversa), la relación entre hombres y mujeres, entre mujeres y mujeres, entre mujeres que quisieran ser hombres y entre hombres que necesitan ser mujeres. El fragor del fin de milenio. Y -por encima de todo- el desgarro por la pérdida de un hijo y el hallazgo de uno mismo en la forma más inesperada. Sí, nunca fue más cierto aquello de pinta tu aldea y serás universal, nunca más justa la existencia del adjetivo almodovariano: nunca vi a tantos críticos de cine llorar como esta perfecta mañana catalana de jueves en que se presentó por primera vez una película llamada Todo sobre mi madre, escrita y dirigida por Pedro Almodóvar.

EL TITULO Viene del título original de La malvada, aquella magistral película con -o de- Bette Davis dirigida por Joseph Mankiewicz. El título original de esa película donde Bette Davis fumaba y fumaba era All About Eve: “Todo sobre Eva”. Y, más que una película, fue un perfecto ensayo sobre la condición femenina y el arte de saber fingir. “Mi idea inicial fue hacer algo con esa capacidad de actuar de determinadas personas que no son actores. De niño yo recuerdo haber visto esta cualidad en las mujeres de mi familia. Fingían más y mejor que los hombres. Y, a base de mentiras, conseguían evitar más de una tragedia ... Yo, como guionista-dios, soy un dios que ama a sus mujeres. Y más las amo cuanto más devastadas están”, dice un más que satisfecho Almodóvar, pasado el mediodía, en la fragorosa y eufórica rueda de prensa orquestada en la célebre Casa Batlló diseñada por Gaudí en una de las orillas del Pasaje de Gracia. Almodóvar y el elenco no fingen su entusiasmo y su buen humor, por más que el volumen de periodistas y fotógrafos amenace con tirar abajo todo, hasta que fotos y conferencia de prensa cambian de sitio y se trasladan por el laberinto de esa arquitectura, cuando se comprende que los metros cuadrados pensados en principio han sido superados por el volumen de los flashes y las grabadoras y las cámaras de TV. Almodóvar manotea una cámara y dispara sobre los fotógrafos mientras ríe como loco. Ahí nomás, Cecilia Roth agradece la oportunidad de mirar y ser vista “por la intensa mirada de un director que considera a las mujeres como seres que nunca pierden la esperanza y la fuerza. Animales con un motor aparte, a partir de la práctica de un ejercicio intenso, exigente, pero definitivamente feliz”.

Cuesta mirarla ahora y desprenderla de la piel de su Manuela: uno de los personajes más sufridos dentro del canon del director manchego, pero también uno de los más fuertes y, seguramente, el más perfecto y completo en el abanico de emociones que siente y hace sentir. La Manuela de Roth/Almodóvar es un dócil huracán arrasando a todo y a ella misma, soplando sobre una película redonda pero llena de apasionantes angulosidades, un film dark como la Barcelona que muestra (de ahí la “traición” a Madrid y la elección de esta ciudad decididamente noir pero “balsámica” para su presentación en sociedad: el debut madrileño será el próximo jueves 15 y el lanzamiento internacional recién en setiembre) y una estética casi funeraria, lejos de la hiperkinesia policroma de otras obras del responsable de esas tragedias-pop llamadas Matador y Tacones lejanos. Sorprende -apenas- la contención y la quietud avasallada por el movimiento perfecto de los parlamentos, la clase de los movimientos de cámara y la elegancia del pesar quebrado en el instante justo por una de esas frases como ésta (dicha por uno de los personajes al condenar a un travesti en fuga): “¡Pero cómo se puede ser tan machista con un par de tetas como ésas!” Ahí se enjugan las lágrimas y el público se ríe -ver Todo sobre mi madre a la mañana temprano y en ayunas equivale a subirse a un ring con Woody Allen para descubrir, demasiado tarde, que se trataba de Mike Tyson disfrazado-, sólo para ser sacudido, minutos más tarde, por la frase/mantra que marca toda la historia y la define: “Una mujer es más auténtica cuanto más se parece a como se sueña a sí misma”. Los sueños de las razonables mujeres de esta película no provocan monstruos sino que los enfrentan. Y les ganan. Y, con ellas, ganamos todos, mujeres y hombres: porque Almodóvar es probablemente el único artista que provoca en los hombres la necesidad de -al entenderlas de una buena vez por todas- querer ser un poco más mujeres.

Todos los periodistas gritan en sus celulares que es “lo mejor de Pedro hasta ahora” y ya se aventuran y se apuestan Oscar y Palmas y Conchas y Goyas y lo que sea. Se lo dicen al responsable, le recuerdan el reciente César honorífico a su carrera, le preguntan por Cannes. Almodóvar contesta que ya se siente “un poco mayor para competir ... esa cosa depredadora ... pero la película gustó muchísimo al comité ... la lista se anuncia el 22 ... Veremos”. Mientras tanto, todos piensan que, por suerte, esta noche es el estreno oficial de Todo sobre mi madre en el cine Coliseum. Todos piensan qué bueno será volver a verla esta noche, porque es una de esas películas que uno piensa que sólo se puede ver en sueños, para olvidarlas con un suspiro en el momento del despertar.

LAS MUJERES Todo sobre mi madre es, otra vez, una película sobre mujeres. Sobre pequeñas mujeres gigantescas. Mujeres dispersas que acaban uniéndose para armar una nueva forma de sagrada familia. Mujeres que se llaman Manuela (Cecilia Roth, una madre que ha perdido a un hijo y busca algo que le haga entender el porqué de esa pérdida); Huma Rojo (Marisa Paredes, una Bette Davis española y legendaria actriz que representa a la Blanche Dubois de Un tranvía llamado deseo mientras, abajo de las tablas, espera la bondad de los desconocidos para poder confiar sin ser lastimada, porque “el éxito no tiene sabor ni olor, cuando te acostumbras a él, y yo me puse Huma porque no dejo de fumar, como Bette Davis, y porque toda mi vida es humo”); Nina (Candela Peña, una actriz heroinómana condenada a ser una sombra de las otras y de sí misma, una Stella adentro y afuera del escenario); Rosa (Penélope Cruz, una joven religiosa de padres ausentes que sueña con viajar a la guerrilla de El Salvador hasta que se descubre embarazada de un travesti y enferma de sida); Agrado (Antonia San Juan, revelación del film y nueva Chica Almodóvar, haciendo un travesti todo corazón en el que todos se apoyan y quien a todos sostiene); Rosa (Rosa M. Sardá, la única madre “verdadera” de la trama y la que menos sabe cómo serlo). Hay, también, algunos hombres que son fantasmas tenues pero sólidos -el espectro verdadero de un hijo muerto y el espectro falso de un padre desaparecido- en los días y las noches de esta contracara de Mujeres al borde de un ataque de nervios. Si se lo piensa un poco, Todo sobre mi madre es una “Mujeres al fondo de un ataque de nervios”: mujeres que cayeron desde bien alto para estrellarse contra el piso duro de la vida y, recién entonces, sobrevivir para experimentar el placer de levantarse. “Las mujeres no sólo son el tema de Todo sobre mi madre, sino que la película también va dedicada a ellas”, explica el director en el press-book. “Especialmente a las actrices que en algún momento han hecho de actrices.” Sobre el final de la película, proyectada sobre un telón cerrado a punto de alzarse -porque la función siempre debe seguir- se lee una dedicatoria a Gena Rowlands, a Bette Davis, a Romy Schneider, mujeres en serio que han hecho de actrices en varias películas, al final de una película donde varias actrices han hecho de mujeres en serio. La dedicatoria cierra así: “A todas las madres. A mi madre”.

LA PELICULA Me cuentan que ayer, en Madrid, la inefable Isabelita Perón -una mujer cada vez más almodovariana- brindó una conferencia de prensa vaya a saber uno sobre qué; y cuando alguien se dirigió a ella llamándola Evita, la segunda viuda de Perón, sin inmutarse, contestó lo que se le preguntaba sin corregir el error. El argumento de Todo sobre mi madre -al menos en su primera mitad- desborda de ese tipo de malentendidos y omisiones que mejor dejar pasar. Todo lo que tiene que ser dicho se hace y todo lo que tiene que hacerse se dice. Pero también se dispone de todo lo que se propuso como en un buen policial. Porque Todo sobre mi madre es un policial, es un policial pero del alma.

Verla por segunda vez, en la despampanante noche de estreno en el cine Coliseum tapizado por los posters que muestran a una Manuela/Cecilia Roth -dibujada con pocos trazos bien by design-, hace pensar que uno podrá tener la guardia alta cuando corresponde, que los ojos no volverán a hincharse, que se podrán tomar notas sobre el guión y valorar sutilezas de las actrices. Error. Grande. Uno vuelve a llorar, a reír y llorar casi tanto como la Manuela de Cecilia Roth (aplaudida desde una butaca de teatro por el cameo de Fito Páez en uno de los escasos llanos de una película con más pendientes que una montaña rusa). Pero uno también puede detenerse en el llanto y la risa de los otros, en el más o menos frío examen de los resortes del guión, en la protagonista. Nunca nadie lloró tanto y tan bien como Cecilia Roth en esta película. Su Manuela -una zombie en llamas que se va despertando de a poco y necesita apagarse para volver a encenderse- llora y llora contradiciendo aquel refrán griego que afirma que sólo las mujeres que han lavado sus ojos con lágrimas pueden ver con claridad. Desde el principio y hasta el final, Manuela no ve nada claro y se pincha una y otra vez con las espinas de la flor de su secreto. Se fuga hacia adelante llorando hasta reírse. Ver por segunda vez en un día Todo sobre mi madre es verla con más claridad. Por eso, claro, todos volvemos a llorar y a reírnos con ganas.

LA FIESTA Todo es una fiesta. La calle cortada y haces de luz sobre la fachada modernista de un cine que -ironía interesante, Almodóvar seguramente habrá reparado en ello- anuncia en neón apagado “Walt Disney Presenta: Bichos”. Adentro y afuera el show no cesa: una multitud esperando a las estrellas (que finalmente arriban en sendos taxis british pintados con los colores azulgranas de Catalunya), alcaldes y directores de cine y periodistas de firma y drag-queens de dos metros descolgándose de los palcos como gárgolas o ángeles. La película empieza con títulos sobre una bolsa de suero. El primer gag llega casi veinte minutos después. Antes, la aparición de Barcelona como personaje -en un travelling que recuerda al travelling final de Blade Runner- arranca aplausos a una platea territorial y orgullosa. A partir de entonces, lo dicho: lágrimas y risas y lágrimas para acompañar a Manuela en la búsqueda del padre transformista de su hijo, que quería ser escritor muerto, en la noche lluviosa de su cumpleaños, por culpa de una diva teatral que le negó un autógrafo a la salida de la función. Al final feliz luego de tanta tristeza, la ovación es inmensa y casi tan larga como una película corta. Pero la función continúa en La Paloma, reducto histórico de Barcelona, venerado salón de baile donde no cabe un alfiler y donde entra todo el entusiasmo. Arriba, en el VIP, las protagonistas devoran a carcajadas sus propias imágenes hechas en chocolate, una banda kitsch-tropical escupe un hit detrás de otro, Bigas-Luna conversa con Maruja Torres, Cecilia Roth comenta su actual rodaje madrileño bajo las órdenes del ascendente Julio Medem, Marisa Paredes canta con play-back una inteligente y tonta canción de amor, en el aire crece el rumor de que Todo sobre mi madre sí va a Cannes y Almodóvar (quien, antes de la película, junto a la pantalla, iluminado por un haz de luz, confesó a toda la concurrencia que, en realidad, “lo único que siempre quise es ser un símbolo sexual”) sonríe la sonrisa satisfecha de los que ya se saben y se sienten un símbolo.

EL MILAGRO Todo sobre mi madre empieza con una muerte y termina con un nacimiento (“Hoy es un gran día: va a nacer tu hijo y metieron preso a Videla”, sonríe Manuela después de tanto llorar). Y, por si eso fuera poco, en su epílogo ofrece un milagro. Un milagro verdadero y tangible, con el que la película se cierra sobre sí misma en un escenario, luego de haberse paseado por el sarcasmo de Mankiewicz, fondear en la demencia ovárica de Tennessee Williams, vadear la demencia maternal de Lorca para recalar finalmente en donde corresponde tirar el ancla: en la sabiduría polimorfa y perversa de Almodóvar. En el principio de Todo para mi madre, se recuerda como una cita necesaria, como un recordatorio imprescindible para los conversos, aquella frase de Truman Capote del prólogo a Música para camaleones: “Cada vez que Dios nos da un don nos da un látigo y el látigo es para autoflagelarse”. Al final de Todo sobre mi madre, la frase se hace clara, transparente y pierde su carácter ominoso y sufrido. Ya se dijo: el final de Todo para mi madre es un final feliz. Un final donde se comprende que Almodóvar se autoflageló para hacer esta película, que es un don y que con él -ahora nos toca a nosotros- nos regala a los espectadores la bendición de un látigo.

 

Las lágrimas de Cecilia

Por PEDRO ALMODOVAR

La palabra “madurez” no tiene buena reputación, pero creo que así se llama el proceso vivido por Cecilia Roth en los trece años que no trabajábamos juntos. (Qué he hecho yo para merecer esto fue nuestra última colaboración.) Cecilia Roth ha madurado, se ha agigantado. Su técnica se ha destilado sin que se note. Eso es lo que ocurre con la perfección: que no se nota. Desaparecen las aristas, todo fluye. Y uno lo encuentra natural aunque sepa que es un milagro.
Para mí no hay mayor espectáculo que ver llorar a una mujer. A una actriz, quiero decir. Reconozco haber tenido la suerte de que me llorasen las mejores: Carmen Maura, Marisa Paredes, Victoria Abril, Chus Lampreave, Penélope Cruz, Kiti Mánver, Verónica Forqué, Angela Molina, Julieta Serrano ... Y cada una lo ha hecho de un modo distinto. No hay ruidos tan personales como los de la risa y el llanto. En Todo sobre mi madre, Cecilia también ha tenido su dosis de lágrimas. Transparentes, torrenciales, la sacuden como vomitonas. Y cuando llegan tienen una cualidad catártica.
Si existiera el término “screwball drama” (sólo se adjudica a la comedia delirante, me refiero a screwball comedy), podríamos definir así a Todo sobre mi madre. Drama disparatado, barroco y con personajes extremos, vapuleados por el azar, sin que sea gran guiñol o grotesco. Como contrapunto a su naturaleza desmesurada, durante los ensayos decidí que la actuación debería ser radicalmente sobria, incluso árida.
Esa era la llave y el reto, que el magnífico grupo de actrices asumió enseguida. Para Cecilia el reto era mayor: su personaje está como carbonizado por la muerte de su hijo, súbita y demoledora como un rayo. Y está en todos los planos de la película. No sé cómo, durante los tres meses que duró el rodaje, ella supo contenerse y estar más allá del dolor, pero reflejándolo siempre. Manuela, su personaje, demuestra que Cecilia Roth está en su plenitud como actriz. Y siento algo muy extraño al decirlo. Como persona me recuerda mucho a la chica que conocía hace veinte años: ingeniosa, culta, con la misma capacidad de entusiasmo y excitación, ruidosa, inmadura y neurótica en su acepción más divertida, frágil, voluntariosa, de risa inmediata y emoción fulminante. Sin embargo, para mí la actriz es un misterio. Trece años de misterio.
Cuando la veo en la película y la siento palpitar como Manuela sé que estoy ante uno de los trabajos más escalofriantes de los que he sido testigo. Y no me recuerda a la Cecilia que yo conocí en los ochenta, sino a otra.
Supongo que actuar debe ser eso.
 
Texto incluido en el press-book de Todo sobre mi madre.