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No
se puede vivir del
amor
Cada
tanto aparece una película o una obra de teatro que, de la manera más
disimulada, empieza a producir cortocircuitos entre las felices parejas
que hacen de espectadores: de Atracción fatal a Maridos y esposas, pasando
por Sexo, mentiras y video. Después de haber sido elegida mejor obra del
�97 en Inglaterra y del �98 en Broadway y de cosechar elogios y divorcios
por igual, desembarca en la Argentina Closer, una obra de teatro que devuelve
al sexo la aspereza que estos tiempos políticamente correctosparecían
haberle aplacado. En las páginas que siguen hablan Patrick Marber (el
autor) y Mick Gordon (el director), Susú Pecoraro, Jorge Marrale, Leticia
Brédice y Leonardo Sbaraglia especulan sobre los efectos devastadores
que puede llegar a tener la obra en Buenos Aires.
Por
Juan Ignacio Boido
Si
Closer fuese una película habría mucha gente hablando de
Closer. Si fuese una película ya habrían llegado o estarían
llegando diarios, revistas, TV, internet las hordas de comentarios
o los ecos de las polémicas que estallan en los lugares en que
ya se estrenó o peor pero más seguro el eco
de las parejas y matrimonios que estallan por los aires a la salida del
cine. Ya pasó, varias veces: maridos y esposas que entran felizmente
casados y salen simbólicamente divorciados. Mujeres sentadas en
las butacas que le preguntan al marido, mientras en la pantalla La guerra
de los Roses empieza y sigue y no termina nunca, quién se quedaría
con los platos o con la casa si se llegaran a divorciar. Hombres que,
después de la provocación frívola de Propuesta indecente,
insisten empecinados en saber si ella aceptaría el millón
de dólares para encamarse con Redford. Pasó con Atracción
fatal y la no tan remota posibilidad de que el marido que se acomoda cada
cinco minutos en la butaca tenga una amante capaz de hervir un conejo.
Pasó con la frigidez hecha revelación en los videítos
de James Spader y la cara de Andie MacDowell en Sexo, mentiras y video.
Y pasó de un modo más silencioso y más terapéutico,
pero quizá más demoledor con Maridos y esposas de
Woody Allen.
Con
más o menos inteligencia según los matrimonios y su
correspondiente película, es algo que viene pasando desde
hace años. A lo mejor desde La comezón del séptimo
año. O Quién le teme a Virginia Woolf, que era una obra
de teatro hasta que se convirtió en una película. Cada tanto,
las parejas y los matrimonios parecen encontrar un espejo, o un diagnóstico,
o una profecía de sí mismos en la pantalla. Es lo que viene
pasando con Closer. Que no es una película sino una obra de teatro.
Pero que también llega montada a una ola de elogios y divorcios.
OBRAS PARA DESTROZAR MATRIMONIOS El año pasado
en los teatros de Broadway hubo dos estrenos excluyentes: The Blue Room
y Closer. De The Blue Room hablaron mucho. Como si fuera una película.
Porque aunque no era una película gozaba de un beneficio tan dudoso
como cinematográfico: auguraba la visión redonda, nítida
y escandalosa de las tetas de la cinematográfica Nicole Kidman.
Pero, para desánimo de los cientos de desesperados que pagaban
y todavía pagan cientos de dólares a los revendedores
y que ya agotaron todas las localidades hasta la última función,
la obra resultó mucho menos polémica de lo que se esperaba:
los matrimonios entraban felices y salían felices y lo único
que les preocupaba era dónde ir a comer después del teatro.
Incluso, se supo, sólo desde poquísimas butacas se podían
ver las tetas de Nicole Kidman.
De Closer, en cambio, hablaron bien. Peligrosamente bien. Los diarios
recomendaban: Si usted va a ver una sola obra en el año, vea ésta
(cuando en realidad querían decir: si usted todavía no fue
a ver The Blue Room y ya sabe que no vale la pena porque de drama matrimonial
no tiene nada, vaya a ver Closer). Otros decían: Me extrañaría
que hubiera una obra mejor este año.
La obra, en realidad, era del año anterior. Patrick Marber coguionista
de Cuatro bodas y un funeral y cabeza visible de una nueva camada de dramaturgos
ingleses, jóvenes e iracundos ya había desatado un
boom cuando estrenó su primera obra teatral en 1995: Dealers
Choice. Después de arrasar con todos los premios teatrales ingleses,
Marber le robó el título de una canción a Joy Division
y estrenó Closer en el 97. Y pasó lo mismo que con
la primera: premios, sala llena y premio a la Mejor Obra del año.
Sólo que ahora Marber consiguió un productor que lo sacara
de Londres y desembarcó en Broadway mostrando credenciales que
lo incorporaban a una de las pocas cosas que los norteamericanos todavía
respetan de los ingleses: el sólido y místico árbol
genealógico del teatro inglés. Marber era, de repente, el
nuevo Tom Stoppard y el hijo dilecto y sucesor natural de Harold Pinter.
Closer pasó a ser la descendiente directa de la Privates Lives
de Noël Coward. Para que Broadway tuviera referencias un poco más
familiares, las críticas aludieron también a la iluminada
sombra de David Mamet que deambulaba por Dealers Choice y a la sombría
iluminación de Paul Schrader, guionista de Taxi driver y El toro
salvaje. Es decir: hablaron bien, peligrosamente bien. Contra las apuestas
a favor de The Blue Room, una obra sostenida de los breteles de Kidman,
Closer terminó siendo revelación del año. Y The Blue
Room terminó siendo una obra para solteros y Closer una obra para
casados.
EL DIVORCIO ES SALUD ¿Cuál es la fascinación
por Closer? ¿De qué trata? La historia en principio es tan
simple que no parece reclamar algunas concesiones para esa clase de casualidades
que funcionan tan bien en el mundo real y se vuelven tan exasperantes
en un libro o una película o más todavía
en una obra de teatro. La historia: Dan (Leonardo Sbaraglia) es un escritor
de obituarios, ayuda a una chica (Leticia Brédice) en un accidente
en la calle y la lleva a la guardia de un hospital. Se enamoran, se casan,
y la pronta publicación de su novela la vida de ella según
él lo hace desembocar a Dan en el estudio de una fotógrafa
(Susú Pecoraro) para las fotos de solapa, y con la que él
coquetea impunemente mientras ella se dedica a espantarlo. Como venganza,
meses después y chateando en Internet (detalle más que atendible:
en la obra se chatea en tiempo real: los actores tipean lo que se puede
leer en una pantalla gigante que se descuelga sobre el escenario, en lo
que para los anales es la primer ciberconversación de la Historia
del Teatro), Dan simula ser Anna, la fotógrafa devenida ninfómana
desenfrenada. Después de un coqueteo y posterior polvo virtual,
Dan-Anna arregla una cita con Larry (Jorge Marrale), el médico
que acaba de leer su orgasmo digital. Dan, por supuesto, no va y Larry
conoce de casualidad a la verdadera Anna, que también de casualidad
estaba en el lugar de la cita. Por supuesto, se enamoran y se casan. Mientras
tanto, la novela se publica. Y a la novela le va tan mal como a los cuatro.
En el transcurso de los siguientes cuatro o cinco años tercera
concesión espacio-temporal que se olvida rápido los
cuatro saltan de la cama de uno a la cama del otro, siempre dentro de
los correctos límites de la heterosexualidad. Y, para ponerlo de
algún modo, todos se destrozan y se hunden. En el momento posterior
al orgasmo y al cigarrillo, cuando empiezan los tironeos por las sábanas,
y uno de los dos o dos de los cuatro, infieles confesos y
cornudos ignorantes, piensan: ¿Qué hago yo acá?
Ahí está el encanto. En que los cuatro personajes piensan
mal: primero cogen y después piensan. Por debajo de la historia,
de eso trata Closer y ahí está la fascinación: dos
matrimonios que sin pensarlo demasiado se convierten en cuatro adúlteros
para que, desde las butacas, muchos matrimonios felices los vean volar
por los aires. La fascinación de Closer más allá
del encanto logrado y poco pretencioso de atrapar cierto espíritu
de época: internet, teléfonos celulares, aceleración
y narcisismo extremos es la cada vez menos remota y más cercana
posibilidad de que un matrimonio deje de ser feliz a su manera y empiece
esa misma noche a ser infeliz como todos los demás. Como los de
Closer.
EL MATRIMONIO ES HUMILLANTE Cuando Alejandro Romay
leyó la obra dijo que no pensaba ni loco traerla a Buenos Aires.
Fernando Tobi nieto del Zar y alguna vez actor del 9, en los tiempos
del Zar lo convenció. Romay El Jefe, como
Tobi llama al abuelo puso el teatro y el efectivo: el teatro Broadway
a nuevo, Susú Pecoraro, Leticia Brédice, Jorge Marrale y
Leonardo Sbaraglia como los cuatro jinetes del apocalipsis matrimonial
y el director inglés Mick Gordon (ya visitante ilustre de la avenida
Corrientes después de haber venido a dirigir ART), importado durante
cinco semanas para ensayar intensivamente con los actores. A tres días
del estreno, Tobi produce y Romay espera que la obra produzca.
Cuando vimos la obra en Nueva York, dice Susú Pecoraro,
hablando de la excursión a Broadway que emprendieron antes de empezar
los ensayos en Buenos Aires, pasaban cosas raras: había carcajadas
en los momentos menos imaginables. O grititos de señoras, o murmullos
de complicidad. Sobre todo en el primer acto, donde hay momentos graciosos.
En el entreacto, ya había algunas discusiones en el hall. Después,
en el segundo acto, no vuela una mosca. ¿Te reíste? Mirá
lo que viene ahora. Si pensaste que te ibas a poder reír, ahora
vas a tener que pensar.
El problema y la gracia está por lo que se oye en los ensayos,
por lo que oyen los actores cada vez que ensayan con gente en las butacas
antes del estreno en que la gente piensa y se ríe de lo mismo:
de un matrimonio preguntándose arriba del escenario por qué
ya no se miran cuando cogen, cuántas veces acabaron con su amante
o si uno le va a repetir al otro, por centésima vez, por qué
se empecina en que eso no se terminó. Los espectadores se ríen
de esos dos tipos compitiendo para ver con cuál de los dos la pasa
mejor la misma mujer de la que están enamorados y con cuál
de los dos se queda; y con una chica de veinte comparando lastimosamente
virtudes sexuales con una de cuarenta. Se ríen con eso y después,
en algún momento, se empiezan a preguntar de qué se están
riendo.
LOS DIVORCIADOS TAMBIÉN RIEN Se ríen
mucho. Creo que es porque Closer es básicamente una obra sobre
sexo y no sobre el engaño, dice Patrick Marber, después
de la incursión en el mundo del póker con Dealers
Choice y a manera de regocijante mea culpa después de vender los
derechos de su obra a más países de los que se acuerda:
Closer está ambientada a mediados de los 90 y trata sobre
gente sin una satisfacción profunda en sus vidas. Gente que deposita
toda su satisfacción emocional en su vida amorosa, algo terriblemente
desesperado y egoísta. No le cuesta demasiado a nadie descubrir
que todo eso es una metáfora sobre el estado de las cosas. Sobre
gente como uno, ¿no?.
Closer es básicamente una obra sobre profesionales, modernos,
insertados en cierta clase urbana psicoanalizada: Pecoraro dixit.
Con la edad, el sexo y las diferencias generacionales licuadas por el
anonimato internético. Y, lenta pero definitivamente, con la cabeza
licuada. Cada vez más lejos de maridos, esposas y amantes: cada
vez menos closer.
Pero hay algo que quiero aclarar sobre esto de las obras basadas
en ideas y metáforas, dice Marber: Tengo un placard
lleno de papeles, sobres y servilletas repletos de anotaciones. Pero nunca
empiezo a escribir con una idea, sino con un diálogo o con una
situación. Las ideas aparecen mientras uno habla con otro. Por
eso escribo teatro. Puedo escribir sobre los espacios cerrados, sobre
las relaciones, sobre la mente del ciudadano moderno y su ubicación
social, pero, sobre todo, escribo diálogos, que es donde aparecen
las ideas. Y, en el caso de Closer, se trata de las ideas de un tipo particular
de gente: no muestro gente sin moral, sino gente tomando sólidas
decisiones morales... que después no pueden sostener. Y no, no
me creo un nihilista. Un nihilista no se tomaría el trabajo de
escribir una obra de teatro.
DONDE FUEGO HUBO Según Mick Gordon, el director
inglés dedicado a orquestar, en cinco semanas, el acercamiento
y la soledad de los dos matrimonios arriba del escenario: Roland
Barthes, que es una gran influencia en Marber (y esto puede ser bueno
para muchos y no tanto paraotros), dijo que cuanto más cerca de
una persona se está, más se enamora uno, y más conciencia
se tiene de que se está solo. Por eso creo que Closer es una obra
histórica, sobre la segunda mitad de los 90. Sobre los últimos
cuatro años, cuando estalló el furor de Internet. Sobre
este momento en el que todos intentan comunicarse rápido, porque
si no, se aburren. Conozco gente que se fastidia si Internet no funciona
lo suficientemente rápido una noche, y me parece que en realidad
las cosas funcionan demasiado rápido todos los días. Todos
andan con celular y pasan la mitad de un almuerzo con alguien hablando
con otra persona. Y suena anticuado porque es anticuado. Por eso en la
obra hay celulares e internet: porque es sobre la vida de hoy en cualquier
capital del mundo. Viviendo así, ¿cuán cerca se puede
estar?.
Mirando de cerca, en uno de los escritorios que aparecen en la obra hay
una balanza de Newton: ese arco metálico con una fila de bolitas
de aluminio colgando, que al mover la de una punta, golpea en las demás
y termina sacudiendo a la de la otra punta. En un pequeño y sensato
exabrupto patrio, Gordon dice que como la obra es inglesa, la metáfora
es sutil: nadie está obligado a verla. Si la obra fuese norteamericana,
seguro se hubiese llamado La balanza de Newton. Pero eso es lo de menos,
me parece que lo más importante es que, por muchos y extraños
motivos para las parejas más grandes y sobre todo después
de eso que se llamó grunge entre las parejas más jóvenes,
a fines de los 90 ya no quedan referencias. O hay demasiadas, que es más
o menos lo mismo. Porque lo que no hay es de dónde agarrarse,
dice Gordon, que va a tomar el primer avión a Londres después
del estreno, porque no quiere estar cerca si empieza a haber chispazos
entre parejas. O si algún matrimonio se prende fuego.
¿Cuántas
veces acabó su mujer?
Jorge Marrale: En la obra, aunque se habló mucho del lenguaje
y de que estaba un poco subido de tono, no hay boludos, no
hay pelotudos, no hay carajos: porque eso es lo
fácil. Acá es otra cosa: escenas de absoluta intimidad en
una pareja en la que un tipo le pide a su mujer, humillándose como
nunca, que le cuente cómo coge con el amante. Y eso es particularmente
fuerte, porque por más puteadas que se escuchen en la calle o en
otros teatros de Corrientes, todavía hay un tabú muy fuerte
con la verborragia sexual. Y se creo que es el hallazgo de la obra, porque
un tipo humillado en definitiva termina siendo mucho más violento
que una puteada. No sé si se puede poner en un escenario algo mucho
más violento que un tipo preguntándole a su mujer cuántas
veces acabó con el otro.
Susú Pecoraro: Cuando me pregunta si acabé, yo le
contesto que me chupó la concha. Parece más violento, pero
no. Es enojo y griterío, pero lo verdaderamente violento es que
alguien tenga el tupé de preguntar si acabaste con otro. Hay que
tener muchas bolas para preguntarlo, y muchas más para contestarlo.
Ahí sí se va a armar un quilombo en la comida después
del teatro. Cuando uno le pregunte al otro: Y aquella vez, ¿vos
acabaste?.
Jorge Marrale: El autor está planteando, en medio de este
nuevo diseño del mundo, una nueva forma de las relaciones. Uno
ya puede vislumbrar un modo distinto de conexión entre los humanos.
Mi generación, por edad, puede verlo desde cierta perspectiva,
pero no puede dejar de asombrarse o de ser tan consciente y agobiante
de la idea de infinito. Pensá que yo me crié con autitos
a los que le ponía masilla abajo y me encuentro con chicas, con
adolescentes casi mujeres, que se criaron con Internet. Yo miraba por
la ventanilla del tren y miraba las cosas pasar. Ahora, ya ni siquiera
se ve lo que pasa. Eso está creando otra especie.
Susú Pecoraro: La obra es un eslabón entre algo que
va a venir y lo que ya pasó. Recién pensaba que antes mi
madre me decía No le cuentes nada, total no va a entender.
Después vino esto de que lo mejor es decir la verdad. Pero si diciendo
la verdad tampoco te entienden (cosa que creo que se refleja en la obra)
porque lo que importa es lo que hiciste, ¿no tenía razón
mi mamá?
La
vida imposible con la chica perfecta
Leticia Brédice: Yo al principio encontré el lenguaje
de la obra un poco subido de tono. Es más, cuando me dieron una
copia y la leí dije Yo esto no lo hago. Después
me convencieron. Y ahora me parece que no hay otra forma de decir lo que
está ahí escrito en el texto. Además, una de las
cosas por los que no me gustaba era porque había que hacer un strip
tease, y de nuevo iba a estar haciendo de femme fatale. Después
me di cuenta de que la obra pasa por otro lado.
Leonardo Sbaraglia: El personaje de Leticia es la chica perfecta.
Una de esas chicas que están dispuestas a cualquier cosa con tal
de hacer feliz al otro. Pero el problema es que ella exige lo mismo a
cambio. ¿Y con qué se encuentra? Con que nadie soporta eso
hoy. Nunca nadie quiso pasar por el dolor. Pero hoy en día particularmente
se lo esquiva de una manera muy deliberada: nadie quiere pasar ni cerca
del dolor de otro: ¿Sufrís? Bueno, arreglátelas
porque yo me busco a otro. Lo raro y lo terrible es que por esquivarlo
se deja incluso pasar a la chica perfecta. Pareciera que es imposible.
Incluso teniendo a la chica perfecta.
Leticia Brédice: Creo que eso es algo que se puede palpar
hoy entre la gente: es cada vez más normal que alguien esté
perdidamente enamorado de otro y que ése no se de cuenta porque
está distraído con otra cosa. Y en eso creo que es una obra
que refleja completamente el fin del milenio: la crueldad y la ansiedad
que tiene la gente por que las cosas se terminen. Sea lo que sea, cualquier
cosa, pero que se termine de una vez. Además, si el consejo que
más te dan es: Dejálo, total hay tantos...
Leonardo Sbaraglia: Sí, pero tampoco creo que eso pase en
todas las clases sociales y en todos los tipos de gente. Lo que va a ser
fuerte es que sí pasa con el tipo de gente que puede y de hecho
paga la entrada para venir al teatro: gente muy cerebral, que nunca quiere
dejar de tener el control. Y eso es algo notable de la obra: habla de
las miserias de la gente que va a verla.
Te
quiero igual
Con
lo difícil que resulta elegir un fragmento de Closer sin revelar las sucesivas
vueltas de tuerca de la obra, Radar decidió reproducir el comienzo de
la última escena del primer acto (aun sabiendo que lo mejor está en el
segundo).
(Larry
sale del baño y entra al living)
ANNA: ¿Por qué estás vestido?
LARRY: Porque creo que estás a punto de dejarme y no me gustaría
estar de bata cuando eso suceda. Me acosté con alguien en Nueva
York. Una puta. Perdón. Por favor, no me dejes.
ANNA: ¿Por qué lo hiciste?
LARRY: Sexo. Quería coger. Eso sí: usé preservativo.
ANNA: ¿Estuvo bien?
(Larry resopla)
LARRY: Sí.
ANNA: ¿Era del Paramount?
LARRY: No, de la calle cuarenta y pico.
ANNA: ¿Dónde fueron?
LARRY: A su departamento.
ANNA: ¿Lindo?
LARRY: No tanto como el nuestro. Perdonáme. Lo siento mucho.
ANNA: ¿Por qué me lo contaste?
LARRY: No podía mentirte.
ANNA: ¿Por qué no?
LARRY: Porque te amo.
ANNA: Está bien.
LARRY: ¿De verdad? ¿Por qué?
(Anna se mira los zapatos)
ANNA: ¿Regalo culpabloso?
LARRY: Regalo amoroso. Algo está mal.
ANNA: Sí.
LARRY: ¿Me vas a dejar?
(Ella asiente con la cabeza)
¿Por qué?
ANNA: Dan.
LARRY: ¿Cupido? Ese tipo es un chiste nuestro.
ANNA: Estoy enamorada de él.
LARRY: ¿Se están viendo?
ANNA: Sí.
LARRY: ¿Desde cuándo?
ANNA: Desde la inauguración de mi muestra, el año pasado.
Soy un asco.
LARRY: Sos genial... sos tan... inteligente. ¿Por qué te
casaste conmigo?
ANNA: Dejé de verlo. Quería que lo nuestro funcionara.
LARRY: ¿Por qué me dijiste que querías tener chicos?
ANNA: Porque era cierto.
LARRY: ¿Y ahora querés tener hijos con él?
ANNA: Sí. No. Perdón.
LARRY: ¿Por qué?
ANNA: Lo necesito.
LARRY: Pero... somos felices... ¿O no?
ANNA: Sí.
LARRY: ¿Te vas a vivir con él?
ANNA: Sí. Te podés quedar acá, si querés.
LARRY: Me importan un carajo los... restos. Hiciste lo mismo el día
que nos conocimos; humillarme sólo para divertirte. ¿Por
qué no me lo dijiste apenas entré?
ANNA: Tenía miedo.
LARRY: Porque sos una cobarde. Una puta malcriada.
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