¿Cómo
era de verdad Buenos Aires entre 1904 y 1914? La enorme muestra organizada
en el Abasto por el Instituto Getty y la Facultad de Arquitectura a
partir del 26 de mayo ofrecerá múltiples impresiones,
ninguna de ellas tediosa o anodina, sobre la época inmediatamente
previa y posterior al Centenario, cuando el turf era más importante
que el fútbol, el ahorro existía, los tranvías
cruzaban la ciudad y los urbanistas inventaban diagonales para dificultar
el temido avance de las masas al centro de la ciudad. Radar se sumerge
en el túnel del tiempo y descubre las diferencias y similitudes
entre el principio y el fin del siglo porteño.
Por
JORGE DORIO
Hacia 1910 la Patria cumplía cien años.
Ya era hora de decidir qué cosa era la Patria, qué perfil
iba a tener y cómo se la iba a endomingar para los fastos del
cumpleaños. Huelga decirlo: había un futuro y en él
cabían todas las promesas de los hijos del siglo. Esa es una
de las puntas del ovillo desde las que se despliega el ambicioso proyecto
Buenos Aires 1910: memoria del porvenir, una exposición multimedia
que desde el 26 de mayo podrá visitarse en el Abasto con entrada
libre y gratuita. Son 1200 metros cuadrados con una heterogénea
población de reproducciones fotográficas, libros, films,
objetos de la vida cotidiana, publicidades, partituras y, sobre todo,
el aliento de una nación constituyéndose como tal, pensándose
a sí misma en la vorágine de un crecimiento desenfrenado
y plasmando en edificios, monumentos y barrocas viñetas alegóricas,
esa especie de maquillaje definitivo que luego se llamará identidad.
CóMO
VIVIR EN UNA CIUDAD La gestación de la criatura
llevó más de tres años pero el verdadero punto
de partida es anterior: la idea surgió con un pie en Buenos Aires
y otro en Los Angeles. Es un proyecto que se desgaja de otro nacido
en 1994 en el seno del Instituto Getty de Investigación en Historia
del Arte y Humanidades, que se proponía revelar la formación
de las identidades urbanas en las grandes capitales de América,
dice Margarita Gutman, directora de la muestra y vértice del
nutrido grupo de curadores, diseñadores y asesores variopintos
que sustentan los distintos rubros del trabajo. Desde su ascética
trinchera en el cuarto piso de la Facultad de Arquitectura, Gutman divide
con sus palabras el paisaje del Centenario que desembocó en la
muestra y el de la despojada geografía de Núñez
1999 que termina en su ventana: Lo que se ve en esos años
es la conformación de una estética nacional. Empezó
a comienzos de siglo, se desarrolla más en la segunda mitad de
la década del 10. Y ya a partir de 1915 empieza a haber proclamas
de una arquitectura nacional, basada en la prédica de Rojas y
de Gálvez, algo así como el primer nacionalismo cultural
del Centenario. El corte que hicimos nosotros va del 4 al 14 y lo que
tratamos de reflejar es aquel intento de armar una iconografía
patriótica con una parafernalia alegórica que sale de
las aulas y aparece en las publicidades, en las postales y en las revistas
de circulación masiva, como Caras y caretas o PBT. Allí
aparece un registro de cómo se vive en la ciudad y también
cómo se debería vivir.
NO
UNA, TODAS LAS HISTORIAS Al escuchar a Gutman es difícil
no pensar en el reflejo de ese movimiento en los días que corren:
difícil no comparar los usos y costumbres de la Patria soñada
en el modelo del Centenario con las nuevas Caras, ya sin caretas, de
la gente notable y principal que ha instalado el Modelo el de
ahora acostumbrado al uso abusivo de la Patria o lo que de ella
queda. Tomemos un ámbito como el de los fotógrafos.
La fotografía, como bien se sabe, tiene un encuadre, una técnica,
una intencionalidad. En este caso había distintos ámbitos:
estaba la Asociación de Fotógrafos Argentinos Aficionados,
que eran señores de la elite, que sacaban fotos de todo pero
se concentraban en los lugares de la ciudad terminada. Ellos alimentaban,
en parte, a Caras y caretas pero también a los editores de postales
y a los que hacían los grandes álbumes de la época.
Había también otros fotógrafos, los de las dependencias
oficiales, como la Administración de Puertos o la Dirección
de Paseos. Y están también las imágenes no oficiales.
A través de archivos públicos y privados va apareciendo
esa trama en la que se cruzan fotografías de las zanjas abiertas
para la construcción de la línea A de subterráneos
con imágenes de los trabajadores y de chicos y mendigos. Con
esto se logra una de las intenciones del proyecto: que es mostrar no
una sola historia, sino las muchas historias de la ciudad.
LA
ARGENTINA QUE SE VA El relato de Margarita Gutman sobre los
fotógrafos y sus imágenes nos lleva a una Polaroid de
fin del milenio donde la instantánea de los fotógrafos
trama otros emblemas: si las placas del Centenario congelaban un momento
en la conformación de la Argentina que venía, el perfil
de la Patria que se va revela las tomas por asalto de la intimidad de
los famosos, los fotomontajes del humor y la extorsión, el fervor
fashion de los retratos y el retrato mismo de un fotógrafo convertido
en símbolo de los crímenes no resueltos. Como si asistiéramos,
en suma, al sinuoso camino que conduce de la Argentina por revelarse
a la velada foto de una tierra en tinieblas. En cualquier caso, desde
las dudas que despierta el futuro, la muestra permite acceder a las
contundencias del pasado. Explica Gutman: Lo que nos interesa,
desde el punto de vista histórico, es incorporar a la historia
de la ciudad una enorme cantidad de material gráfico, en muchos
casos desconocido por los historiadores. Y darle el status de documento
histórico a la imagen gráfica, tanto en el caso de las
fotografías como de las postales, o las partituras de tango.
No termina siquiera de formularse la sospecha de rigor cuando ya surge,
precisa, la aclaración de Gutman: No trabajamos sobre la
nostalgia, aun cuando la usemos. La usamos para que la gente sepa reconocer
más claramente las huellas del pasado en el presente. Lo que
hacemos no es una simple visita a la Buenos Aires de 1910. Proponemos
un recorrido por los fragmentos del 10 que existen en la actualidad
pero como elementos para la construcción de un futuro. Queremos
una muestra de impacto visual para que la gente se quede mirando. Y
en esa mirada convivan la emoción estética y el reconocimiento
de lo propio. Que la gente diga: ¡Ah, esto vale!.
LA
CIUDAD FUTURA En el relato de Gutman, esta intención
no explícita de crear las bases culturales para una valorización
del patrimonio aparece como un dato central. Desde el planteo hasta
sus efectos previsibles, la muestra estimula la búsqueda de la
gente en los arcones familiares para una recuperación a la vez
fragmentaria y común de esos retazos de la historia. Si párrafos
atrás se remarcaba el efecto de antítesis personal,
caprichoso entre pasado y presente que genera la muestra, para
el espectador aparecerán curiosa y simultáneamente otros
puntos de encuentro posibles entre 1910 y 1999. Uno de ellos es el de
los ritmos porteños. Otro es el de la incertidumbre. Ya se verá,
no obstante, que si la sensación es semejante, el signo es diferente.
Estamos en presencia de una ciudad cambiante, continúa
Gutman asomándose a la ciudad estática de la cancha de
River, la de su ventana, mientras habla de la ciudad del 10, la de la
muestra, una Buenas Aires vibrante, heterogénea, confusa.
En muchos sentidos no se sabía muy bien lo que pasaba. Pero al
mismo tiempo, todos, desde el régimen conservador a los liberales
reformistas, pasando por la intelectualidad, estaban trabajando en la
cuestión de las leyes de protección de la infancia, de
la mujer, del trabajo. Había como una conciencia de la necesidad
de mejorar aquello que se conocía como las lacras del progreso.
Por otra parte, está el tema del proyecto. Hay quienes afirman
que una sociedad tiene una identidad cuando tiene un proyecto en común.
Otros sostienen que la identidad radica en ese lugar del cual uno es,
desde donde uno viene. En cualquier caso, lo que está instalado
en el 10 es el tema del futuro. Y la muestra lo refleja a través
de los dibujos. El futuro era una realidad tangible. El recorrido de
la muestra termina con eso: cómo nos veían a nosotros
los porteños de 1910. Lo que puede verse es que, de una u otra
manera, la gente apostaba a un futuro mejor. Y que se trataba de armar
una ciudad a la altura de las expectativas del país y de las
grandes
metrópolis.
VOLVER
AL FUTURO Se sabe: el futuro se construye en el momento en
que se lo empieza a pensar. Gutman cree en este axioma a rajatabla:
Nosotros no estamos hoy acá simplemente: venimos de un
lugar y vamos a otro. Recuperar esa tensión, reinstalar el pensamiento
sobre el futuro en el contexto de la mediana y larga duración,
es uno de los pequeños objetivos de esta muestra. Desde el momento
en que esto estalle en la gente y la gente comente, discuta, estaremos
en presencia de algunos de los efectos inmediatos deseables. Esperemos
que después otros quieran hacer lo mismo. Que a alguien se le
ocurra Buenos Aires 1940, que cuando quieran voltear un edificio alguien
reaccione... En fin. Nosotros creemos que, así como veinte años
atrás nadie podía imaginar que en los temas de medio ambiente
los chicos iban a ser más conscientes que sus padres, quizá
pueda generarse un efecto semejante con respecto al tema del futuro.
Si algo queda claro en el relato de Gutman es que su optimismo se emparienta
directamente con el espíritu de la época que narra la
exposición. Una Argentina de notable parecido con las alegorías
de la agricultura o el progreso que la ilustran, cuya bandera ¡Dios
sea loado! no había sido jamás atada al carro triunfal
de ningún vencedor de la tierra y cuyas costas eran emblema de
la Gran Promesa que atraía a multitudes de inmigrantes. Esa Argentina,
cuyos sinónimos eran Estados Unidos o Australia, resurge ahora
como una broma obscena sin folletos de explicación. Las profecías
sucesivas de abundancia y prosperidad, frecuentes hasta comienzos de
los 40, regresan a su vez como una forma del humor que no le hace gracia
a nadie.
Quizá por eso se hace cuesta arriba no abordar el recorrido por
la exposición sin sumirse en una letanía de costados tangueros
ciertos versos del estilo te acordás hermano qué
sueños aquellos y un mal disimulado resquemor hacia
los responsables reiterados de la pérdida del paraíso.
La reflexión sobre ese proceso y la extraña compulsión
nacional a la repetición de ciertos errores acecha en el perfil
de las alegorías devenidas en comics y los proyectos abortados
sobre los que da vértigo asomarse. Pero eso la Historia
es otra historia. Al fin y al cabo este relato es sobre una muestra
ambiciosa y pensada con rigor, lo cual, a esta altura, es una de las
últimas formas posibles de exponernos.
Instrucciones
para
volver a 1910
Llegados
que fueren los ciudadanos de fin de siglo al predio del Abasto, se encontrarán
con un primer elemento: una instalación de Luis F. Benedit titulada
Las transiciones de la memoria, donde el artista-arquitecto desarrolla
una interpretación de lo que es el enfoque de la muestra.
Los grandes silos del puerto de Buenos Aires otorgan una suerte de volumen
alegórico al ingreso de los espectadores, como reciclados inmigrantes,
al paisaje del Centenario. En este lugar abierto y luminoso comienza
un recorrido, en objetos e imágenes, por la inmigración
y el puerto. Los núcleos temáticos son La puerta
del río, Un puerto para llegar y Hotel
de Inmigrantes. Lo que se expone está hecho de la materia
de que están hechos los sueños, a saber: transparencias,
superposiciones, restos diurnos de una edad dorada que bien puede pensarse
como la infancia feliz de la vieja Argentina.
El paso siguiente es La torre del trabajo, donde las megarreproducciones
de fotografías con imágenes de los distintos oficios conviven
con los documentos de la pobreza y la marginalidad como contracara del
progreso. Nótese: no es poca fortuna que las miserias tengan
una contracara. De allí se accede al núcleo Vivir
en los barrios, en el cual se destaca sin metáfora
alguna respecto de lo por venir una colección de inodoros
floreados en medio de otros objetos de arqueología urbana. Allí
también puede disfrutarse un hallazgo de reconstrucción:
a la manera de anónimas citas congeladas, se suceden 26 esquinas
de Buenos Aires con precisos datos de día, hora y lugar. Se llega
por fin al sector del tango, con partituras e imágenes de feria
y baile. Estas escenas se complementarán con un recorrido ulterior
centrado en los ritmos metropolitanos y su marca de vértigo en
el orillo: la velocidad, el sonido de la calle, los cafés, la
salida del teatro, las grandes tiendas, el deporte como espectáculo
y la salida a los bosques de Palermo. Es más: según parece,
en aquellos días ese desenfreno tenía algún sentido.
Otro
de los núcleos es La torre de la ciudad impresa,
con imágenes de las revistas de la época ampliadas y fotos
del taller de Caras y caretas. La construcción de la gran
capital tiene como acceso un túnel en el que podrán
apreciarse imágenes de la construcción del subte A. Salvo
la letra y el vestuario de los operarios, las escenas en cuestión
despertarán más reconocimiento que nostalgia. Saliendo
de este sector se accede al tema de los conflictos sociales y las tensiones
políticas de la época, exhibidas a través del humor
gráfico. Conviven allí las figuras del momento junto a
las huelgas, intervenciones provinciales y otras delicias patrióticas
de todos los tiempos. En Euforia del Centenario se exhiben
distintos aspectos de las grandes exposiciones de 1910, las visitas
ilustres (sí: el cholulismo por los extranjeros notorios no es
un invento reciente) y las fiestas ligadas al magno evento junto a una
avalancha de medallas, postales y demás cumbres del merchandising
histórico.
Así se llega por fin al punto culminante de la muestra: un aro
de luz reúne imágenes ampliadas de la visita de la Infanta
que dan paso a La torre del futuro. En este punto aparecen,
con aires de Fritz Lang, las formas disímiles en que los porteños
de la época imaginaron Buenos Aires en 1999. Un pertinente kiosco
permite llevarse un recuerdo de la memoria del porvenir u otras maneras
de rizar el rizo.
Del
conventillo al sueño de la casa propia
¿Cómo decirlo? Es tal la contundencia en
las afirmaciones de Francis Korn, tal la despojada precisión
de sus análisis, que dan ganas de acecharla en los giros de su
asertividad y sorprenderla en alguna forma del error. Pero el rigor
de su trabajo obliga a descartar esa opción y regodearse en cambio
con la agudeza nabokoviana de su crítica mirada sobre el espinel
intelectual de estas crueles provincias. Integrante del equipo de curadores
asesores de Buenos Aires 1910, su trabajo sobre población y vivienda
revela un perfil inesperado del mapa habitacional del Centenario. La
maraña de porcentajes y cifras comparativas se traduce en una
realidad palpable y sorprendente, donde por encima de los múltiples
conflictos sociales asoma una esperanza de futuro. De modo semejante,
las condiciones de vida en el plano de la marginalidad parecen una bucólica
postal comparadas con lo que vendría. Estos son algunos de los
conceptos salientes del material de Korn a publicarse en el voluminoso
catálogo principal de la muestra:
El crecimiento de la población desde 1869 a 1914
es de 742 por ciento y el de las viviendas del mismo período
es de 733 por ciento. Que la población haya aumentado un poco
más de siete veces y la vivienda haya aumentado casi en la misma
proporción significa que las viviendas aumentaron mucho más
que lo que hacía falta para cubrir las necesidades de los que
se agregan a la ciudad, ya que la gente no vive de a uno por vivienda.
Quizá, lo que está ocurriendo es no sólo que las
viviendas aumentan en la medida de la necesidad del alojamiento sino
que se está cambiando la modalidad: se está renovando
algún tipo de vivienda tradicional.
Desde 1869 hasta 1887 los habitantes de la ciudad habían
aumentado 132 por ciento y buena parte de los nuevos habían ido
a dar a los cuartos de los conventillos. Ahora bien, para 1904, mientras
la población sigue creciendo de un modo desorbitado (119 por
ciento entre 1887 y 1904), la proporción de los que viven en
conventillos sobre la población total baja de manera importante:
ya no es el 25 sino el 14,5 por ciento.
Como no hay gente viviendo en las calles y
como el conventillo es la peor vivienda del momento (no aumentan ni
las construcciones de barro ni las de lata, sino sólo las de
ladrillo) esto quiere decir que hay cada vez más gente viviendo
en mejores viviendas.
¿Quiénes se ocupan de que la vivienda crezca?
Digamos, para empezar, que es de los bolsillos de los habitantes de
donde sale la financiación de la mayor parte de lo que se hace.
El Banco Hipotecario aporta para estos años sólo un 6
por ciento del dinero que se emplea en la construcción particular.
Y los que se están ocupando de estas inversiones son más
de la mitad inmigrantes.
Comparemos el conventillo (como ya dijimos, la peor vivienda
posible de la época) con lo que vino después: tiene paredes
bastante sólidas en gran parte de los casos, cierta vigilancia
municipal en cuanto a aguas, salubridad y servicios. Y, por sobre todo,
una relación entre lo que se paga por un cuarto y lo que significa
un salario que da lugar al ahorro, en una gran cantidad de casos, y
a la posibilidad de una vivienda más digna.
Las aguas corrientes pasan de cubrir el 74 por ciento de
las viviendas en 1895 a cubrir el 99 por ciento en 1914. Las cloacas
van más despacio, pero para 1909 el 65 por ciento de las viviendas
queda cubierto por ese servicio. Y se extiende la electricidad, la cantidad
de teléfonos la vuelven la ciudad con más teléfonos
de América del Sud, las calles pavimentadas o empedradas crecen
hasta ser más del 75 por ciento de las de toda la ciudad, los
tranvías la cruzan casi por completo en todas las direcciones
y la cantidad de pasajeros que transportan aumenta, entre 1904 y 1909
un ciento por ciento.
La Municipalidad, mientras tanto, al tiempo que provoca
quejas por lo mucho que gasta, se ocupa de la conservación, construcción,
delineación de las calles, afirmados, plazas, iluminación,
limpieza, salud y saneamiento. Sus recursos ordinarios provienen de
los impuestos directos, indirectos, el dominio y la remuneración
de servicios. El resultado, quizá gracias a ese gasto del que
todos se quejan, es exitoso.
Los
padres de la criatura: sponsors y padrinos
Amén de la dirección de la muestra, Margarita
Gutman concentra en sí la pertenencia a tres de los ámbitos
que garantizaron la realización de la muestra: el Getty Research
Institute for the History of Art and the Humanities, la Facultad de
Arquitectura, Diseño y Urbanismo de la UBA y el Instituto Internacional
de Medio Ambiente y Desarrollo de América Latina. A estas instituciones
se suma, en la organización, el Banco Mundial y el Fondo Nacional
de las Artes. También fue decisivo el aporte de las fundaciones
Antorchas, Fortabat y Banco Mayo, junto a empresas privadas como Aguas
Argentinas, Transpack Argentina y Mapfre Aconcagua. La exposición
contó con el apoyo del gobierno de la Ciudad de Buenos Aires,
merced al cual pudo editarse el impresionante catálogo general
de la muestra. A éste se sumó el respaldo del gobierno
de la provincia de Buenos Aires, demostrando que no siempre las mezquindades
previsibles impiden las tareas conjuntas. Buenos Aires 1910 está
auspiciada por las secretarías de Cultura metropolitana, provincial
y nacional. También la Unesco ha respaldado la muestra, que en
setiembre será exhibida en Washington y llegará, para
comienzos del 2000, al World Finantial Center de Nueva York.
El diseño estuvo a cargo del estudio de arquitectos y diseñadores
Craig Hodgetts y Hsin-Ming Fung, ambos miembros del equipo de Frank
Gehry (el arquitecto norteamericano autor del impresionante Museo Guggenheim
de Bilbao). El núcleo del equipo de trabajo está integrado
por el curador senior Thomas Reese y los coordinadores de curaduría
Roberto Amigo y Luis Príamo, responsable este último del
monumental trabajo realizado con el material fotográfico. El
equipo de producción está dirigido por Patricia Artundo
y Leonardo Enea Spilimbergo. A ellos se suma un grupo de curadores-asesores
entre quienes figuran José María Peña, Oscar Traversa,
Carol McMichael Reese y Horacio Salas.
El puente sobre el Rio de plata. Se lo concebía -con
inocencia- como uno de los grandes negocios del porvenir.