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Jenny Holzer en Buenos Aires

Aforismos de fin de siglo

Ha sido comparada con Marcel Duchamp por sus actitudes artísticas y con Andy Warhol por los usos y efectos de su obra. Sus letreros de textos luminosos (sentencias y aforismos tan impersonales como polémicos) buscan �y siempre logran� el estímulo y la respuesta masivos. Radar dialoga con Jenny Holzer sobre la muestra que prepara para noviembre en el Centro Cultural Recoleta y diversos lugares públicos de Buenos Aires.

Por FABIAN LEBENGLIK

Pocos artistas contemporáneos pueden darse el lujo de márgenes tan exiguos para sus obras. Pero esto es fácilmente explicable en Jenny Holzer, porque buena parte de su producción de los últimos quince años –una cruza entre arte conceptual y minimalismo– consiste en textos transcriptos sobre los más diversos soportes. Su lenguaje directo busca -y siempre logra– el estímulo y la respuesta masivos. Pasó por Buenos Aires para familiarizarse con la ciudad, porque en noviembre próximo hará una gran muestra en el Centro Cultural Recoleta (y muy probablemente en otros espacios urbanos), donde incluirá sus textos anónimos e impersonales a modo de “verdades” modernas. Radar conversó con la artista neoyorquina, que venía de hacer una recorrida por Buenos Aires durante la cual eligió edificios y espacios públicos que le interesaron para usar como escenario y complemento de sus letreros de textos luminosos.
¿Las ciudades son también, como su propia obra, un texto a descifrar?
–Sí, en cierto modo. Yo viajo constantemente y nunca llevo mapas de las ciudades que visito. Las recorro al azar, pero suelo imaginármelas, más allá de los edificios y los paseos, como una piel: como una pura superficie sobre la cual escribir.
¿Ya tiene una idea de lo que va a presentar en Buenos Aires?
–Algo de mi obra anterior y algo nuevo. Pero todavía lo estoy pensando. Necesito informarme más sobre ciertos aspectos de la historia argentina que quiero tomar en cuenta para la obra nueva... Hasta dos semanas antes de la muestra tengo tiempo para tomar estas decisiones.
¿Qué le interesó de Buenos Aires?
–Elijo lugares cargados de historia. En cuanto a los edificios, los elijo, además, por su belleza.

EL DESCUBRIMIENTO DE LA PALABRA Jenny Holzer nació en Gallipolis (Ohio) en 1950. Luego de hacer estudios sistemáticos de pintura, grabado y otras técnicas artísticas, se formó en diseño y comenzó su carrera como pintora abstracta, interesada por algunos expresionistas abstractos norteamericanos, especialmente Mark Rothko y sus campos de color. Pero en 1977 se volcó de la pintura a la escritura: comenzó a escribir una extensa serie de frases de un solo renglón con una vieja máquina de escribir. “Todos los artistas de mi generación tenían una obra vasta mientras yo seguía con esas hojitas mecanografiadas, que eran como poemas objeto”, recuerda Holzer. Su dedicación obsesiva a transcribir estas frases comenzó como una parodia: algo así como hacer una antología de las “grandes verdades” de Occidente. Aquellas primeras frases, reunidas en grupos de varias decenas, formaron parte de las primeras muestras callejeras de la artista, que las exhibía en diferentes posters. Una nueva serie siguió a aquella: los Ensayos incendiarios, basados en textos de Lenin, Mao, Hitler, Trotsky, etc. De los posters pasó a ocupar todas las superficies imaginables, empezando por remeras, sombreros, pasajes, boletos, stickers. Entonces el trabajo derivó de las “grandes ideas” a la vida cotidiana. En 1982 creó un proyecto para presentar en la gigantesca pantalla de Times Square en Nueva York: allí los textos podían variar el color, la familia tipográfica, el diseño, la frecuencia, la composición y descomposición de las frases. Provenientes de las más diversas fuentes, y con los más variados puntos de vista, las frases de Holzer son concisas, pragmáticas, categóricas, “sinceras” y tan plenas de ideología como contradictorias. Pero la neutralidad del soporte de esas frases es la que obliga al espectador a tomar una posición, a situarse en relación con el sentido de esa frase.

LOS BANCOS DE PLAZA HABLAN Desde mediados de los 80 la artista comenzó a combinar, en sus muestras en museos y galerías, los tableros electrónicos con la escritura sobre granito, mármol y ónix (en el asiento y en los bordes del asiento de bancos de plaza), dándole diferente naturaleza y sentido a las frases. Holzer fue puliendo las frases propias como si se tratara de sentencias milenarias, borrando toda noción de autoría y temporalidad. Después cambió el tono neutral para pasar a instancias socialmente más representativas, expresando voces de minorías reconocibles: experiencias privadas y opiniones de amante, madre, feminista, luchadora social, militante psi, etc. Cuando se le preguntó el porqué de este cambio, Holzer contestó: “Creo con John Lennon que la mujer sigue siendo el negro del mundo”. Incluso escribió una serie de “lamentos”, sobre la enfermedad y la indiferencia del mundo ante la muerte y el dolor. Su interés fue corriéndose de lo político a lo literario y de allí a lo lingüístico. En 1987 se consagró con dos muestras en el corazón de Europa: participó de la Documenta de Kassel y del Proyecto Escultórico de Münster. A los letreros luminosos y los bancos de piedra agregó pisos de mármol en damero con inscripciones. Las instalaciones de este tipo parecen darle a los lugares públicos una liturgia laica, casi totémica. A partir de entonces comenzaron a llegarle encargos de todo el mundo para instalar obras permanentes en plazas y edificios públicos “históricos”.

PEQUEÑA ANTOLOGIA HOLZER “Los que no trabajan con sus manos son parásitos”. “Las corporaciones no son responsa-bles”. “El crimen contra la propiedad es rela-tivamente poco importante”. “La moderación mata al espíritu”. “La propiedad privada creó el crimen”. “La religión causa tantos problemas como los que resuelve”. “Las palabras tienden a no ser adecuadas”. “Las personas estúpidas no deben procrear”. “Para no ser aburrido hay que ser extremista”. “Los miedos antiguos son los peores”. “No confíe demasiado en los expertos”.

DEL GUGGENHEIM AL REICHSTAG En 1990 Holzer presentó una gigantesca instalación en el Museo Guggenheim de Nueva York. Consciente de que la potencia arquitectónica del edificio circular suele tragarse la obra que se coloca en su interior, Holzer colocó una secuencia de 160 metros de displays electrónicos sobre la baranda de la rampa espiralada (ver foto), con textos en tres colores, de una duración de lectura aproximada de 105 minutos. Los cambios de secuencias, recorridos, frecuencias, velocidades, idas y vueltas de los textos –que, a su vez, generaban un especial desplazamiento de los espectadores–, sumados a una instalación de bancos con inscripciones en el primer nivel y en el último, hicieron de esta muestra una de las más comentadas y visitadas en la historia de ese museo.
Por la apropiación de los estereotipos publicitarios, así como de las estrategias de las campañas de difusión a través del espacio urbano, la obra de Jenny Holzer ha sido comparada con la de Marcel Duchamp, Andy Warhol y Bruce Nauman. De Warhol tiene la capacidad estratégica y la habilidad: como él, toma los medios masivos para usarlos ambigua y simultáneamente, y ha transformado su arte en una mercancía absolutamente institucional (Holzer suele ser contratada por bancos, fundaciones, gobiernos y establishment en general para montar sus bellos y gigantescos recorridos textuales de colores por conspicuos edificios públicos). Con Duchamp se la asocia por esa suerte de ready-made del lenguaje: el lugar de sus textos es naturalmente el de las galerías de arte, pero también ocupa gigantescos espacios urbanos para llevar su escritura a casi todos los lugares públicos de alta visibilidad, sean carteleras electrónicas, marquesinas de cines o estadios, spots en la MTV, páginas de Internet, placas de metal, graffitti, tatuajes o bancos y pisos de granito, mármol y ónix. Con Bruce Nauman, por su parte, se la suele asociar por la alta dosis de sexualidad, violencia y muerte –matizados con humor negro– de muchos de sus trabajos.
El conjunto de las voces que se leen en las frases de Holzer muestran la cualidad provocativa de la palabra (sean simples frases que llevan tres segundos de lectura hasta textos complejos y extensos de dos o tres horas) y generalmente producen un efecto de fascinante contradicción con el diseño y la belleza visual de sus displays electrónicos, los colores, las variaciones y la frecuencia, así como con el lugar elegido para exponerlos. Como ejemplo paradigmático puede citarse su último trabajo, inaugurado hace quince días: una obra gigantesca en el también recientemente reinaugurado Parlamento alemán de Berlín (el célebre Reichstag que otro artista político como Christo envolvió como un monumental paquete hace unos años). Resulta obvio señalar que la elección del edificio es parte de la obra: porque la completa, la cambia, la invierte o le devuelve el sentido a determinadas frases.
¿Cuál es el “propósito” principal al que apuntan sus frases?
–Mis textos exploran los límites de la tolerancia. Están hechos de múltiples voces, a veces contradictorias. Yo no pienso necesariamente como ninguna de mis frases. Pero el espectador siente inmediatamente la necesidad de alinearse con alguno de los textos.
¿Cómo las elige?
–Muchas de ellas están hechas en base a muestras, al modo de las encuestas de opinión. Trato de reflejar, sociológicamente, gracias a investigaciones y consultas de archivos y bibliografía, las afirmaciones de los distintos sectores sociales, políticos y económicos en un momento determinado. Los textos suelen hacer visible cierto discurso congelado de la cotidianidad, y por lo tanto hacen visible también un conjunto de prejuicios. La escritura y el lenguaje son estructuras muy fuertes pero también son lugares donde perderse. Hay una cualidad del lenguaje que “construye” realidad y al mismo tiempo opera sobre la realidad. Pero no busco ni pretendo tener fórmulas para lo que debe ser una obra de arte.