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Rep entrevista a Kirin

Angeles caídos

A los 17 fue jugador compulsivo de pase inglés. Estudió seis años geología y después huyó a Buenos Aires. Inventó un lenguaje de signos que estuvo a punto de devorarlo. Prepara una bestial muestra para el 2000 en el Recoleta sobre su admirado Giordano Bruno. Mientras tanto, en ARTE BA 99, presenta uno de sus increíbles libros de collages, titulado �Los ángeles son las moscas del paraíso�.

Por REP

Nació en Bahía Blanca en 1953. Llegó a Buenos Aires en 1981. Su primera muestra fue en Van Riel en 1984. Durante los últimos quince años, uno sabía que en Van Riel iba a encontrar lo nuevo de Kirin, como lo de Blas Castagna, por ejemplo. Sus artefactos en madera, sus collages sobre ángeles mefistofélicos y sus telas de “escritura inventada” que pueden alcanzar dimensiones considerables (dos metros por dos metros, en algunos casos) lo han ido convirtiendo en uno de los artistas más respetados por los artistas del mundo de la plástica local. En Arte BA del 94 se dio un interés insólito por su obra: vendió los catorce trabajos que expuso (hasta entonces vendía uno o dos de cada muestra). Mientras prepara una muestra en el Recoleta para el 2000, por los 400 años de la muerte de su admirado Giordano Bruno, presenta en Arte BA 99 dos de sus increíbles libros de collages: Arcanos mayores y Los ángeles son las moscas del paraíso.
No parecés contemporáneo. ¿Te sentís cómodo en esta época?
–No sé, no se me ocurre encontrar otra.
Pero alguna vez casi fuiste hippie ...
–Siempre digo que me faltaron dos años para ser hippie. ¿Vos sabés lo que era subir al techo de una casa en Bahía Blanca para agarrar radios de Buenos Aires y escuchar así a Hendrix? De tener diecisiete años en el ‘66 o el ‘68 me hubiera venido entonces a Buenos Aires. En cambio, me metí a estudiar Geología allá.
¿Eso fue antes o después de tu etapa como jugador?
–Después. Antes viene el Colegio Don Bosco. Después de los años que me tragué ahí, siempre me quedó algo pendiente, que terminó apareciendo en este libro sobre los ángeles. Inicialmente iba a ser un bestiario, pero todos los bichos fueron transformándose.
Es paradójico que, siendo un libro tan blanco, el efecto sea decididamente nocturno ...
–Puede ser, me gusta eso, porque todo empezó con un seminario sobre la imagen que dictó acá un poeta surrealista brasileño llamado Sergio Limna. Cuando empezó a pasar diapositivas sobre libros de alquimia del 1600, me fascinó. No la parte adivinatoria, sino la potencia poética de las imágenes. Que es nocturna, es cierto, como todo lo iniciático.
Hablando de nocturnidad, ¿podés contarme tu etapa de jugador o no querés?
–Fui muy jugador a los diecisiete. Punto y banca. Iba con documento prestado, a Necochea o a Mar del Plata. Engañaba a mis padres y con ese poco dinero partía. Me quedaba lo que me durara. En el ‘73 o el ‘74 pusieron pase inglés (después lo sacaron porque el casino perdía) y una noche gané como medio Falcon, que era mucha plata. Al otro día perdí todo: no alcancé a gastarlo en nada, en cuanto me desperté fui al casino, que abría a las tres, y terminamos volviendo a dedo a Bahía. Otra vez encontramos en una librería de Necochea un libro de martingalas. Lo pusimos en práctica y ganamos toda la noche. Mi amigo paró un taxi y le dijo: “Al mejor hotel”. Al día siguiente creímos que hacíamos saltar la banca, pero la martingala era un trabajo de hormiga, para jugar de a dos, apostando muy poquito. Y a nosotros nos quemaba la plata, así que jugamos fuerte y perdimos todo. Siempre perdí. Por suerte se me pasó tan de golpe como había empezado, porque siempre perdí. Hoy no me animo a jugar ni a la quiniela, me da vergüenza hasta pasar por una agencia, porque no entiendo.
¿Inventaste algún juego?
–Me gustaría hacer uno de ésos de peripecias. Hice un dominó una vez: las 28 piezas en grabados sobre papel. Había un homenaje secreto a la generala en los grabados (los puntos negros caían en diferentes partes de los grabados). Me gusta mucho la generala. Desde el ‘71 me encuentro con un amigo a jugar, en Sierra de la Ventana. Tenemos guardados todos los cuadernos con todos los partidos desde que empezamos. Incluso calculamos cuántas veces tiramos los dados.
¿Cómo empezaste a pintar?
–Cuando estudiaba geología, me compré un libro que se llamaba Cómo pintar al óleo. Compré una tela, trementina, pinceles y en quince días pinté el primer cuadro, muy influido por los surrealistas, especialmente Ernst y Magritte. El surrealismo siempre me gustó bien clásico.
Hablando de geología, ¿qué materiales te quedan pendientes?
–El fierro. Me gustaría manejar el fierro, los metales.
¿De dónde salió ese lenguaje de signos que inventaste? Porque subyuga esa prolijidad increíble, siendo imaginario ...
–Fue una cosa que apareció de golpe, ni yo sabía de dónde. Empecé y no pude parar. Llegó un momento en que no podía hacer otra cosa. Capaz que no eran más que cincuenta signos. Apenas me daba cuenta cuando aparecían nuevos. Y sé que algunos se perdían. Lo máximo que podía hacer era no repetir. Estuve muy mal en serio. Dejé lo surrealista. Dejé todo. Porque no podía dejar, y no me decían nada.
Yo siempre vi, y no soy el único, una especie de armonía, de locura pero ordenadísima, donde para vos había un infierno.
–Llegó un punto en que podía “escribir” esos signos como quien escribe una carta. Yo jamás había roto obra, pero en esa época rompía todo, hasta el bastidor, en cuanto terminaba. Era una maldición. Y yo no soy de hacer nada para salvarme. Hasta que un día vino Vicente Zito Lema, y me vio tan mal que me dio 50 textos suyos y me dijo: “Hagamos algo juntos”. Eso me curó. Yo siempre digo: me curó la poesía.
Hablame del libro que tenés “escondido”.
–Soy de andar por librerías de viejo buscando ejemplares antiguos, esos que venían con grabados en blanco y negro. Hace nueve años encontré un catecismo para monjas de clausura, que es sólo texto, preguntas y respuestas. No es tan viejo: es de 1942, pero es una cosa terrible. Tanto que se me ocurrió ilustrarlo con un libro del siglo pasado sobre cirugía, sobre amputaciones en realidad, que también es terrible. No hice nada de collage: sólo montaje. Porque el texto es más feroz aún que las imágenes. Se llama El camino de la perfección. Pero no lo tengo escondido, ni es una cosa maldita. Sólo que nadie quiso publicarlo o exhibirlo hasta ahora.
La última: ¿de dónde viene Kirin?
–La cosa fue así: estábamos en el patio de la escuela, pasó un pibe corriendo y gritó algo. Yo le pregunté al que tenía al lado: “¿Kirin sos vos o soy yo?” Y me quedó a mí; desde ahí me quedó. Con el tiempo me he enterado que es una mezcla de caballo y dragón de buen agüero, en japonés. De ahí viene la cerveza nipona, también. Y parece que además quiere decir jirafa. A la luz de mi tamaño, es evidente que el que me gritó me estaba cachando con toda intención.

Los libros de Kirin se exhiben (y venden) en el stand de Galería Sur, en Arte BA 99, en el predio de la Rural. Lunes a viernes de 15 a 22. Sábados domingos y feriados de 12 a 22. Entrada: $6. Estudiantes y jubilados: $3.