La
novela Otra vuelta de tuerca, de Henry
James, es uno de los textos más luminosos que se han escrito acerca
de la oscuridad. Benjamin Britten compuso con él una ópera, que sube
a escena hoy y se volverá a presentar el sábado y domingo de la semana
próxima en el Colón. Gerardo Gandini, director musical de la puesta,
y Rubén Szuchmacher, régisseur, dialogan sobre la obra para Radar.
Por
DIEGO FISCHERMAN
Una novela corta que habla de fantasmas. Una novela imposible
de adaptar a la lírica y sobre la cual Benjamin Britten escribió
una ópera. Obra maestra de la ambigüedad, a pesar de la
absoluta transparencia de su escritura instrumental, La vuelta de tuerca,
estrenada en 1954, fue cantada en Buenos Aires una sola vez, a principios
de la década del 60. Ahora, dirigida musicalmente por Gerardo
Gandini y con puesta de Rubén Szuchmacher, abre la temporada
de este año del Centro de Experimentación del Teatro Colón
(CETC). Con nuevas funciones hoy y el fin de semana próximo,
participan allí un grupo de cantantes e instrumentistas notables.
Gandini y Szuchmacher, convocados por Radar, dialogan aquí sobre
esta composición y acerca de los problemas que se les plantearon
a la hora de ponerla en escena.
Szuchmacher: Yo creo que esta nouvelle de Henry James es irrepresentable.
Porque pertenece a ese tipo de literatura que no hay modo de llevar
a otro campo, precisamente por el modo en que está contada: no
es el argumento lo que la hace funcionar sino los mecanismos propios
de la literatura. Es un relato que empieza diciendo que hay un relato.
Por algo a Borges le gustaba tanto James: él usó ese mismo
procedimiento todo el tiempo. Y con James sucede lo mismo que con Borges;
no se lo puede representar.
Gandini: Lo notable es que Britten usó en dos de sus obras textos
que uno no puede imaginar fuera de la literatura: La vuelta de tuerca
(u Otra vuelta de tuerca, según la perfecta traducción
de José Bianco) y La muerte en Venecia de Thomas Mann. Si bien
el libreto de Muerte en Venecia probablemente sea mejor, el de La vuelta
de tuerca es altamente efectivo. A pesar de que corre un riesgo inevitable:
lo que es imposible de trasladar a una ópera es el clima enigmático
del texto de James.
Szuchmacher: Lo que hace el libreto de Myfanwy Piper es volver concreto
aquello que es profundamente ambiguo y siniestro en la novela, donde
nunca se sabe si los fantasmas existen, si son una alucinación
de la institutriz o simplemente una calentura feroz. En la ópera
los fantasmas son reales, hasta el punto de que tienen su propia escena.
Y ése es un eje de la obra: una especie de policial que no es
tal. La representación de los fantasmas es todo un tema.
Gandini: Yo creo que la historia en cierto modo se banaliza. Algo que
en realidad pasa casi siempre que el texto de una ópera es bueno
y tiene una entidad propia. Lo que pasa es que esta ópera está
tan lograda desde el punto de vista musical que funciona como una totalidad.
Szuchmacher: Una vez establecido el código de la obra, una vez
que se sabe que la cosa va por un carril definido y se acepta que lo
irrepresentable va a ser representado, lo que emerge es una estructura
formidable. Una línea capaz de lograr que el espectador quede
atrapado en una red de misterio. Incluso la muerte del chico, en el
final, resulta sorpresiva. Es una muerte rara; la chica se salva, todo
parece indicar que no va a suceder.
Gandini: Es que la deuda mayor que tiene Britten en esta obra, sobre
todo en el final, es con Puccini. La muerte del chico podría
ser la de Mimí en La bohème. Pero ésta es sin duda
una obra importante en su totalidad, más allá de las objeciones
que puedan hacerse al libreto.
Szuchmacher:El problema mayor, en realidad, más que el libreto,
fue poner esta ópera en este espacio (el auditorio del CETC,
en el sótano del Colón). En Britten hay mucha conciencia
acerca del espacio. Toda obra contiene su matriz de producción
y en este caso el asunto era ir un poco en contra.
Gandini: Por empezar es una obra que requiere foso para la orquesta
y nosotros no tenemos. El primer problema, entonces, era dónde
metíamos los músicos. Y eso nos forzó a que la
orquesta quedara en primer plano. No había otra manera. En cuanto
a la decisión de un escenario a la italiana, tuvo que ver con
la necesidad de que todos, los cantantes y los músicos, pudieran
verme. Porque la obra es dificilísima y, además, en el
CETC no tenemos ni apuntador ni maestro interno.
Szuchmacher: Cualquier intento de ilusión escénica en
este espacio queda destruido por la falta de distancia. Todo está
demasiado cerca, así que la opción era la contraria: la
ilustración del cuento. Toda la escenografía y la puesta
operan como una especie de ilustración. Todo es muy evidente
y la idea fue evitar cualquier clase de construcción psicológica,
porque eso hubiera necesitado un volumen, una espacialidad imposible
en el CETC.
Gandini: Era literalmente otra vuelta de tuerca: pensar la representación
como una representación de una representación. Convertir
el escenario del CETC en un teatro chico de comienzos del siglo pasado.
Szuchmacher: El otro elemento que condiciona es trabajar con un pibe.
De acuerdo a cómo sea ese pibe va a ser el personaje de Miles.
Porque a un chico no hay manera de enseñarle. Los chicos, para
mi gusto, no son artistas. Son reales.
Gandini: El condicionamiento va todavía más allá.
Esta es una obra que se hace si se tiene un chico que pueda cantarla.
Szuchmacher: Es un poco por eso que la obra está tomada desde
el punto de vista de un niño. La casa, la torre, los objetos,
son una especie de mundo de juguete. Yo intenté no sobrecargar
para nada los contenidos siniestros. Me interesaba más bien ir
en la línea contraria. Lograr algo más cercano al ensueño
idílico y que el terror corriera por cuenta del espectador. De
todas maneras, para mí un niño ya es algo perverso en
sí mismo. Y mucho más si canta. Eso ya es inquietante.