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Enrique Sdrech repasa la historia del crimen argentino

Es devoto de Sherlock Holmes y Agatha Christie. Habría sido detective si eso no hubiera significado ser buchón. Soñó con un crimen perfecto, a una joyería, con posterior fuga a Uruguay. A punto de retirarse después de cincuenta años de periodismo, Enrique Sdrech recorre los grandes golpes argentinos, cuenta qué enseñan las novelas policiales, explica por qué Bioy Casares nunca hubiera podido resolver un crimen y confiesa por qué no se anima a investigar nada cerca de Menem.

Por Juan Ignacio Boido

La felicidad puede ser un revólver caliente. Y con un revólver –casi como con la felicidad– existen tres lugares donde estar: del lado del revólver, del lado de la bala, o al costado mirando. Sdrech quiso estar en los tres lados. Hubiera querido ser chorro, de los que ni siquiera necesitan escaparse porque nunca los atrapan. Y también hubiera querido ser “detective”, de los que siempre atrapan a los que se escapan. Pero terminó siendo periodista. Y, si lo piensa ahora, dice que se convirtió en periodista con la misma astucia iluminada con la que otros abren una cerradura o con el mismo cerebro oscuro con que se planea un crimen perfecto, porque ser periodista le pareció el modo más disimulado de trabajar de detective, de atrapar al ladrón sin dejar de simpatizar con él. Exactamente una hora antes de empezar su programa de TV, Sdrech dice: “Sí, puede ser que la felicidad sea un revólver caliente. Eso es de una canción, ¿no? Pero no de cuando yo era pibe. Cuando yo era chico, como no tenía televisión, leía a los clásicos policiales. De ahí se aprende mucho. No todo, pero se aprende”.

ESTO NO ES UNA PIPA Primero, y por sobre todo, Conan Doyle: Sherlock Holmes y Watson. La noche que leyó cómo irrumpía en la sala de Holmes, en medio de una tormenta, un tipo embarrado y deshecho en disculpas que llegaba desde Kent, y cómo Holmes, cuando el tipo se iba, desarmaba la coartada con un argumento impecable que empezaba y terminaba con la frase: “Ese barro no es de Kent”; esa noche, Conan Doyle puso a Sdrech no del lado del revólver ni del lado de la bala, sino del lado de la pipa. Pero Sdrech no necesita exhumar sus muchos años de policiales para revisitar, uno atrás de otro, casos tan reales como vernáculos: “Hace cuatro años, en la localidad de Guernica, una chica de 24 años murió atropellada por un tren. El sumario policial se caratuló Accidente. Pero uno de los detectives de La Plata, un sabueso al mejor estilo Conan Doyle, que hasta llevaba una lupa en el bolsillo, notó que en el lugar del accidente la cantidad de sangre no llegaba al medio litro. Entonces empezó a mirar y encontró un reguero de sangre cada vez más caudaloso que nacía en un charco de sangre detrás de una casilla a una cuadra y media de la vía. Así se descubrió que la chica había sido acuchillada y que intentaba llegar a la casa de un familiar que vivía al otro lado de la vía. Y así se encontró a los culpables. Todo por el detective que se tomó el trabajo de mirar con lupa. Y eso es Conan Doyle para mí: saber mirar. Y acá cada vez se mira menos”.
LOS INDIOS NO USAN FLECHA
“Después está Agatha Christie. Eran diez indiecitos es el exponente más grande de un caso que parece insoluble: diez invitados en una isla que van muriendo hasta que queda uno solo, que no es el asesino. Agatha Christie enseña a saber esperar: ese caso no se puede resolver ni antes ni siguiendo la lógica convencional. Después Edgar Allan Poe me enseñó la posibilidad de que suceda hasta lo más inversímil. Pero sobre todo aprendí de uno que ya casi nadie recuerda: el detective Philo Vance. En los libros del tipo siempre había un planito: dónde estaba el cuerpo, la puerta, si no había ventana; para que el lector sacara sus conclusiones. Y eso te enseña a pensar.”

RAJA, ADOLFITO, RAJA Chandler no. “Mucho protagonismo”, dice Sdrech. El Bustos Domecq de Borges y Bioy, tampoco. “Dos meses antes de que muriera le hice una entrevista a Bioy. Hablamos del caso de Mateo Banks en la estancia La Buena Suerte de Azul, que él recordaba porque era de Pardo. Un estanciero de origen prusiano que en el año ‘22 encargó ocho ataúdes y fue acusado de matar a toda su familia. El sólo reconoció haber matado a Gaitán, el capataz al que dijo haber encontrado matando a toda su familia. Lo condenaron a perpetua en el legendario penal de Ushuaia, hasta que enel ‘49 Perón lo conmuta y el tipo vuelve a Buenos Aires, vive en una pensión de cuarta en Flores y muere a los 85 años desnucado en una ducha del hospital Alvarez, donde se había registrado como Enrique Morgan. Ese es el crimen que más me apasiona reconstruir. Hace poco fui a Azul y el nuevo dueño de la estancia me permitió recorrer la casa y reconstruir los ocho asesinatos. Hablé con viejos vecinos que, muchos por tradición oral, conocían el caso. En la zona todavía lo discuten. Bioy se acordaba de Banks, creía que el asesino había sido él. Le dije que todo indicaba que el asesino había sido el capataz. Ah, el capataz, no lo había pensado, dijo Bioy. Lo que pasa es que Bioy se llevaba bien con su capataz.”

AHI VIENE THE POLICE Sdrech –temprano autodidacta en el rigor deductivista inglés soltado tempranamente al riguroso caos argentino– se enroló en las filas del Partido Socialista a los quince años y “conocí detenciones arbitrarias en la época de Perón, una bomba de la Alianza Libertadora mató a cinco compañeros en el ‘46, nos volaron la biblioteca, sé lo que es pegar un cartel en la calle, escribía y escribo en La Vanguardia, y sigo siendo socialista, aunque tal vez me quedé sin partido”. Sdrech hubiera querido ser detective si ser detective no hubiera requerido ser buchón. Y hubiera querido ser chorro. Ya no. Pero igual quiere a los chorros: “No quiero querellas por apología del delito, pero si no son criminales sin códigos, cómo no voy a tenerles simpatía. Los tipos que hicieron el boquete por debajo de la avenida Callao desde un local desocupado, hicieron una línea recta de 52 metros, con túneles con respiración especial, se movían con carretillas y máscaras, a 7 metros diez del suelo para evitar cloacas y desagües fluviales, y llegaron justo a la puerta de las cajas fuertes..., cómo no voy a tener simpatía por esos tipos. Yo no quiero que los metan presos”.
Cuando hay muertos, las cosas se complican: “Pero el asesinato tiene sus encantos, también. Como ese policía que apareció muerto en un baño de la 16, del que dijeron que se había suicidado por la pésima relación con su superior, pero el tipo tenía el balazo entre ceja y ceja. Nadie se suicida así. Y por eso, para que algo así parezca real, hay que saber simularlo. Es muy difícil reproducir lo natural. Y si el que reproduce es bueno, para notar la diferencia hay que ser mejor. Yo siento fascinación por esas cosas, no por la muerte. La muerte es la mala parte de una buena investigación”.

EL CRIMEN NO PAGA “¿Aprendí algo investigando durante cincuenta años policiales? Sé lo que no aprendí. Yo no sé qué pasa por la cabeza de un tipo que vacía el cargador sobre un cadáver. No sé qué le pudo haber pasado a la brigada de Lanús por la cabeza cuando, en la masacre de Wilde, dispararon 217 tiros sobre cuatro víctimas que ni siquiera les disparaban a ellos. Ni entiendo a los camaristas de Lomas de Zamora que en ese mismo caso cambiaron la carátula de Homicidio Simple a Homicidio en Riña. Lo que sí entiendo es la púa con que mataron a un buchón en Devoto. La tengo guardada en casa. Y la entiendo porque es algo que tiene historia, que no aparece de la nada.”

ADIOS, MUÑECOS La idea de Sdrech es de muchos, pero él la viene persiguiendo desde hace muchos años y muchos cadáveres: “Conocí a verdaderos enemigos públicos número uno, pero todos tenían un código de honor que ahora ya no hay”, dice. “Además, lo que se puede admirar o respetar de un chorro es que se enriquece a pesar o en contra del sistema judicial. Hoy no hay códigos y los chorros se enriquecen, pero la Justicia avala todo”. Y larga con un orgulloso racconto de lo que ya no hay: “Jorge Villarino era sanguinario pero de lujo. El otro día me encontré en el Centro con el hermano, que me dijo que Jorge está preso en una cárcel de Estambul. Yo creí que todavía estaba en la de España. El robo del oro en Ezeiza fue una obra maestra: se afanaron un cargamento de oro de un galpón y lo distribuyeron en las casas de compra-venta del centro. Mientras, compraron troqueladoras para laminar el oro y pegarlo a las alas de un avión. Hasta tenían un ingeniero en aerodinámica para que el peso del oro no se distribuyera mal y desequilibrara el avión. Los agarraron porque uno se quebró y vomitó todo, pero el plan era genial”.
Después, en el partenón delictivo de Sdrech (que cobra la forma de un museo privado en una habitación de su casa llena de objetos, fotos, planos y cartas de delincuentes famosos y anónimos), aparece Pichón Laginestra, un especialista en bancos que entraba a cara descubierta, asaltaba las cajas y se fugaba en un camión cisterna de YPF, adentro del que tenía construidos dos dormitorios con baño, mesa de luz y velador. “Eran leyenda, tipos pesados, como los hermanos Guido o el Loco Prieto. Pero cuando tenían que perder, perdían. La excepción fue El Gato Bonilla, que junto a su querida, una noche en el ‘86 llegan en taxi al departamento alquilado en Hipólito Yrigoyen y Santiago del Estero, quinto piso, cuando pasa un camión de residuos. Y él los olió: eran todos canas. Subieron por la escalera –porque el ascensor es una ratonera– y arriba tenían un arsenal. El tiroteo duró seis horas, mató a dos comisarios, hirió a otro, mató dos policías y le bajó los reflectores al helicóptero que se acercó al balcón. Murió en su ley. Como Bonnie y Clyde. Antes teníamos eso.”
Y antes todavía, Juan Bautista Bairoletto: “El Robin Hood pampeano, que durante la década del 30 les robaba a los ricos para darles a los pobres. Yo soy su biógrafo; alguna vez publiqué esa historia. Bairoletto vaciaba bancos y estancias, pero era pacífico: un día hasta liquidó a uno de su banda porque había matado a una señora en un asalto. Hubo un comerciante muy importante de La Pampa que les hacía firmar a los peones deudas a las que después les agregaba ceros. Bairoletto se robó esa libreta y se las regaló a los peones para que la quemaran. Pero incluso retirado, la policía no le perdonaba que, con un Winchester y a caballo, le pusiera un tiro entre las cejas al Turco Faluch, un sargento que lo vejaba. Lo mató la policía de La Pampa mientras dormía, en Villa Atuel, Mendoza. Hoy, donde lo mataron, hay un templete y todos los años en noviembre llegan cien mil personas. Un mito. Como Mate Cosido, que tenía una costura de 32 centímetros en la cabeza. Lo perseguía Gendarmería porque la policía le tenía miedo. Todavía hoy, en canciones populares se nombra a Mate Cosido. Ésa es la diferencia: hoy ya no hay chorros que entren en las canciones”.

MUSICA PARA BOQUETEROS Su robo favorito, el robo que, si tuviese canción, Sdrech andaría silbando, es el robo de las cajas de seguridad de la sucursal de M. T. de Alvear del Banco de Galicia, en el ‘78. Los tipos entran un viernes a la mañana como empleados de limpieza. En los bolsos llevan desde sandwiches de mortadela y gaseosas, para el fin de semana largo, hasta martillos neumáticos. El viernes a la tarde empiezan a trabajar. A la noche abren las cajas de seguridad, que es el lugar más inaccesible de un banco, pero una vez ahí, el más fácil, porque casi nunca genera denuncias: lo que desaparece de las cajas de seguridad por lo general nunca apareció en declaraciones a la DGI. Durante el fin de semana vaciaron mil doscientas cajas. El domingo a la noche meten la fortuna en bolsas de residuos y las sacan a la puerta del banco. Un rato después, uno de la banda disfrazado de cartonero pasa con un carro a caballo y carga las bolsas. Al día siguiente, los tipos salen como personal de limpieza. “Fue un robo perfecto. Al poco tiempo la policía anunció que habían detenido cinco de los seis responsables. Que, por supuesto, eran uruguayos. Hay condena para todos. Pero un año después roban, con el mismo estilo, una empresa francesa en pleno centro y la policía culpa a los mismos uruguayos que estaban adentro por el robo al Galicia. Así que nunca se supo quién había sido. Estas bandas, si caen, caen siempre por lo mismo: se atolondran en gastar, como en la película Rififí. Ahora, así como un asesinato que no se resuelve en las primeras 72 horas, es casi imposible que se resuelva un robo de éstos si está planificado, es perfecto”.

COSECHA ROJA Al lado del robo millonario y perfecto al Galicia, Sdrech desempolva, después de años, el plan de otro robo redondo y efectivo: “Nunca lo conté demasiado, porque alguna vez lo planeé para salir de la mishiadura. Tenía como modelo un robo que siempre me fascinó, un cuento del tío a la joyería Ricciardi durante la década del cincuenta. Fue perfecto. Un día ven bajar a una bacana de un Mercedes con chofer. La mujer entra y se presenta, con tarjeta y todo, como la mujer de un psiquiatra que en aquel entonces era palabras mayores. Pide una gargantilla de diamantes con todos los chiches. Cuando tiene la más cara puesta, dice que se la lleva. Le explica al gerente que va a pagar en efectivo, pero que la van a tener que acompañar hasta el consultorio de su marido para que él pague. Uno de los dueños de la joyería se sube al Mercedes y parten. El día anterior, la mujer había pedido un turno en el consultorio de este psiquiatra, con su nombre real, explicando que estaba muy preocupada por su marido, que creía que todo el mundo le debía plata y se ponía muy violento si no le pagaban deudas por supuesto inexistentes. El psiquiatra le había explicado que era algo bastante común y hasta le dio el nombre científico y el tratamiento probable. La mujer había quedado en traer a su marido al día siguiente a las tres. Y a las tres del día siguiente, llega al consultorio con el tipo de Ricciardi. La secretaria, advertida por el psiquiatra de que ella iba a ir con el marido, los hace pasar. El psiquiatra le ofrece un cigarrillo y empiezan a hablar. La mujer dice que espera afuera. Al rato, el tipo se pone inquieto y le pregunta al médico cuándo le va a pagar porque se tiene que ir. El psiquiatra trata de tranquilizarlo y el tipo de Ricciardi se empieza a poner violento. Todo termina con dos enfermeros pichicateando al joyero. Cuando se dan cuenta de todo, el Mercedes Benz alquilado ya había sido devuelto y la pareja, mujer y chofer, se habían tomado el Vapor de la Carrera. Un golpe maestro. Siempre quise hacer eso. Yo haría de chofer, claro”.

ASUNTOS PENDIENTES ANTES DE MORIR Lo que quiere ahora Sdrech es retirarse. “Estoy muy cansado. Tengo 68 años y van 50 en esto. Me volaron mi casa en Villa del Parque. Y todavía me duele un balazo que ligué de yapa en el brazo en medio de un tiroteo.” Según Sdrech, hoy hay demasiados asuntos donde encontrarse con una bala perdida. “Un caso que me inquietó y no investigué porque sé que hubiera sido estéril fue el de la compañera de la hija del Presidente en la UADE, ésa que la denunció porque se copiaba. Me dio miedo. Esa chica tuvo un rarísimo accidente de auto y quedó cuadripléjica, y el novio apareció muerto y dijeron que había sido un suicidio. Eso es un aviso para todos: pudo haber sido casual o no. Ahí decís: mejor acá no me meto. Porque es muy desigual la lucha. Tendría que entrar en un terreno que no conozco, en el que todo vale. Y yo no sé de esas cosas en las que todo vale.”