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Bayer
opina sobre la película de Pablo Trapero
Cuando
el mundo
tira para abajo
Rulo,
bajista de un grupo musical de los 70 que tuvo un solo éxito, Paco
Camorra ahora es cincuentón y, cuando pierde su trabajo manejando
una grúa de construcción (porque la AFJP no lo considera
apto para el riesgo), parte a probar suerte en Comodoro Rivadavia. Con
un argumento tan sencillo como contundente, Mundo grúa ganó
los premios al mejor director y mejor actor del Festival de Cine Independiente
de Buenos Aires. Osvaldo Bayer celebra su estreno en las salas porteñas.
Por
Osvaldo Bayer
Cuando salí del cine después de ver Mundo
grúa, la llamé a Lita Stantic, esa mujer del cine argentino
que nunca se detiene, y le dije: Felicitaciones, es una joya, me
entró en el alma. Es como si hubiera visto por primera vez
Ladrones de bicicletas, de Vittorio de Sica. La misma congoja, esa impotencia
melancólica, esa resignación, esa inmensa, inmensa tristeza.
Lo desgarrado que nunca va a poder volver a entretejerse y abrazarse.
En Mundo grúa son todos buenos, simpáticos, pero son todos
víctimas, ¿de quién? Vaya a saber. Del sistema, dirían
los marxistas. De la educación religiosa y del egoísmo del
poder, dirían los anarquistas. De nuestros pecados, dice el Papa
y sus corderos de Dios. De sus propias incapacidades, diría la
derecha. La buena gente es enviada al mundo grúa, pues, por el
sistema, por el poder o por Dios. No saben ni subir una escalera pero,
en vez de tocar música, tienen que manejar una grúa. Si
no, no comen. Si no, son nadie. Y después de usarlos en sus ilusiones,
cuando se sienten útiles en un trabajo, los despiden, los tiran
a la basura.
Ésa es la historia de Rulo. Pero además está la madre,
con su vida ordenada heredada de otra época, que espera. Y el hijo
de Rulo, un producto del pizza, birra, faso, que no sabe por qué
ni para qué pero espera, y que no sirve para nada. Porque el sistema,
el poder o ese Dios toda bondad, ya lo han marginado, aunque se le ofrezca
la posibilidad de recuperarse si acepta ir a envolver los restos de triples
de McDonalds para los tonegris de las villas que vienen a las tres
de la mañana. Basura bien envuelta para los indigentes. Compasión
por los pobres. La beneficencia social del poder. Todo por ciento veinte
mangos al mes y catorce horas al día, como en la Edad Media.
Rulo, feliz en la grúa, allá arriba, con el miedo en el
alma y la resignación que da la filosofía del por
lo menos tengo laburo. Rulo sale con una kiosquera que vende cuatro
panchos por día, siete gaseosas y diez paquetes de fasos, como
todos los kiosqueros de Buenos Aires. O los nuevos, los siempre nuevos:
cada dos meses Buenos Aires se da el lujo de tener kiosqueros nuevos,
que esperan, que esperan para cerrar. Parecen maniquíes globalizados.
Hombres y sus mujeres que están solos y esperan.
Pero la cosa no es tan así. Un día, al cincuentón
de Rulo le dicen que se baje de la grúa. Despedido. Por orden del
médico de la empresa. Las empresas son fieles al cuidado de la
salud. Rulo se exalta. Es la primera vez que grita. Lo han humillado.
Le han quitado su derecho a laburar. Ni siquiera eso le queda. Pero el
sistema de la libre competencia le da una oportunidad más a Rulo:
un laburo en Comodoro Rivadavia. Tiene que dejar todo, pero por lo menos
labura.
Llega a Comodoro, son todos buenos muchachos. Sí, allí vive
con los otros obreros bolitas, perucas, chilotes: un milagro de integración
globalizada. Duermen en una sórdida pocilga, todos con buena voluntad,
son hasta alegres. Y bueno, son privilegiados: laburan. Pero todos con
la duda en el pecho: ¿hasta cuándo el laburo?, ¿cuándo
me va a llamar el capataz para darme el olivo con cara de circunstancias?
Y justo llega el momento. Peor, el capataz los llama a todos: muchachos,
la empresa perdió el interés, se va a las Bahamas o a las
Caimanes porque allí el salario es más barato y no hay impuestos.
Pero los obreros se emperran en seguir laburando. Y la empresa empieza
por no mandarles comida al campamento. La cosa no va más. Se acabó
la aventura patagónica. ¿A quién putear: a Soros,
a Benetton, a Turner? No, a ver si se van. Porque Rulo no es subversivo;
es un buen hombre, pero se siente el cornudo de la sociedad, el que se
baja los pantalones sin que nadie se lo pida. No existe. Es como el que
invierte toda su indemnización del despido donde trabajó
treinticinco años en un negocio que ofrece pizza grande con muzzarella
más dos docenas de empanadas y dos cocas por diez pesos. Y a los
tres meses vendió apenas sesentitrés pizzas.
Esa mirada detrás del mostrador es la mirada de Rulo cuando el
camión lo trae a Buenos Aires de vuelta. Aquí le espera
el mangueo a la madre, que tiene setenta y cinco años y gana doscientos
veinte mangos de pensión. Pero Rulo piensa que podría ir
a verlo a Barrionuevo para que le dén un puesto de custodia en
Chacarita Juniors; o a Pierri, que lo podría nombrar de levanta-cagadas-de-perro
en La Matanza, antes que se acabe el curro. Y alguna vez, con suerte,
se jubilará con 145 pesos, según quién esté
en el gobierno, o terminará en un geriátrico de ocho camas
por cuarto de tres por tres, y un televisor para cincuenta viejos chotos.
Pero por ahí viene Macri y te regala una camiseta de Boca.
Trapero el director, el autor del film no necesita nada de
lo que me hace decir mi imaginación. Pero expresa más. Las
imágenes no hablan pero dicen. Las risas cansadas, los chistes
usados como consolador. No, el director de imagen sólo registra.
Los comentarios los hará el espectador.
En blanco y negro, el mundo grúa. ¿Nueve o doce millones
de pobres? Es lo mismo. Hace cien años los anarquistas cantaban:
Hijo del pueblo, te oprimen las cadenas. Nosotros cantamos
ahora: Vamo vamo, Argentina, vamo vamo a ganar. El director
del film no necesita nada espectacular. Sólo fotografiar eso, precisamente
eso, el rostro de Rulo. ¿Qué hacer con cincuenta años?
Andá a hacer la cola, andá a laburar. La vita è bella.
Mundo Grúa es un film de una melancolía infinita. Los personajes
son todos bondadosos. Dios, no. Al salir del cine caminé cuarenta
cuadras sin parar. (Un beso en la mejilla a Trapero, a Lita, al Rulo Mangani
y a todos y cada uno de los que hicieron posible este poema-documento-verdad.
Gracias.)
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