Tiene
31 años, vino de Misiones, es uno de los mejores músicos
argentinos. Contestatario entre los folkloristas, chamamecero entre
los rockeros, ha colaborado con artistas tan diversos como Divididos,
Mercedes Sosa, La Mississippi, Antonio Agri, Liliana Herrero, Botafogo
y Los Chalchaleros, además de descollar en el Festival de Jazz
de Montreal. Después de renovar bestialmente la música
del Litoral con sus primeros cuatro discos, acaba de editar Polcas de
mi tierra: un CD en el que se propuso investigar la música que
a principios de siglo llevaron los ucranianos a Misiones y que terminó
siendo un exhaustivo documental sonoro que refleja la contracara de
la globalización en nuestro país. Conozca al extraordinario
Chango Spasiuk.
Por
FERNANDO DADDARIO
La pulsión
vital de Chango Spasiuk recorre cotidianamente una improbable línea
imaginaria, que encuentra un extremo en el pueblo de Apóstoles,
provincia de Misiones, y busca el otro límite en su vertiginosa
y cambiante realidad porteña. Ese hilo conductor ilusorio, disparador
de flashbacks y apuestas al futuro, va dejando atrás un camino
sinuoso, que Chango traduce en clave musical. Como si la tierra colorada
de su Misiones se licuara con el cemento que inunda la calle donde vive,
en ese camino se mezclan el espíritu de su padre, curtido a base
de polcas ucranianas y carpintería criolla, con el sonido de
los aplausos en el Festival de Jazz de Montreal y el pogo de los fans
de Divididos cuando arremetía con su salvaje versión de
El toro. El resultado de esa mixtura es un personaje llamado
Chango Spasiuk, a veces contradictorio, a veces renovador, a veces tradicionalista,
siempre movilizado por un instinto ponzoñoso que se empeña
en desnaturalizar lo que se espera de él.
¿Qué se espera de él? Quizás la pregunta
debería formularse en tiempo pretérito imperfecto: se
esperaba que fuera el sex symbol del folklore, el puente artístico
entre el chamamé y el rock, un representante genuino de lo que
se bautizó como folklore joven. Pero ocurre que ya
no es tan joven para las adolescentes (tiene 31 años), detesta
la falsa modernidad de los músicos amparados en el folklore oficial
y es tan crítico con el chamamé y con el rock que ninguna
de las dos tribus se anima a incorporarlo con naturalidad. De todos
modos el Chango insiste y, con dosis parejas de talento y transgresión
perseverante, consiguió que un puñado de personas escuchen
y disfruten su música. El flamante CD de este misionero aporteñado
se llama Polcas de mi tierra, y es un exhaustivo documental sonoro sobre
la música que a principios de siglo llevaron los ucranianos a
la provincia de Misiones. Una historia todavía no escrita dentro
del folklore argentino, recorrida por Chango a modo de relevamiento
antropológico, y atravesada por vínculos afectivos que
convierten al disco en una suerte de álbum familiar. Una historia
circular, entonces, que obliga a contar los orígenes para entender
el presente y volver, si es necesario, al punto de partida.
UN
LEON DE DOS MUNDOS Yo nací en Apóstoles,
la zona misionera que tiene más plantaciones de yerba,
empieza a contar en la entrevista inevitablemente amenizada con mate
amargo. Está al sur de Misiones, cerca del límite
con Corrientes, casi sobre la costa del río Uruguay. Supo tener
la Fiesta Nacional de la Yerba, pero ya no. Es una tierra adonde en
1887 llegaron seis familias ucranianas y seis familias polacas. Llegaron
en barcos a vapor hasta Posadas y de allí en carretas hasta Apóstoles.
Entre los ucranianos estaban mis abuelos, que se pusieron a laburar
en las chacras. Allí se mezclaron con criollos, paraguayos y
descendientes de otros países europeos. Mi viejo, que tocaba
el violín, puso una carpintería. A los once años
me regalaron mi primer acordeón, y no pude dejarlo más.
Mi tío Marcos tocaba la guitarra. A los trece ya tocaba en un
trío con mi papá y mi tío, íbamos a las
kermeses, a los casamientos, a pistas de baile como La Rueda, El Ceibo
y El Patio del Litoral, las fiestas duraban toda la noche, ésa
fue mi escuela.
Chango es un tipo ecléctico por naturaleza. En su discoteca conviven
los Redondos con Beethoven, Hermeto Pascoal con el chamamecero Isaco
Abitbol, Piazzolla con Clifton Chenier, el músico de zydeco.
Este cambalache acaso reconozca un pasado no querido, o al menos una
amplitud forzada en sus tiempos mozos. Mi adolescencia fue conflictiva,
era como un león de dos mundos. Por un lado, un estudiante de
secundaria, con los Abuelos de la Nada y Michael Jackson repiqueteando
todo el tiempo. Y los fines de semana chamameceando en las pistas de
baile, con mi papá y mi tío. Era difícil hacer
congeniar esos dos mundos, porque para mis compañeros yo era
un grasa. Viste cómo son las cosas: yo vivía en un pueblo,
pero en esos lugares, en estos tiempos, hasta el rancho que se cae a
pedazos tiene un cartelito que dice snack bar, pool video. Y a esa edad
era muy jodido para mí poder decir Me cago en todos ustedes,
hago esta música y me la banco. Entonces tocaba chamamé
e iba a los asaltos y escuchaba a Michael Jackson.
1. de chico
con su padre y su tío 2. con ricardo mollo tocando una versión bestial
de �el toro� en un recital de divididos
LA
GRAN CIUDAD CONSERVADORA Buenos Aires es la ciudad
a la que llegó cuando tenía veinte años. Al poco
tiempo obtuvo el premio consagración en Cosquín, y se
convirtió en una figurita codiciada. Era artista exclusivo
de La noche del domingo de Sofovich (son esas cosas
que uno hace y después esconde los videos para que nadie los
vea, dice entre risas) y también trabajó con Landriscina.
Antes, y también ahora, la gran Capital le merece sentimientos
contradictorios: Buenos Aires es una ciudad muy conservadora,
a diferencia de lo que muchos piensan. Cuando llegué de Misiones,
andaba todo el día con bombacha y alpargatas, y me miraban mal.
Quizá si me disfrazaba de hindú estaba todo bien. En Nueva
York hubiese pasado totalmente inadvertido. Pero al mismo tiempo tengo
que reconocer que mi mejor público está en Buenos Aires.
Es un público reducido, pero tiene otra amplitud para escuchar
mi música sin prejuicios.
La columna vertebral de su carrera artística (en términos
prácticos consta de cinco discos: El Chango Spasiuk, Contrastes,
Bailemos y..., La Ponzoña y el reciente Polcas de mi tierra)
es el chamamé, que dispara otros ritmos como la guarania, el
schotis, la polca, en un cóctel rítmico que representa
de algún modo la banda de sonido de su tierra tamizada por sus
aproximaciones extralitoraleñas. Ese fue otro conflicto,
reconoce ahora el Chango, cuando cree haberlo superado. Cuando
llegué de Misiones me puse a estudiar antropología. Allí
mis compañeros me introdujeron a otro mundo: Pascoal, Mederos,
Gismonti, Saluzzi. Me metí tanto en eso que llegué a preguntarme:
¿Qué hago tocando esta mierda de chamamé? Hoy sé
que ese contraste me enriqueció, pero me hizo entrar en contradicción
con ese otro mundo que había vivido. Con los años, escuchando
música, leyendo por ejemplo a Kowalsky, un antropólogo
que hizo un libro bárbaro sobre el mundo guaraní, terminé
dándome cuenta de que, en esencia, Cocomarola, Ellington y Hendrix
son la misma cosa. Empecé a deglutir esa idea y finalmente la
asimilé. Yo ya era un inconformista desde, qué sé
yo, los once años. No me gustaba lo que veía en el chamamé,
cómo hablaban, ni las tapas de los discos que hacían.
Me molestaba que no tuvieran una inquietud cultural más allá
de la música. Veía que Yupanqui había sido amigo
de Neruda, de Cortázar, ¿por qué un chamamecero
no podía evolucionar y hablar de Bauhaus sin perder su esencia?
Pero hay una realidad de marginación que condiciona las posibilidades
de acceso a la cultura.
Eso por un lado es cierto, pero hay muchos prejuicios en ese sentido.
Quisiera que escuches hablar a un cacique guaraní. Tienen una
cosmovisión y una universalidad de pensamiento que te rompe la
cabeza. Los jesuitas no deben haber podido tolerar que muchos guaraníes
tuvieran una fuerza mística mucho más profunda que la
de ellos. Pero hoy están bombardeados por la cumbia y por Enrique
Iglesias. Ésa es la globalización que nos han impuesto,
entre otras. De todos modos, confío en que esa cosmovisión
que habita en el alma guaraní pueda expresarse y conocerse. Está
claro que, si en lugar de argentinos fuesen orientales, en Buenos Aires
se los miraría con otros ojos...
Con una marginalidad igual o mayor, la cultura hindú y la árabe
pudieron penetrar en el mundo del pop.
Y yo te digo que si Hendrix hubiese conocido a Cocomarola, se
lo hubiese llevado a Woodstock. Si triunfó Shankar, si triunfó
Nusrat Fateh Alí Khan, ¿por qué no, entonces, Cocomarola?
Son esas decisiones de mercado que parecen manejar el destino de la
música, pero en realidad sólo están manejando las
circunstancias que rodean a la música, porque los chamamés
de Montiel están ahí, listos para que la gente los escuche
y los disfrute, siempre que se saque los prejuicios de encima.
¿Y por qué los prejuicios se mantienen intactos?
Supongo que es el eterno conflicto entre la forma y el contenido.
Siempre que se habla de chamamé, instintivamente se pone el foco
en la marginalidad de quienes lo interpretan y lo escuchan. Nunca en
la música. Le pusieron etiqueta de grasa y no se
dan cuenta de que musicalmente es un género mayor.
Hace poco lo aplaudieron en el Festival de Jazz de Montreal.
Fue bárbaro, había 400 grupos de todo el mundo,
una ciudad tomada, varios escenarios en distintos lugares, y la gente
iba de un sitio a otro. Nosotros tocamos en dos escenarios enormes,
al aire libre. Cuando empezamos no había nadie viéndonos.
El operador de sonido no entendía nada cuando nos veía,
porque estaba acostumbrado a trabajar con bandas de jazz y nosotros
le pedimos que operara como si fuéramos una banda de rock &
roll, bien al palo. Y se fue llenando de gente, y se escuchaban algunos
sapukays que no sé de dónde salían. La crítica
especializada dijo que lo nuestro había sido auténtico
y vertiginoso. Y el comentario de todos fue qué chevere
que es esto. Y me gustó, porque demostramos que hay otra
cosa que también es latina y no es salsa, y es chévere...
En Europa y en Estados Unidos, los que dicen saber de música
tienen la idea de que todo lo que sale de Argentina es triste como el
tango...
LA
PUREZA MENTIROSA De Montreal a Apóstoles hay unos
cuantos kilómetros. Hace cuatro años, Chango se impuso
el desafío de grabar un disco que reflejara la cultura de los
inmigrantes ucranianos. Fue, grabó, filmó, recopiló
polcas rurales, canciones populares, kolomeicas, schotis, se metió
en las fiestas más tradicionales, grabó una improvisación
de acordeón a la virgen de Hoshiuv (la de Ucrania Occidental,
perteneciente a la Iglesia católica de rito bizantino) dentro
de la iglesia de San Nicolás, en Las Tunas, y habló con
familiares, amigos, vecinos, hasta redondear un trabajo que tiene poco
de enciclopedismo y mucho de conmovedor, aun para quienes no tienen
una gota de sangre ucraniana en sus venas. Cuanto más te
metés en lo profundo de una música, más universal
la encontrás. Lo descubrí tocando chamamé en Austria
y kolomeicas en Misiones. La música del litoral tiene una identidad
muy fuerte, vos vas por ejemplo a mi provincia, y te encontrás
con un criollo bailando chamamé y con hijos de alemanes bailando
un schotis, mezcla de idiomas, mezcla de culturas... Entonces ¿de
qué pureza me hablan?. Como sabe que algún purista
dirá que estas polcas no son las polcas verdaderas, Chango hace
la aclaración: Hay dos tipos de inmigración ucraniana:
los que vinieron a principios de siglo, antes de las guerras, no necesitaron
de ninguna institución para afianzarse. A mi tierra llegaron
esas seis familias polacas y seis ucranianas en ese tiempo, trajeron
sus polcas, conservaron naturalmente su cultura, la integraron al lugar
adonde llegaron. Pero los que sufrieron la guerra y vinieron después
establecieron otro tipo de vínculos. Separaron los tantos: Vos
sos polaco; vos, ucraniano; yo, alemán. Fue una inmigración
politizada e institucionalizada, tanto que hoy hay asociaciones de ucranianos
en Nueva Jersey, en Brasil, en Misiones mismo, pero no pasa un pedo
con la música: ese folklore se perdió en esa búsqueda
artificial de purismo étnico. Las viejas polquitas rurales, que
llegaron con la generación de mi abuelo, sobrevivieron naturalmente
hasta estos tiempos y hoy pertenecen a la vida cotidiana de Misiones.
Cuando escuchás una polca en una publicidad de yerba, no es para
los hijos de inmigrantes ucranianos, sino para el paraguayo, para el
criollo, para el alemán, para todos.
Aun quienes lo conocen en forma tangencial, tienen de usted la imagen
de un vanguardista dentro del chamamé. Y ahora se despacha con
un disco hipertradicional. ¿Hay contradicción allí?
No hay contradicción. Soy un vanguardista pero no para
la sociedad. Todos los días me levanto para ser mi propia vanguardia,
para romper mi propia estructura de limitaciones. Mi vanguardia es tratar
de encontrar la revolución, pero no para la cultura ni para el
chamamé, sino para mí. La música que hago es mi
mundo, y en ese mundo están mis raíces y están
también Piazzolla y lo que se te ocurra. Sólo que en este
disco destaqué esa parte de mi mundo. Puedo hablar de Misiones,
puedo hablar de chamamé, de polcas. Y cuando hago música,
conozco los colores con los que trabajo. Que los muestre en estado puro
o combinados es otra cosa.
Da la impresión de que, cuando lo corren por el lado del chamamé,
usted se muestra rockero, contestatario. Y, cuando le hablan de rock,
reivindica las raíces chamameceras. ¿Es una postura?
No, es una manera de acostumbrarme a mí mismo y a los demás
a que, para evolucionar, no hay que tenerle miedo al error. Yo aprendo
con las contradicciones. A veces se cree que hay verdades absolutas
a las que hay que adherir porque sí. Por ejemplo: a mí
los Beatles no me significaron nada. Pero los escuché. Entonces
puedo decir que, a mí, ni me van ni me vienen. Reconozco su importancia
dentro de la historia de la música, y del cambio de las reglas
de juego que generaron entre industria y música, porque si hoy
encuentro alguna puerta abierta es gracias a lo que hicieron ellos,
quizá. Pero no influyeron en mi historia artística. Por
eso me molesta cuando sale un rockero y dice: Si no fuera por
Los Beatles, yo estaría tocando folklore. ¿Mirá
vos? Y si no fuera por Cocomarola, yo estaría tocando a Los Beatles,
mirá qué desgracia.
¿Hay otros mitos dentro de la música popular?
Claro, muchísimos. Cuando hablan de gente con swing, dicen
Troilo, o Cuchi Leguizamón. Bueno, perfecto, pero Montiel también
tenía swing, Isaco Abitbol, Blas Martínez Riera, también.
Y nadie lo dice porque no le dieron a la gente oportunidad para que
lo supiera. En la televisión tenemos 63 canales, y desde tu casa
podés maravillarte con lo que te muestra el Deustche Channel
o el canal de Venezuela, pero no tenés la más puta idea
de qué está pasando a doscientos kilómetros de
acá. Si alguna vez, en el último pueblito de Formosa pudieran
enterarse cómo viven en Santiago del Estero, qué música
escuchan, qué le pasa a esa gente, se generaría un folklore
mucho más interesante, porque se enriquecería la identidad
de cada pueblo.
1. con mercedes
sosa 2. el chango con los hermanos pedro y miguel chinosquy, hijos de
ucranianos, que participan en polcas de mi tierra
VICTIMA
DE LA VIBORA HERMOSA Es feliz cuando escucha su música
en una publicidad de yerba. Y cuando toca con músicos a los que
cree que puede aportarles algo. Colaboró en discos y recitales
de artistas tan diversos como Divididos, Mercedes Sosa, La Mississippi,
Antonio Agri, Liliana Herrero, Botafogo y Los Chalchaleros. No se prestó,
en cambio, al jueguito de El show de Videomatch, cuando
le propusieron participar del sketch que se burlaba de los arquetipos
folklóricos a cambio de pantalla gratis por unos minutos y un
par de pasajes y estadía paga en algún lugar del Primer
Mundo. Siempre fui adonde se me respeta. Cuando me llamaron para
tocar con Divididos, pensé que querían que hiciera blues,
y también pensé que los pendejos estaban en cualquiera,
que no iban a querer saber nada con lo mío. Sin embargo, hubo
respeto por parte de los músicos de Divididos, toqué chamamé,
y los pibes tiraron una onda buenísima, tanto que el estadio
Obras terminó convertido en un pogo generalizado. Por eso creo
que hay que hablar menos y tocar más, sacarse los prejuicios
de encima.
En marzo del año pasado, el destino se le presentó como
un entrevero de flashes que le cambiaron la vida. El 6 de marzo, la
combi que lo traía junto a su banda desde la localidad bonaerense
de Ayacucho chocó contra un camión que estaba parado en
la ruta. El guitarrista Gabriel Villalba murió y otros músicos
sufrieron heridas de distinta gravedad. Veintidós días
después, nació su hija, Lucía. Viví
diez años de golpe, y sentí como que mi camino se aceleró.
Viví todo el caos en un instante y toda la luz en un instante.
Entonces conseguí acercarme a lo que estaba buscando en menos
tiempo. Se cayeron todas las boludeces en la estantería de mi
vida, y ese proceso lento de ir acomodando las cosas se fue a la bosta.
Chango estuvo un año tocando sin banda. Ahora la recompuso (la
integran Pablo López en violín, Chacho Ruiz Guiñazú
en percusión y Hernán Prado en bajo) y planea grabar un
disco de chamamé.
El poeta Julián Zinni dice que el chamamé es como una
víbora hermosa que se enreda, se enreda hasta clavar su veneno.
Chango agrega que Montiel y Cocomarola son el esqueleto de esta música,
pero se la puede vestir de muchas formas. Él lo intentó.
Muchas veces le salió mal: En 1992 formé una banda
eléctrica. Cada vez que tocaba, la mitad de la gente se levantaba
horrorizada. Y la verdad es que no me puse a pensar que el público
no me entendía. Llegué a la conclusión de que estaba
haciendo una música de mierda. Lo que pasa es que en esa época
yo necesitaba ir a los límites. Y me fui al carajo. Hice mala
música, pero busqué. Y lo sigo haciendo. Muestra
entonces el libro Sobre la espiritualidad en el arte, del pintor ruso
Vassily Kandinsky. Y asegura que su desafío es: Crear una
textura en la que el chamamé esté dentro. Estoy yendo,
o quiero ir, hacia una abstracción sonora. La fórmula
del éxito no sé cuál es, pero la del fracaso más
íntimo sí la conozco: hacer algo que le agrade a todo
el mundo.
¿Y qué pasa con el éxito?
En su momento me han tenido que sacar con la policía, por
el escándalo que hacían las mujeres en los festivales.
No me jodía ser un sex symbol, en tanto yo sabía lo que
quería hacer con mi música. El marketing siempre me pasó
por el costado. Es más, debería reconocer que siempre
me faltaron cinco pal peso en el business. Cuando era novedad
no tenía manager; cuando tuve manager no tenía disco;
cuando tuve disco no les interesó a las discográficas.
Quisiera vender muchos discos, para que a los productores y a las discográficas
no les quedara más remedio que poner la guita para hacer una
producción de puta madre y demostrar que con el chamamé
se puede competir con cualquiera, si te dan las condiciones. Siempre
admiré la actitud de Piazzolla. Estuvo toda la vida matándose
por su música, y cuando le dieron bola, y le pusieron la plata,
grabó sus discos más provocadores. Es decir, siguió
el camino inverso de la mayoría, que parece que cuanto más
plata le ponen para hacer un disco, se vuelven más light, más
complacientes. ¡Si te dan plata, aprovechala para jugarte la vida!
¿Y la gente?
La gente y los músicos están pendientes de lo que
pasa abajo del escenario y eso es pésimo para el arte, porque
el público se convirtió en protagonista. Un recital, hoy,
se parece a un partido de fútbol, y eso no sería malo,
si no fuese porque, en lugar de disfrutar del fútbol, en los
shows sólo se gritan los goles. El público pide hits,
y los músicos piden palmas, para legitimarse a través
de eso que pasa abajo del escenario. Y el que dice que no lo condiciona
ese protagonismo del público miente. ¿Cuántos pueden
ser Mercedes Sosa? ¿Quién tiene una hora y media para
hacer lo que quiera? Hay dos formas de arte, también para la
gente que está adentro del pozo, adentro de ese espacio hueco
en que nos han metido. Podés hacer una boludez para entretenerla,
tirarle algo para que se aferre desesperadamente. O, si no, intentar
despertar en ella la necesidad de salir, generarle la inquietud de saber
si ese hueco no es lo único que hay en el mundo.
El Chango sigue. En el Festival del Ternero toca Pequeña
ala de Jimi Hendrix, y a los rockeros les habla de Cocomarola.
Incorregible. ¿O serán incorregibles los demás?
Es probable que próximamente se edite un documental, que contará
cómo fue hecho el CD Polcas de mi tierra. En mi proyecto
también estaba contemplada la idea de hacer un track interactivo
con el material registrado. Pero era demasiado, ¿no? Bastante
que pude hacer esto. Si en mi discográfica, cuando les presenté
todo me dijeron, Chango, ¿por qué no te grabás
un disquito de chamamé y listo?