La muestra
itinerante de Daniel Mordzinski
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E
l p e r s e g u i d o r
El
fotógrafo argentino Daniel Mordzinski conquistó París.
En mayo, Flammarion distribuyó su libro de fotos Ettonants Voyageurs
y En Vues, la pequeña editorial especializada en imágenes,
acaba de lanzar su Lumieres du Sud. Mordzinski presenta actualmente
en Madrid una muestra de las fotografías de escritores que constituyen
su especialidad. Las 2 Orillas es una muestra itinerante que recorrerá
España y que, con suerte, veremos algún día en
Buenos Aires. A continuación, un anticipo.
Por
Rodrigo Fresán (Desde París)
Yo estudié Letras, me dice Daniel Mordzinski
treinta y nueve años, fotógrafo, argentino, sonrisa entre
tenue y peligrosa, como si con eso explicara y justificara todo. Y a
otra cosa y a otra foto. Mordzinski acaba de llegar de Barcelona, donde
fotografió a la figurita que le faltaba en el álbum, una
figurita difícil: Salman Rushdie.
Me llamaron a la madrugada y fui. Yo estaba en cualquier otra
parte. Llegué al hotel donde paraba Rushdie y me sorprendió
que él mismo me abriera la puerta. Me hizo pasar y fue a pararse
junto a la ventana. Miró para afuera, para abajo. Ahí
nomás, sin que se diera cuenta, le saqué la primera foto,
recuerda con cara de sueño. Mordzinski disparó a quemarropa.
Podría haberlo matado. Aun así, el verbo sacar
se oye nítido en su boca: es el Verbo. Sacar una foto, aseguran
ciertas tribus, es robar el alma. Una cosa está clara: Mordzinski
pone el alma en lo que hace y acaso, de ese modo, acabe devolviendo
un poco del alma perdida. Y lo que hace Mordzinski por estos días
y estas noches es presentar su exposición de fotos de escritores
iberoamericanos. Las 2 Orillas, se llama. Primero, ahora, en Madrid.
Después va a ser en Valencia. Y cerrará, cerca de los
filos del Milenio, en Barcelona. Lo que también hace Mordzinski
es aterrizar en Gijón, para una nueva edición del congreso
organizado por su compadre Luis Sepúlveda y armar in situ y en
el acto, a medida que van pasando las horas otra exposición instantánea:
saca, revela, cuelga. Mordzinski no se detiene y está claro que
no le resulta muy cómodo o fácil hablar del asunto. Por
eso, cuando le pregunto frente a Nôtre Dame uno de los paisajes
más fotografiados del universo por qué esa rara perversión
de fotografiar escritores, Mordzinski me contesta: Yo estudié
Letras. La escritora española Rosa Montero escribió
que lo que sorprende de Mordzinski es esa afición, ese
amor, casi diría esa mitificación o esa obsesión
por la palabra, teniendo en cuenta que Mordzinski es un hombre prácticamente
mudo.
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EL OBJETIVO Fotos de escritores. ¿Para
qué? ¿Hacen falta? ¿La idea no era desaparecer
detrás del texto como Thomas Pynchon o como J.D. Salinger desaparecer
del todo? Hay un placer un tanto malsano en ver fotos de escritores.
Las fotos reveladoras de Jill Krementz (escritores en sus escritorios,
la escena del crimen); las fotos un poco patéticas
de Annie Leibowitz (escritores como sus personajes: John Irving en uniforme
de lucha libre, Jerzy Kosinski como polista de torso desnudo, Norman
Mailer como Norman Mailer); las fotos de la agencia Magnum (escritores
demostrando sus pasiones: Vladimir Nabokov persiguiendo al fotógrafo
con una red de cazar mariposas; Ernest Hemingway vestido de cazador
y pateando una lata, esa lata en el aire, detenida en el tiempo y muriéndose
de ganas de contarle a las otras latas ¡hey!, adivinen quién
me pateó hoy); las fotos sin anestesia de Richard Avedon
(John Cheever sobre pared blanca y dejar que esa cara diga todo lo que
tiene que decir; Bob Dylan con los ojos cerrados); las fotos de escritores
de Daniel Mordzinski que no se parecen a ninguna otra foto de escritores.
Porque las fotos de Daniel Mordzinski son un poco de las tres variantes
más un dato íntimo y personal que sólo Mordzinski
puede regalarle a la foto y robarle al fotografiado. Miro, miro y vuelvo
a ver el catálogo de la exposición Las 2 Orillas. Al final,
creo entender algo: las fotos de escritores de Daniel Mordzinski son
el raro milagro de ver a escritores en el momento exacto en que se les
ocurre un cuento o una novela. Algo para contar. Las fotos de Daniel
Mordzinski cuentan.
EL
MÉTODO Yo me siento más cómodo en exteriores
que en estudio, dice Mordzinski. Mi metodología consiste
en la falta de metodología. Trato de escaparle a esas cosas porque
uno acaba siendo prisionero de sus sistemas de trabajo. Se convierten
en religiones fundamentalistas. No se puede fotografiar de la misma
manera a García Márquez que a Corín Tellado. Y,
ojo, no estoy haciendo un juicio de valores literarios. Pero cada escritor
tiene su manera de escribir y de confrontarse con la imagen. Yo trato
de que mis retratos sean los escritores vistos por mí. Por eso
siempre trato de leerlos antes, de conocerlos, antes de conocerlos.
Después, Mordzinski habla de la capacidad de desestabilizar
del fotógrafo. Mordzinski como el Gran Desestabilizador.
Las trampas de Mordzinski: siempre pide fotografiarlos en su casa. Cómodo
para el escritor y más cómodo para él. La cámaras
medio escondidas, guardadas de entrada. Se sienta en el living y comienza
a hablar. De libros, de la actualidad, de lo que sea. El escritor empieza
a preocuparse: ¿este tipo no había venido a sacarme fotos?;
pero enseguida se relaja. Después, enseguida, le pide algo para
tomar. Un café. Y ahí mientras lo prepara saca de su bolso
mi discreta y pequeña Leica y lo sigue a la cocina.
Y dispara.
Tengo toda una colección de fotos de escritores preparando
café, se ríe. Y una vez que se entra a la cocina
de alguien, asegura Mordzinski, se ha entrado, también, a su
intimidad. Ya no puede ser expulsado. De regreso en el living, después
del café, vienen las fotos en serio. Siguiendo esta táctica,
Mordzinski se quedó a vivir dos días en lo de Bryce Echenique.
La pasé de puta madre, recuerda.
EL FOCO En el texto que escribió para el
catálogo de Las 2 Orillas, el escritor cubanointernacional Guillermo
Cabrera Infante se maravilla: Más de siglo y medio después
Daniel Mordzinski practica el arte de Nicephore Niepce y las partes
de Daguerre, pero ya no reproduce la figura humana en asfalto ni requiere
una exposición de ocho horas en un cuarto oscuro. Ahora emplea
esos elementos contradictorios (película rápida y fijador)
para hacernos creer la ilusión de que somos más bellos
o parecemos más inteligentes. Para mi asombro todavía
tiene dotes de mago de salón y en pleno París ha conseguido
rodearme si no de una vegetación tropical por lo menos colocarme
entre pinos y espinos. Afortunadamente en ningún momento me pidió,
como otros fotógrafos más indiscretos, que me riera o
dijera cheese, que en francés sería fromage, que pronuncian
los franceses con un frufrú encantador.
Le pregunto
a Mordzinski que alguna vez estudió Letras si esto de fotografiar
escritores es venganza u homenaje. Buena pregunta, me responde.
Piensa un poco. Hace foco. Digamos que es revancha, eso que es
un poco de las dos cosas, me contesta.
EL RETRATO Hoy todo existe para terminar
en una fotografía, escribió Susan Sontag. La
fotografía es la forma artística de los que no tienen
talento, escribió Gore Vidal. La fotografía
intercepta a la realidad mientras ésta ocurre, escribió
John Berger. Si uno escribe algo, y sale una crítica, y
esa crítica incluye una fotografía de uno, y tanto la
crítica como la fotografía son malas, uno descubre que
lo que más le duele es la foto mala, escribió Diane
Johnson. El lenguaje es el retrato, define Mordzinski. Y
a Mordzinski le gusta, también, parar gente en la calle, fotografiar
desconocidos. Otra clave, otra idea: las fotos de escritores de Mordzinski
son fotos de desconocidos, la parte que falta en otras fotos de alguien
muy conocido.
Los escritores podrían dividirse entre aquellos que disfrutan
de ser fotografiados, los que lo detestan y los que dicen que no les
gusta aunque les encante. Las fotos de escritores de Mordzinski parecen
demoler esta división sin gran esfuerzo. Hay algo de democrático
en ellas y, al mismo tiempo, de sutilmente crítico: Borges de
perfil con una mano desconocida entrando en cuadro; Octavio Paz libro
abierto en mano pero mirando para cualquier otra parte; Benedetti y
Sabato flanqueados por adolescentes; los correctísimos retratos
de Adolfo Bioy Casares, Eduardo Mendoza, Gabriel García Márquez,
Arturo Pérez Reverte, Jorge Semprún y Camilo José
Cela; los retratos más freaks de Jorge Amado, Eduardo Galeano,
Fernando Del Paso, Mario Vargas Llosa, Fernando Atxaga y Juan Gelman;
los retratos de lejos: Zoé Valdés, Santiago Gamboa, Miguel
Littín, Jaime Bayly, Daniel Chavarría. Y los que más
me interesan y más me preocupan: Guillermo Cabrera Infante, Antonio
Sarabia, Corín Tellado, Osvaldo Soriano, Alfredo Bryce Echenique,
Juan José Saer, Javier Tomeo, Rosa Montero... Todos ellos detrás
de un cristal o contra un cristal o reflejándose en alguna superficie
acristalada. ¿Por qué?, le pregunto a Mordzinski días
después de París por email. La respuesta tarda en llegar
un poco pero llega.
En
primer lugar, así como el escritor es multifacético, su
imagen también lo es. Por otro lado, fotografiar es fotografiarme;
quiero decir que interponer objetos entre la cámara y el escritor
es otra manera de verme, de buscar en los otros aquello que no encuentro
en mí... Las cosas, como las personas, no son ni mejores ni peores,
ni más bellas ni más feas por ser fotografiadas del
otro lado. Simplemente es una manera más de revelar
algo que no necesariamente se ve de manera directa. En ciertos casos
una mirada, un gesto, una expresión lo dicen todo; en otras la
cámara fotográfica sirve de catalizador de la realidad
y una puerta o una ventana nos regresa, como en un espejo, nuestra propia
imagen. El escritor se esconde siempre detrás de los muros de
su escritura, mi fotografía intenta atravesarlos para sorprender
los silencios de esa escritura.
EL MOVIMIENTO A Mordzinski le gusta moverse para
que las fotos no le salgan movidas. Le gusta viajar con escritores y
sacar fotos y sacarles fotos. Bangladesh, Marruecos, San Petersburgo,
la Patagonia. Lo hace, seguido, con Luis Sepúlveda; le encantaría
haberlo hecho con Bruce Chatwin y Miguel de Cervantes Saavedra.
Lo que en el fondo todo fotógrafo añora es ser invisible,
confiesa Mordzinski casi al final de la conversación. Pero si
bien todo o lo que Mordzinski tiene ganas de decir está dicho,
no todo está hecho. Yo también tengo mis métodos.
Le regalo una idea a Mordzinski: le digo que de acá en más,
antes de empezar a sacar fotos él, tiene que pedirle a cada fotografiado
que le saque una foto a él. Para romper el hielo y abrir el fuego.
Le digo que podría armar un lindo libro: fotos de él mismo
fotografiado por muchos escritores. A Mordzinski le gusta y cae en la
trampa. Volvemos a salir y caminamos bajo una de esas lloviznas típicamente
parisinas. Llegamos al frente de la célebre librería Shakespeare
& Co., frente al Sena. Le digo que se pare ahí, que se quede
quieto. Hago foco con la cámara de Mordzinski para fotografiar
a Mordzinski. Al principio, siento el desconcierto de la cámara
pero, enseguida, parece también divertida por la idea. Mi revancha
y la de ella.
Ahora vas a ver, Mordzinski, pienso, y qué lástima
que nadie saque una foto de esta foto. No le doy tiempo a pensar cheese
ni fromage. Disparo. A quemarropa.