Para
dejar en claro de una vez por todas su admiración por Picasso como
pintor figurativo, y su idea de que el cubismo es en última
instancia un realismo (porque fue no solamente una revolución en
la pintura, sino una revolución en la comprensión de la
realidad), David Hockney inauguró en febrero de este año
una muestra en el Museo Picasso de París en donde dialoga en color
y en blanco y negro con el autor del Guernica, y anuncia una inminente
nueva forma del cubismo... a través de la televisión vía
Internet.
Por
Didier Ottinger
Por
las obras que concibe, por el sentido que les da, cada artista reescribe
la historia del arte. David Hockney se somete a esta obligación
con sus convicciones, las de un pintor decididamente figurativo. Pablo
Picasso dijo alguna vez: Todas las imágenes que tenemos de
la naturaleza, se las debemos a los pintores. Si Hockney debiera
confrontar su reescritura de la historia del arte con la que nos cuentan
los manuales, sin duda discutiría el lugar que tiene el cubismo
y, en especial, la obra de Picasso. Abramos uno de estos manuales recientes
neutro a fuerza de objetivo, conformista por afán de pedagogía
y veremos cómo termina por rendir cuenta de las convenciones de
una época: en esa historia del arte, Picasso es el primero
de la aventura cubista. Y el cubismo queda como la corriente dominante
del arte del siglo XX. Pero, ¿en qué forma? Como el anuncio
de una pintura abstracta que los historiadores, discípulos en suspenso
de un Alfred Hitchcock, nos hacen presentir como de llegada inminente,
en cada una de las etapas que marcan su evolución (desde Cézanne,
reducido para la ocasión a su obsesión con el cono, el cilindro
y la esfera, hasta Braque). Este cubismo empuja hasta lo insostenible
su flirt con la abstracción. Sin embargo, la unión
no se consuma jamás.
Hasta hace poco, la historia del arte del siglo XX y la de Picasso se
disociaban aquí: en ese cubismo como antecámara de la abstracción.
La fuerza del mainstream formalista y abstracto ignoraba los rodeos posteriores
del malagueño, fiel sin duda por nostalgia a la figuración.
Hoy, nuestro manual nos enseña que la irrupción de obras
figurativas expresionistas y políticas en la última
obra de Picasso (desde su Masacre en Corea hasta la capilla de Vallauris)
marcan la herejía, histórica en tanto estética, de
un arte que se proclamaba comprometido. Expresionista, Picasso reencontró
una actualidad inesperada con sus obras de los últimos diez años:
por su aspecto mal hecho anticipaba el feliz embadurnamiento
de la década del 80 (en lo que respecta al erotismo de la obra
tardía, nuestros historiadores sospechan senectud: tal es el estado
actual de nuestra historiografía).
David
Hockney tiene ideas diferentes sobre la obra de Picasso. Para él,
todo es continuidad, todo es un asunto de óptica. El cubismo no
es un anuncio de la abstracción. Es cada vez más claro
que el cubismo constituye un progreso dentro del realismo, un progreso
en la descripción del espacio que habita nuestro espíritu
y en el que se desplaza nuestro cuerpo, declaró Hockney en
una conferencia de 1990, ubicando el progreso del arte en un lugar donde
nadie lo instalaba. Lo más extraño del cubismo es
que ejerce una influencia sobre los artistas abstractos desde el año
10 hasta los 50, pero era totalmente ignorado por los artistas realistas.
Al escuchar a Hockney, parecería que una parte del cubismo escapó
a nuestros historiadores. Es que la interpretación crítica
olvidó muy rápido el desafío realista que llevaba
a Picasso a soñar con pintar mujeres con tal verosimilitud que
olieran bajo el brazo (Con Braque, cuando nos mostrábamos
pinturas, yo le decía: ¿Es verdadera esta mujer? Lo que
yo quiero es que huela debajo del brazo). Los historiadores hicieron
foco, en cambio, en una frase de Braque: Lo que me interesó,
y fue la dirección maestra del cubismo, es la materialización
de este espacio nuevo que yo sentía. Este espacio nuevo pronto
se convierte, bajo la bandera de un arte concreto, en el que
van a promover los vanguardistas abstractos de los años 30.
Hockney
se encuentra en una posición singular, a contrapelo de la historia
del arte moderno que sedimentó en las páginas de nuestros
manuales. Cree decididamente en el progreso de las artes, pero como un
progreso correlativo a nuestra comprensión de lo visible. En una
conferencia dada en Harvard en 1986, sostuvo que la transformación
que produjo el cubismo en la pintura no debía relacionarse con
las diferentes escuelas sino con los cambios a largo plazo de los procesos
del conocimiento y de los comportamientos intelectuales: La perspectiva
duró alrededor de cinco siglos en la pintura. Cubismo es un término
que surgió por azar, para designar la primera aparición
de un arte diferente, o más bien la orquestación de diferencias
que de pronto se habían hecho perceptibles. Ahora descubrimos que
el cubismo no era solamente una revolución en la pintura, sino
una revolución en nuestra comprensión de la pintura. Una
alternativa al punto de vista único e inmóvil, que permitía
un asir global e instantáneo de lo real. Hockney encuentra
un eco a esta agilidad del ojo reivindicada por los cubistas en la psicología
moderna de la visión. La visión está compuesta
por miles de imágenes parciales reunidas, sintetizadas por el cerebro.
La voluntad de Hockney por incorporar al espectador en sus composiciones
precede en algunos años a su relectura del cubismo. Hockney sugiere
que todo cuadro no es sino el detalle de un cuadro más amplio,
que terminará absorbiéndonos. Así, Gregory Evans
posa dormido para el Modelo con autorretrato inconcluso, antes de ser
fotografiado, delante del cuadro que lo representa. Este juego entre pintura
y fotografía puede ser relacionado con el que realizaba Picasso
al retocar los clichés de su atelier para borrar mejor las fronteras
entre el arte y la vida. Estas distracciones, pueriles en
apariencia, muestran la ambición secreta del cubismo que es hacer
del espacio del cuadro una analogía del espacio real.
En
un texto titulado Mi manera de ver, Hockney dice: En las últimas
obras de Picasso, lo más importante es la sensación de que
la distancia ha sido abolida. Cuando observo las figuras en los cuadros
de ese período, me pregunto a qué distancia ponerme. Es
algo que en verdad no puede medirse. Con un Piero della Francesca, en
cambio, podría casi fabricar una maqueta de la obra. Me fascina
ese aspecto de las últimas obras de Picasso, donde la tela se convierte
en la figura. Es lo que yo también trato de hacer. Pero creo que
no voy a lograrlo hasta no tener en mi vida alguien que esté realmente
próximo. No es indispensable representar personas en una cama.
Estoy hablando de un sentimiento.... Simon Faulkner apela a dos
grabados de Hockney, El alumno: homenaje a Picasso (1973) y Artista y
modelo (1974), como metáforas de la relación entre ambos
artistas. En el primer grabado, dice, Hockney es el alumno que, con un
block de dibujo bajo el brazo, se adelanta hacia Picasso, su mentor canónico,
representado por una enorme cabeza puesta en la cima de un pedestal de
mármol. Pero las cosas son más complicadas, ya que Hockney
tiene casi los rasgos de un anciano, mientras que Picasso tiene su cara
juvenil de mediados de los años 30: Picasso es el vanguardista
canónico pero juvenil, mientras que Hockney es un avejentado proveedor
de figuración no modernista. En el otro grabado, Picasso está
más viejo y vestido con su remera rayada, pero es el artista, mientras
que el joven y desnudo Hockney es esta vez el modelo. Pero una lectura
irónica llevaría a ver a Picasso como modelo
de Hockney para su práctica desnuda del eclecticismo y la nostalgia
artísticas en el mundo contemporáneo.
Con
la serie de Polaroids de 1982, Hockney logró probar, y ante todo
probarse, que el cubismo constituía efectivamente una óptica.
En 1984 visita los museos parisinos. En el Grand Palais ve una exposición
de Watteau y se detiene ante La higiene íntima (circa 1715). En
el Centro Pompidou vuelve a ver la Mujer acostada de Picasso (1932). Según
Celia Birtwell, que lo acompaña en la visita, se aboca a una lectura
comparativa de las dos obras: Con el Watteau, pensándolo
un poco, uno se pregunta dónde está el espectador de la
escena. ¿Tal vez en otra habitación, o disimulado detrás
de una puerta entreabierta? En el cuadro de Picasso, lo que se muestra
es, al mismo tiempo, la cara y la espalda del personaje, y esa clase de
pregunta no se plantea. El espectador está necesariamente en el
interior del espacio definido por el artista. Lo que Hockney señala
es que el cubismo permite empatía: la participación física
del espectador. Y, en ese sentido, el cubismo es un realismo: una trasposición
plástica coherente del espacio tal como lo aprehendemos.
Para
Hockney, el cubismo, su visión multifocal y su propuesta de una
participación física por parte del espectador, siguen siendo
actuales hasta el día de hoy. A tal punto que en 1998 declaró:
La televisión está a punto de ser cubificada. La cubificación
tendrá lugar de la siguiente manera: en los Estados Unidos, por
primera vez en treinta y dos años, la pantalla va a cambiar. Su
forma se expandirá hasta convertirse en un pequeño Cinemascope.
Además, la cantidad de líneas que componen la imagen se
triplicará, lo que aumentará la nitidez de la imagen, la
visibilidad de las texturas y algo de especial interés desde el
punto de vista político: hará que la visión de lejos
sea mucho más interesante. Esta nueva clase de televisión
estará conectada a Internet y a las computadoras personales. Así,
la cubificación nacerá de la posibilidad de acceder a las
noticias de la CNN, la NBC, la BBC, y de disponer de ángulos diferentes
sobre una gran variedad de informaciones. Se podrán combinar muchos
puntos de vista. ¡Ahí tienen una forma nueva de cubismo!.
El zappeador como último avatar de la estética y la óptica
cubistas: he ahí algo que abre perspectivas inéditas en
la historia del arte.