Principal RADAR NO Turismo Libros Futuro CASH Sátira
Volver 




Vale decir



Volver

 
Código de barrio, el libro de Patricia Sosa

 

Cada día canta mejor

Después de deshacer La Torre y encarar una exitosa carrera solista, Patricia Sosa se ha abocado de lleno “a estudiar ópera”. Mientras tanto, se hizo tiempo para escribir Código de barrio, un libro protagonizado por Patricia Sosa, pletórico de los pensamientos vivos, las fotos y las letras de canciones de Patricia Sosa.

Por Claudio Zeiger

Todos los fragmentos de todas las páginas de este desconcertante libro de Patricia Sosa (la voz cantante de La Torre, luego solista) están misteriosamente separados por un espacio en blanco. Esos espacios blancos dividen un fragmento de otro y, a veces, simplemente una frase de otra. Al abordar la lectura de Código de barrio, el verdadero enigma (aquel que, de ser resuelto, podría llegar a dar la clave de los otros múltiples misterios que encierra) es el porqué de esos espacios. ¿Qué función cumplen? ¿Qué separan? ¿Para qué están? Tomemos un ejemplo al azar:
“Creo que tengo una necesidad inmensa de trabajar para tener recuerdos. Palabras guardadas, el ritmo de tu corazón.
Recuerdos que respalden mi vida.
Recuerdos que pueda contar con todos los dolores y alegrías.
Descubrí ... que no es lo mismo pasar por la vida que vivir.”
Está bien: el ejemplo es deliberadamente cursi. Será un prejuicio letrado, pero hay cosas que pueden decirse en la intimidad de una charla con amigos, en familia o a la pareja en pantuflas, pero que de ningún modo deberían ser dichas en un libro así en seco, como un pensamiento vivo fruto de una experiencia de vida intensa. Inclusive, sin menospreciar a nadie, uno podría aceptar que, en una letra de canción, la frase pensamiento podría llegar a quedar bastante bien, o por lo menos pasar más inadvertida. Y para colmo, esos espacios blancos, esa pausa del que toma aire antes de largar la frase, no hacen más que empeorar las cosas. Todo el mundo está esperando algo así como la verdad revelada, y viene la frase: no es lo mismo pasar por la vida que vivir.
En su primer libro, Patricia Sosa decidió abrir su corazón (herido) y dejar que broten sus emociones a raudales. De hecho, el género de su libro es otra fuente de desconciertos: retazos autobiográficos, historias que no se sabe muy bien si son ficciones o anécdotas reales relativamente editadas, reflexiones que no se sabe muy bien si atribuírselas a Patricia Sosa o al supuesto personaje de las historias. Otro misterio, que se suma al de los intrigantes espacios blancos.
SOSA, LA SOLAPA Para quienes la hayan perdido de vista desde los tiempos de La Torre (que alguna vez fue, para el imaginario popular, una banda de rock antes que un jugador de fútbol) habría que refrescar un poco el currículum vitae de Patricia Sosa. Pero ella misma lo hace de modo tan completo (en primera persona y esta vez sin dejar espacios blancos) en las solapas de Código de barrio, que lo mejor es transcribirla sin más trámite, pidiendo disculpas anticipadas por el exceso de líneas y aclarando que los sic son nuestros: “Nací el 23 de enero de 1956 una hermosa mañana de verano porteño. Soy acuariana (dispersa y obsesiva), y cabra (dispersa y obsesiva). La primera de cuatro hermanos. Estudié la escuela primaria y secundaria en el normal Nº 5 de Barracas y luego hice hasta cuarto año de Arquitectura, no me faltaba tanto pero era tan mala ... Formé mi primera agrupación, Grupo Vocal Azurduy, en la escuela cantando folklore. Mi segundo grupo fue Nomady Soul y cantaba en inglés. Seis años más tarde formamos La Torre, una banda de rock que alcanzó un lugar destacado: grabé con ellos siete discos. En 1989, en Moscú, decidí dejar la banda e intentar otra cosa. Un año y medio después saqué mi primer disco solista, llamado Patricia Sosa con el tema Era un corazón herido. Superó las expectativas de todos, las mías también. Y seguí grabando: Luz de mi vida, Suave y profundo, La historia sigue. Participé en el himno de los Juegos Olímpicos Panamericanos (sic). Grabé con Plácido Domingo y Caetano Veloso. Tengo escritas más de 150 canciones y muchas de ellas han sido hits. Gané tres premios ACE, un Konex, un María Madre de la Música (sic), dos en México como mejor cantante, uno en Sadaic y algunos otros que no recuerdo. Soy maestra de inglés. Estudié baile, francés, piano, teatro, guitarra, corte y confección, zapateo americano y español, y canto. Hace veinticuatro años que estudio canto. Todavía sigo estudiando. Recorrí el mundo cantando. Escribo desde antes de cantar. Cada desengaño amoroso me llevaba a escribir algo; el primero fue cuando tenía siete años (sic). Acabo de escribir mi primer guión para teatro (sic): Las hijas de Caruso. Me encuentro en este momento dedicada a ensayar el espectáculo y a estudiar cómo se canta ópera: lo más difícil que me tocó enfrentar. Tengo una hija de once años, Martita. Este es mi primer libro”.
Con el último aliento, sólo nos resta preguntar, como los entrevistadores de radio al final del reportaje: ¿quiere agregar algo más?
LA DE ARRIBA Y LA DE ABAJO La mujer que hizo todo eso que dice que hizo se dispone entonces a contar (espaciadamente) los recuerdos de su vida barrial, donde estarían en germen los secretos del posterior desarrollo exitoso que acabamos de leer en las solapas. Hay una Sosa arriba y una abajo (la nomenclatura es de la propia autora, y alude a la persona pública exitosa y a la chica de barrio). La de arriba se desilusiona rápidamente (aunque no se cuenta nada de ese arriba en todo el libro: si uno tenía ilusión de chimentos rockero-faranduleros de primera agua, saldrá decepcionado). En una suerte de diálogo imaginario, dice Patricia (para ahorrar espacio, esta vez no se transcriben los espacios blancos): “Entonces, subí. Costó, pero subí. Por eso cuando alguien les diga algo así, díganle: Dice Patricia que te equivocás. Arriba no hay nada. Está vacío. Y abajo hay abrazos, besos, miradas ...”. Consecuente con ese apotegma, las historias que cuenta Código de barrio son todas fruto de la memoria y la imaginación de “la chica de abajo” y deparan algún que otro buen momento, como un capítulo de “Gasoleros” o “Campeones” vistos distraídamente a la vuelta del trabajo. Hay en el libro algunos simpáticos cuentitos costumbristas, eficaces porque efectivamente tienen código de barrio, y observaciones con sentido del humor: algún amor frustrado por la cobardía de los amantes, la historia de un misterioso graffitti en una pared de Valentín Alsina, el recuerdo de un amor adolescente en el que la chica viajaba dos horas para verse apenas treinta minutos, las vacaciones en Mar del Plata, el recuerdo de la abuela que vio el fantasma del abuelo, el secreto familiar de un vecino ... todos ellos sorprendentemente ajenos a las cosas que pasaban en la Argentina y en el mundo en esos años (los ‘70, cabe aclarar, pavada de década).
El problema es que a cada paso nos topamos con la omnipresente Patricia, que se materializa de tres formas: 1) los pensamientos vivos infiltrados permanentemente en cada relato, cada fragmento, cada línea, como un collar de aforismos que se prenderá implacable en el cuello de cada lector; 2) las letras de canciones éditas e inéditas firmadas una y otra vez por Patricia Sosa, no sea cosa que Sadaic se confunda; y 3) las fotos que muestran su evolución desde la nena de un año en la playa hasta la exuberante cantante de La Torre, y que en realidad aparecen caprichosamente, sin relación alguna con la cronología narrada en el texto, más bien como actos relámpago entre capítulo y capítulo.
A esta altura, son muchos los misterios acumulados. Desde ya, tenemos más de una hipótesis para explicar más de uno de esos misterios. Pero será mejor que cada lector lo descubra por sí mismo. No es lo mismo que te cuenten un libro ... que leerlo.