Por
CARLOS POLIMENI
Tenía una canción en la cabeza, y no podía parar.
Fito Páez puede ser tan obsesivo como cualquiera, y la buscaba.
Pero no era una canción nueva. Era una que había quedado
fuera de un disco, esas cosas que pasan a la hora de editar la obra,
pero de la que había un testimonio en un programa de televisión.
Debía encontrarla y se enrolló en la historia de buscarla
en cintas guardadas durante años, que si no serían olvido.
Terminó encontrando algo más poderoso que la canción
extraviada, que un día ni siquiera será recuerdo: su propio
pasado televisivo, aquel raid como imperial por programas que ya no
existen, de los años de su coronación como emperador del
pop sudaca. Las imágenes le hicieron mal, le pegaron feo, como
un mal viaje de mezcal. Ese Páez de imposible camisola violeta
y pelo largo, que, como un Luis XV de coiffeur, opinaba sobre todo,
repartiendo bendiciones y maldiciones a siniestra y diestra, le pareció
parado sobre un abismo al que no querría volver. Páez
con Nicolás Repetto, Páez con Marley, Páez con
éste y aquél, Páez hasta en la sopa, saturando.
Subido al carrusel de las estrellas, como si no lo despreciara. Páez
con el dedito levantado. Uno más en una rueda que girará
por siempre, y en que los personajes irán turnándose,
necesariamente, aunque el contrato lo diga en letra chica. Páez,
convertido en opinólogo, en bicho mediático, en carne
de escarnio. Páez creyéndose necesario para todos. Sintió
como arcadas. Arcadas conceptuales. Ése no era el trato, oh Dios
mío que estás en tu trono.
Eso
pasó hace unos poquitos días y Fito ha estado usando la
imagen para hablar de Abre (pequeña teoría sobre el fin
de la razón), que pasado mañana empezará su historia
pública y estará en tu disquería amiga. Una noche,
más o menos próxima a ese día en que se vio para
atrás y no se gustó nada, Páez, bebé Martín
en brazos, puso en la comodidad nocturna de su departamento frente al
Botánico el último disco de Charly García, Demasiado
ego. Lo que le ocurrió no puede ser explicado del todo, y desde
James Joyce hasta aquí suele repetirse el recurso de llamar epifanía
a sensaciones como ésta. Pero lo concreto es que si esa escena
hubiese sido filmada, y encontrada por él dentro de ocho años
en un archivo, le devolvería de sí una imagen hermosa,
la del otro lado del opinólogo patético. En esa escena,
está escuchando canciones que construyeron su sensibilidad de
preadolescente, con una personita de menos de dos meses mirándolo
a los ojos. ¿Alguna vez te miró un bebé a los ojos?
Fito tiene los ojos y el alma llena de lágrimas. Suenan Música
de fondo para cualquier fiesta animada y El show de los
muertos, las canciones de Instituciones (1975) que Charly incluyó
en el disco, y nada del mundo real llega hasta acá adentro. En
un lento carnaval en cámara lenta, blanco y negro, se cruzan
por su mente imágenes de sus propios padres, de sus tías
y abuelas, de toda esa gente que el tiempo se llevó por la fuerza.
Las imágenes no son tristes, sino de una dulzura infinita. Martín,
el bebé que acaba de adoptar junto a Cecilia Roth, no deja de
traspasarlo con sus ojitos, totalmente conectado con una emoción
que desconoce, pero que un día también será la
suya. Si fuese el androide de Blade Runner y estuviese a punto de morir
en una terraza, Fito elegiría una de estas imágenes para
llevarse al sueño eterno. La paternidad ayuda a encontrarle sentido
a la vida.
Fito todavía no cambia pañales, pero es clave en la ceremonia
del baño. Todo ha ido haciéndose minimal desde que hay
un bebé en casa. Abre, que estuvo listo antes de Martín,
parece el fin de un camino hacia atrás de un músico demasiado
inquieto como para permitirse la facilidad, aunque varias de sus canciones
parezcan fáciles. Fito ha estado en crisis toda su vida de artista:
cuando su talento inclasificable era novedad, porque siempre los números
le jugaban en contra; cuando los números le jugaron a favor,
porque su inclasificable talento se había convertido en un lugar
común. La falta de reconocimiento le pegó mal, pero la
fama también le pegó mal. Chequear, si no, el desafortundado
tema Soy un hippie, de Circo Beat. Env toda circunstancia,
Páez se ha puesto todo eso al hombro para hacer canciones. Ha
sido de esos jugadores que todo el mundo quiere tener en sus equipos,
ésos que juegan de local y de visitante, ganando o perdiendo,
haya o no plata o televisión. Y muchas de esas canciones Páez
ha grabado casi 200 son parte de la banda de sonido de los 80
y los 90, en un proceso que nadie controla, ni puede. La sociedad lo
ha decidido así, como ha decidido archivar temas que fueron éxitos
y hoy ni son nostalgia, como Lambada o Bamboleiro.
La crisis personal de verse omnipotente y mesiánico en viejos
programas de televisión o antiguas notas de diarios puede funcionar
como ilustrativa de otras, previas. ¿Cuántas veces quiso
dejar de tocar en público? ¿Cuántas se cagó
en los críticos? ¿Cuántas desarmó bandas?
¿Cuántas amenazó irse del país? ¿Cuántas
se sintió, como Caetano Veloso, un suizo en Brasil? ¿Cuántas
se levantó destruido, mascullando que no es buena la mezcla?
¿Cuántas peleas, no públicas, tuvo como la que
tuvo con Joaquín Sabina? La fama es muy jodida, muy turra,
susurra. No tiene gusto, no tiene olor, no tiene espesura. La
fama es una mierda. Pero hay que haber egresado de la fama para darse
cuenta. A algunos les interesa ese lugar. A otros no. A mí me
dejó de interesar después de conocerla. La fama
en la Argentina es como una fama de tango. Una mina deseable pero jodida,
que no se disfruta cuando se tiene, pero se anhela entre suspiros. La
fama es un afano.
Abre funciona como un resumen de la carrera de Páez, que grabó
su primer disco solista (Del 63) en 1983. Once de sus temas serían
atribuibles a cada uno de sus once discos anteriores. El restante (La
casa desaparecida) es un brulote rapeado de once minutos de extensión
que parte el disco en dos de hecho está ubicado a la mitad
y funciona como comodín: podría ser tanto la canción
de un disco que nunca salió como la de uno que está por
venir. Al lado del camino, el híper Dylan tema de
difusión, bien pudo haber sido de Ey!, pese a que es un ajuste
de cuentas con el estrellato y tiene un toque Joaquín Sabina
en la lírica. Dos en la ciudad es re-Giros, y de
hecho parece la continuación de la historia de 11 y 6,
sólo que pasado el tiempo. Habana es Tercer mundo.
Es sólo una cuestión de actitud cabría
en la furia de Ciudad de pobres corazones. Tu sonrisa inolvidable
en El amor después del amor. Desierto en Circo Beat.
La despedida en Del 63 y Ahí voy
parece un robo cariñoso al Resumen porteño
de Luis Alberto Spinetta en La la la. Yo me di cuenta de esto
cuando terminé el disco, es bastante casual, admite Páez.
El disco empezó con 43 canciones y el proceso de reducción
lo dejó en doce. Parte de lo que quedó afuera es una serie
de canciones oscuras, producto de una intoxicación de textos
y poemas de Osvaldo Lamborghini, el ¿maldito por excelencia?
de la literatura argentina contemporánea. Éste es un trabajo
con el síndrome Martín a cuestas, aunque el bebé
no esté nombrado. Por eso empieza con Abre, una ventana
enceguecedora de luz, y termina con Buena estrella, donde
dice: Nos veremos en la cárcel o en conciertos / yendo
atrás de algún perfume de mujer / ya nos vemos en el siglo
veintiuno / una buena estrella viene con él. Nada pega
menos con una epifanía paternal que el cuento El niño
proletario, de Lamborghini. Me enredé mucho con Lamborghini
en la cama, plantea Páez con humor, y me fui a la
mierda, todo oscuro. Yo sé bien de qué se trata la oscuridad,
y no quiero transmitir eso, plantarme desde ahí ahora. Abre es
exactamente lo contrario. Páez dice que esas canciones
podrían ir a parar a un disco más barroco, que podría
llamarse La mirada perdida. Pero nunca se sabe. Acaso sea como Novela,
un proyecto de disco y película que se quedó dando vueltas
en torno a su aura de artista maldito, antes que lo cogiera el éxito,
cuando los 90 eran tempranos.
Lo del éxito no son sólo palabras. A fines de los 80,
Fito era para el público una de las figuras más importantes
que había consolidado el rock & pop nacional tras el retorno
de la democracia, pero para las discográficas era apenas un artista
de catálogo. Es decir, lleno de buenas críticas pero de
números flojos. La la la, Ciudad de pobres corazones y Ey!, por
ejemplo, vendieron muchísimo menos de lo que EMI esperaba, y
EMI estaba cansado de esperar. El sello de los Beatles y Carlos Gardel
le devolvió el contrato, deseándole suerte. Lo dejó
libre. Lo sacó de su equipo. Páez se deprimió.
Amenazó con irse del país. Se separó de Fabiana
Cantilo. Pero ni por broma dejó de hacer canciones. Todo eso
estaba dándole vueltas cuando salió Tercer mundo, su primer
disco para Warner, y lo presentó en vivo mientras vivía
en una casa a medio construir, lavaba sus propias medias y le picaban
las ladillas. Después, Cecilia, El amor después del amor
y la friolera de casi 700 mil discos vendidos, la mayor cifra de la
historia para artista alguno argentino, acaso irrepetible. Dos años
más tarde, Circo beat y la sorprendente aparición de una
biografía, que financió y corrigió. Fito convertido
en psicodélica star de la mística de los pobres, creyéndose
en condiciones de una pelea conceptual con Menem, dando recetas por
televisión. Fito perdido, capitán Beto de la Nada, lejísimos
de la gente, creyendo representarla. Casi como un político. Euforia,
un grandes éxitos con la joya que no todos vieron
de Cadáver exquisito, y Enemigos íntimos fueron
discos de transición, de modo muy notable. Alguien que estaba
nuevamente al borde, aunque desde arriba. Violencia es mentir.
El cerebro le hizo track varias veces, de ahí en más.
El nuevo disco intenta dar testimonio de eso. Intenta decir: muchachos,
estamos en esta mierda, en esta situación delicadísima,
pero aun así nos interesa seguir construyendo un lugar. Aún
existe la Argentina, nuestro barrio, nuestra casa. Y en todas partes
las cosas son parecidas. Entonces... ¿qué hacemos con
esto? Cuando escribí el que ahora es el tema de difusión
estaba un poco enojado. Ahora no lo estoy tanto. Ahora está
Martín. Por eso el disco comienza con el nombre que le da tema,
escrito en un momento maravilloso de soledad, en una playa de
México, viendo el cielo impresionante, diciéndome qué
maravilla estar en el mundo, después de todo.
En Al lado del camino se escucha a Páez-Dylan diciendo:
En tiempos donde nadie escucha a nadie / en tiempos donde todos
contra todos / en tiempos egoístas y mezquinos / en tiempos donde
siempre estamos solos / habrá que declararse incompetente / en
todas las materias de mercado / habrá que declararse un inocente
/ o habrá que ser abyecto y desalmado. / (...) No es bueno hacerse
de enemigos / que no estén a la altura del conflicto / que piensan
que hacen una guerra / y se hacen pis encima como chicos / que rondan
por siniestros ministerios / haciendo la parodia del artista / que todo
lo que brilla en este mundo / tan sólo les da caspa y les da
envidia. En Abre, Páez-Sakamoto musita: Abre
el rito de la fe / abre el riesgo de perder / se abre sólo mi
ataúd / abre el plexo en una cruz / abre drogas, abre amar /
abre besos, abre andar / abre hablar, abre callar / abre el pulso del
lugar / abre hacer e imaginar / abre nunca interpretar / abre toda sensación
/ abre música y color / abre el fin de la razón / abre
un poco de piedad / abre toda inmensidad / se abre el mundo ante tus
pies / abre todo sin querer. Pero la aduana del disco es, sin
duda, La casa desaparecida, que viene luego de la preciosa
canción a la Donald Fagen Dos en la ciudad y de Es
sólo una cuestión de actitud. El título de
La casa desaparecida se le presentó como si se tratase
del de un cuento fantástico, y la canción es un intento
monumental: contar la historia de la tragedia argentina, desde adentro,
en un juego de libres asociaciones, con una dosis de Lamborghini. Dura
más de once minutos, lo que obliga a suponer que no será
muy pasado por radio y que cansará a más de un oyente.
Es uno de esos típicos temas que encantarán a los fans
de Páez, dejará afuera a muchos de los que no lo sean
y cosechará adhesiones de quienes lo descubran, lejos de los
pre-juicios. También es una canción muy post: de final
de siglo, de final del menemismo. Empieza con un dato generacional Madre,
ponme en la chaqueta las medallas / los zapatos ya no me los puedo poner
/ mis dos piernas se quedaron en Malvinas, y avanza hacia
una síntesis de la historia de oposiciones y rivalidades deun
país que se soñó de una manera, y se despertó
de otra, y así una y otra vez, una y otra vez, hasta acostumbrarse
a su esquizofrenia:
Entre Rosas y Sarmiento, Don Segundo y Martín Fierro /
la barbarie y los modales europeos / el país de los inventos,
Maradona, los misterios del lenguaje / metafísico del gran resentimiento
/ bienvenidos inmigrantes a este paraíso errante. Argentina
contada como una pesadilla circular y recurrente, que se dispara siempre
hacia el realismo mágico, hacia el fin de la razón: Los
cadáveres se guardan o se esconden en el río / en palacios
de memoria ensangrentada / y tenemos pijas grandes, largas como mil
facones / la bandera enloquecida, maten a los maricones / que los hombres
van de putas para sentirse varones. Argentina cruzada por medio
siglo largo de peronismo: Siempre el padre omnipresente de mirada
contundente / que escondía un seductor muy asexuado / gracias
Papi por las flores, por las reivindicaciones / vos sabés los
hijos nunca te fallamos / y si Mami aún viviera, hoy sería
jardinera / en el cementerio club de las pasiones. Argentina de
gente armada y Gaticas: Yo que nunca anduve en nada, nunca me
metí en política / simplemente fui un muchacho hedonista
/ y chiquitos y chiquitas inocentes con un arma / por el odio más
brutal descuartizados / el más fuerte penaliza, pega duro, te
hace trizas / nada personal, naturaleza humana / los poderes organizan
cuál será la repartija de los bienes de la época.
/ Nadie se puede salvar, nadie se puede salvar. Argentina, el
país de las falsas maravillas: Argentino hasta la muerte,
la patilla de Facundo recortada / de la gente, de las caras / y seguir
comiendo mierda, cada día, cada noche / y explicarle al mundo
entero nuestra nada de la historia / universal de la Argentina ensimismada
/ y encender con la birome palabritas en el cielo / en el campo las
espinas y en el centro de mi pecho hay un bicho que camina / hoy la
casa de mi infancia ya no existe ni hace falta, / yo la llevo bien dentro
de mis entrañas / toda llena de colores y de desapariciones /
muy tempranas, muy profundas, muy amargas. Argentina, un dolor,
un olor, un terror, un hedor compartidos: Argentinos, argentinos,/
qué destino, mi amigo / nadie sabe responder / (...) Argentina,
Argentina / donde todo es mentira / Argentina, la desaparecida.
Fito cree que hay otra Argentina desaparecida, cuya potencia fue arrasada
por la primera de las décadas infames, la del 30, en la que el
delirio creativo hacía soñar un destino de primer mundo,
construido en una lucha mano a mano contra la barbarie constitutiva.
La Argentina de vanguardia intelectual de Roberto Arlt, Oliverio Girondo,
Jorge Luis Borges, Carlos Gardel, Xul Solar, Juan Carlos Paz, los González
Tuñón, Leopoldo Lugones, Macedonio Fernández, Witold
Gombrowicz, Victoria Ocampo. Tipos que no respetaban ninguna ley,
y estaban contentos de eso, que no se pensaban argentinos. Ahí
se fundaron cosas muy disparatadas, muy locas. Arlt escribe Los siete
locos cuando Fritz Lang filma Metrópolis, son dos tipos del mismo
palo. Después, empezó el rollo del nacionalismo, y casi
todo fue decadencia. Una Argentina que incluso desapareció
de los libros de la historia, en que quedaron políticos que sólo
son nombre de calle, letra muerta, bronce al divino botón. ¿Por
qué hay una calle Uriburu y ninguna calle Macedonio? Tal vez
por eso, que no cabe en una canción, Rodolfo Páez reivindica,
desde la pertenencia, la no pertenencia.
¿Por eso no escribe de vos, sino de tú, de tal manera
que las letras parecen de un madrileño, más que de un
rosarino? Fito casi que se pone colorado con la pregunta. No sé...
Supongo que escribo como hablo, y que en los últimos años
pasé demasiado tiempo en Madrid. Casi no hablo de vos. ¿Está
mal?. Dos de las canciones del disco, Tu sonrisa inolvidable
y La torre de cristal son madrileñas. Habana
es una declaración de amor a la Cuba de Fidel Castro. La
despedida, una forma de nostalgia de un treintañero muy
avanzado sobre un amor de 1983, cuando todo parecía el principio
de algo mejor y las calles estaban llenas de gente. Es la primera canción
en la historia de Fito grabada sólo con piano y voz. Menos es
más, en este caso. Y, en el cierre, Buena estrella,
dominada por el estribillo-Dylan Times are changing repetido como una
plegaria, Páez da pasto a las fieras, al mencionar que tal vez
su voz suene desafinada.
A casi nadie se le escapa que el nuevo trabajo de Fito sale casi en
el mismo momento histórico en que fueron lanzados al ruedo Honestidad
brutal, el brutal doble de Andrés Calamaro y Bocanada, el primero
solista de Gustavo Cerati, con quienes integra la tríada de grandes
compositores de canciones aportados a la historia global por la década
pasada, los únicos que en ese nivel pueden tutearse con García-Spinetta.
¿Qué te pareció el de Calamaro, que también
tenía como 40 temas, y los puso todos?
Andrés es un enorme compositor de canciones, que con poco
logra mucho. Un tipo que con tres pinceladas hace un cuadro, y el cuadro
es bueno. Es el gran autor pop argentino, definitivamente. Somos muy
diferentes, pero me gusta mucho cómo canta, cómo resume,
el mundo de guiños de sus canciones. Me gusta cómo trabaja
con cuatro o cinco acordes. Su desprolijidad. No le interesa meterse
con las armonías pero sí cantar bien, meter un chiste
pícaro en una canción, que esa canción sea sexy.
Es un Artista, con mayúscula, y todo eso está en Honestidad
brutal.
¿Andrés canta mejor que vos?
Puff, mucho mejor. Es un cantante en serio.
¿Y el de Cerati?
Es un disco increíble. Buenísimo. Lleno de aventura,
de colores exóticos, muy nuevos, de cambios, de rítmicas
poco utilizadas en el rock o el pop argentinos. Se nota que ha trabajado
obsesivamente. Es un disco sin un compás de más, con todo
puesto en un lugar pensado. Se nota que es un disco con decisiones importantes.
Me da orgullo ser parte de una generación que tiene a Cerati
y a Calamaro. Y eso es parte de una línea evolutiva que, sí
o sí, empieza con Nebbia, García, Spinetta, Moris y compañía.
Cerati también canta sin desafinar.
¡Cerati es un cantante de puta madre! Gran, gran, gran cantante.
Creo que inclusive podría cantar lírico. Se va a reír
cuando lea esto, pero yo siento que es un tipo que tiene los recursos
necesarios para cantar lírico, si quiere.
¿Podés comparar los discos entre sí?
El mío es otro espacio. Son tres lugares diferentes. A
mí me enrollan otras cosas, ellos son más tipos de la
música, con sus influencias en la música. En mi caso,
y esto se nota mucho, en todos los discos, voy dando cuenta, a veces
en caliente, de las lecturas, de las películas, de los pensadores
e incluso de las discusiones que me van impresionando. Cuando me enrollé
con los acordes expandidos o con la música contemporánea,
con intentar aprender a cantar con una orquesta, se notó mucho.
Ahora me pasó con Lamborghini. El cuerpo de mis canciones suele
estar afuera: hay una manera de narrar, un mundo de citas, unos personajes,
que intentan dar cuenta de un mundo cultural que no pasa por la música
excluyentemente. Hay canciones como cuentos, como El loco en la
calesita y 11 y 6. Y después, claro, una obsesión
por contarme. Para mí, que soy narciso, como cualquier artista,
es difícil quedar afuera de la canción. Incluso quedarme
afuera sería una forma de contarme, ¿no? Yo creo que en
los tres discos hay una impronta generacional. Y no dejaría afuera
de los grandes lanzamientos el disco de Charly, que es un gran-gran
disco.
Es como un disco reivindicatorio...
A mí me pegó mucho en el balero. Charly casi siempre
me pega. Me pasó lo que me pasó, escucharlo con Martín
e iluminarme. Escuchar ahora El show de los muertos me explica
por qué me interesaba tanto Charly a los quince años.
La música es monumental. Pero aparte ¡estaba contando lo
que pasaba, y sobre todo, lo que estaba por pasar, y lo hacía
con una alcurnia musical y poética insuperable! Que haya puesto
en Demasiado ego estos temas, después de la tontería esa
que se le ocurrió con los helicópteros, de algún
modo resignifica todo. Tengo los muertos todos aquí, /
quién quiere que se los muestre / Uno sentados, otros de pie
/ todos muertos para siempre. / Elija usted en cuál de estos
muertos se puso a pensar. Increíble. Y después,
Música de fondo para cualquier fiesta animada...
genial. Había una vez una casa / con tres personas en una
mesa / una en inglés la otra hablaba en francés / y la
otra hablaba en caliente. O sea, un postal posible de este país,
la influencia inglesa, la francesa y la caliente: la mezcla del italiano
con el español. Ojalá alguien escuche dentro de veintincico
años un tema mío y llegue a pensar lo que a mí
me dispara emocional e intelectualmente un gran tema de Charly.
¿Pensás que eso pasa menos, que hay como un vacío
creativo, después de cincuenta años de rock en el mundo?
El rock se muerde la cola cuando se piensa como un hecho moral,
cuando cree que hay un decálogo sobre qué hacer y qué
no, o cómo. Rock era la actitud de Wilde y rock era Orson Welles.
El rock de receta pierde libertad. Y, cuando encuentra la gran contradicción
del mercado no sabe qué hacer, se queda quieto. Marilyn Manson
es bárbaro, pero es un chico de provincia, que hace rock para
niños. Me encanta, pero eso ya lo hizo Black Sabbath, y lo hizo
Alice Cooper. Está bien que Oasis repita lo que unos muchachos
de Liver-pool hicieron casi cuarenta años antes, si tienen emoción
y tacto. Eso es ser libre: tengo estos elementos nuevos, pero me interesan
aquellos viejos. Es una decisión estética. Sin embargo...
Acabo de ver en Miami un grupo que se llama El Sargento García,
que mezcla jazz, salsa, djs, humor y rock, y me encantó. Pero,
la verdad, es que no veo nada que tenga sobre la escena el poder de
influencia de Prince o el rap hace quince años. Estoy un poco
perdido al respecto. A lo mejor tengo una formación muy romántica
y me siento estéticamente más cerca de autores con formas
que guarden ciertos límites. Ahora no hay nuevos, acaso porque
las modernidades siempre apuntan a la destrucción de esos artistas.
A mí me gusta buscar un tipo de música... no sé,
por decirlo brutalmente, más cerca de Elton John que de Prodigy.
Fito no escribe canciones sino para sí mismo, por más
que pueda dedicarlas. No elige sus temas de difusión. No tiene
demasiada idea de a que público le llegará Abre o cuánto
retendrá de los millones de compradores de sus discos anteriores.
Sí sabe que tiene un público de varias generaciones, en
cuyo centro está la gente que se crió escuchando a Charly,
Spinetta, Serú Girán, Soda, Los Abuelos, Virus, Calamaro.
Gente que fue cambiando, a la que ignoro y quiero a la vez. A
lo mejor un fan mío del 92 ahora tiene dos pibes, una familia
y problemas en el laburo, y ni en pedo tiene la atención centrada
en que Fito Páez saca un disco. En el fondo, pienso que es más
saludable para todos. Lo comprará, o se lo conseguirá,
sólo si está bueno, si le pasa algo con eso. Soy un tipo
que necesita mucho completarse en el otro, pese a que puedo no pesar
en él. Necesito un público, y mirarlo a los ojos. Pero
después me canso.
Hace muchos años que no tocás
en vivo.
Ése fue uno de los cracks de esta década. El momento
en que todo había perdido sentido, y yo era un tipo que opinaba
en televisión sobre el tema que viniera, y en serio. Tenía
poco humor y tolerancia cero, estaba metido en el centro de una empresa
que dependía de que yo saliese de gira y llenara estadios. El
momento del quiebre fue cuando me di cuenta de que sólo estaba
trabajando por los demás, o para los demás, que había
cuarenta familias que dependían de un sueldo, que a su vez dependía
de mí, y que el resto lo hacían los medios. El día
que entendí eso, que era una estrella de rock que se tomaba cuatro
copas de más y perdía la cabeza, comprendí que
me había convertido en aquello que no había querido ser.
No me gustaba, y estaba angustiado, en lugar de feliz. Eso era la fama.
Y me bajé. Me puse al lado del camino. Ahora soy un tipo que
hace canciones.
Eso mismo dice en el tema que está sonando hace dos semanas en
las radios: Yo ya no pertenezco a ningún ismo / me considero
vivo y enterrado / yo puse las canciones en tu walkman / el tiempo me
puso en otro lado (...) / Yo era un pibe triste y encantado / de Beatles,
caña Legui y maravillas / los libros, las canciones y los pianos
/ el cine, las traiciones, los enigmas / mi padre, la cerveza, las pastillas,
los misterios el whisky malo / los óleos, el amor, los escenarios
/ el hambre, el frío, el crimen, el dinero y mis 10 tías
/ me hicieron este hombre enreverado. / Si alguna vez me cruzas por
la calle / regálame tu beso y no te aflijas / si ves que estoy
pensando en otra cosa / no es nada malo, es que pasó una brisa
/ la brisa de la muerte enamorada / que ronda como un ángel asesino
/ mas no te asustes, siempre se me pasa / es sólo la intuición
de mi destino.
Times are changing: los tiempos están cambiando. Y Fito ya no
siente arcadas cuando se mira.