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Un lugar llamado Notting Hill, de Roger Michell
Celebrity
Después
de la descarnada radiografía de Woody Allen sobre el mundo de la
fama, ahora le llega el turno a la versión romántica y cínica
del asunto. Con Julia Roberts haciendo casi de sí misma y Hugh
Grant comportándose como un desconocido que logra conquistarla,
Notting Hill parece demostrar que no hay que quejarse tanto por el precio
de la fama. Y de paso, hace realidad aunque sea por dos horas
el sueño de más de uno: enamorar a Julia Roberts y ser como
Hugh Grant. O viceversa.
Por
DOLORES GRAñA
Hace
tiempo que el planteo chico conoce chica no desata demasiado
interés. Básicamente, porque casi nadie se lo cree. Sin
embargo, cada tanto aparece una película que consigue redefinir
ese conoce y recuperar sin avergonzarse la inocencia necesaria
para disfrutar una comedia romántica. En 1989, Cuando Harry conoció
a Sally demostró que es posible que la chica no esté interesada
en el chico, que luego lo deteste y que recién después se
enamore de él. Nueve años después, La boda de mi
mejor amigo le dio una vuelta de tuerca al asunto, consiguiendo que la
chica sea la otra, la que pierde la batalla por el amor
de su vida y descubre que, en esta época, lo único importante
son los amigos. Las dos películas reinventaron la noción
de amor detrás de las comedias románticas. Las dos lo hicieron,
además, contrariando todas y cada una de las reglas (muy estrictas,
por otra parte) que rigen el único género que Hollywood
sigue intentando perfeccionar. En el medio, en una especie de sandwich
temporal, apareció la versión insular de lo que podría
llamarse la nueva comedia romántica: Cuatro bodas y un funeral
aportó el grupo de amigos del protagonista, una especie de coro
griego repleto de idiosincrasias rocambolescas y comentarios ácidos,
que venían a sumar algo tan inédito al género como
la tragedia. Hasta entonces, nadie se moría en una comedia romántica.
En cada una de las tres películas se formó un dúo
dinámico entre guionista y director que, como buen milagro, nunca
se dignó a otorgar una segunda comprobación: Nora Ephron
y Rob Reiner, Ronald Bass y P. J. Hogan, Richard Curtis y Mike Newell.
Quizás por eso, el estreno de una comedia de alguna de las partes
involucradas es esperado con la devoción del que sabe que las expectativas
serán defraudadas. Así, la nueva película escrita
por Richard Curtis es pérfidamente anunciada como una nueva entrega
de los creadores de Cuatro bodas y un funeral. Y allá
van, en tropel, los volubles fanáticos del género. Pero
la ausencia de Mike Newell es tan palpable como lo es la de Reiner en
cualquier comedia de Nora Ephron. Sin embargo, Notting Hill es infinitamente
superior a su predecesora en ambición y astucia, aunque Cuatro
bodas sea infinitamente más perfecta en su sencillez.
Mejor empezar por el principio: William Thacker (Hugh Grant) es dueño
de una librería turística en medio del barrio londinense
al que hace referencia el título. William tiene un inquilino llamado
Skip (Rhys Ifans, la nueva pesadilla de los actores protagónicos),
un galés afecto a romper varios récords de mugre e impropiedad,
con quien comparte la casa desde que su esposa lo dejó por un clon
insular de Harrison Ford. Entonces aparece Anna Scott (Julia Roberts en
una de sus actuaciones más perfectas), la actriz más famosa
del mundo. Y, aquí, la verdadera cuestión: ¿cuáles
son las probabilidades de que este par de almas gemelas se conozca? Tantas
como que Anna esté sola, de shopping por el barrio y buscando un
libro sobre Turquía. Obviamente, eso es lo que pasa: él
es demasiado respetuoso para decirle que sabe perfectamente quién
es; ella, demasiado ególatra como para no intrigarse ante semejante
comportamiento. El segundo encuentro ocurre un rato más tarde,
cuando William despliega su proverbial torpeza volcándole encima
un jugo de naranja, tras lo cual le ofrece su humilde morada para cambiarse.
Ella decide aceptar la invitación. Después de cambiarse,
se despide con un beso que deja a William tan embobado como sorprendido.
Sabe que nunca la volverá a ver. Pero en eso, como en todo, se
equivoca: hay una chica común detrás de Anna Scott, pero
no es fácil de encontrar.
Julia
Roberts haciendo de estrella de cine da como resultado algo muy similar
a Julia Roberts; y Hugh Grant haciendo de Hugh Grant se acerca bastante
a la idea que tiene el gran público de un fracasado. La pregunta
que toda gran comedia romántica debe hacerse (¿Esto
podría pasarle a alguien?) y la respuesta buscada (Si
les pasó a ellos, ¿por qué no a usted?) consiguen
fundirse en una misma: todos los seguidores del género fantasean
en algún momento con conquistar a uno de los protagonistas. Ergo,
la comedia romántica ideal sería una comedia romántica
sobre un espectador consiguiendo lo imposible. Hay que sacarse el sombrero
ante la capacidad que tiene Curtis para poner el dedo en el mortecino
pulso del espectador cinematográfico. Funciona. Y cómo.
El mayor encanto de Notting Hill está en su maquiavélica
forma de poner en escena todas nuestras convicciones sobre la fama, para
manipularlas con gran astucia en contra nuestro y a favor de la historia.
Las imágenes de Julia Roberts en diferentes premières reales
dan cuenta de la persecución mediática y voluntaria a la
que se somete Anna Scott. Unos minutos después, miles de papparazzi
acechan la casa de William para sacarle una foto, violar su derecho a
la privacidad y quizás separarlos para siempre: la crítica
a la sobreexposición voluntaria se convierte en un gesto compasivo
con la misma estrella que minutos antes parecía merecérsela.
El mundo de Anna Scott es tan solitario, demandante y absurdo como se
puede imaginar. A William le toca la parte más difícil (y
las escenas con seguro destino de clásico). Y Notting Hill demuestra
que la fama existe y que sus consecuencias son palpables. Que al
revés de lo que planteaba Nace una estrella sí puede
dar calor por las noches, y muchas cosas aún mejores, como un Oscar.
Que Julia Roberts es el rol más complejo y fascinante jamás
interpretado por Julia Roberts. Que Hugh Grant no es uno de nosotros
pero, al igual que su personaje, la mayor parte del público necesita
un poco de Frank Capra en sus vidas. Y que incluso una nueva comedia romántica
puede violar sus propias reglas y regenerarse con tal de proveer el final
feliz.
En este fenómeno inexplicable reside la perfección del género
más esquizofrénico de todos: revelar el truco sabiendo que
el público se empeñará en no verlo. Y está
bien. Después de todo, como decía una pésima película
de Andrew Bergman, It Could Happen To You. Puede pasarle a cualquiera.
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