Se
define como una artista multimedia. Sus performances consisten en diferentes
operaciones de cirugía (la próxima será implantarse en Japón �la nariz
más grande que resista anatómica-mente mi cara�) que se filman y se
transmiten vía satélite. Cuando muera, quiere que la pongan en un museo,
no en un cementerio. Enfatiza que lo suyo no es masoquismo sino un discurso
radical que cuestiona los cánones de belleza convencionales, en una
era de compulsivas cirugías cosméticas, clonación y manipulación genética.
Para inaugurar su muestra de video e imágenes en la Alianza Francesa,
Orlan se presentará en vivo y en directo el 6 de agosto, con una conferencia
y un debate posterior abierto al público.
Por
María Moreno
Sea o no producto de su decisión, es imposible escuchar la sonoridad
de la palabra Orlan sin pensar en Orlando, ese personaje de Virginia
Woolf que atravesaba los sexos, las razas y los tiempos por obra y gracia
de la quirúrgica imaginaria de la literatura. Es como si hubiera necesitado
quitar el �do� del nombre para borrar el signo masculino. Es que Orlan,
autodefinida como artista multimedia y pluridisciplinaria, desea funcionar
como algo neutro: una patente en la que invierte su propio cuerpo merced
a una sucesión de transformaciones realizadas a través de la cirugía
estética. Pero también convirtiendo el quirófano en un espacio de arte
multimedia, que es cuidadosamente registrado y difundido en el ciberespacio.
No es la búsqueda de la belleza lo que orienta a Orlan: ya sea agregándose
una suerte de prótesis sobre la frente, haciéndose realizar la nariz
de Diana, la boca de Europa, la barbilla de Venus y la frente de Mona
Lisa (o, como planea ahora, injertarse en Japón una nariz digna de Cyrano:
�la nariz más grande que acepte técnicamente mi anatomía y que sea éticamente
aceptable para un cirujano de ese país�), lo que persigue Orlan es una
compleja intervención cultural que excede los límites del arte. Llamada
fácilmente freak, es precisamente lo contrario.
LA
ANTI-FREAK
Los freaks de principio de siglo eran productos resignados de la naturaleza.
Su difusión tenía lugar en el módico espacio de comunicación del circo,
digitada por dueños que los sometían a la condición de esclavos y por
médicos manipuladores con toda la capacidad de decisión sobre intervenir
esos cuerpos donde la naturaleza había inventado sin saberlo. Orlan,
en cambio, transforma su naturaleza, considerada normal, de acuerdo
con sus propias investigaciones estéticas. Es dueña de sus producciones
y los médicos son partenaires a quienes ella llega a integrar en sus
performances vestidos por diseñadores como Paco Rabanne, Frank Sorbier
o Issey Miyake, a menudo acompañados por un intérprete de lenguaje para
sordos, para recordar que todos tenemos, en determinados momentos, dificultad
para escuchar y para �introducir el lenguaje del cuerpo en el teatro
operatorio�. El desafío de Orlan es decir que el cuerpo no pertenece
a la biología, ni a la religión ni al Estado. Por eso, precisamente,
ella ha donado el suyo al gran Cucai virtual del Arte. Antes de comenzar
su saga de operaciones quirúrgicas, Orlan (nacida en Saint-Etienne en
1947) hizo algunas performances que incluían medir calles e instituciones
con telas de su ajuar, pintadas con el esperma de artistas y comerciantes
de arte. En una titulada Estudio documentario: la cabeza de Medusa,
un espejo de aumento mostraba su vello púbico (cuya mitad estaba pintada
de azul) mientras que los monitores registraban las cabezas de los que
miraban y de los que huían: Orlan estaba con la menstruación. A la salida
se entregaba el texto Cabeza de Medusa de Freud, con las célebres palabras
�ante la vista de la vulva, el mismo diablo huye�. También trabajó sobre
la iconografía judeorreligiosa (en La reencarnación de Santa Orlan)
y exploró la mitología hindú (con Imágenes-nuevas imágenes). Según la
artista, cada operación la lleva a una nueva época, a una nueva mitología
y a un nuevo artilugio quirúrgico. Se dice que Orlan es masoquista.
En todo caso, no lo es más que quienes aman apretarse los forúnculos
antes que maduren, o gozan demasiado pasándose el hilo dental. Por otra
parte, en el masoquismo el eje es el juego dominador/dominado, y no
el dolor físico (cuyas fronteras, por otra parte, se rozan con las del
placer). El dolor no es para Orlan una fuente de goce sino una contrariedad
en la producción. Quizá sea también una investigación paralela sobre
la separación entre dolor físico y psíquico, que tan bien exploró su
bien leído Freud (ayudada por las técnicas del yoga y sofisticados analgésicos).
O quizás experimente lo que muchas mujeres durante el parto: una transformación
radical de la noción de dolor mediante el trabajo en pro de un �fruto�
o �producto�. En una ocasión Orlan anunció, en calidad de conferencista:
�Durante mi intervención usted verá un video sin sonido. Este video
corresponde a las imágenes no editadas de mi séptima operación quirúrgica,
que tuvo lugar en Nueva York el 21 de noviembre de 1993. Fueron retransmitidas
por satélite a varios puntos del mundo. Se me podía ver y hacer preguntas
en directo. Al final de la intervención, se difunden las imágenes de
mis operaciones precedentes, bajo la forma de un video de siete minutos
que realicé para la Bienal de Sydney, y la de Arte Contemporáneo de
Lyon. Unas palabras más sobre esas imágenes, que ustedes probablemente
verán con incomodidad: lamento tener que hacerlos sufrir, pero sepan
que yo no sufro �a diferencia de ustedes� cuando miro esas imágenes�.
La lección de Orlan parece ser la siguiente: el sufrimiento de los artistas
ha alimentado el goce sádico de los públicos de todos los tiempos (cuerpos
deformados por la sífilis, deshechos por la droga dura, corroídos por
el ajenjo, acabados por las bajas pasiones). El suicidio, el no reconocimiento
en vida y la muerte precoz cotizan alto. Orlan, en cambio, vivita y
coleando, y como en venganza, lejos de ser una masoquista, hace sufrir
a su público artísticamente.
LOS
VIA CRUCIS DEL CUERPO
Orlan es una mujer sana. Sus obras no pueden ser fácilmente asociadas
por los kleinianos prêt-à-porter como productos de la �reparación�,
a diferencia del arte de la prótesis desarrollado por Abraham Cruzvillegas
a partir de la distrofia muscular de su padre, o la serie testimonial
de Nazaret Pacheco, que ilustra la reconstrucción de su cuerpo (atacado
por malformaciones congénitas) a la manera de un diario gráfico que
incluye pernos, mapas de operaciones, grapas y modeladores de huesos
exhibidos en cajas de las que los naturalistas utilizan para guardar
mariposas. O la saga testimonial del cáncer de Hannah Wilke en su muestra
Intra Venus que, según una nota publicada por Bill Jones en el número
9 de la revista Poliester, consistía en 13 fotografías gigantes, autorretratos
de la artista agonizante que incluyen cabello auténtico perdido a lo
largo de sucesivos tratamientos de quimioterapia y desechos quirúrgicos
encerrados en una jaula. Y sin duda Orlan se diferencia totalmente en
su proyecto de las fotografías de cirugía mayor realizadas por Max Aguilera
Hellweg, quien aparentemente sólo ha descubierto una belleza archimboldesca
y baconiana en un campo sagrado por la asepsia, donde delicados instrumentos
de finísima precisión tratan de diferir la muerte. Los norteamericanos
tienen la compulsión de la clasificación, incluyendo la de las especies
más exóticas (como los deseosos de participar de un club que consiga
partenaires gerontes, para cambiarles los pañales, o los que juntan
cabello del mismo color y perteneciente a la misma raza). En el mismo
número de la revista Poliester, en un artículo titulado �Enfermedad
mental y arte corporal�, de Kurt Hollander, un grupo de especialistas
ha encontrado una nueva clasificación psicopatológica: el Desorden Dismórfico
Corporal. Hollander lo define así: �Se caracteriza por una preocupación
por supuestos defectos de la propia apariencia física, especialmente
en las partes más sensibles (es decir ojos, nariz, labios, piel, genitales)
o las más valoradas culturalmente (cabellos, uñas, pechos). Aunque la
imagen propia que tenemos todos es inevitablemente peculiar y aunque
nadie está completamente satisfecho con su aspecto, hay algunos que
llegan más lejos�. ¿Es posible que cierta tendencia crítica norteamericana
�un buen ejemplo es el feminismo que homologa pornografía a violencia
contra la mujer y violencia lisa y llana� iguale a los practicantes
compulsivos de cirugía estética, a las víctimas de la tricotilomanía
(arrancarse los pelos sin parar) y a los artistas que realizan operaciones
sobre las alternativas del cuerpo dándoles un sentido estético-político,
como Orlan? Danny Tisdale blanquea, a través de fotografías de afroamericanos
famosos como el actor Paul Robeson los rasgos étnicos: azulea los ojos,
afina narices, les plancha las motas, utilizando apenas un programa
de computación. Anthony Aziz y Sammy Cucher fotografían cuerpos trabajados
en el gimnasio de hombres y mujeres, en donde los genitales se encuentran
tan ausentes como en las muñecas permitidas a las niñas de los años
�50 (al menos ésas tenían en el medio una eufemística hendidura). Orlan
eludió la política de minorías �ella es blanca, europea, rubia, aunque
no de raíz�, tomando como modelo obras de artistas mayores, y no sujetos
vivos. Cuando, mediante diversas intervenciones, hizo de sí misma un
Frankenstein con la barbilla de Venus, los ojos de Psique, la nariz
de Diana, la boca de Europa y la frente de Mona Lisa, quería demostrar
que un conjunto de rasgos considerados patrones estéticos dan por resultado
un producto extraño. Y que no existe la belleza ideal. La pregunta idiota
es si se trata de arte político-crítico o simplemente pone en escena
la posibilidad de que la tecnología y la ciencia al servicio de unos
pocos (y no las prácticas de los movimientos de minorías) negocien las
diferencias en ese delicado borde que va del derecho a la integración
y la no renuncia a la propia identidad. La otra pregunta idiota, pero
más ambiciosa, es: ¿qué diferencia hay entre estos productos estéticos
y las ofertas del shopping de cosmética de reparación socio-racial-sexual
de Colors de Benetton (pelucas para pubis, descircuncidadores instantáneos,
redondeadores de ojos, planchadores de motas)? Si la respuesta es ninguna,
la contrarrespuesta puede ser: ¿Y qué? Quizá la pregunta sobre las fronteras
entre lo que tiene o no valor estético parece obsoleta hoy. Suena como
ese poema de Néstor Perlongher que decía �¿Dime, Delia, qué es el arte?�.
SANGRE
DE ARTISTA
La primera intervención de Orlan fue en 1977, dentro del Simposio de
Performances de Lyon, del que era fundadora. En ese caso fue casual
(aunque llevó su cámara). Pero seguramente entonces advirtió, con la
sensibilidad propia de una artista, la espectacularidad latente del
quirófano: su ambiente, mezcla de escenografía para un sacrificio ritual
y de ópera de coreografía meticulosamente ajustada. Luego, en su sucesión
de mutaciones, invirtió el protocolo de las obsesionadas por mantener
su belleza sin confesar cirugía: en lugar de negar la intervención y
exhibir el resultado como producto de una juventud natural, mantenida
por cosméticas blandas, transmitió la operación por satélite, anunciando
que cada trabajo realizado sobre su cuerpo era algo así como una investigación
antropológica, un cuestionamiento de los cánones de belleza dominantes
y una manera de negar su arte carnal �como heredero de la tradición
cristiana contra la cual una se encuentra luchando�. Según sus propias
palabras: �Basé una de mis operaciones en un texto de Antonin Artaud
en el cual él soñó con un cuerpo sin órganos. El texto cita nombres
de poetas de su época y luego calcula cuántas veces esos poetas tuvieron
que defecar y orinar, cuántas horas tuvieron que dormir, cuánto tiempo
insumieron en comer o lavarse. Artaud concluye que es completamente
desproporcionado el tiempo insumido en esas actividades en comparación
con sus pobres cincuenta páginas de producción mágica (así denomina
al acto creativo)�. De este modo niega Orlan la simple asociación cuerpo-sexo,
y da un sentido a la abyección, al desecho (aunque de un modo un tanto
estetizante, ya que ella se ocupa de esa zona más prestigiada: la sangre).
En un texto inolvidable (El dolor), Marguerite Duras describe las deposiciones
de Robert Antelme, rescatado semivivo por François Mitterrand de un
moridero de Dachau. No se trata de mierda: su olor, su color, su consistencia
son inhumanos. La ciencia no tiene nada que hacer allí; es preciso alimentar
al sobreviviente con cuentagotas, el estómago podría rasgarse. Sólo
la boca del moribundo no cesa de moverse, en una loca narrativa donde
detalla todos los sucesos vividos, da nombres y repite, por si se tratara
de su último instante de vida. Duras describe como un entomólogo la
evolución de �eso� que suelta el cuerpo de Antelme hasta alcanzar el
status de mierda humana y cómo recién entonces el ex condenado está
en situación de producir esas cincuenta páginas que Artaud denominaría
quizás, en este caso menos irónicamente, �mágicas�.
Ese texto recuerda algunas politizaciones del cuerpo que hace Orlan.
Entre los antecedentes lejanísimos de la artista podría citarse a la
monja Benedetta Carlini de Vellano, abadesa de las teatinas de Pescia,
quien realizó una performance mística mediante un anillo pintado con
azafrán que, según su pretensión, certificaba su casamiento con Cristo:
al no contar con la cirugía moderna, aprovechándose de la oscuridad
y de la credulidad de una de sus discípulas, montó una operación en
donde Cristo le extrajo el corazón, reemplazándolo por otro claveteado
por tres flechas y adornado por una banda rosa. Sin contar tampoco con
los cirujanos �y menos que menos con el aval de la Iglesia�, para optar
por el cambio de sexo, Benedetta hizo el amor con algunas compañeras
bajo la personalidad de diversos ángeles llamados ora Splenditelo, ora
Fiorito, ora Tesaurielo, seres que manifestaban un deseo imperativo
y enunciado en nombre de Dios y a través de los cuales Benedetta hablaba
con voz de hombre. Estas experiencias tuvieron una difusión enorme en
relación con la precariedad de la época en materia de comunicación.
Otro antecedente de Orlan podría ser Lasthénie de Ferjol, un personaje
de Barbey d�Aurevilly. El cuento dice que vivía en un castillo de Forez,
lejos del mundo. Era casta y silenciosa. Pero ni los cuidados de su
madre ni los de su sirvienta Agatha lograron protegerla de las astucias
del deseo. Lasthénie era sonámbula. Una noche salió del castillo caminando
dormida. Un sacerdote la sedujo, le hizo un hijo que murió al nacer.
Lasthénie no recordaba nada. Su madre no la creía inocente. Eso la enfermaba.
¿Cuál era su enfermedad?, se pregunta el autor. Su pureza, la injusticia
de la que no tenía prueba alguna, se contesta. Lasthénie se recluyó
en sus habitaciones. Poco a poco su expresión fue la de una loca, sus
ojos extraviados adquirieron el color de las hojas de los sauces. Dejó
de comer, de hacer sus abluciones. Sin darse cuenta comenzó a permanecer
todo el día encorvada como el niño que había muerto. Habría que corregir
un poco a Barbey d�Aurevilly: Lasthénie de Ferjol no se sentía abrumada
sino que era una performing artist sin medios, precursora de Orlan.
Un día la encontraron muerta. Su madre, la baronesa de Ferjol, abrió
el corpiño de la muerta con la esperanza de escuchar todavía los latidos
de su corazón: encontró sangre, y 18 alfileres clavados en armónica
forma. Hoy, artistas anónimas (por lo general con un oficio relacionado
con los hospitales) se sangran metódicamente en secreto para engañar
con anemias perniciosas y otras enfermedades, sobre cuyas causas naufragan
los diagnósticos de cualquier eminencia a la que desafían enrostrándoles
su ignorancia. Orlan está interesada por la sangre, pero no sólo por
su sentido en el universo judeo-cristiano sino por su capacidad de metáfora
de la comunicación, a la manera de una red cibernética conectiva (al
igual que la hematología geográfica, la ciencia que estudia las relaciones
de la geografía con la sangre). Tal vez Orlan ignore sus contactos estéticos
con el kitsch peronista. En 1952 el doctor Pedro Ara hizo de Eva Perón
un cadáver momificado, órgano por órgano, cuyo destino sería ser exhibido
para siempre y para la devoción popular tal cual era, en un gran monumento.
Pero
la performance política se radicalizó hasta tal punto que una embalsamada
se dedicó a viajar por el mundo en féretros cerrados. Lo sepa o no,
Orlan ha dicho: �Luego de mi muerte, mi cuerpo no será entregado a la
ciencia sino puesto en un museo. Será momificado y/o modelado en resina.
Será la pieza maestra de una instalación con un video interactivo. Cuando
las operaciones terminen, voy a pedir a una agencia de publicidad que
me proponga un nombre y un logotipo, basados en un brief mío. Luego
voy a contratar a un abogado, que pedirá al fiscal de Estado que me
otorgue una nueva identidad con mi nueva cara�. Cabe preguntarse si
�cuando las operaciones terminen� alude al momento en que la muerte
biológica de Orlan decida cuál fue la última intervención quirúrgica.
¿Un clon de Orlan nos permitiría ver, por fin, el original? ¿Hipernegación
de la muerte, o soberanía genial del miembro más futuro de la familia
radical chic del arte, que incluye a Dalí hibernado y a Timothy Leary
viajando en cohete por ese cielo donde sólo se creía que estaba Lucy
con sus diamantes?
LOS
PEROS DE ORLAN
Orlan es una viajera trans-aparencial: sólo es posible ser otro por
partes, a través de sucesivas mutaciones-intervenciones. Orlan dice
demoler los patrones de belleza modernos, pero su apariencia, aun con
toda clase de renovados implantes, es la de una mujer bella que aparenta
menos edad de la que tiene (52 años). Si bien resulta absurdo suponer
que, al exponer el interior de su cuerpo, lo expone todo, cabe sospechar
que existen en Orlan otras operaciones de sesgo no artístico: vulgares
liftings, lipoaspiraciones, implantes de siliconas, hormonas destinadas
a contrarrestar la menopausia, sin otra función que retrasar la vejez
y conservar la belleza. ¿O no lo hace? ¿Es realmente tan radical? En
caso de que sí se haya hecho esas operaciones comunes, la mutación constante
difuminaría esa batalla vulgar contra el tiempo que provee la común
cirugía estética moderna. Y equivaldría al gesto con que Andy Warhol
quiso ganarle de mano a la vejez utilizando de antemano una peluca blanca.
Por otra parte, cuando Orlan declara �al contrario de los deseos transexuales,
no deseo tener una identidad definida y definitiva; estoy a favor de
identidades nómades, múltiples, móviles y mutantes�, está equivocada:
los transexuales posmodernos,
sobre todo los alineados dentro de la crítica queer, no se definen como
viajeros de un sexo a otro sino como eternos beduinos en el desierto
de la identidad. La próxima operación que Orlan planea es la de hacerse
realizar una nariz lo más grande posible de acuerdo con la pericia técnica
de los japoneses y con la proporción de su cuerpo. ¿Habrá leído Orlan
el Pinocho de Collodi? La muestra de videos y fotos de Orlan en la Alianza
Francesa (Córdoba 946) se inaugura el jueves 5 de agosto a las siete
de la tarde. El viernes 6 a la misma hora dará una conferencia (con
traducción simultánea) y participará en un debate con Roberto Jacoby,
María Moreno, Gabriel Catren y Corinne Sacca-Abadi. La muestra permanecerá
hasta el 10 de setiembre.