|
La
retrospectiva de Imamura en la Lugones
El
pudor del
pornógrafo
Si
hay un cine que rompa con la imagen oficial del Japón, hecha de arreglos
florales y ceremonias del té, es el de Shohei Imamura, poblado de prostitutas,
mercaderes y familias disfuncionales. Ganador de dos Palmas de Oro en
Cannes (en 1983 por La balada de Narayama y en el �97 por La anguila),
a partir del martes podrá verse, en la sala Lugones, su obra casi completa.
Incluido el preestreno de Kanzo Sensei, considerada su última obra maestra.
Por
HORACIO BERNADES
Así
como el 98 fue en Argentina el año del cine iraní, éste parece ser el
del cine japonés. En ese sentido Buenos Aires no hace más que sumarse
a la ola nipona que barre las más importantes capitales del mundo. Primero
fue la magistral Flores de fuego, de Takeshi Kitano, hace sólo un par
de semanas le tocó el turno a Hirokazu Kore-Eda, con After Life, la vida
después de la muerte. Ahora, llega la hora de redescubrir a uno de los
grandes nombres del cine de ojos rasgados: Shohei Imamura, que el mes
próximo cumple 73 años y cuya obra se extiende a lo largo de cuatro décadas.
A mediados de los 80, Imamura había desembarcado en Buenos Aires con su
primera Palma de Oro obtenida en Cannes, La balada de Narayama, y el año
pasado pudo conocerse su segunda Palma, La anguila. A partir del martes
próximo, el Teatro San Martín y la Fundación Cinemateca Argentina presentarán
en la sala Lugones, durante dos semanas y con la colaboración de la embajada
del Japón, la más amplia retrospectiva que se le haya dedicado en el país
a este nombre esencial del cine nipón de posguerra. Con el adecuadísimo
título de Shohei Imamura: La ley del deseo, se verán allí trece de sus
dieciséis películas de ficción. Un arco que se abre allá por fines de
los años 50 y se cierra, por ahora, con la que el propio realizador considera
su testamento fílmico: Kanzo Sensei. También llamada Dr. Akagi, Kanzo
Sensei se presentó el año pasado en Cannes, está considerada su más reciente
obra maestra y se verá en la Lugones unos días antes de su estreno oficial
en Argentina.
POR LO BAJO
Antes de la aparición de Imamura a fines de los años 50, el cine nipón
aparecía como un territorio férreamente loteado. Había un especialista
en jidai-geki o relatos de época, protagonizadas sobre todo por samurais
(Kurosawa), un especialista en melodramas de mujeres sufridas (Kenji Mizoguchi)
y un especialista en retratar familias de clase media (Yasujiro Ozu).
Tres de los más grandes nombres de la historia del cine, pero que imprimían
en celuloide la imagen del Japón que el Japón oficial prefiere ver: un
pasado de bravos guerreros y mujeres aguantando en silencio (Kurosawa
y Mizoguchi), un presente de familias sentadas sobre el tatami para la
ceremonia del té (Ozu). �Lo que me interesa es la relación que existe
entre la parte baja del cuerpo humano y la parte baja de la sociedad�,
confesó alguna vez Imamura. Lejos del estereotipo que asocia lo japonés
con lo ritual, el pudor y la más delicada discreción, las películas de
Imamura suelen ser vitales y caóticas, animadas siempre por los más bajos
instintos y pobladas por una vasta galería de ladrones, mercaderes, criminales
y prostitutas. Según el propio Imamura, sus personajes son �fuertes, ambiciosos,
con sentido del humor y tramposos, disipados y virtuosos al mismo tiempo�.
�Imamura no tiene tiempo para arreglos florales y ceremonias del té�,
apuntó certeramente el crítico Robert Fulford. En exacta oposición a sus
mayores, este cineasta que se define a sí mismo ora como �un antropólogo�,
ora como �un libertino�, mostrará asesinos en lugar de guerreros, mujeres
bravas y decididas, nunca sumisas, y familias disfuncionales, en más de
un caso incestuosas.
JAPON
ES BARBARO
En El profundo deseo de los dioses (filmada en 1968; se proyecta el lunes
9 en la Lugones), un ingeniero viaja desde Tokio a una isla habitada por
los miembros de una comunidad primitiva, que están convencidos de ser
�la raza madre� que dio origen a todo Japón. Tomando al forastero por
un dios, le ofrendan una de sus hijas, que desciende de dos generaciones
de incestos. Imamura no se priva de insinuar paralelismos entre esa sociedad
atrasada y brutal y la nuestra. Primera película en colores del realizador
y considerada �la� obra maestra del realizador por los Cahiers du Cinéma,
El profundo deseo de los dioses es para el cineasta y crítico Bertrand
Tavernier una de las tres mejores películas japonesas de todos los tiempos.
Y su colega Jonathan Demme (el director de El silencio de los inocentes)
no deja de incluirla en su lista de las diez mejores de la historia. El
barbarismo reaparece en la conocida La balada de Narayama (1983; jueves
5), que hace pie en una comunidad montañosa y cerrada sobre sí misma.
Allí, las familias conviven con los animales, y a veces copulan con ellos.
Como se trata de una sociedad muy pobre, a los recién nacidos les caben
dos destinos: si son niñas, las venden; si son varones, los matan. �¡Es
la última vez que tiras el bebé en mi arrozal!�, le reclama un vecino
a otro. La tradición del lugar indica que, al llegar a los setenta años,
los ancianos deben ser sometidos a una forma de eutanasia social, que
consiste en esperar la muerte en las heladas cumbres del Narayama. A uno
de los viejitos, su hijo lo tiene encadenado porque se portó mal. Ansiosa
por emprender el viaje final al Narayama, la anciana protagonista resuelve
partirse la dentadura contra una piedra, para que nadie se olvide de que
ya tiene setenta.
ESCENAS
DE LA VIDA ANIMAL
Una de las obsesiones de Imamura es la zoología, como se ocupan de revelar
los títulos de varias de sus películas. Entre los films favoritos de Susan
Sontag, Cerdos y acorazados (1961; el jueves 12 en la Lugones) hace circular,
en paralelo, los dos términos del título. La acción tiene lugar en la
bahía de Yokusaka, por entonces poderoso asentamiento de la marina estadounidense.
La quirúrgica mirada de Imamura hace allí una incisión sobre tres grupos
sociales: los marineros yanquis, los hombres locales (todos miembros de
la yakuza o mafia japonesa, dedicados a la trata de blancas y el mercado
negro) y las jóvenes, cuyo único medio de supervivencia es prostituirse,
al servicio de los marineros mascachicle. Típica mujer-Imamura, la heroína
se rebela contra ese destino. Típico hombre-Imamura, el protagonista masculino
no sigue sus pasos. Todo termina con una estampida de cerdos que arrasan
la calle principal del barrio rojo, en un mini-apocalipsis que está considerado
uno de los momentos más deslumbrantes del realizador. Elegida mejor película
del año por el Village Voice, el crítico Donald Richie, uno de los mayores
expertos occidentales en cine nipón, consideró que La mujer insecto (1963;
domingo 8) es �el retrato más acabado que haya dado el cine sobre la mujer
japonesa�. Protagonizada por una auténtica ex prostituta, la protagonista
es una campesina que, adelantando la obra entera de Rainer W. Fassbinder,
asciende en la escala social dejando de lado todo escrúpulo y convirtiéndose
primero en puta y finalmente en poderosa propietaria de un burdel. Las
comparaciones con el reino animal abundan, tal como en La balada de Narayama,
llena de bichos de todas las especies. Sobre todo insectos, serpientes
y aves rapaces. Con un sentido de la ironía que suele extenderse a sus
películas, Imamura aseguró a la revista francesa Positif que prefiere
filmar serpientes, �porque son dóciles y fáciles de dirigir�. También
está La anguila, claro (1997; cierra el ciclo de la Lugones el domingo
15), una de las mascotas más enigmáticas que haya dado el cine.
EN FAMILIA
Adelantado de la disfuncionalidad, y en abierto desafío a la cultura tradicional
japonesa, la palabra �familia� y la palabra �perversión� tienden a hacerse
sinónimos en los films de Imamura. En Intenciones de asesinato (1964;
viernes 13 en la Lugones) la protagonista, Sadako, vive en concubinato
con un hombre de un estrato social superior, que la desprecia y le es
infiel, aunque no se priva de servirse de ella cada vez que el cuerpo
se lo pide. La madre, a su vez, no deja de recordarle a Sadako que es
nieta de una cortesana condenada por las leyes sociales. Ante este panorama
y luego de fracasar en algún intento de suicidio, Sadako termina enamorándose
del hombre que la violó, que está totalmente loco pero no puede vivir
sin ella. Para medir el carácter subversivo de esta historia (basada en
un caso real, como muchas otras ficciones de Imamura) conviene recordar
que el destino que la tradición nipona prescribe para la mujer violada
es el suicidio ritual. También basada en un caso de la crónica diaria
y modelo para posteriores films sobre asesinos seriales, La venganza es
mía (1979; martes 10) echa una mirada fría y distanciada sobre el personaje
central, desprovista de todo juicio moral. Sin mayores explicaciones y
sin atenerse a un patrón preciso, a lo largo de 78 días, Iwao Enokizu
(encarnado por el actor Ken Ogata, que más tarde sería Mishima en la película
homónima de Paul Schrader) va sembrando su paso de cadáveres, sin el menor
signo de arrepentimiento. En lo que podría servir o no como justificación
de sus actos, Imamura se ocupa de dejar sentado que la mujer del asesino
lo engaña con su padre, para más datos católico practicante.
PORNOGRAFOS Y MORFINOMANOS
Frente
a estas disfuncionalidades en el seno de la estructura familiar, en varios
de sus films Imamura construye para los personajes clanes familiares electivos,
que funcionan como alternativa al modelo tradicional y están siempre integrados
por marginales, proscriptos y desclasados, a quienes el realizador observa
con inocultable simpatía. Empezando por la increíble Deseo infinito (1958;
viernes 6), película en la que adopta por primera vez el formato de Cinemascope,
que ya prácticamente no abandonaría y que le permite hacer entrar en cuadro
sus abigarrados paisajes humanos. En Deseo infinito, al cumplirse diez
años de la capitulación imperial frente a los aliados, un grupo de cinco
personas se reúne en un sótano, que durante la guerra sirvió como refugio
nuclear. Una feroz mujer, un miembro de la yakuza y un estudiante secundario,
entre otros, se proponen desenterrar un tesoro, que no es otro que un
paquete conteniendo morfina. En El pornógrafo (1966), que lleva como subtítulo
Introducción a la antropología y se verá el sábado 14, el �jefe de familia�
es un realizador de cine porno. A su alrededor se nuclean su hijo adoptivo
�un chantajista�, su hija adoptiva �una seductora que trabaja para la
censura oficial� y una viuda, que está convencida de que un pez carpa
es el espíritu reencarnado de su marido. Pescar carpas es el único consuelo
para la familia protagónica de la terrible Lluvia negra (1989; miércoles
4), que hace eje en las secuelas de la bomba de Hiroshima y es sin duda
una de sus pocas películas que no hacen lugar al sentido del humor. Ubicada
en el período Edo de finales del siglo XIX, Eijanaika (1981, miércoles
11) es, por su parte, el único jidai-geki o film de época que ha filmado
Imamura. Pero uno totalmente atípico. Los héroes no son guerreros, sino
chicas que trabajan en una feria de atracciones y jóvenes desharrapados
obligados a desempeñarse como mercenarios a sueldo de los grandes señores.
Juntos, llevarán adelante un anárquico intento de rebelión popular, derribando
palacios y piyando frente a los soldados. Al tiempo que gritan: ¡Eijanaika!
(traducción: �¿Qué carajo importa?�).
ULTIMAS
IMAGENES DE IMAMURA
En sus películas más recientes, Imamura continúa
con su discurso sobre los grupos alternos, ahora haciendo menos hincapié
en la negrura y con una mirada más relajada y optimista. Claro que La
anguila comienza con un asesinato brutal, con la sangre salpicando la
lente de la cámara, y que el protagonista de Kanzo Sensei (1998; abre
el ciclo el martes 3) es un médico que parece estar totalmente loco. Ambientada
en los últimos días de la Segunda Guerra y basada en una novela de Ango
Sakaguchi (autor del desesperanzado y terminal Tratado de la decadencia,
que inspiró a toda una generación de escépticos japoneses de posguerra),
el doctor Akagi no se cansa de diagnosticar hepatitis en todos sus pacientes.
De allí su apelativo, Kanzo Sensei, que quiere decir �Doctor Hígado�.
Corriendo como un desenfrenado de un paciente a otro, el Kanzo Sensei
se revelará como un visionario, presidiendo una nueva familia de descastados
que integran un monje disoluto, la hija de una prostituta, un soldado
holandés herido en combate y un cirujano morfinómano. Luego de intentar
cazar una ballena como prueba de amor, Akagi y su joven pareja asistirán,
entre horrorizados y extasiados, a la explosión de la bomba de Hiroshima.
Como si quisiera curarse del espanto que él mismo había mostrado en Lluvia
negra, Imamura muestra ese hongo aberrante como si se tratara de una visión
fantástica y surreal, producto tal vez del excesivo consumo de morfina.
Quizás sea esa la última, maravillosa imagen de su cine.
|