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La
trama terrestre
Por
Abelardo Castillo
Al destino, escribe Borges en El hacedor, le
agradan las repeticiones, las variantes, las simetrías.
Según esto, parece razonable que diecinueve siglos después
de morir Cayo Julio César acuchillado en el Capitolio, un paisano
de la provincia de Buenos Aires repita, en una inimaginada variante del
latín, pero con la misma tristeza en la entonación, la enormidad
de ver a un entenado suyo entre los que lo apuñalan. Shakespeare
y Quevedo (afirma equivocadamente Borges) le harían decir a César:
Tú también, hijo mío. En realidad, el Julio César
de Shakespeare, al ver a Bruto entre los conjurados, sólo exclamó:
Et tu, Brute, no lo llamó hijo; Quevedo, amplificando a Suetonio,
le hace decir: ¿Y tú entre éstos? ¿Y tú,
hijo? *
Plutarco dice que no le dijo nada.
Equivocado y todo, Borges inventa a continuación una de las más
espléndidas ternuras de nuestras letras. Escribe: ...diecinueve
siglos después, en el sur de la provincia de Buenos Aires, un gaucho
es agredido por otros gauchos y, al caer, reconoce a un ahijado suyo y
le dice con mansa reconvención y lenta sorpresa (estas palabras
hay que oírlas, no leerlas): ¡Pero, che! Lo matan y no sabe
que muere para que se repita una escena. (Borges, La trama.)
Al destino le gustan las repeticiones. Yo cumplí hasta acá
la decencia elemental de hacer notar que repito una página ajena.
O dos, porque lo que sigue recuerdo haberlo leído en un libro de
Fucik. Su magia anticipa la de Borges, pero duplica la realidad, no la
literatura.
Checoslovaquia había sido invadida. Una trabajadora analfabeta,
sin saber que repetía el más célebre de los epitafios
griegos, pronunció al morir estas últimas palabras: Patrón,
diga a los de afuera que no me lloren ni se dejen aterrorizar por esto.
Hice lo que me ordenaba mi deber de obrera y muero por eso. Lo cuenta
Julius Fucik, en Reportaje al pie del patíbulo, y agrega que la
mujer no podía imaginar que eso ya estaba dicho desde mucho antes.
Estaba dicho desde veinticinco siglos atrás, en el epitafio a los
espartanos muertos en las Termópilas: Peregrino, anuncia a los
lacedemonios que aquí yacemos muertos, como la patria lo ha ordenado.
Y a mí me parece que está bien. Trescientos guerreros espartanos
muertos, pienso yo, merecían un epitafio como esas palabras que
el poeta Simónides de Ceo recordó haber oído, en
el porvenir, en boca de una sirvienta analfabeta.
* Suetonio dice: Algunos escritores refieren que viendo
avanzar contra él a Marco Bruto, le dijo en lengua griega: ¡Tú
también, hijo mío! (Los doce Césares,
LXXXII). Como sea, lo mejor a este respecto lo escribió Bernard
Shaw. César ya había recibido unas veinte puñaladas
y luchaba aún por su vida; entonces vio a su muchacho. Ahí
dijo: ¡Qué! ¿Tú también, Bruto?, y,
harto, se dejó matar.
Este texto pertenece al libro Las palabras y los días, recientemente
reeditado por Seix Barral.
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