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El nuevo disco de Tom Petty

No quiero ser Elvis

Durante casi treinta años de carrera, juntó a Bob Dylan, George Harrison, Jeff Lynne y Roy Orbison para darse el lujo de tocar con ellos en The Travelling Willburys, y grabó más de diez discos con su banda The Heartbreakers. Con el inspirado Echo, su último disco, Tom Petty vuelve a poner a prueba el arte del mínimo esfuerzo que lo llevó a ser un pequeño grande del rock.

Por LAURA ISOLA

Que hace menos de un mes Jay Leno haya invitado a Tom Petty a The Tonight Show With Jay Leno –su típico programa norteamericano que va en vivo a la noche tarde, con un entrevistador gracioso que presenta un número musical, cifras escalofriantes de rating y que no resiste la exportación sino apenas una copia decente a cargo de Pettinato– responde, al menos, a dos causas. La primera es empírica: Echo, su último disco. La segunda, hipotética: parece ser que el cuidadoso arte de sobrevivir y permanecer en el mundo del rock, que Petty ha desarrollado durante más de veinte años, le ha dado resultado. Luego de la presentación del tema “Swingin” con The Heartbreakers, su clásica banda, Tom Petty se acomoda para la charla: Leno lo felicita porque una gran estrella con su nombre ha sido estampada en la vereda del Teatro Chino de Hollywood, Petty agradece y recuerda que solía caminar por ese lugar para pegar chicles en las estrellas de los famosos que no le gustaban. El conductor se sorprende y lo carga: “Ahora vas a tener que fijarte de vez en cuando si hay algún chicle en la tuya”.
Si se mira por el lado de la estrella, es la rúbrica a la trayectoria del cantante y guitarrista signada por un lento y persistente trabajo. Si se mira por el lado del chicle, es posible que también se sienta gratificado, porque eso de no creerse una estrella de rock fue uno de los pilares de su filosofía de la permanencia.
El otro pilar es lo que se puede llamar una economía de los movimientos. En el caso del hombre con cara de perro Goofy, la estrategia no es la renovación musical permanente a la Bowie, ni una rotación incesante de público a lo Neil Young (a quien el excelente video con Pearl Jam lo muestra eternizado en el escenario, dejando las mutaciones para los fans, que van desde los hippies del primer Woodstock hasta los modernísimos ravers). El último pilar, el que cierra el triángulo especulativo acerca de su supervivencia, es el de haber sido un avant garde de la corrección política.

SU ULTIMO ECO
Este año presentó Echo, su nuevo disco, y han pasado casi treinta años desde su primera college-band (los Sundowners) y su irrupción en el escenario musical con disco y grupo llamados The Heartbreakers, en 1976. Más de veinte años de ininterrumpida y pareja producción. Y así es este disco: bueno y parejo. Con el cercano antecedente de su conflictivo divorcio, se podían esperar algunas gotas de negrura. En cambio, no es lo que se dice depresivo sino más bien un optimismo basado en la superación de la adversidad y un reducido pero potente arsenal de pequeñas estrategias de supervivencia, como cuando canta en “Rhino Skin” que “necesitas una piel de rinoceronte si vas a pretender que el mundo no te lastime”. En lo musical poco y nada ha cambiado (lo que es bueno y malo según quién lo mire): las raíces rockeras de la banda siguen intactas, la guitarra de Petty sigue en su lugar, haciendo esas buenas melodías, su voz sigue con su color habitual, aunque por momentos frasea como Dylan, menos nasal y más inteligible.
Verlo moverse y escuchar sus letras son dos acciones que se pueden resumir en una: es un hombre que no gasta más energía que la necesaria, un tipo que parece llegar a destino con la mínima cantidad de esfuerzo, el indispensable. Una poética de lo mínimo y de lo ambiguo forman las letras de sus canciones, y en la buena tradición de Dylan no es afecto a explicar qué quiso decir con tal o cual verso. Las canciones de Tom Petty tienen una cuota de mantra, una repetición lacónica a la que ya tiene acostumbrado a su público. Basta escucharlo en “I Don’t Wanna Fight” repetir hasta el agotamiento “Tengo un agujero en la cabeza / no quiero pelear / no quiero pelear” para entender que sus canciones suenan y resuenan más que significan, y que es difícil, por no decir inútil, despejar el sentido de esos versos.

EL REY DEL CAMINO
Durante los 80, Petty y los Heartbreakers Mike Campbell, Benmont Tench, Howie Epstein grabaron Hard Promises (1981), Long After Dark (1982), Southern Accent (1985), año en el que el rubio de sonrisa plácida perdió los estribos y se rompió la mano pegándole una trompada a una pared. Al año siguiente grabó la canción “Jammin’ Me” para su álbum Let Me Up, en la que, pequeño detalle, comparte autoría con Bob Dylan. El dueto, si ser iconoclasta está permitido en el rock, sale de gira durante el 86 y el 87. De vuelta a casa, llaman a tres amigos más –Jeff Lynne, ex Electric Light Orchestra, George Harrison y Roy Orbison– y forman The Travelling Willburys. Grabaron dos discos: Travelling Willburys (1988) y el segundo y antojadizo Volume Three (1990). Entre ambos, en el 89, con el brillante Full Moon Fever inauguró su único desvío solista. Pero en 1991 volvió con su banda y Into The Great Wide Open. En el 93, editó un disco de grandes éxitos. Y en 1994, Wildflowers, nombre del álbum y del tour, le propiciaron la tapa de la Rolling Stone con el título: “Tom Petty, el rey del camino”.

CORRECTOS ERAN LOS DE ANTES
Cuando la corrección política no estaba de moda ni la mismísima frase resonaba a cada rato, Tom Petty se portaba bien. No sólo en las intervenciones fuera del mundo de la música (como su apoyo a Greenpeace o a los veteranos de guerra) sino en su enfrentamiento con las discográficas, a las que siempre entendió como parte de un negocio que, al menos en Los Angeles, tiene cada vez más público dispuesto a consumir y no siempre tantos productos de consumo. El mejor ejemplo de esta permanente contienda es de 1981, cuando se enfureció y no permitió que el sello MCA aumentara un dólar el precio del disco: “No se los permití porque U$S 9,98 me parecía demasiado dinero por uno de mis discos”.

ELVIS Y YO
El muchacho nacido en Florida, pero angelino de larga data, cultivó un perfil bajo y sobrio a pesar de su popularidad. Algo así como la versión cool de Bruce Springsteen. Conserva su viejo auto y se deja fotografiar llevando un carrito de supermercado. Incluso cuando, a fines de los ochenta, el glamour de ser una pop-star quedó en manos de cualquiera. El video de la canción “Into The Great Wide Open”, en donde se ve a Johnny Depp representando el papel de un aspirante a estrella de rock y a Faye Dunaway como su musa-manager, es la antítesis de la idiosincrasia Petty.
Ni su encuentro prematuro con Elvis, cuando siendo un niño en Florida el Rey fue a filmar Follow That Dream y el pequeño Tom supo que lo que quería en su vida era cantar y tocar la guitarra, ni su amistad con el viejo Bob, a quien venera como a un dios, ni su estrella en el firmamento de los famosos perturban su tranquila existencia. Algunos dirán que Tom Petty tiene ese perfil menor porque es menor. Tal vez sea cierto, sobre todo si se piensa que el rock sólo arrojó un puñado de los verdaderos grandes.