La Fundación
Cartier de París invitó a distintos artistas a contestar gráficamente
la pregunta ¿en qué estado se encuentra hoy el futuro? El ecléctico
resultado pinta un panorama más bien desolador: una suerte de apocalipsis
en donde el denominador común es el vacío en sus más diversas formas.
Por
EDUARDO FEBBRO,
DESDE PARIS
¿En
qué estado se encuentra hoy el futuro? ¿Cómo se lo vislumbra a través
del juego, los sueños, el dibujo, los collages, la exploración del espacio
y las ficciones? A esas dos preguntas verbales les buscó una respuesta
“gráfica” la Fundación Cartier para el Arte Contemporáneo, invitando
a una docena de artistas a presentar obras que engloben la visión de
ese futuro. Pero el enunciado de la muestra es algo más complejo: según
el catálogo, 1 Mundo real quiere interrogarse “sobre la relación dialéctica
e infinitamente rica entre el imaginario y la acción, los territorios
de la conciencia y de su sombra, el presente y el sueño, la experiencia
de lo real y la ficción”. El límite de esta interrogación es el futuro
mítico e inmediato del año 2000. Como señalan los organizadores de la
exposición, “muy pronto, el año 2000 pertenecerá al pasado y ese paso
–del orden del mito al de la realidad– implica una relación nueva con
el tiempo y el espacio. Un cambio radical de nuestra percepción está
emergiendo: la desaparición de un tiempo fechado y significado en aras
de un tiempo invisible e ilimitado”. Invisible e ilimitado: dos conceptos
que salen al paso de quien recorre ese “mundo real” de la Fundación
Cartier. Invisible porque, contrariamente a las representaciones anteriores
del futuro, ésta está vacía: sólo hay formas torturadas, trazos aislados,
volúmenes carentes de significación. Una suerte de apocalipsis del vacío,
perfectamente representado por el montaje de robots realizado por los
arquitectos y escenógrafos neoyorquinos Diller y Scofido. Los juguetes
robots expuestos
son
de los años 50 a los 80, y pertenecen a Rolf Fehlbaun, un coleccionista
que logró recuperar más de 400 a lo largo de los años. Con ellos se
abre la exposición, en la planta baja del edificio, como para señalar
cierta mirada romántica y mecánica del futuro del hombre, aunque Diller
y Scofido terminan por presentar un helado río de máquinas agitadas
por cadencias frenéticas que no hacen sino acentuar la inhumanidad de
esa mecánica. La invitación a “imaginar” a través de uno
de
los temas predilectos de la ciencia ficción –el robot– se torna mecánica:
en lugar de ocupar una función, el robot termina siendo un mero y solitario
personaje que gira eternamente en torno de una maqueta, sin encontrar
jamás una misión, un propósito. La misma visión se desprende de la estructura
imaginada por el artista Boodys Isek Kingelez, en su Proyecto para Kinshasa
del tercer milenio: la soledad, el vacío, la inminente sensación de
la catástrofe, la inestabilidad. El Proyecto para Kinshasa responde
a otro de los temas predilectos de la ciencia ficción: el de las ciudades
utópicas. Kingelez, que dice soñar “con una ciudad maravillosa, un nuevo
núcleo para la humanidad que la rodea”, llevó a cabo una maqueta de
formas extrañas, con edificios monumentales y complejos, llenos de colores
vivos. El Proyecto concentra todos los elementos de esa “ciudad ideal”:
hay un Parlamento, negocios, hospitales, iglesias. Pero, a diferencia
de otras ciudades soñadas, está hecha en cartón, pasta y embalajes diversos,
y no contiene ninguna proyección hacia ese futuro que pretende encarnar.
Está vacío. Mucho más densa es la representación del planeta que ofrece
el artista norteamericano Chris Burden. Densa pero no menos prometedora
de
un
mundo escatológico, su Medusa’s Head es una gigantesca escultura de
5 metros de diámetro en cuyo interior se despliegan caminos y vías que
aspiran a significar “los corredores del juego y del sueño infantil”.
Para el espectador, sin embargo, termina pareciendo un enorme planeta
caótico recorrido por viaductos, redes y túneles tortuosos, una suerte
de “universo Mad Max” en el cual puentes y caminos nacen y mueren en
el vacío. El visitante gira en torno de la esfera como si fuera un cadáver
aspirado y disecado, suspendido de una cadena que, según se oyó decir
a un niño de 12 años que lo recorría, “bien puede representar mi propia
cabeza”. Para el subsuelo de la exposición, Hervé Chandés, curador de
la muestra, eligió a un célebre autor de comics: Moebius. Imposible
no incluir ese género cuando se habla de futuro y de ciencia ficción.
Los 200 dibujos de Moebius son la única pieza de la muestra donde el
futuro parece tener historia y deseos –es decir: proyección hacia adelante
y hacia atrás en el tiempo–, en los voluptuosos trazos se concentran
miles de detalles fragmentarios que hacen explotar de vida a los personajes.
Junto a los dibujos de Moebius puede verse a Pepto Bismo, el solitario
personaje de Panamarenko, que parece buscar el futuro perdido, con sus
hélices pegadas a los hombros. La meta de Panamarenko consiste en fabricar
máquinas de ficción para escapar a las fuerzas de atracción terrestre.
¿Pero adónde podría volar Pepto Bismo si el porvenir carece de proyecciones?
Como era de esperarse, la imagen móvil –video y cine– ocupa la mitad
de la exposición.
Extractos
de 2001 Odisea del Espacio, de Stanley Kubrick, se mezclan con imágenes
de Solaris, de Andrezj Tarkowski, a la vez mezcladas con extractos de
Out of the Present, la película de Andrei Ijica que muestra una estadía
en la estación orbital Mir. Out of the Present cierra perfectamente
la exposición de la Fundación Cartier con sus destellos de un mundo
fuera del presente, fuera del mundo, sin tiempo y sin historia. A imagen
y semejanza de otro proyecto de la exposición, Longitud 38, de Valery
Grancher. Propietario de tres concesiones lunares adquiridas en la Lunar
Embassy (Río Vista, California), Grancher se propone instalar en sus
lotes selenitas, ubicados en las proximidades del cráter de Gassendi,
tres webcams apuntando constantemente hacia el centro de cráter, para
que las cámaras transmitan en tiempo real las imágenes a través de la
red Internet. Imágenes de la luna, inmóviles, sin transcurso, sin futuro.
Solamente lo real: vacío.