cine
Invierno, mala vida
Pura
lana
Este
jueves se estrena Invierno, mala vida, y su director, Gregorio Cramer,
explica cómo hacer una ópera prima protagonizada por Ricardo Bartís
y una oveja dorada en los roles protagónicos.
Por
Pablo Mendívil
Para
Alvaro Alsogaray la solución a los sofocones económicos se conseguía
–mágicamente– siguiendo la consigna hay que pasar el invierno. Como
si el mero transcurso del tiempo trajera aparejadas soluciones para
las estaciones venideras. Pero ¿qué esperanza primaveral pueden tener
aquellas personas que habitan parajes imprecisos del sur del país, lugares
donde las cuatro estaciones se reducen a un invierno eterno? Bajo esas
perspectivas de futuro, cualquier excusa es válida y funciona como llave
maestra hacia la puerta de la salvación, pero claro, toda empresa que
allí se emprenda corre el riesgo de transformarse en un absurdo, y hasta
el simple hecho de transportar una oveja por la Patagonia puede convertirse
en un asunto tan desopilante como serio.
LA
OVEJA DORADA
La primera escena de Invierno, mala vida no deja de tener reminiscencias
cohenianas: inequívoco corredor de un cuarto de hotel con infinitas
puertas, de colores pasteles y mobiliario antiguo, es el prólogo visual
perfecto para el Barton Fink de esta historia, que en este caso se llama
Valdivia (interpretado por Ricardo Bartís), un bohemio más poético que
marginal, que una noche intenta contar ovejas para poder dormir; pero
la tarea se complica porque las ovejas se niegan a saltar el cerco.
Claro, el pasto es igual en todos lados y las ovejas lo saben. Y por
eso no hay nada de especial que las atraiga, del mismo modo que Valdivia
no siente ningún interés por ellas, hasta que sucede algo extraordinario:
entre tantas ovejitas blancas, aparece una dorada. ¿Por qué es dorada?
Si bien no se explica en el film, el espectador puede quedarse tranquilo
de que algo debe querer decir. O, dicho en términos cinematográficos,
estamos frente a un Mac Guffin. Para corroborar que el hilo conductor
de esta aventura es el cumplimiento de una misión, Valdivia recibe el
encargo de un personaje que nunca se ve pero que se hace presente a
través de innumerables llamados telefónicos, un tal Ramenfort, a quien
debe llevarle la oveja dorada. Claro que la película recién comienza
y no es cuestión de allanarle el camino a Valdivia: pronto alguien le
roba la oveja. Y cómo encontrar otra oveja dorada en la Patagonia se
vuelve tan complicado como filmar una ópera prima en la Argentina.
UN
LARGO Y SINUOSO CAMINO
Gregorio Cramer fue por poco tiempo uno de los primeros alumnos de la
carrera de Diseño de Imagen y Sonido de la UBA, sufrió los avatares
del CERC (la escuela de cine del Incaa), y terminó estudiando Cine en
Nueva York. Trabajó como pasante en El verano del potro, filmó con amigos
innumerables cortos en VHS y dirigió un cortometraje que según dice,
“detesta” cómo quedó (Al cielo, no, una de las historias de la primera
versión de Historias Breves). Carga sobre sus hombros con todos los
clichés cinematográficos del momento (joven, argentino, cineasta, independiente,
ópera prima a punto de estreno), pero no está cómodo con esos rótulos.
Intenta descifrar entonces el malentendido que se ha creado alrededor
de la nueva (e híper adjetivada) industria nacional de cine independiente:
“La realidad es que si querés hacer una primera película, no se puede
hacer dentro de la normalidad. Me refiero a que no hay un mecanismo
establecido. Cada persona que hizo un largo en los últimos años fue
porque encontró una excepción. Incluso hasta los que han ganado concursos
del Incaa son excepciones: como los telefilms Pizza, Birra, Faso y 24
horas. Y son los únicos concursos de los últimos seis años. Desde que
yo tengo memoria no hubo otros”. En 1992, Cramer viajó al Festival de
Manheim, en Alemania, para mostrar uno de sus cortos que había sido
premiado. Consciente de que en ese festival se llevaba a cabo un Mercado
de Films (una suerte de feria donde se comercian desde guiones hasta
películas ya terminadas), no quería llegar con las manos vacías. Así,
algunos días antes del viaje Cramer se reunió con Matías Oks para dar
forma al primer borrador de la historia de Invierno, mala vida. Infinitas
reuniones con productores de distintos países de Europa, cuatro años
de asistencia perfecta a los Festivales de Manheim y de Berlín, y diecisiete
versiones del guión más tarde, comenzaba el rodaje. “Si hay un mercado
tenés que matarte para conseguir la plata para filmar, hasta que consigas
a alguien que lo haga por vos. A mí no me causa gracia salir a buscar
plata, pero hasta que consiga a un productor, no me queda otra. Me parece
que ése es el problema de hacer una primera película: tener que hacerla.
Yo no conozco productores en la Argentina que se dediquen a buscar dinero.”
LA
EXCEPCION
Después de pasear por los Festivales de Berlín y Manheim, finalmente
se estrena en la Argentina Invierno, mala vida, y aunque el director
reniegue de los rótulos del momento, la película tiene la invalorable
cualidad de ser una película independiente de la cinematografía nacional:
una historia que comienza con una oveja dorada (“Si estás en la Patagonia
tenés que filmar con ovejas, es inevitable”, dice Cramer) es la excusa
perfecta para poder contar una fábula sobre otras cosas. A diferencia
del realismo a quemarropa de las últimas producciones independientes,
Cramer propone desviarse de la trama central para poder prestar atención
a los detalles, recrear los climas, y trabajar el absurdo. “Si vos contás
una historia en un lugar hostil, con un tipo al que le va todo mal y
que encima es un alcohólico, el espectador se va de la sala a los cinco
minutos. Ahí salió la idea del absurdo, que tiene que ver con hacer
un contrapunto entre el lugar y el personaje. A mí me cansa un poco
ver siempre a los mismos actores en los mismos papeles y quería buscar
algo completamente distinto: una persona que tuviera una cara poco conocida
en cine. Además, me interesaba que tuviera mucha experiencia, para poder
apoyarme en alguien. Ya bastante es estar haciendo una película y estar
recorriendo la Patagonia como para encima estar tratando de no volverte
loco. La elección de Ricardo Bartís para el papel protagónico tiene
mucho que ver con el espíritu de hacer una película independiente.”
LA
REGLA
“Yo quería hacer una película contenida. Quería hacer algo en una escala
razonable: pasar de hacer un corto a hacer una película en una escala
media. Ir de a poco. Ir aprendiendo en el camino. No meter todo en la
primera película”, dice Cramer. El paso siguiente, claro, sigue en la
misma línea, pero esta vez la película será una coproducción entre la
Argentina, Alemania y Francia, en partes iguales. “Los productores son
franceses, y ellos son los que buscan la plata. Ahora puedo ir a festivales
a ver películas”, dice y se sonríe con la satisfacción de haber cumplido
una tarea tan sencilla como la de encontrar una oveja dorada en la Patagonia.