Un tipo
Macanudo
Fundó
Apple a los 21 y sus propios socios lo echaron nueve años más
tarde. Durante una década, se dedicó a revolucionar los
dibujos animados en Hollywood. Hasta que en el 97 Apple estuvo a punto
de quebrar y tuvieron que pedirle que volviera. Veinte años después
de fundarla, Steve Jobs volvió a Apple para ponerla de nuevo
cómoda en la punta. A continuación, vida y obra del hombre
que se dedica a inventar y reinventar las computadoras mejor que nadie.
POR
CRISTINA CIVALE
Que quede claro: antes de Steve Jobs, las computadoras
eran cajas enormes, tipo muebles, rectangulares, llenas de tubos, enclavadas
en las paredes de empresas de avanzada o en oficinas gubernamentales.
Steve Jobs hizo posible que las computadoras sean personales, que se
hayan convertido en objetos bonitos y pequeños, adecuados tanto
para el living como para el escritorio. Se ocupó de que sean
fácilmente manejables a través de un sistema gráfico
visual comprensible hasta por los niños, un sistema amigable.
Steve Jobs dijo una vez que había creado las computadoras
para el resto de nosotros. Cuando lo hizo junto a su vecino,
cómplice y amigo Steve Wozniak tenía sólo
21 años. Y todo lo que vino después fue plagio, imitación,
astucia, oportunidad. Lo de Jobs y su gente fue creación pura.
Ellos pusieron la primera semilla que luego alimentó y enriqueció
a muchos, incluyéndolos a ellos mismos, por supuesto.
Hay quienes pensaron que en los 70, la era de la música disco
y de Jimmy Carter, Silicon Valley un valle californiano cerca
de San Francisco se había convertido en el equivalente
a la Florencia del Renacimiento, que los chips y los procesadores correspondían
a los mármoles y a las paletas y que los talleres primitivos
de los artistas en formación eran reemplazados por los garajes
de las casas familiares. Algo de razón tenían.
UNA
EMPRESA DE GARAJE
A los doce años el niño Steve Jobs llamó por teléfono
a William Hewlett, presidente de la compañía Hewlett-Packard
y le dijo: Hola, tengo 12 años y estoy construyendo un
contador de frecuencia. Necesito que me facilite algunas piezas.
William Hewlett creyó que se trataba de una broma, pero de todos
modos charló con el chico durante veinte minutos. Al cabo de
la conversación, el niño no le parecía tan niño,
ni la conversación, una broma. Jobs no sólo consiguió
las piezas que necesitaba. También se hizo de un trabajo de verano
en la compañía del viejo Hewlett. Corría 1967 y
Steve Jobs comenzaba a perfilar la persona en la que iba a convertirse:
un hombre impetuoso, seductor y visionario.
Según alguna vez escribió Tom Wolfe sobre Silicon Valley,
existe algo que algunos psicólogos denominan el Efecto
Halo. La gente que lo posee parece saber con firmeza lo que hace y consigue
que los otros lo admiren por ello. Logra que los demás perciban
su cualidad y la reconozcan. Ésa es la virtud de Jobs: lograr
que todos crean en él. El primero que creyó en él
fue el otro Steve, Steve Wozniak, alias Woz, otro prodigio que a los
trece años ya había inventado una fabulosa calculadora.
En 1975 Woz asistía al Homebrew Computer Club que usaba un garaje
como lugar de reuniones. El club era un lugar de encuentro para fanáticos
de la computación que intercambiaban proyectos, permutaban hardware
e intercambiaban copias de programas nuevos.
Presentados por Bill Fernández, un amigo común, los Steve
comenzaron a asistir juntos al club. Ambos compartían su interés
por la electrónica y eran grandes humoristas. Su primer éxito
conjunto fue una caja azul con la que hablaban gratis por los teléfonos
públicos. No los excitaba hablar gratis, sino burlar un sistema.
Woz dejó la Universidad de Colorado después de un año
de pasearse por las aulas jugando al bridge y Jobs se alejó de
Reed College después de un semestre durante el que experimentó
con distintas religiones orientales. Woz trabajaba para la Hewlett-Packard
y Job fabricaba videogames para Atari. La amistad se disipó cuando
Jobs decidió raparse el pelo que hasta entonces le pasaba
los hombros e irse a la India para seguir el camino de Buda. Al
regresar a Estados Unidos vivió en una comunidad de Oregon. De
esa época le quedó su devoción por la comida vegetariana
y el consumo compulsivo de agua. Pero todo en su vida indicaba que debía
volver al garaje paterno, y así lo hizo.
Al poco tiempo, ya estaba de regreso para hacer nuevamente patota con
Woz, que acababa de perfeccionar su primera computadora personal. El
invento volvió loco a Jobs. Creía que tanto Hewlett-Packard
como Atari se arrancarían los pelos por comprarles el prototipo,
pero ninguna de las dos empresas mostró el más mínimo
interés. Jobs creyó que era hora de fundar su propia compañía.
Como la historia de las grandes bandas de rock, la de Apple también
empezó en un garaje. Se instalaron en el de la familia Jobs,
donde el padre de Steve desmontó el taller mecánico con
el que había alimentado a su familia durante toda la vida. A
ellos se sumó Mak Markulla, el único del trío que
entendía de negocios, y los tres fundaron la ya mítica
corporación. Lo del garaje funcionó el tiempo suficiente
para convertir al lugar en mito. Con Markulla llegaron las inversiones
y el trío Apple se mudó a unas oficinas en pleno Cupertino.
Empezaron el negocio con una base de un cuarto de millón de dólares,
entre préstamos, inversiones y aportes propios.
LA
MANZANA Y LOS ADEPTOS
Steve Paul Jobs fue un bebé huérfano adoptado en 1955
por Paul y Clara Jobs en Mountain View. Poco después de adoptar
a Steve, los Jobs se mudaron a Silicon Valley. Paul Jobs era mecánico
y amante rudimentario de la electrónica. Le gustaba mostrarle
a su hijo cómo armar y desarmar aparatos, y Jobs reconoce en
él a su mentor.
Si bien Jobs se pasó parte de su juventud tratando de averiguar
quiénes eran sus verdaderos padres, su preocupación no
le quitó el vigor que invirtió en la empresa que acababa
de fundar con sus dos socios. En Apple se trabajaba por una causa, por
la idea de cambiar el mundo, de democratizar la tecnología y
ponerla al alcance de la mayor cantidad de personas posibles. La computadora
ideada por Woz se convirtió en la Apple I y ése fue el
primer gran paso del resto de un trabajo que nucleó al mejor
equipo de personas para fabricar el mejor producto posible.
Apple se había transformado en un mito. Todos los días
llegaba hasta sus oficinas una peregrinación de profesionales
generalmente en camionetas Volkswagen esperando conseguir
trabajo. Todos querían trabajar y mucho. No les importaba hacer
cola y esperar. La mística le ganaba al dinero y una vez que
conseguían el trabajo se ponían la camiseta, literalmente:
cada nuevo emprendimiento de la empresa tenía su camiseta. En
una de ellas podía leerse: Trabajo 90 horas por semana
y me encanta. Ese concepto era un Steve Jobs en estado puro. El
gurú había nacido y allá estaban sus adeptos.
LOS
PIRATAS
A finales de los 70, Apple desarrolló otro modelo de computadora
personal: Lisa, nombre de una hija no reconocida que Steve Jobs engendró
con una novia de las épocas del garaje. Lisa fue una verdadera
revolución. Su desarrollo visionario se debió a una visita
guiada que Jobs y su equipo hicieron a los laboratorios de Xerox. Allí,
Jobs pudo conocer lo que en el lenguaje nerd se llama interface
gráfica e inmediatamente vio su potencial comercial. Xerox
tenía interface gráfica, pero no la usaba.
Inmediatamente, Jobs puso a sus mejores ingenieros a trabajar para conseguir
su propia interface y hacerla funcionar en lo que sería Lisa.
Ese equipo fue un grupo de privilegiados. Se los llamó Los
piratas y tenían sus propias prebendas: volaban en primera
clase, tenían las mejores oficinas, jugos y comidas gratis y,
por supuesto, las maravillosas camisetas con las que ostentaban su pertenencia
al grupo y sus infinitas horas de trabajo.
El único problema de la Lisa fue que, una vez terminada, su precio
rondaba los diez mil dólares. Se imponía crear otro modelo
con los mismos beneficios pero más barato. Fue la Apple II. En
las oficinas de Cupertino ya había dos equipos trabajando en
dos productos que competían entre sí. Ambos bandos, los
piratas y los de Apple II, se odiaban a muerte, bajo la cizaña
vampiresca de Jobs, que lo vivía como una gracia. La leyenda
cuenta que una noche, en el bar donde todos solían reunirse,
los piratas empezaron a gritar Somos el futuro, mientras
que los de Apple II les contestaron gritando Somos el dinero.
Enseguida se desató una batalla campal. Se tiraron con bolígrafos,
capuchones y tazas, mientras Jobs los miraba fascinado en el ejercicio
de su pasión y no dejaba de decir, para horror de quien lo escuchara:
¡Maravilloso, maravilloso!.
RIDLEY
SCOTT Y 1984
Finalmente llegó el proyecto Macintosh, el verdadero niño
mimado de Jobs. La Macintosh, como la Apple I, tampoco fue un invento
de Jobs, sino que corresponde a uno de sus ingenieros, Jeff Raskin.
Jobs en persona capitaneaba el equipo que construyó el proyecto
con el que nuevamente pretendían impactar al mundo. Fue el tiempo
en que los tres socios consideraron oportuno contratar un presidente
para la compañía, que hiciese de ella una empresa más
prestigiosa y seria, que le quitara el tufo alocado y hippista que podía
llegar a ahuyentar inversores. Necesitaban un hombre de Wall Street
y fueron por él: John Sculley, presidente de la Pepsi Corporation.
Tras meses de coqueteos lograron llevarlo para su bando. Si bien durante
dos años Jobs y Sculley trabajaron fascinados y seducidos el
uno por el otro, fue el propio Sculley quien, en un lobby inigualable,
consiguió echar a Steve Jobs de la empresa que había fundado.
Pero para esto faltaba todavía un poco, faltaba que ambos diesen
su gran número, la presentación pública de la Macintosh.
Contrataron a Ridley Scott para que filmara el comercial con que iban
a presentar el nuevo producto. Y el comercial literalmente dejó
a todo el mundo sin aliento. Fue presentado en un estadio de béisbol,
donde más de 30 mil personas pudieron ver en las pantallas gigantes
cómo un grupo de esclavos, grises y con la cabeza gacha, dominados
por la voz del Gran Hermano, caminaban a cámara, con el rumbo
perdido. Estaban parodiando 1984 de George Orwell. A continuación,
los esclavos era liberados por una heroína vestida de colores
vivos que, con un bate de béisbol, rompía la pantalla
y la convertía en luz, de la que surgía la Macintosh,
la computadora que liberaría al mundo de la esclavitud del Gran
Hermano (léase: de la esclavitud de IBM). Al final del comercial
podía leerse una leyenda que luego hizo historia: 1984
no será como 1984.
Las ventas de Macintosh no fueron tan conmovedoras como la publicidad
y John Sculley creía que el problema de la empresa era el propio
Jobs. Tras meses de lobby, en una reunión en la que estuvo presente
todo el directorio, consiguió que se votara en presencia de Jobs
por su dimisión. Jobs siguió en la compañía
con un título inútil y honorífico y fue trasladado
a unas oficinas lejanas donde cada vez se lo apartaba más del
negocio. Era una caída estrepitosa. Cuenta la leyenda que Jobs
suplicó como un niño para volver al directorio. Prometió
portarse bien. Pero nadie lo escuchaba. Jobs se deprimió. Vendió
muy bien parte de su paquete accionario y se fue de viaje a París
y a la costa italiana que da al Adriático. A su regreso renunció
ante la junta ejecutiva: Ya tengo 30 años y debo hacer
algo distinto con mi vida. Era 1985 y no se estaba rindiendo.
Iba a sobrevivir sin Apple durante 10 años antes de volver con
la gloria de los grandes, siendo en el trayecto igualmente glorioso.
JOBS
VA A HOLLYWOOD
Al dolor de haber sido escupido sin piedad por sus propios aliados,
Jobs volvió a interponer su carisma, su infinita capacidad de
trabajo y su don visionario. Se llevó a cinco personas de Apple,
todas claves para el funcionamiento de la empresa. Con ellas fundó
NexT, una empresa que se dedicaría a crear un magnífica
computadora para el área de la educación. El desarrollo
de este nuevo producto no fue exitoso y apenas lograron ubicarse unas
50 mil unidades. Jobs, en tanto, desarrolló un software llamado
Nextstep, que sí se las traía. Paralelamente le compró
a George Lucas la rama de animación computarizada de su empresa
y fundó Pixar, a la vez que realizó un acuerdo con la
Disney para distribuir todo lo producido por su nueva firma. Así,
desde la flamante Pixar produjo Toy Story, una película que no
sólo ganó un Oscar sino que, con 184 millones de dólares,
se ubicó tercera en recaudaciones en Estados Unidos entre las
películas animadas de todos los tiempos, luego de Aladino y Mulan.
Corría 1995, habían pasado exactamente diez años
desde que había sido echado de Apple. Al año siguiente,
en Apple se negociaba la salida de Sculley, que había llevado
la empresa a la ruina. Entonces ya asomaba el reingreso de Jobs, con
el beatífico rótulo de asesor.
En 1997, Apple le compra a Jobs el software Nextstep por 430 millones
de dólares y lo contrata abiertamente como asesor. Hoy es iCEO
de Apple, es decir presidente interino. De esa vuelta triunfal es hija
la iMac y ahora la iBook, los nuevos productos pergeñados por
Jobs y su equipo. Curiosamente, quien puso el aliento para que las llantas
de Apple no bajaran a tierra después de la partida de Sculley
fue el hombre acusado desde los inicios de los 70 de robarle a Jobs
sus mejores ideas. Por supuesto, estamos hablando de Bill Gates que,
con 150 millones de dólares, le sacó las papas del fuego
a Apple, donde relevaron al directorio casi por completo al tiempo que
se anunció una alianza gracias a la cual Apple y Microsoft se
autorizaban mutuamente a usar las patentes de sus productos. Así
nacieron las Power PC y las Power Mac, hijas pródigas de la calidad
Apple y el precio PC. Ese fue el regreso triunfal de Jobs.
JOBS
VUELVE A CASA
Apenas un año después de volver a casa, en la primavera
del 98, Jobs lanzó la iMac, bajo el slogan combina el atractivo
de Internet con la simplicidad de Macintosh. Por primera vez existían
computadoras de colores rosa, verde, naranja, azul y violeta,
que además eran livianas, baratas, con énfasis en el diseño
y guiños varios hacia el usuario macfan y hacia un mercado saturado
de clones. Pero hoy, a pesar del look futurista, la iMac ya es historia.
Está llegando la iBook, presentada por Jobs a finales de julio
de este año en el Java Convention Center de Nueva York, rodeado
de miles de fans y acompañado por Noah Wyle, el actor que hizo
de Jobs en la película de TNT, Piratas de Silicon Valley. La
iBook que podrá comprarse a partir de setiembre en Estados
Unidos a mil seiscientos dólares es una mezcla de iMac
y powerBook (nombre de la computadora portátil de Apple) que
bien podría ser un objeto digno de la película Marte ataca.
Pero, de nuevo, no todo es diseño. Después del tropezón
financiero y de la distancia acortada por las PC en los últimos
años, Apple vuelve a estar en la punta, cómodo: la iBook
da la opción de comunicarse a Internet como si se tratara de
un teléfono inalámbrico, mientras que con el sistema Quicktime
TV se puede ver televisión de alta calidad por la red. Y todavía
falta el nuevo sistema operativo MacOS 9 y el buscador Sherlock 2. Pero
mientras tanto, gracias a aquel jointventure entre macabro y celestial,
Jobs comenzó la gloriosa Era i el mejor recuerdo tecnológico
del último año del milenio y Gates logró
purificar años de deslealtades.